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El emblema central-circunferencial entre grandes pensadores (VOCE, 2022) es una fascinante historia de la Cristiandad ilustrada a partir de los modos de vivir el tema circular.

«Dios es una esfera (intelectual) cuyo centro está en todos lados, y en ninguno la circunferencia suya», dice la clásica y célebre definición medieval. Por eso no podemos menos que hacer convoluciones: girar u orbitar en torno de un centro predominante de interés. Convolucionaremos según estemos dispuestos y ordenados, y lo estaremos según seamos: luego, nuestra «esfera» será, para bien o para mal, un otro yo nuestro, una fórmula de cada uno de nosotros llevada al acierto o al desacierto. Santo Tomás explica qué sucederá en qué caso:

Como quiera que Dios es el primer principio del movimiento de todos los seres, algunos de entre ellos son movidos por Él de tal modo que también se mueven a sí mismos, como aquellos que están dotados de libre albedrío. Si estos seres permanecen en la disposición y el orden debidos para ser movidos por Dios, seguirán acciones buenas que se retrotraigan totalmente a Dios como a su causa. Pero si, al contrario, faltan al orden debido, sigue una acción desordenada, que es la del pecado; y así, lo que allí hay de acción, se retrotrae a Dios como a su causa, pero lo que hay de desorden o deformidad, no tiene a Dios por causa, sino al solo libre albedrío.

Lamentablemente, la esfera hace tiempo dejó de contar, entre las clases cultas europeas, como la forma intelectual cierta del mundo y como el emblema de la omnipresencia de Dios —a fortiori de su obra en la que se auto-incluye: la Humanación— para quedar en mero esquema mental, categoría práctica según la cual el hombre sale de su soledad puntual.

La circunferencia es uno de los primeros modelos interpretativos gracias a los cuales el hombre organiza su hábitat, desde que él se preguntó por su identidad, su lugar y su tiempo. La esfera y el círculo corresponderían a una necesidad psicológica primordial de orientación. Mal puede orientar algo que ha sido mentalmente fabricado por los hombres con pura posterioridad al entorno cuya espacialidad necesita un parámetro previo con que medirse, dirigirse y definirse. La misma correspondencia perfecta entre el círculo o circunferencia orientadores, por un lado, y la necesidad de ser orientado, por otro, destroza el mismo sofisma que se quiere insinuar: que ambos emblemas geométricos fueron inventados para el mejor manejo de la vida. La circularidad y esfericidad son eternas y necesarias por confesión de quienes pretenden hacer de la necesidad de ellas un argumento contra su objetividad. La eternidad y necesidad del círculo se afirma por el mismo hecho de que la imaginación moderna retoma la antigua figura del Todo en modelos holísticos y hasta panteístas. Supuestamente desaparecida la verdad y el sentido mismo del mundo, hizo falta reparar esta herida inventando nuevos «mundos» subjetivos conscientes de su diferencia y de su separación con respecto de la realidad total… Parecen las bellotas que comía el hijo pródigo entre los cerdos…

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Dios sigue siendo el Centro por excelencia del hombre porque se dice que una cosa—algo que tiene entidad—es el centro cabal de otra cuando la primera es la que imprime a la segunda el ser, el poder, y todas las perfecciones, y cuando la primera es a la que están referidos y de la que dependen todos los movimientos de la segunda.

Él nos ha hecho, nos ha hecho para que nos movamos hacia Él, y que no puede menos que haber dictado desde el principio, aunque en tres etapas —la primitiva y mosaica que son provisorias, y la cristiana que es definitiva—, el modo como debemos movernos a Él, que sólo puede ser uno e infalible.

Desconsiderar todo esto y separarse de Dios siendo uno alguien que piensa y quiere, o no buscar a Dios con fervor, y hacer de todos modos bando aparte, es matar la vida de Dios en uno mismo, en cuanto depende de uno, y es morir uno mismo en el más horrible y completo de los sentidos. Dios es el Centro.

 

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