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Quienes hemos tenido la gran suerte de descender de personas inteligentes -cultivadas o no- , serias, decentes, honradas, honestas y respetuosas -nuestros padres, nuestros abuelos y nuestros mas queridos etc., familiares- por ello nos sentimos plenamente orgullosos y de ellos nos encanta hablar; de lo que fueron; de como vivieron; de lo que dijeron; y de lo que con naturalidad y sencillez fueron capaces de crear durante su vida, con otras personas que les conocieron y, de alguna manera, siempre dentro de la legalidad, tuvieron contactos profesionales o simplemente sociales con ellos.
También nos gusta, viniendo al caso, hablar de ellos con personas que no les conocieron, ponderando sus virtudes y poniéndoles como ejemplo valido a seguir y espejo donde mirarse.
Cuando suceden esos evocadores momentos, los que humildemente tratamos de justificar con nuestras formas de comportamiento el intento de ser los herederos de sus valores, la sensación que cálidamente nos envuelve, es la de haberles «rescatado», al menos, por la duración de esos momentos que dure el motivo de haberles citado.
Lo mismo, con las lógicas diferencias, ocurre con el recuerdo de muchas otras cosas que, ardua tarea sería lo de ponerse uno a enfilar tan larguísimo collar. Así que voy a escoger algo que a mi parecer se asemeja mucho a lo escrito anteriormente que es la «convivencia» que todos tenemos con el gobierno de esta nación.
Quienes hemos tenido la gran suerte de nacer, crecer y llegar a adultos; de comenzar y culminar una carrera universitaria; una carrera artística; una carrera en la Función Pública; una carrera profesional en comercios; en grandes fabricas industrializadas o pequeños talleres artesanales durante los años que duró el Régimen del Generalísimo, cuando hablamos con personas que lo vivieron y si viene al caso, con quienes no alcanzaron esa experiencia, la sensación de «rescate» es exactamente igual: nostalgia sana de la progresión positiva, individual y colectiva, de la absoluta seguridad de su puesto de trabajo, de la seguridad en las calles; la inviolabilidad de nuestras casas. Al menos mientras dure la conversación recordando lo alcanzado -lo conseguido, en mi caso particular-, durante ese periodo en lo profesional: una pequeña empresa -actualmente muy asediada, como todos, por Hacienda-; una vida interesante asistiendo a la tremenda evolución de la gilipollez, de la cabronalidad y la hijoputez. Y en lo familiar: un matrimonio de 55 años, una extraordinaria mujer, y dos buenos hijos.
Pero ninguno de los dos anteriores discursos es lo que necesitan los españoles en estos momentos. No es la nostalgia lo que vaya a sacar a los parados de tan lamentable situación. No es la nostalgia lo que eleve los humillantes sueldos que «triunfan» en estos momentos y tampoco la nostalgia va a redimir de la «moderna esclavitud» a los jóvenes que «tienen la suerte» de encontrar un trabajo.
Quizás el «arreglo» este mas relacionado con ¡un par de cojones!.
Autor
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Mi currículum es corto e intranscendente. El académico empezó a mis 7 años y terminó a mis 11 años y 4 meses.
El político empezó en Fuerza Nueva: subjefe de los distritos de C. Lineal-San Blas; siguió en Falange Española y terminó en las extintas Juntas Españolas, donde llegué a ser presidente de Madrid.