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Tranquiliza al humano medio pensar que hay buenos y malos; simplifica las cosas. Hacer una raya en el suelo y pasarse casi la vida entera colocando a unos y a otros en cada lado de la línea. Por supuesto, somos nosotros mismos los que organizamos a unos o a otros en cada lado. La edad, los disgustos, el pelo gris hacen que la mayoría sintamos que lo de la línea que tan clara veíamos en tiempos más inmaduros se vaya difuminando.
No obstante, los hay particularmente pertinaces en mantener la frontera que delimita la luz de la oscuridad, lo aceptable de lo que es perverso. Como mucho, admiten que alguno o alguna sea “uno de los nuestros” o en caso contrario un gilipollas.
Hasta no hace mucho también hacíamos ese distingo con los animales. Buenos y malos. La gacela y el león, el zorro y las gallinas… No hace falta decir quién es uno y quien es otro. Con los años, la lectura, las ciencias naturales del bachillerato y los documentales que nos acompañan en la siesta del domingo hemos ido aprendiendo que los animales salvajes solo tienen instinto y carecen de inclinaciones concretas hacia el bien o el mal. Se mueven por aquello que entiende que les alarga la vida o se la hace más llevadera y no aspiran a más.
En una ocasión visitando un Centro de Interpretación del Lobo en la provincia de Zamora con animales por allí sueltos (eso que llaman semilibertad) se topa uno con esta gran verdad. No hay animal más odiado en la zona rural (ni más admirado por el urbanita que solo lo ve por al tele) que el lobo. Representa el mal en una forma abstracta ya que no mata para saciar su apetito sino que hace como forma de descargar la tremenda carga de adrenalina que lleva dentro y que hasta que no ha matado (o herido) a un número de piezas más débiles no le baja esa tensión y no puede parar. Estando allí se entiende que es un diseño de la naturaleza. Y el animal no tiene ninguna capacidad de elección. Es lobo y actúa como lobo: mata y sobrevive.
El lobo cuando entra en contacto con un rebaño hace el gran destrozo. Lo saben en los pueblos. Y los de las aldeas saben defenderse y como controlar esas poblaciones; solo que ya no se puede. Hay que proteger al lobo de todo mal. Me contaban no hace mucho tiempo que algunos pastores para proteger a sus cabras y ovejas colocaban entre el rebaño a un burro, idealmente un burro potente de esos de raza andaluza o zamorana-leonesa. El animal presentía primero, escuchaba al lobo después, con sus rebuznos alertaba y si era menester repartía coces. Supongo que a fecha de hoy tampoco estará permitida esta práctica.
Es el privilegio de vivir en este Occidente: todos somos buenos. Y bien intencionados. La civilización del buenismo. Y nada de defenderse y mucho menos aislar o frenar en seco al malo (porque no deja de ser una entelequia ese principio de bondad universal). Por lo que todo tiene que poder resolverse por la via del diálogo. Y si alguno es un malote es que ha fallado el sistema. Tan buenos somos que nos mostramos torpes a la hora de defendernos o proteger lo nuestro o lo del vecino que pide ayuda.
El lobo acecha. Y más lobos nos quieren cercar. Las dentelladas que tiran estos lobos son del tipo de amenazas nucleares, boicotear oleoductos, lanzar misiles en Corea del Norte que caen en el mar como pueden caer en cualquier otro sitio, algún virus que se escapa…
Además unos lobos llaman a otros si ven un flanco débil, como parece que está ocurriendo.
Visto como evoluciona la situación parece que hay que despertar de este eterno letargo. La época bonita se acabó, como decía aquel entrenador y que luego cerraba el comentario con otro de gran elegancia que quizá recuerden.
O seguimos dormidos o despertamos. Cada uno tendrá su opinión.
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