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Tanto la izquierda como la derecha españolas ven un peligro en la llegada, al gobierno italiano, de Giorgia Meloni. VOX, por el contrario, se congratula de ello. Unos y otros no dicen la verdad. Todos ellos, incluido VOX, saben que Giorgia Meloni viene para no cambiar nada. Meloni no es fascista, pues se ha encargado ya de informar que rechaza a Mussolini, como Abascal rechaza a Franco, pese a pasear la bandera roja y gualda que recuperó y salvó aquél.
No conozco a Meloni, pero por íntima convicción pienso que es un personaje más del Sistema. Un engranaje más de esa Agenda 2030 que nos quieren colocar un cinturón, que lo es más de retención que de seguridad personal. Meloni ha podido venir de las corrientes ultraderechistas italianas, pero ha terminado bajo el manto protector de los que dirigen el patio mundial.
Si el artículo italiano que tengo en mis manos es fiable y así parece serlo, la señora Meloni es socia del Instituto Aspen, cuya sede central se encuentra localizada en Washington D.C. ¿Y qué es el Instituto Aspen? Pues en teoría es una fundación dedicada a promover el liderazgo, basado en valores y la reflexión sobre los asuntos críticos para el futuro de la sociedad. Pero, ¿quién está detrás de este Instituto? Pues nada memos, que la Carnegie Corporation, las fundaciones Rockefeller Brothers, Bill Gates, Lumina y Ford, entre otros. La primera tiene entre sus fines el apoyar programas educativos en los Estados Unidos y en el mundo, o lo que es lo mismo, la implantación de cómo se ha de ver el mundo a través de los ojos norteamericanos. De los Rockefeller y Gates no hace falta hablar de ellos porque están en todas las salsas.
¿Y quién organiza el Instituto Aspen en España? Pues nada menos que Javier Solana, como Presidente del Patronato, al que le acompañan Trinidad Jiménez y los responsables de CAIXABANK, ENDESA, REPSOL, ENAGAS, BBVA y FERROVIAL, entre otros. Javier Solana fue ministro socialista y secretario general de la OTAN y que ordenó el bombardeo sobre Yugoslavia; Trinidad Jiménez fue también ministra socialista.
Visto lo anterior, uno no tiene más remedio que preguntarse si estamos ante una farsa, un auténtico teatro. Que esto de la democracia es un cuento de niños para supuestos mayores de edad. Que quienes en verdad manejan los hilos de lo que se hace y debe hacerse no son las figuras de guiñol que se presentan para ser elegidos como representantes de los ciudadanos. ¡No! Los que en verdad dictan las normas son a los que no les interesa aparecer y mostrar que son ellos los que quitan y ponen gobiernos, en definitiva, evitar mostrar que el poder económico es la verdadera norma.
Debe ser verdad que Aspen promueve el liderazgo, pues ha llevado o llevará al gobierno italiano a uno de sus socios, en este caso a Meloni. Aquí importa poco el hablar de izquierdas o de derechas, de ultraizquierda o de ultraderecha, porque las palabras han sustituido a las ideas, y para evitar que el ciudadano se canse, se le dicen palabras sin contenido, pero bajo distintos colores que son la única diferencia de los partidos políticos. Los medios de propaganda al servicio de las multinacionales, en definitiva de quien detenta el poder del dinero, hace la campaña a favor del personaje por el que, en cada caso oportuno, apuestan. Ahora le ha tocado a Meloni, que sirve al globalismo ayudando al reseteo objetivo de su agenda, sin eliminar el aborto, permitiendo la inoculación de no se sabe qué sustancias y bajo promesas que morirán sin salir del programa. Ahora, con Meloni el globalismo se viste de supuesta ultraderecha, cuando esta supuesta derecha seguirá llevando adelante la política del lobby financiero.
Meloni no es una muñeca azul pues nace ya para la política italiana, rota. Es una distracción en la atención generosa de quien cree que la política puede cambiar su situación personal, que da su confianza a quien da esperanzas en un cambio de rumbo. La señora Meloni nace viciada de esos valores universales a los que se ha sumado, que no son otros que los que profesa el señor Henry Kissinger, uno de los presidentes del Club Bilderberg y miembro permanente de dicho grupo. Ahora, les toca a los italianos un poco de ultraderecha edulcorada, lejos de lo que para Mussolini era el Estado, una fórmula de buen gobierno y de civilidad en que el éxito de una demanda no sobrepasa nunca a las otras, y ninguna es del todo negada.
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