05/01/2025 04:13

Amiga, hay que ver cómo es el amor

que vuelve a quien lo toma

gavilán o paloma.”

Pablo Abraira, “Gavilán o paloma” (1977).

No deja de sorprender, una vez más, que un gobierno como el de Perico el de los Palotes, que en nombre del ecologismo evita la limpieza de bosques y ríos, con sus secuelas de incendios e inundaciones, más sus consiguientes daños al medio ambiente y los daños irreparables, en los casos más recientes, de vidas humanas, se obstine año tras año en renovar el contrato con un halconero “para erradicar las palomas de La Moncloa” (tal y como informaba elconfidencialdigital.com, 17/11/2021), algo que se compadece bien con arrancar de raíz el arbolado o exterminar vidas humanas de las riberas de Valencia.

Y sorprende por cuanto que, a la última siempre en consignas globalistas, el inquilino del Palacio presidencial, ese animal político, según lo califica (con ambigua valoración la prensa), parezca renegar del “animalismo” para mutar en “especista”, o espécimen que reconoce la superioridad supremacista del ser humano sobre otras especies cuando de su especial complejo residencial se trata. “Moncloa insiste en su cruzada contra las palomas” (según actualiza la noticia elconfidencialdigital.com, a día 18/12/2024), con esa metáfora de ‘guerra contra el infiel’ que encarna, con su falta de hiel, el símbolo de la reconciliación judeocristiana—y las metáforas las carga el diablo, como solía repetir, con su rotacismo congénito, el puer senex desgracianesco—. Y en ese publirreportaje monclovita de agit-prop Moncloa: cuatro estaciones (variante de la pizza capricciosa; de capricho, antiguamente ‘horripilación’, escalofrío’), lo explicaba el cetrero que “con sus aves de presa trata de mantener alejadas a las palomas, especialmente en el helipuerto” destinado al “Superpuma” presidencial, en lo que con eufemismo de neolengua se ha dado en llamar “Servicio de control de aves para el área del Palacio de La Moncloa”.

Y esta fábula se transmuta en una alegoría de la jungla de asfalto. Y ese gran felino feroz, trans-humano del helicóptero con bicho dentro, se antoja el hUno, sobre el que vuela el Falcon peregrino. Darwinismo social, cadena trófica y por ahí todo seguido—que diría el maestro Umbral. Porque el problema, como en el globo terráqueo para los malthusianos anglosajones que rigen los destinos del mundo, es la “sobrepoblación de palomas”. Pues, del mismo modo que los 8.000 millones de habitantes del planeta deberán reducirse, en palabras de Klaus Schwab, a unos 500M, mamíferos seleccionados de entre los superiores por los Supremos —y sin duda esas élites deben de ser superiores, si han sido capaces de engañar al 90% de la población occidental con un virus de ciencia–ficción, una vacuna bovina de guerra biológica y más/carillas de la Srta. Pepis; un mapa del tiempo con los colores cambiados y el termómetro recalentado; esos géneros inexistentes en la naturaleza y la neolengua atragantada de mamones/mamonas, la paloma urbana no iba a ser menos. O mejor dicho, van a ser menos. Por su capacidad reproductiva y sus efectos colaterales: “provocan daños a los edificios, sobre todo por las cagadas y otros residuos…”, como si La Moncloa, vale decir (Mon)cloaca, no fuera la Cloaca Máxima del desfalco PSOEz. «Y más preocupante aún es que “pueden suponer un riesgo para la salud”», la leyenda urbana de las “ratas con alas” con que se desvía la atención de la masacre indiscriminada de la plandemia y efectos secundarios de la vacuna hacia una cabeza de turco o, más bien, de (tórtola) turca, inocente mensajera de la Paz —con su ramita de olivo de Jaén, rescatada de uno de los 100.000 árboles de aquellos “aceituneros altivos” a quienes preguntaba Miguel Hernández “de quién son estos olivos,/andaluces de Jaén”, que serán erradicados por la UE por persona interpuesta—. Infiel descreída, en suma, de la fe en la religión globalista y de sus gurúes ecolojetas y negacionista, pero sin perder el oremus, del milenarismo 2030 del cambio climático, y en torno a la cual se traza un cordón sanitario custodiado por aves rapaces de altanería y (em)presa de guardas de seguridad destinadas, según el Mi(ni)sterio de Presidencia, Justicia y Relaciones con las Cortes: a ir reduciendo la población; a la “eliminación de los nidos en los edificios” —como si el mayor criadero de corrupción nacional no fuera esa (p)residencia— y a “generar en las palomas un rechazo hacia ese área del complejo [psicoanalítico] presidencial” —es decir “indefensión adquirida” e indicio evidente de la candidez de tales criaturas, con querencia por el Halcón Abdón el Exterminador, que las desahucia por partida doble: de sus nidos por derribo y de la gravedad de sus heridas—, mediante “vuelos de marcaje” aleatorios que impronten en ellas peligro de depredación.

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Aunque es en otro tipo de vuelo programado para sus depredadores naturales donde el Resiliente de la Moncloa cabalga las contradicciones de los Objetivos de un Desarrollo SOStemible, con el proverbial y paradójico doblepensar orwelliano de la Agenda 2030, pues de facto tales aves de cetrería —“La caza de amor es de altanería”, escribió San Juan, El mudejarillo— están adiestrados para “acosar [y “atacar”, en ECD, 14/10/20], [¿delito de odio?] a las aves que vivan [Ah, okupación ¿ilegal?] o pretendan establecerse [¿Pre-okupación?] en ese complejo [¿ pero los falconetes de Desokupa no eran de extrema derecha por eso mismo?] Y, para más INRI, como explica El Chivato de ECD, “se realizan en fechas especiales como pasos migratorios y paradas nupciales”. Es decir, asaltando como bandoleros a las auténticas migrantes —pues ellas sí que van y vienen, como es su conducta, a diferencia de inmigrantes import-sport a manos de traficantes de aves exóticas “prohibidas en España” que se asientan como carne de tiro al pichón en la contrapasa del estrecho de Gibraltar (resignificado como Khalil Gibran), objeto ¿o sujeto? de depredación desaprensiva de ONGés subvencionadas, y por responsabilidad social subsidiaria, la Org(ía) Gubernamental. Por si fuera poco, atentan contra su libertad afectivo-sexual —luna de miel, luna de hiel— con el sobrevenido desequilibrio ecosistémico, y contra el derecho a la procreación sostenible de pichones y pichonas si esa es su decisión —las pichonas decidimos— y su proyecto de vida en un ecosistema seguro sin interferencia antropogénica. Salvo en el caso contrario, en que, como en las campañas de esterilización química de los Mi(ni)sterios del Gobierno Global —ONU, UNESCO, FAO etc.— en el 3er. y 4º mundo, opten voluntariamente o con con/sentimiento informado por no gravar al planeta con nuevos depredadores de alimentos generadores de CO2, para lo cual deberán acudir al Centro de Salud Reproductiva LGBTIQ+, al que también se acoge, sea cual sea su sentido de orientación sexual o identidad de género, todo palomo cojo mutilados de patas por las garras de fóbicos (per)seguidores de Alá o por las alambradas de los campos de reeducación comunistas de que se hayan fugado.

Así pues, se diría que, a los numerosos problemas acumulados ya en “Viajes Falcón”, se suma el de la licitación anual del cetrero certero que “mantenga a raya”, “sin bajar la guardia” (ECD, 14/10/20), como piloto remoto de esos malandrones sobre la recova de unos cuarenta ladrones+, la “amenaza” de esa “invasión que sufre” (ECD, 17/11/2021) el complejo residencial, zona arbolada (salvo en el ¿heliopuerto?) de 20 hectáreas—¡qué coinsidensia!, idéntica extensión a la de las granjas de generadores de energía eólica que con sus hélices, aspas de molinos de viento o brazos de gigantes tecnológicos, diezman bandadas de volatería migratoria—, a la vista de la superpoblación del columbario palaciego desde que anidara la Pichona con el Gerifalte ojo avizor a cualquier movimiento. Argumento de culebrón venezolano, si no fuera porque lleva años en cartel ¿o cártel? la farsa de género negro del thriller(o) malote Petro $ánchez, Delcy la fea y Bergoña, mudita que, tras perder la voz, la recobra en su famoso monólogo “Jamás, Hamás, Hamás”, no exento de propaganda subliminal y que supera con creces aquel otro “Nunca Más”. Cazaste al aprendiz de seductor/ y me diste de comer sobre tu palma/ haciéndome tu humilde servidor.”

FÁBULA VS. PARÁBOLA

Cazaste al aprendiz de seductor

y me diste de comer sobre tu palma

haciéndome tu humilde servidor.”

Pablo Abraira, “Gavilán o paloma” (1977).

La anfibología clásica que emparenta a la especie humana (de mamíferos superiores que creen saber que lo son) y las demás especies en la “selección natural” y bla, bla, bla, se decanta puesta en el filo de la navaja hacia la fábula, que humaniza con prosopopeya al resto de especies, o hacia la parábola, que animaliza por zoomorfización al humano.

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Y tras la lectura, a vista de pájaro, de las vicisitudes de los inquilinos de La Moncloa para sacrificar unos bípedos plumes en las garras de otros, depredadores por naturaleza, alterando así su ecosistema, y la catadura ¿o caradura? moral de los bípedos implumes para desplumar a sus congéneres, enjaularlos o exterminarlos, destruyéndoles el hábitat, la eventual fábula sobre “la lucha por la vida” de aves (des)humanizas por el instinto de supervivencia se ve desechada por la parábola de unos humanos que con premeditación se retrotraen, en la teoría de la evolución/involución, a los dinosaurios de Jurassic Park —verbigracia, el gerifalte psoecialista, descendiente en línea directa del Tyrannosaurus rex y el resto de su fauna y compañeros de viaje(s) Falcón— o se remontan, hablando claro, al quinto día de la Creación, con el carácter simbólico de su darwinismo social.

De hecho, la dualidad “gavilán vs.paloma”, animalización simbólica antitética, está ya lexicalizada en ámbitos como el económico (Reserva Federal de EE.UU.) o el político o geoestratégico (conflicto palestino-israelí), y en nuestro imaginario colectivo occidental. Así pues, la (t)rapacería colombófila de este gerifalte exige un cetrero que se las ponga como a Fernando VII. Y ese parece haber sido el halconero del Atlético de Madrid y, a su vez, “miembro del Real Gremio de Halconeros (corporación vinculada históricamente a la Corona)” (ECD, 18/12/2024), quien retuvo el (en)cargo en 2020, pese a perderlo al año siguiente en favor de la (em)presa de Jaén —“no vayas a ser esclava/ con todos tus olivares” (Miguel Hernández)— Frasur (ECD, 17/11/2021) , aunque lo “reconquistó” para 2022, revalidación que acredita la ejecutoria de dicha escudería, que honra por igual a reyes y a villanos conjugando la heráldica del escudo de la Casa de Borbón y la del equipo colchonero, en tradicional pinza española que pudiera retorcer el cuello a la burguesía del nuevo rico y apócrifa aristocracia rampante de un valido de Su Majestad. Pero es que en la cetrería también hay clases, o estamentos, o castas, y por encima de la soberbia y la ira del gerifalte (p)residente, que campa por sus respetos con sus altos vuelo de halcón peregrino, sin azorarse un ápice, y de la cohorte de cernícalos lagartijeros, comunes o vulgares, que constituye ese séquito de esbirros, rufianes, malandrines y paniaguados de su Monipodio, Monopoly de Valencia y Monopolio de la violencia, campea el águila real, reina de la cetrería, que anida en la Zarzuela. Y por muy anacrónica y viejuna que se antoje hoy la ideología del género chico —musical y castizo, Su Alteza y su minusculatura, su/bajeza y su Grandeza, Real y Ficticia, el príncipe y la cenicienta—, que viera la luz en el Palacio epónimo que le dio nombre, donde esté una buena Zarzuela—Los gavilanes, del maestro Guerrero, por poner un ejemplo así, al azar (o al azor)—, que se quite el teatrillo de la Ópera bufa de La Moncloa donde sigue en ¿cártel? la ópera SOS/temible (¿en do sostenido menor?), compuesta ¿o plagiada? por el pequeño de Los Sánchez, fantasmón de la ópera a rebufo de su Big Brother. En el fiel de la balanza de ambas instituciones amenazadas de ruina, escrutador de los secretos de la oscuridad, el búho real es, sin lugar a dudas, el único y exclusivo depredador de tales aves rapaces. Y moraleja:

Pobre tonto, ingenuo charlatán

que fui paloma por querer ser gavilán.”

Pablo Abraira, “Gavilán o paloma” (1977).

APOSTILLA: RETÓRICA TROCOCÓNICA

En suma, ni fábula, ni fabulación ni, mucho menos aún, confabulación. Una parábola, ‘comparación’. Ni hiperbólica —ni hipérbole, ni hipérbola —; ni elíptica —ni elipsis, ni elipse—. Ni circunferencia, sección horizontal del tronco del cono social; ni círculo, su superficie; ni hablar de la cuadratura del círculo. Parábola, ‘palabra’, en buen romance.

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