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El pasado jueves, 23 de junio de 2022, se presentó en el Salón Ciudad de Úbeda del Ateneo de Madrid el libro titulado: “Historia de un vasco. Cartas contra el olvido”, del cineasta Iñaki Arteta. Un acto en el que estuvo presente el propio autor, acompañado por el filósofo Fernando Savater, quien se lamentaba, sin sorpresa, ante el nutrido auditorio, del “escaso eco del evento en los medios públicos u oficiales”.

La obra, de carácter autobiográfico, es un retrato como pocos de una época dramática, la del terrorismo etarra, que muchos españoles hemos vivido, que la mayoría querría olvidar y que sólo algunos se han atrevido a abordar con sinceridad.

En “Historia de un vasco” se dicen cosas incómodas que durante mucho tiempo se han intentado tapar, pero que aún hoy, a pesar del esfuerzo de ciertos miserables por construir un “relato” que sustituya, tergiverse y oculte la realidad de los hechos, siguen suponiendo un problema moral de primera magnitud y un espejo de nuestra sociedad: “Pasado el tiempo, resulta asombroso recordar cómo se pudieron asumir como normales tantos comportamientos absolutamente injustificables o, mejor dicho, miserables”[1].

Tras ello, como señala Arteta, se encuentra un uso envenenado y perverso del lenguaje que permitía reivindicar los crímenes “en nombre del pueblo” y por la “noble causa de la libertad”; que edulcoraba la realidad hablando de “acciones” para aludir a los asesinatos, del “conflicto” o del “problema” para justificarlos, o de “aquello” para evitar referirse al terrorismo y sus víctimas. “Se invocaba la paz constantemente, sobre todo quienes compartían o justificaban los asesinatos de los terroristas”[2]. Y se asumían los términos de los asesinos: “mesas de diálogo”, “negociación”, “normalización” o “modelos de solución”… ¡Como si eso no supusiera la legitimación de sus crímenes y de sus fines!

Empleando “una neolengua que relativizaba la violencia llamándola «política» y señalaba a los no adeptos como «enemigos del Pueblo»”[3]. En definitiva: “un nuevo lenguaje […] para enmascarar lo imposible: que se puede matar por una idea”[4], cuyas consecuencias llegan hasta el presente: “Lo que se hizo fue plantar los cimientos de una cultura evanescente, líquida, relativista que aún hoy perdura”[5]. Envileciendo la sociedad vasca hasta la náusea, como manifiesta el propio Arteta con desgarradora crudeza: “¿Qué enfermedad nos hizo pensar que podríamos ser buenas personas pasando olímpicamente de toda aquella montaña de salvajadas y de sus consecuencias?”[6]

Por desgracia, esta enfermedad se extendió por toda España y, de hecho, cada uno de nosotros hemos oído en nuestro entorno algunas de las indigestas fórmulas que Arteta identifica tan certeramente: “Había una actitud, que popularmente se admitía como neutral, que permitía salir del paso con expresiones del tipo «Yo no entiendo mucho de política», «Esto es una locura» o «Tanto sufrimiento es inútil»”[7]. U otras como: “A nadie le gustan estas cosas”[8] ¿Y quién no ha conocido miserables pronunciando estas mismas frases o muy similares? En Madrid, sin ir más lejos, entre compañeros de facultad o incluso a familiares. ¿O acaso no hemos visto a políticos “demócratas” volver las cosas del revés de la forma más desvergonzada? Como denuncia el cineasta: “Los discursos que nos hemos tenido que tragar en los que se repartían las culpas con las víctimas y donde se pedía moderación a los que sufrían la persecución”[9].

Así mismo, simultáneamente al blanqueamiento del terrorismo mediante la tergiversación de los hechos y la manipulación del lenguaje, el mismo terror “generaba un caos mental, un cortocircuito de emociones, la imposibilidad de un análisis sensato […] desactivaba cualquier respuesta lógica”[10] y reforzaba un fenómeno más o menos involuntario de ceguera y miseria moral: “[…] la solución para muchos fue apartar la mirada, taparse los oídos, no hablar de aquello […] convirtiendo la mayor barbaridad en algo inoportuno que no quieres que te estropee el día”[11].

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Arteta, nacido en un entorno nacionalista y con ocho apellidos vascos –ese sello de pureza tan preciado para los nacionalistas–, no duda en acusar al nacionalismo vasco como la ideología detrás de los asesinatos de ETA o, para ser más precisos, a la “fusión entre lo nacionalista y lo comunista”[12], empezando por la iglesia nacionalista vasca: “La relación entre la iglesia local y el nacionalismo corrió paralela a la deriva asesina de ETA”[13] […] “Los curas nacionalistas jamás mostraron piedad en sus homilías hacia los asesinados por ETA”[14]. Hasta hoy: “En 2020, más de cien sacerdotes vascos apoyaron a un sacerdote que en una entrevista para una de mis películas justificó la violencia de ETA, argumentando que «el sacerdote defendió lo que piensa un amplio sector de la sociedad vasca»”[15].

Pero si resulta innegable el papel de la iglesia en el adoctrinamiento nacionalista de sus feligreses, dicha inmersión en el “hecho diferencial” y en el “odio a lo español”[16] alcanzaba a todos, impregnando a los niños en las ikastolas y a los jóvenes en las txosnas: “Inventaron una neolengua, el batúa […] y con ella se dedicaron a tunear muy rápidamente los nombres de los pueblos, de las calles, de las estaciones de tren, de los teatros, de los frontones […]”[17]. “Se masticaba lo radical en las conversaciones, pero más en la cultura popular, en las películas, en las canciones, en los libros que recomendábamos”[18]. […] “Las fiestas de verano pasaron a ser de su propiedad. Las pancartas, pegatinas, pintadas, incluso la música en los lugares públicos más concurridos, difundían únicamente sus consignas”[19]. […] “El ayuntamiento promovió la creación de una ‘comisión popular de fiestas’ (brillante denominación, con todo el contenido izquierdista radical en tan pocas palabras) […] que fue la puerta de entrada de todas las asociaciones y grupúsculos del mundo ultranacionalista”[20].

Arteta se detiene también en la vía de captación de la juventud para la causa del radicalismo independentista por la vía del “ecologismo”, a propósito de la central nuclear en Lemóniz: “Como ser antinuclear o ecologista era algo a lo que un joven no podía negarse, por ahí se nos fue invitando, inocente y alegremente, a participar en un juego sutilmente diseñado por ‘mayores’[21]. Señalando cómo la inoculación del odio en la juventud y la justificación de la violencia fueron actos programados desde un principio, en un proceso deliberado de ingeniería social: “Nuestra inocencia fue muy bien aprovechada por quienes sí tenían un verdadero proyecto agitador, desestabilizante, por quienes diseñaban las campañas animosas y amables, con eslóganes y canciones atractivas y pegadizas con el fin de que los demás las coreáramos en la calle o en las fiestas”[22]. […] “Ayudamos a crear y a sostener un sistema que permitía a un grupo dogmático y malicioso suprimir la libertad de expresión, construir relatos falsos y pisotear la verdad sin inmutarse bajo la amenaza del asesinato o de la muerte civil”[23].

Ahora bien, de entre todos los factores coadyuvantes a la barbarie asesina del terrorismo etarra hay una, probablemente la más importante –y seguramente la más dolorosa e incómoda para el propio escritor–, que él mismo cita y no puede ser ignorada: “No es la escuela, no son los libros, no es la televisión, no son las películas, no es la música, aunque todo ayuda. Es, sobre todo y en primer lugar, la familia”[24]. Familias nacionalistas que amparándose en viejos mitos y falsos agravios, alimentando un victimismo secular, propagaban el odio y el supremacismo racista, glorificando a los asesinos con absoluta impunidad. Recogiendo sin riesgo las nueces[25] del árbol que otros agitaban: “Daba la impresión de que los nacionalistas estaban a salvo de la agresión de la organización. De hecho, casi nunca hablaban mal de ella”[26]. […] “Sólo los nacionalistas se libraron de la persecución asesina, aunque hubo algunas excepciones”[27]. […] “Los nacionalistas se opusieron sistemáticamente a las medidas antiterroristas”[28]. Al fin y al cabo, como sabemos todos, el “nacionalismo moderado” y la “organización”, es decir, el PNV y la ETA, siempre han sido cómplices. Aunque no son los únicos interesados en un relato que oculte dicha complicidad: “Autores materiales y sus círculos protectores trabajan denodadamente para fomentar nuestro olvido, de manera que el terror que emplearon no se someta al análisis […]”[29]. “El descaro con que se utiliza la expresión «pero aquello ya terminó» para zanjar algo que, a estas alturas ha pasado a ser incómodo y sucio resulta muy revelador. […] hacer como que esa revisión no interesa le retrata a uno”[30].

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Desvelar tanta infamia, esa “amnesia consciente”[31], afirmar la verdad y defender a las víctimas, ha sido el objetivo de Iñaki en los últimos 30 años. Tanto en sus magníficos documentales[32], como en este libro. Como él mismo dice: “Pasar de «no molestar» a «molestar» fue mi recorrido […] tomar partido […] «hacer algo por mi sociedad»”[33].

Todo un ejemplo.

Santiago Prieto Pérez                                                                       

 

[1] Op. Cit. Editorial Planeta, Espasa, Barcelona, p. 65.

[2] Ibíd., p. 118.

[3] Ibíd., p. 237.

[4] Ibíd., p. 170.

[5] Ibíd., p. 170.

[6] Ibíd. p. 235.

[7] Ibíd., p. 234.

[8] Ibíd., p. 114.

[9] Ibíd., p. 239.

[10] Ibíd., p. 183.

[11] Ibíd., p. 120.

[12] Ibíd., p. 131. “ETA se había autodenominado nacionalista, socialista y revolucionaria, y decía luchar por los derechos del Pueblo Trabajador Vasco”.

[13] Ibíd., p. 61.

[14] Ibíd., p. 65.

[15] Ibíd., pp. 70-71.

[16] Ibíd., p. 130.

[17] Ibíd., pp. 155-56.

[18] Ibíd., p. 155.

[19] Ibíd., p. 110.

[20] Ibíd., p. 144.

[21] Ibíd., p. 97.

[22] Ibíd., p. 103.

[23] Ibíd., p 153.

[24] Ibíd., p. 30.

[25] Ibíd., p. 83. Síntesis de la frase pronunciada por el presidente del PNV, Javier Arzalluz, en una reunión con Herri Batasuna, según consta en un Acta de 1990 interceptada al brazo político de ETA.

[26] Ibíd., pp. 183-84.

[27] Ibíd., p. 184.

[28] Ibíd., p. 178.

[29] Ibíd., p. 240.

[30] Ibíd., p. 55.

[31] Ibíd., p. 217.

[32] Véanse, entre otros: “Olvidados” (2004),  “Trece entre mil” (2005), “El infierno vasco” (2008), “1980” (2014), “Contra la impunidad” (2016), o “Bajo el silencio” (2020).

[33] Ibíd., p. 141.

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Santiago Prieto
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