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La palabra persona viene de personae, término que hace referencia a las máscaras que los griegos se ponían en sus representaciones dramáticas durante las fiestas en honor de Dioniso. Esas máscaras cumplían la función de deshumanizar, de hacer renunciar a su individualidad a los actores. Según Panofsky, sus connotaciones evolucionaron hasta llegar a significar lo falso, el relato insincero perfectamente construido, el engaño que oculta la fealdad y trata de disfrazarla amablemente para que el receptor quede embelesado. De ahí vienen los términos francés (mascarade) e italiano (mascherata) de los que deriva la palabra española mascarada. Un engaño, una escenificación mentirosa.
La pantomima comenzó hace dos años, cuando se canceló el Mobile World Congress y los medios masivos estallaron indignados contra el sinsentido que suponía prohibir la celebración de unas jornadas que iban a dejar mucho dinero en Barcelona. Después llegó el confinamiento, el empobrecimiento de la población, la imposición de medidas sin aprobación democrática. Dos años después y en pleno alto rendimiento de la vacunación, el Rey y el Presidente de Gobierno de los indultos posaban junto al logo de Huawei —recordemos la estratégica guerra comercial entre Estados Unidos y la marca china durante la presidencia de Donald Trump, con apoyo de Boris Johnson—. Se cierra, entonces, el círculo, y todo queda en un simpático simbolismo para las escasas mentes avezadas que puedan estar viendo el telediario o para el deleite de los propios globalistas disfrutando de mirarse en el espejo ataviados con su graciosa máscara.
Jeremy Naydler, especialista en jardines clásicos y en la antigua cultura egipcia, ha sacado un libro hace escasos meses de reciente traducción a España. La editorial Atalanta no se ha atrevido a traducir el título íntegro, y ha dejado fuera el elemento 5G de La lucha por el futuro humano. Pero lo cierto es que el contenido del libro no admite dudas: para Naydler el 5G supone una seria amenaza para el futuro humano. Y no solo, también el resto de avances tecnológicos a los que se enfrenta nuestro tiempo, porque amenaza la imaginación, la conciencia, la espiritualidad y la posibilidad de aspirar a la trascendencia en los hombres. En la página web española de la empresa británica Vodafone —precisamente, aquella con la que Johnson quería desplazar a Huawei del mercado británico—, se puede consultar libremente un mapa de España con la influencia del 5G por zonas. Pocos se libran, de momento. Las grandes ciudades están ingestadas, sin que nadie haya votado favorablemente a recibir esa influencia. Si es cierto lo que dice Naydler, que no es ningún idiota, eso pone en serio peligro las capacidades humanas y nuestra espiritualidad. Amenaza nuestro futuro, amenaza el buen desarrollo de nuestras capacidades. Y pone en tela de juicio la continuidad de la condición humana, que desde muchos más frentes —transhumanismo, mejora genética, cibernética, Inteligencia Artificial, clonación— se ve seriamente puesta en riesgo. El siglo XXI puede ser el siglo final del hombre.
Todo eso da igual. Queda la foto. Las estúpidas sonrisas de unos dignatarios políticos que solo son atrezzo, que solo son los actores que saben poco más de sus líneas en el guión. Y queda la mascarada como la alfalfa que se les echa a los rumiantes, para que coman y callen.
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