22/02/2025 19:37

Decía Friedrich Nietzsche que un filósofo para ser estimable debía predicar con el ejemplo y si profundizamos en la reflexión del celebérrimo filósofo alemán pronto llegamos a la conclusión de que la cuestión no es en absoluto baladí. Así, en lo relativo a disertaciones sobre cuestiones metafísicas transcendentales -como pueden ser la existencia de Dios o el sentido de la vida- la coherencia entre teoría y praxis resulta altamente recomendable, fundamentalmente porque la relación de correspondencia entre la palabra y el acto supone un refuerzo del propio mensaje. De hecho, puede afirmarse que la adhesión vital a los propios planteamientos intelectuales garantizan la firme creencia del autor en su obra, lo cual nos permite no tanto asegurar la validez de los planteamientos vertidos como adentrarnos en su lectura partiendo del reconocimiento de la honestidad discursiva del hacedor de los mismos.

Si tal planteamiento de base es recomendable para los filósofos, cabe lo mismo decir, y quizás con mayor énfasis, en relación a los políticos, ya que su enfoque ideológico conlleva importantes repercusiones existenciales para el conjunto de la sociedad a la que se supone que sirven. Y digo que se supone que sirven porque en más ocasiones de las deseables los políticos no tienen como principal objetivo mejorar la calidad de vida de la ciudadanía, sino que fundamentalmente pretenden alcanzar un mayor estatus económico y social.

De hecho, de manera generalizada, los políticos de izquierdas responden a un patrón en el que los proyectos políticos que defienden no es que no se correspondan con los actos que protagonizan, sino que son directamente antagónicos. Así, antaño el comunismo clásico no sólo no aumentó los derechos y libertades individuales ni mejoró el nivel de vida de los trabajadores, sino que convirtió a las naciones que cayeron bajo su dominio, como la Unión Soviética y sus países satélites, en una suerte de campos de concentración donde a lo largo de su efímera existencia reinó la opresión y la pobreza. Igualmente, hogaño el socialismo del siglo XXI allí donde ha triunfado, como Cuba y Venezuela, ha seguido siendo una máquina de producción de pobres en situación de cautividad. Escapando de esta dinámica evolutiva se encuentra China, la cual se ha reconvertido en un país políticamente comunista y económicamente capitalista, de tal forma que su producto interior bruto ha crecido en las últimas décadas de manera vertiginosa como consecuencia de su enorme desarrollo industrial y tecnológico, a pesar de lo cual gran parte de su población vive en la miseria, haciendo así honor a su filiación ideológica.

Obviamente, con estos antecedentes el comunismo en cualquiera de sus versiones no calaba lo suficiente en los países occidentales como para convertirse en una alternativa real de poder, por lo que a lo máximo que podían aspirar los herederos ideológicos del marxismo era a ver triunfar ocasionalmente en el seno de las democracias liberales a los llamados partidos socialdemócratas, los cuales venían a representar algo así como un hijo bastardo soportado pero no deseado. Las causas de esta falta de apoyo al socialcomunismo en los países donde imperaba la democracia liberal eran, en primer lugar, el alto grado de bienestar alcanzado por buena parte de la ciudadanía; en segundo lugar, la libertad y la paz social que en estos países se respiraba y, finalmente, la ausencia de propuestas mínimamente atractivas por parte de los partidos que inasequibles al desaliento seguían abrazados al ideario marxista. En definitiva, el Estado del Bienestar desarrollado en los países occidentales a raíz de la Gran Depresión de la década de 1930 tuvo durante el siglo XX consecuencias devastadoras para el comunismo en el mundo libre, de tal forma que solo en los oscuros rincones de los cenáculos sindicales y en las tabernas de mala muerte se rememoraban sus funestos postulados.

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Sin embargo la “Ideología Woke”, paradójicamente surgida en las universidades estadounidenses, vino a cambiar radicalmente el panorama. Básicamente el wokismo defiende la existencia en el seno de las sociedades occidentales de minorías identitarias oprimidas por la existencia de una estructura de poder característicamente patriarcal, heteronormativa, supremacista blanca, homófoba y capitalista. En consecuencia, el wokismo divide a la sociedad en grupos identitarios atendiendo al sexo, la raza, la orientación sexual y la posición social, para a continuación establecer dentro de cada uno de estos segmentos sociales una dicotomía opresor-oprimido.

Obviamente, el socialcomunismo, una vez fracasada la lucha de clases como motor del cambio social, acogió con alborozo indisimulado el pensamiento woke y a partir de ello reestructuró su estrategia política, procediendo a la criminalización de los hombres blancos y heterosexuales, y a la victimización de las mujeres, los negros y los homosexuales, para de esta forma propiciar la fragmentación y el enfrentamiento social, condiciones ambas sine qua non para tener alguna posibilidad de éxito electoral. A este respecto cabría decir que la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948 y el Tratado de la Unión Europea de 1992 consagran la igualdad ante la ley de todos los individuos con independencia de su sexo, raza, orientación sexual, religión y opinión, por lo que la dicotomía planteada por el wokismo se sitúa fuera del marco legal suscrito por la totalidad de los países occidentales, de tal forma que todo aquel que desarrolle conductas opresoras derivadas de sus rasgos identitarios es simple y llanamente un delincuente, por lo que en ningún caso puede ser considerado como un genuino representante del conjunto de la sociedad.

En cualquier caso y ya en clave nacional, la izquierda patria -amparada por una mayoría de medios de comunicación jugosamente subvencionados y por una caterva de haters indocumentados que pululan por las redes sociales- ha impuesto la ideología woke como “pensamiento políticamente correcto”, aplicando la “cultura de la cancelación” a todo aquel que ose salirse del relato establecido por unas élites globalistas ansiosas de acabar con los pilares de la civilización occidental para así consolidar ad aeternum su hegemonía. Por ello no debe extrañar a nadie el que bajo toda esta parafernalia ideológica nos encontremos con las ansias de poder de una izquierda progre cuyas verdaderas señas de identidad son el totalitarismo y la hipocresía.

En consecuencia, tras décadas de lucha en pro de la igualdad, nos encontramos actualmente con una situación en la que las minorías identitarias identificadas por el wokismo han pasado de víctimas a victimarios y las políticas públicas en lugar de estar regidas por el principio de equidad se basan en la aplicación de medidas discriminatorias, como son la existencia de cuotas sexuales para trabajar tanto en entidades públicas como en empresas privadas o la inversión de la carga de la prueba en las denuncias por violencia de género.

Como consecuencia de todo ello se llevan produciendo en España numerosos casos que ejemplifican a la perfección tanto la indecencia como el cinismo de esta izquierda woke y amoral que, a partir del adoctrinamiento y la supresión del pensamiento crítico, tan solo pretende configurar una sociedad con evidentes reminiscencias orwellianas.

Probablemente uno de los casos más emblemáticos de esta situación es el que hace referencia a Íñigo Errejón, fundador de Podemos y exportavoz de Sumar, el cual ha sido denunciado por agresión sexual. Con independencia de su inocencia o culpabilidad, ya que ello deberá determinarlo el juez encargado del caso, lo cierto es que antes de la denuncia decía Errejón: “Nos preocupa que se pueda querer volver a una situación en la que vuelven a ser las mujeres las que tienen que explicar si se resistieron o no, si ha habido violencia o no o si se han producido heridas o no”. Sin embargo, el discurso de Errejón viró por completo tras ser denunciado, afirmando en sede judicial: “Yo vivo una situación de incoherencia política, no puedo seguir ocupando las responsabilidades políticas que ocupo y a la vez defender mi inocencia”, para terminar señalando respecto al mantra del “solo sí es sí” que “es solo una consigna y en la vida real la gente no habla así”. Es decir, que ni los más conspicuos representantes de la izquierda se creen su propio relato, evidenciándose así que las políticas socialcomunistas no solo son inadecuadas, sino que también están impregnadas de una hipocresía desbordante.

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Decía Mafalda, el célebre personaje de Quino, que “El secreto de la felicidad es mandar a la mierda a todo aquel que te está jodiendo la vida”. Resulta evidente que el Gobierno socialcomunista lleva jodiendo la vida de los españoles desde el preciso instante en que accedió al poder, por lo que lo mejor que podemos hacer, si queremos liberarnos de tan maldita carga, es expulsar de nuestra vida a esta tropa de farsantes capitaneada por un psicópata. Y esto es así porque solo de esta forma estaremos en disposición de dejar atrás el fariseísmo mezquino y populista que caracteriza al neomarxismo cultural, para acometer una nueva etapa donde imperen la igualdad y la libertad bajo el paraguas del sentido común.

 

Autor

Rafael García Alonso
Rafael García Alonso
Rafael García Alonso.

Doctor en Medicina por la Universidad Complutense de Madrid, Especialista en Medicina Preventiva, Máster en Salud Pública y Máster en Psicología Médica.
Ha trabajado como Técnico de Salud Pública responsable de Programas y Cartera de Servicios en el ámbito de la Medicina Familiar y Comunitaria, llegando a desarrollar funciones de Asesor Técnico de la Subdirección General de Atención Primaria del Insalud. Actualmente desempeña labores asistenciales como Médico de Urgencias en el Servicio de Salud de la Comunidad de Madrid.
Ha impartido cursos de postgrado en relación con técnicas de investigación en la Escuela Nacional de Sanidad.
Autor del libro “Las Huellas de la evolución. Una historia en el límite del caos” y coautor del libro “Evaluación de Programas Sociales”, también ha publicado numerosos artículos de investigación clínica y planificación sanitaria en revistas de ámbito nacional e internacional.
Comenzó su andadura en El Correo de España y sigue haciéndolo en ÑTV España para defender la unidad de España y el Estado de Derecho ante la amenaza socialcomunista e independentista.
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Javier

Mi reconocimiento a este señor , que siendo doctor, más de un periodista tendría que aprender de él. Gracias por el aporte que usted hace desde este medio.

Maruja Montenegro

EL WOKISMO ES EL VENENO MORTAL DE LAS SOCIEDADES DEMOCRATICAS

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