21/11/2024 15:30
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La ambición, va en lo profundo de la naturaleza humana. Somos ambiciosos por naturaleza, no sólo queremos lo que se nos antoja que es nuestro de propio, sino aquello que pertenece a otros. Para mí, la ambición va muy unida a la soberbia, y desde luego a la envidia. El antídoto son las virtudes cardinales, que nos advierten de cómo debemos conducirnos para llevar una vida sana, placentera y virtuosa.

    Dicho esto, que afecta a todos. Vengamos en hacer referencia a los príncipes, sin descartar a las princesas que en el mundo han sido y son. Y vengamos a ello, porque, cuando a alguien se le da un reino, lo que más desea es hacerse cargo de él. De príncipes que han asesinado a sus padres está llena la historia. Y también de reyes que han asesinado a sus hijos por temor a ser derrocados por éstos. Que es otro de los argumentos de los partidarios de la República.

    La historia contemporánea de España nos muestra y demuestra que los reyes no mueren en su cama: son derrocados o sustituidos. Y esto no deja de ser un “golpe” a la institución monárquica, porque los reyes no se jubilan. Simplemente mueren. Según las declaraciones que el periodista Jaime Peñafiel atribuyó en un libro a la reina Sofía, “a un rey sólo debe jubilarle la muerte. Que muera en su cama y que se pueda decir: El Rey ha muerto, viva el Rey […] ¿Abdicar? ¡Nunca!”.

    Sobre la abdicación de Juan Carlos I tenemos diferentes versiones, y en algunas pesan las ambiciones del sucesor y de su esposa. Bien es cierto que luego, estos “golpes palaciegos” se adornan diciendo que se hace por el bien de la institución, o más propiamente del negocio. Porque la Monarquía es un negocio para las familias reales, para sus familiares, incluso para sus amiguetes. Digo “amiguetes”, porque es bien sabido que los reyes no tienen amigos. Y ahí tenemos los casos de quienes se creyeron amigos del rey Juan Carlos: el general Don Alfonso Armada -al que el monarca no le dejó presentar una carta que hubiese constituido su prueba de descargó en el juicio sobre su participación en el 23-F-, el diplomático Manuel Prado y Colón de Carvajal -uno de sus grandes amigos y administrador de su dinero privado durante más de dos décadas-, el empresario Javier de la Rosa, los llamados Albertos -Cortina y Alcocer-, el banquero Mario Conde y su propio yerno, Iñaqui Urdangarin

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    Demos por sentado que los periodistas están informados de lo que hablan. Que es lo que suponemos a Elena de los Ríos, que el jueves, 6 julio 2023, en la página Web Mujeres, dice a propósito de la celebración de los Premios Princesa de Gerona: “Las tres sorpresas de Leonor en el discurso de los Premios Princesa de Girona: vocación militar, ganas de pasar a la acción y muchos nervios”. Con un apunte que nos parece que lo dice todo: “En su discurso se permite hablar de lo institucional desde lo personal […] Y se intuye en las palabras de la princesa Leonor un fuerte deseo de acción y participación, una actitud proactiva que sin duda tiene mucho que ver con la formación que ha recibido en el UWC Atlantic College de Gales, un colegio llamado a la formación de líderes globales”. Lo que nos pone en la pista, que una vez sea teniente de Tierra, Mar y Aire (todo rey o reina tiene que tener a las Fuerzas Armadas detrás) tendrá ganas de pasar a la acción.

    Un año para darse a conocer en diferentes eventos y circunstancias. El siguiente para casarse, porque como todas tendrá que parir al sucesor y no precisamente con un cualquiera, que para eso está su madre, que no querrá hacerse una foto con familia tan desigual como es la suya. Y finalmente, porque creerá que ha llegado su hora, la de reinar, si es que el pueblo español antes no lo impide. Todo ello, por supuesto, en aras a modernizar la institución. Dicho de otra forma, de seguir con el negocio para sí y para el resto de la familia. Ahí tenemos a los hijos de las infantas, Elena y Cristina, viviendo como viven, según creen algunos, del único sueldo de sus mamás. Bien es cierto que la “bicoca” también les ha llegado a otros que ni eran ni se les esperaba.

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    No digo que sea lo primero que haya que hacer. Ni mucho menos. Lo que sí digo, es que la llegada de la República es otra de las cuestiones que los españoles tenemos pendiente…

  • No, por favor, no hable usted de la República, ¿acaso no sabe cómo terminaron las dos que tuvimos?
  • Pues claro que sí. La primera la protagonizaron unos descerebrados. La segunda, ante la que la derecha no supo reaccionar, fue un golpe de Estado que ni el Ejército ni la Guardia Civil impidieron.
  • Ya, claro, dicho así la cosa tiene otra dimensión.
  • Pues eso. ¡Sea usted valiente!
  • Pero, ¿no cree usted que la Monarquía es casi el último resorte que tenemos a la descomposición que vemos en España?
  • Ese discurso no por manido dejada de ser menos falaz. Y lo es, porque la Monarquía sostiene el sistema actual, el liberalismo, que es una ideología creada que contradice el orden natural, porque no evolucionó de forma natural a partir de acuerdos previamente existentes. Siendo así, que, para el liberalismo, la fuerza propulsora de la historia (racionalismo: ausencias de categorías de razón sustituidas por decisiones de voluntad) es la revolución. Que es lo que se viene practicando en España desde 1978. Un sistema que, como el propio Rey a dicho no hace mucho, es, en esta hora, “el alma (?) de España y de Europa”.
  • No comprendo mucho, pero, en fin, puede que tenga algo de razón.
  • ¡Sea usted valiente!

 

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Pablo Gasco de la Rocha
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Daniel Antonio Jaimen Navarrete

Me da por pensar que, en cinco años, puede haber relevo en la Corona.

Aliena

Muy buen artículo, bien hilvanado y con un magnífico colofón. Ciertos fallos en las formas: la inútil palabra comodín «eventos» ( en español y en este caso, «acontecimientos» ) o la desmañada redacción de «al que el monarca no le dejó presentar una carta, demasiado informal para constar por escrito. Se puede mejorar gradualmente: «al que el monarca no dejó presentar una carta», «al que el monarca no permitió presentar una carta», «a quien el monarca no permitió presentar una carta»; y, sin duda, existirán versiones más pulidas, pero yo soy de ciencias…

Daniel Antonio Jaimen Navarrete

La distinción entre ciencias y letras es de lo más tonto que se haya popularizado nunca. No tiene base epistemológica alguna. Hay, por debajo de la filosofía y sus disciplinas propias, una división entre ciencias humanas y ciencias no humanas, entre otras distinciones dentro del árbol del saber. Existe, en teoría al menos, una ciencia del derecho, una lingüística o una antropología no filosófica que es tan científica como la física o la biología. Toda ciencia se define por el acotamiento del objeto de su estudio desde Aristóteles. Las ciencias humanas, como el resto de las ciencias, deben su carácter científico a ser un saber con un determinado grado de certeza y a estar basadas en arquitecturas teóricas con categorías de aplicación general o predictiva. Estas estructuras formales se basan en la lógica (incluyendo modelos causales) y en la matemática; con lo que las personas «de ciencias» que no sepan articular un texto, que no sean capaces de expresarse correctamente, que no sepan articular sus ideas en proposiciones, hipótesis, teorías y relatos, no son verdaderos científicos. Son expertos en cúmulos (o grumos) aleatorios de «hechos» aislados.

Pablo Gasco de la Rocha

Alguien me advierte de los comentarios que ha generado esta colaboración escrita vuelapluma, sin otra pretensión que dar cuenta de un tema importante. De lo que se deduce, que es el tema, y no las posibles incorrecciones gramaticales que pueda tener el texto lo que entiendo debe importar. Comprenderán, entonces, señores tan “ilustrados”, que no encuentre razón alguna a los dos comentarios, con la redundancia de quien no se ha conformado con el primero y necesita hacer un segundo. Seguramente en su afán de poner en evidencia al articulista y terminar el día feliz. Que bien sabemos que hay gente pa tó.  

Con todo, y sin rencor, dos precisiones. Que no escribo para que nadie me corrija. Y que podíais intentar que este estupendo DIARIO os escogiera como “correctores” gramaticales y de estilo, seguro que todos lo agradeceríamos y puede que hasta fuerais gratificados económicamente.

P.D. No entréis en debate. Dormid tranquilos. 

Daniel Antonio Jaimen Navarrete

Derecho de réplica por alusiones. Eso sí, muy tranquilo y, sobre todo, ecuánime porque no soy como la mayoría de españoles que cree que la palabra discutir equivale a trifulca o a bronca, cuando en realidad, como se demuestra comparando «discutir» con los cognatos de otras lenguas, lenguas de cultura, discutir no es sino defender una posición. El ejpañolito común y vulgar se pone nervioso cuando discute porque procede de una cultura inferior de culto ofuscado a la autoridad, represión intelectual, etc. sea marxistoide o catetólica. Da igual porque en ambos casos o contextos le han enseñado que la humildad consiste en revolverse contra el que sabe expresarse y más aún también si lo hace honestamente.

1) Ningún artículo debiera ser escrito a vuelapluma. Aun así, la espontaneidad refleja el grado de reflexión permanente de una persona. Se atribuye a un número de autores la frase: si hubiera tenido más tiempo, hubiera podido escribir esta carta más corta. El tiempo ayuda a dar con la mejor forma expresiva o el texto más conciso y efectivo pero al organización mental viene de lejos.

2) La forma es el asunto también. Si me citan para un asunto urgente y me presento borracho, no podré decir cuando me lo recriminen que mis hábitos o dependencias no son el asunto de la reunión.

3) El idioma es una propiedad pública y reclamar la atención de los demás conlleva una responsabilidad sobre las proferencias hacia los que se desvía su atención.

4) Lo de la compensación es una impertinencia airada. Además entraría yo en un conflicto de intereses con mi misión cósmica de ir jodiendo allá donde se presenta la justa ocasión.

5) Mi segundo comentario no era redundante porque ni me repito en él ni me dirijo al mismo asunto. En mi segundo comentario sólo me lanzo a la yugular de la muy estúpida pero popular idea de dividir el saber en ciencias y letras.

Otro día me meto con la monarquía.

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