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Recuerden la máxima de Robespierre. «El terror no es más que la justicia rápida, severa e inflexible». La forma suprema e insuperable de perpetrar justicia. La afirmación que llevo haciendo durante los últimos meses de que nuestras autoridades son terroristas no son simples pataletas de púber malaspulgas. El terrorista produce terror. Bajo pretextos de «justicia sanitaria», por ejemplo. El terrorista de Estado, hogaño aliado a las grandes empresas tecnológicas, posee más y mejores recursos para ejecutarlo. Ya hubiese querido la Stasi tener su Big Data. Terror, método expeditivo de represión revolucionaria.

Terrorismo, condición sine qua non del Leviatán

Y estamos en plena revolución, mutaciones de índole cuasi metafísica.  De ahí lo irracional de apetecer revolución sin terror. Sin terror no hay revolución.  No se puede ambicionar la revolución sin el terror. Es gran lección del citado Robespierre. Y de sus fieles epígonos, Lenin el más acrisolado. Industrialización del crimen por nobles causas. La modernidad, consolidada. El terror forja y apuntala al Leviatán Moderno. Sobreviene cincelado paradigma sobre cuyo esqueleto formal se alza el Estado. No se puede identificar uno con el (absurdo y grotesco) Estado-Nación sin pretender ignorar la generación de terror de ese mismo estado nacional. Generación y su racional propagación.

El terror institucional es condición de permanencia de la revolución. De toda. Y, repito, nuestras “transiciones” actuales mutan de raíz el mundo pasado, el mundo de ayer (admiradísimo Stefan Zweig). De ahí el desatino de aspirar a una sin el otro. El terror es la política revolucionaria, su ceremonia. Y rito. Y nuestras élites psicópatas saben mucho de ritos. Y, todos sabemos perfectísimamente que vivimos/malvivimos época revolucionaria. Evo infinito y atroz. Recordemos que sin manufactura maciza de mercancía de muerte (o fabricación masiva, al menos, como en nuestro caso, de la capacidad y habilidad de producirla) no hay terror. Ni historia. En la edad moderna, el terror es combustible de la historia.

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El mejor carcelero siempre es un preso

Nuestras «esenciales» y «virtuosas» autoridades, punta de lanza del terror. La chusma, presta auxiliadora. El mejor carcelero siempre es un preso. Fusionados en estrategia racionalmente proyectada, terror y virtud no son sino aspectos desde las cuales ofrecer palmaria evidencia de un único sujeto político: el mortífero Estado. Revolucionario, burgués, moderno, democrático en su más moralizadora inclemencia, ya que no deviene tanto «un principio particular como una consecuencia del principio general de la democracia aplicada a las más urgentes necesidades de la patria».

Patriotas, esenciales, virtuosos. Terroristas, en definitiva. Recordemos otra vez a Robespierre. «El gobierno revolucionario está apoyado sobre la más santa de todas las leyes, la salvación – salut- del pueblo; sobre el más irrefutable de los títulos: la necesidad». Azar y necesidad, memento Monod. Necesidades sanitarias, en nuestro caso.  Se hace del terror la forma taxativamente “democrática” del Estado virtuoso, aseverando que «si el resorte del gobierno popular en la paz es la virtud, el resorte del gobierno popular en revolución es, simultáneamente, la virtud y el terror: la virtud, sin la cual el terror es funesto; el terror, sin el cual la virtud es impotente». Se necesitan. Se exigen mutuamente “responsable” virtud (sanitaria) y terror.

Los terroristas contra los “enemigos del pueblo”           

Y ahora, el terrorismo regional – tras el nacional del sanchismo- de los secuestros domiciliarios y cierre de locales, la inevitable figura de los enemigos del pueblo. En nuestro caso, los que jamás nos pondremos un puto bozal porque sabemos que todo lo que nos envuelve desde febrero es un puto truño de mil pares de cojones. Sabemos que esta absurda guerra la vencerán si devastan a los enemigos del pueblo, sus perfectos chivos expiatorios. Antibozaleros o botelloneros padecerán el terror – linchamiento físico, intelectual y moral, por ejemplo- por oponerse a los disparatados delirios circundantes. Contra sus enemigos, todo: la Constitución es el régimen de la libertad victoriosa y apacible. «El gobierno revolucionario debe a los buenos ciudadanos toda la protección nacional; a los enemigos del pueblo, no les debe más que la muerte». Otra vez Robespierre…

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Adenda maña

…El gobierno aragonés, vuelta de tuerca a la demencia colectiva. Lambán y cía ansían y exigen nuestro linchamiento. Preferentemente físico. Imagino que por parte de los esclavos de no importa quién, no hace tanto compatriotas. En fin.

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Autor

Luys Coleto
Luys Coleto
Nacido en Bilbao, vive en Madrid, tierra de todos los transterrados de España. Escaqueado de la existencia, el periodismo, amor de juventud, representa para él lo contrario a las hodiernas hordas de amanuenses poseídos por el miedo y la ideología. Amante, también, de disquisiciones teológicas y filosóficas diversas, pluma y la espada le sirven para mitigar, entre otros menesteres, dentro de lo que cabe, la gramsciana y apabullante hegemonía cultural de los socialismos liberticidas, de derechas y de izquierdas.