05/06/2025 13:32

En la España actual hay momentos en los que a uno le asalta la idea de abandonarse a la desesperanza y dejar que sea la Providencia quien haga todo su trabajo, fatal y sabia como es. Porque uno se fatiga de hablar siempre de las mismas cosas, de denunciar continuamente el crimen, de tratar de alzar siempre a las víctimas, cuando verdaderamente éstas son muy pocas, pues la mayoría que lo parecen no son sino esclavos voluntarios, bardajes anímicos, sectarios de manual.

Cuando uno ve que no es posible por las buenas librar al pueblo de sus contradicciones, ni aherrojar a las elites codiciosas que lo depredan insaciablemente; ni ve emerger caudillos de naciones entre la multitud que se somete al dominio de los forajidos; cuando uno comprueba que la fe por lo humano y por lo divino ha desaparecido; cuando los enemigos de la patria no dejan de injuriarla y desacreditarla, prorrumpiendo en imprecaciones y decretando leyes contra ella y contra la verdad y la justicia; cuando desean la muerte de los justos, y su corazón y su boca hablan con mentiras y traman iniquidades, y se confabulan con todo el espectro universal de odiadores; cuando no dejan de conspirar para acarrear males, y que entran y salen de los Gobiernos para enriquecerse dolosamente y traicionar a sus gobernados; cuando, con malicia vana, manipulan la historia y el lenguaje y dictan sentencias inicuas contra los defensores de la memoria auténtica; cuando todo esto pasa, como digo, uno ha de esforzarse para impedir el desaliento y la amargura.

Los males que padece España en la actualidad son ingentes y gravísimos: corrupción, despotismo, parasitismo clientelar, incompetencia administrativa, adoctrinamiento ideológico, traición a la patria. Todo ello y más. Aparte de padecer en su seno la existencia de una ciudadanía -o una plebe- que rinde mansa obediencia a quienes la humillan y despojan. Sin duda, España se ha convertido en un infierno. Pero nadie parece dispuesto, de momento, a descender a él para librar a los cautivos y a los injustamente condenados.

Y si numerosos y arduos son los estragos que nos menoscaban, no menos considerables son los intereses que los causan. Unas motivaciones y unos objetivos económicos, financieros y políticos, transversales, universales y confusos al servicio de esa trama dominante que conocemos por Sistema, y que, aun llevando a la humanidad a su extinción, ningún contrapoder es capaz de desmontar. Al menos, de momento. Porque, dejando al margen a todos los grupos minoritarios, valientes y beneméritos, que no cejan en su indomable pugna contra los Poderes Oscuros y contra sus sicarios, no existe, hoy por hoy, autoridad o jurisdicción competidora lo suficientemente calificada o decidida para ceñirse la espada y con gallardía avanzar prósperamente, gobernando por medio de la verdad y de la justicia.

En lo que más directamente nos concierne, la distinguida historia de España constituye el cetro de su poder, y es ese abolengo el que quieren destruir sus enemigos. Mas contra la hostilidad de éstos, comprobamos que la patria está indefensa, traicionada por sus gobernantes y por sus instituciones y abandonada por sus pobladores. ¿Qué tiene, pues, de particular que no vean lo evidente aquellos cuyos ojos están oscurecidos o tapados para no ver? ¿Qué tiene de particular que no miren la profunda noche estelar quienes tienen su cerviz siempre encorvada, inclinados a las cosas terrenales? Y que conste, para los incapaces de entender, que estas metáforas, tomadas del cuerpo, denotan realmente los vicios del alma.

La sociedad, cualquier sociedad que se extiende por los más diversos lugares, aunque ligada por una misma naturaleza se divide con frecuencia contra sí misma. Y buscando cada cual su propio provecho se forman dominadores y oprimidos. Este enfoque metafísico acerca de la división entre los seres humanos y las sociedades nos hace ver como natural la consecuencia del afán de posesión. Que es el deseo de todos por conseguir unos bienes agotables y limitados, que no pueden saciar y que, de tomarlos unos, los demás se ven privados de los mismos, lo que causa la división y la lucha entre sí. Ni aún si esos bienes fueran suficientes habría paz perfecta, porque entonces entrarían en juego las envidias y las codicias. Por eso el ideal de la unidad perfecta entre los hombres, ese objetivo que siempre se ha tratado de conseguir, nunca podrá alcanzarse.

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Sin embargo -como debiera ser el caso de la España actual, y que no es-, no faltan pueblos e individuos heroicos que en determinados momentos anteponen la libertad a la vida servil y se lanzan en su búsqueda por todos los caminos y con todos los medios a su alcance. A veces la voz de la patria, de la justicia y de la verdad se impone a la voz de los vicios materiales y morales, y no permite que se instauren éstos. Mas también, ante este afán heroico, o junto a él, hay que contar con el providencialismo en la historia, pues no han sido escasos los pueblos que, a pesar de cuyos méritos les hacían acreedores de la victoria, se han visto vencidos y esclavizados. O viceversa. Porque la Providencia siempre cumple sus designios, y suele hacerlo por caminos torcidos, ininteligibles para la humanidad. Y en esto consiste la predestinación en la historia: en los contrastes y en los contrasentidos.

Y en esas estamos, acechando la llegada de lo inesperado. Y luchando durante el entreacto para regenerar la semilla. Porque, mientras llega o no llega lo imprevisto, sabemos que las sociedades prosperan a medida que crecen y se perfeccionan los individuos que las componen. Que la perfección social va fundada sobre la perfección individual; que la unidad es la aspiración cumbre de toda sociedad; que ésta sólo se consigue una vez que la regeneración se ha realizado plenamente; y que dicha unidad radica en el equilibrio de todos los miembros de la comunidad y de todos sus fines, funciones e instituciones.

Como decíamos al comienzo de este escrito, en la España actual hay momentos en los que a uno le asalta la idea de abandonarse a la desilusión y dejarlo todo al determinismo providencial. Porque son ya muchos años de incertidumbre, de temor y de estupor político en el ambiente de una monarquía en la que, degradándose en los terrenos económicos y morales, el dinero -junto con las deudas- aún corre sin diques aparentes, y con él la euforia hedonista de un consumismo que oculta toda la larga cadena de corrupción y de tiranía.

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Cinco décadas compartiendo la vida con una oligarquía económica y política facinerosa y depredadora y con una multitud de sopones; con una plebe que gasta el día en asuntos baladíes o en pláticas desatinadas, mientras su patria se rompe. Que no muestra deseos de sacar el pie del lodo, ni acaba de pescar la mosca o, si la ha pescado, no quiere caer en la cuenta del qué, del cómo, ni del cuándo. Un pueblo, en definitiva, sin rebeldía ni dignidad, pisoteado por aquellos que le comen su pan.

Pero hay que continuar lidiando en esta batalla en la que nos han envuelto los bandidos y demás gentuza, porque quien quiera una patria libre y próspera, ha de seguir a los escasos patriotas que luchan por ella. Una lucha sin descanso, hasta que emerja un líder o un grupo de líderes que erradique a los malhechores y haga de los enemigos de España un escabel. Para construir una España dominadora en medio de sus adversarios, que ame la justicia y aborrezca la iniquidad. Una lucha por lo imposible para lograr lo posible.

Un combate en el que no podemos contar con Uropa ni con nuestras instituciones, todas enemigas de la patria y descompuestas al día de hoy. Incluida la Corona. Porque como decía aquél: «¿Rey? ¿Rey? ¿Qué rey, ni qué ocho cuartos? Aquí sólo hay dos reyes, Cristo y el diablo. Y cada cual elige a quién servir».

Autor

Jesús Aguilar Marina
Jesús Aguilar Marina
Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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Hakenkreuz

«abandonarse a la desesperanza y dejar que sea la Providencia quien haga todo su trabajo, fatal y sabia como es. «

Abandono en la Divina Providencia por encima de todo. Que se haga la Voluntad Santísima de Dios, que la de los políticos ya vemos qué infierno ha traído, sean de derechas o de izquierdas (no con la pena de muerte generalizada pagarán por el mal causado en las últimas cinco décadas).
La Providencia no es fatal, es sabia y justa, pero no fatal, salvo para los políticos y sus seguidores, camino del implacable infierno. Gracias a Dios.

Hakenkreuz

De desesperanza nada de nada. Justamente todo lo contrario. Ahora, justamente ahora que la gente está perdiendo la confianza estúpida y ciega en la mentira continua de los políticos es cuando se está volviendo a Dios como la solución tan ansiada. La mentira cae en picado mientras la verdad se abre paso. Ahora es cuando más gente se está desengañando, ahora es cuando más vendas caen de los ojos, ahora es cuando más gente está despertando y viendo la verdad de la espantosa corrupción a la que está sometida y a la que tanto ha colaborado, siquiera engañada o por interés, con sus votos (apostasía). Ahora no hay trampa ni cartón. Se ha hecho la luz. Y la verdad del engaño en el que el mundo está sumido es tan asquerosa, tan obscena, tan corrupta, tan criminal y tan hedionda, que ahora es cuando ya no hay excusa de engaño o de seducción. Ahora es o rechazo con arrepentimiento de la mentira y el engaño con dura penitencia o maldad interesada responsable sin justificación alguna ante el Tribunal de Dios. No hay otra alternativa. El confesionario aguarda a los más rezagados activistas políticos y votantes hasta ahora si realmente son conscientes del daño causado y se sienten arrepentidos de verdad. De otro modo, llanto y rechinar de dientes pero para toda la eternidad. No hay modo de eludir responsabilidad ante Dios. Con el Señor, o se pasa por la puerta de la Misericordia o se pasa por la puerta de la Justicia. Y si el Señor lleva cuenta de nuestras iniquidades, ¿quién podrá subsistir?

España padece el calvario que el Señor padeció. Un auténtico bautismo de fuego, una prueba definitiva para evaluar a los que son dignos de vida eterna. NO se puede alcanzar el Reino de Dios sin calvario, sin cruz. Y ahora los justos derramarán su sangre para forjar una España que difiera de la actual como el día soleado a la noche más oscura. Los tiempos de las tinieblas se acaban, el demonio, que odia más que a ninguna otra nación a España, a la católica España, tiene prisa y sus siervos nativos y foráneos, con todo su poder, se desesperan a marchas forzadas porque no consiguen su objetivo de lograr la perdición de todos. Ahora es cuando más sentido cobran las palabras del Señor según evangelio de san Lucas: «cuando veáis todo esto suceder, cobrad ánimo, pues pronta llega vuestra liberación».

«…hasta que emerja un líder o un grupo de líderes que erradique a los malhechores y haga de los enemigos de España un escabel.»

No. No se espere un nuevo líder mundial. De hecho, esta generación no los merece. Ahora lo que tiene que imponerse es la Santísima Voluntad de Dios, la gran siega, el separar el trigo de la cizaña, el llevar el trigo al granero del Cielo y la cizaña al fuego que no se apaga. Ahora ya no se puede confiar en un «mesías político» pues eso sería confiar en satanás y volver otra vez al mismo engaño que es aquel en el que incurrió Eva y Adán. Ahora toca volverse a Dios para que, crecida ya la mies, mande a sus ángeles a segar el mundo, al modo que convenga a su plan de salvación, para que cumpla todo en justicia.

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