21/09/2024 10:52
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España es hoy como la vejiga del buey: todo aire. Y con la sentenciosa naturalidad de este modismo se trata de expresar esa apariencia omnipresente que no responde a nada. Y ese aire, esa apariencia, es, además, grotesco. Y la figura, en conjunto, implica la censura de una realidad española que muy pocos quieren ver o reconocer. Cualquier mente razonable sabe hoy que la costumbre de vivir y convivir en España es una experiencia vacía -ausente de esencialidades, de valores, de futuro- en la que tras la inane monarquía de los últimos borbones y la infame conducta de los restantes representantes institucionales y de las oligarquías financieras, subsiste una realidad última, que es la miseria cotidiana de la gente.

Muy pocos son, como digo, los que tienen conciencia de ello o, si la tiene la mayoría, es una conciencia impotente. Los españoles, en general, creen que no pueden hacer más de lo que hacen para llenar ese vacío: nada. Aunque, eso sí, no dejan de indignarse por motivos contingentes, accidentales. Motivos que son la consecuencia de la enorme mentira institucionalizada que no desean ver, de la gigantesca falsificación que constituyen hoy las acciones y relaciones públicas y privadas. Falsificación mediante la violencia, el engaño y la necedad.

Estos ciudadanos anónimos se resignan a este estado de cosas, pero no sin acompañar su resignación con dicterios y mala leche. Asisten a la decadencia absoluta de las instituciones y de las leyes tradicionales y naturales, incluso de las normas más simples del sentido común, contemplando la cosa pública desde un alejamiento despectivo. Como si, de antemano, ya estuviesen convencidos de que reyes y políticos, jueces y militares, educadores e intelectuales, son gente indefectiblemente predestinada a destrozar el país, a explotarlo con mil formas de ignominia y que contra eso no hay nada que hacer.

Participan en la farsa, digo, como si este conjunto de ventajeros que abusan y disponen porque sí, lo hicieran de modo inevitable, movidos por la fatalidad. La multitud, pues, se queja, pero se resigna. Porque si bien el español avisado es el único que lo denuncia, a costa de ser tildado de pesimista o de conspiranoico, también la multitud tiene la sensación, más o menos viva, de estar situada en mitad de una confusión absoluta, donde cada cual queda a expensas de la facultad o del capricho de la fuerza de su prójimo.

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Mientras tanto, el edificio de la Corona cruje, a punto de derribarse, y de la monarquía abajo, las demás jerarquías e instituciones, que aguantaban en mejor o peor estado el buen orden heredado del franquismo, se hallan también a punto de desmoronarse, gracias al empeño de sus minadores. Mas es sólo un puñado de ciudadanos quienes cuestionan el Sistema que hace posible esta catástrofe.

Pero una cosa tiene que resultar evidente a todos, por mucho que se escondan las cabezas bajo el ala: la ineficacia, la codicia, el rencor y la corrupción de todos los clanes que subyugan el Estado, empezando, como decimos, por el del Rey. Porque, por mucho que nos traten de trampear los leguleyos constitucionalistas, la indefensión de la patria es, sobre todo, atribuible al Rey. Un rey anodino y amodorrado que obliga a sufrir a la ciudadanía y a la patria las consecuencias de su insustancialidad.

Y detrás del Rey, un pueblo incapaz de oponer la menor resistencia a las escandalosas extralimitaciones de sus dirigentes. Porque la España del siglo XXI, la España del vacío y la apariencia, la España del «todo es nada», del resentimiento y de la traición, equivale a una resignación aplastada, sin vigor para escapar de una fatalidad impuesta por quienes la odian.

Esta España que desaparece poco a poco ante la atónita mirada de una minoría y ante las patológicas leyes de un Gobierno malsano es la que están obligados a zarandear, sublevar y apasionar en la próxima moción de censura un VOX indeciso en no pocos asuntos primordiales, junto con el ariete de su cuestionado e indefinido candidato. ¿Querrán? ¿Sabrán? ¿Podrán? Por el bien de los espíritus libres hay que pedirles que no se aparten de la ruta más noble, y desearles inspiración y suerte.

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Autor

Jesús Aguilar Marina
Jesús Aguilar Marina
Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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