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Fue muy grato asistir al acto que la Asociación JÓVENES POR ESPAÑA organizó el viernes 13 en el hotel Ilunión, en donde intervino, junto a dos magníficos intelectuales católicos, Don Javier Barraycoa y Don Alberto Bárcena, Monseñor Schneider. Muy grato, digo, y enormemente ilustrativo para descubrir sin duda razonable lo desnortada que está nuestra Jerarquía al viento del modernismo y del relativismo que impera en la Iglesia católica, donde la verdad de las cosas no se defiende con la perseverancia y valentía que sin duda merece, so pretexto de conseguir una convivencia pacífica dentro de la pluralidad de opciones que se dan en la sociedad.

    Actitud y comportamiento perfectamente evidenciado en el Obispo Juan José Omella, Presidente de la Conferencia Episcopal Española, en la entrevista que el viernes 14 de mayo le hizo NUEVA ECONOMÍA FÓRUM, que como escribía ese mismo día Rocío Orizaola en HISPANIDAD:

Bien podría ser el discurso del director de una ONG tratando temas en los que solo muestra su tibieza, justificando toda postura con una moderación que espanta”.

    Y tal es esa tibieza que muchos calificamos de intolerante, que a la pregunta a la nueva ley del aborto, el cardenal contesta en estos términos:

“Haga lo que haga el Gobierno, nos gustará más o menos -y en algunas cosas no nos entendemos porque tenemos un mensaje distinto-, pero creo que nos tenemos que entender y pactar por el bien común”.

    ¿Qué es lo que quiso decir el cardenal? La respuesta, en referencia a las declaraciones inconexas y tibias a las que estamos tan acostumbrados por parte de nuestra Jerarquía, nos la da Don Gil de la Pisa Antolín en su colaboración (EL CORREO DE ESPAÑA, 5 de mayo) con título “El lenguaje”. Dice Don Gil:

Generalmente las palabras que acompañan al famoso Sínodo para la sinodalidad suelen ser huecas, vacías. Termina la fase diocesana y no son pocos los que todavía no tienen ni idea en qué consiste esta historia. Otros, los más aventajados, hablan de la sinodalidad como una nueva forma de gobernar dentro de la Iglesia. Ahora bien, nos ordena Jesús, (Mt 5,33-37): Sea vuestro lenguaje ‘sí, sí, no, pues todo lo que pasa de esto procede del maligno. Nuestro divino Maestro hablaba claro y se le entendía muy bien. A lo largo de casi dos milenios la Iglesia ha sido diáfana en sus definiciones y no ha usado un idioma rebuscado para enseñar a los fieles. Pero desde el Vaticano II muchos pastores hablan de tal forma que hacen falta intérpretes pues no paran de inventar vocablos. Después de mucho estudiar y leer a lo largo de mi vida, a veces me pregunto… ¿Qué querrán decir estos discípulos de los apóstoles? Sin ir más lejos, aún no sé lo que quiere decir eso de la “sinodalidad”. He consultado el diccionario de la RAE y sigo in albis.

Me pregunto, si esto me pasa a mí -con brillantes notas universitarias- ¿qué entenderá el fiel de a pie y sin estudios especiales?”

    Pues bien, no parece de recibo que el Presidente de la Conferencia Episcopal Española sea tan acomodaticio en una sociedad como la española, a la cabeza de todas las sociedades europeas en las peores degradaciones.

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    De ahí lo gratificante de lo proclamado por Monseñor Schneider… “EL LIBERALISMO ES PECADO”. Y lo es, porque el liberalismo, que no es sólo una palabra, porque antes que nada un concepto, descansa sobre el relativismo frente a la verdad. Pero no frente a la verdad de cada uno, sino frente a la verdad común que es la realidad de las cosas. O lo que es lo mismo, frente a la verdad de la que participan todas las cosas, que es, por lo que la verdad es alcanzable. De ahí, que la verdad no se construya a la medida humana, que es lo que conduce al nihilismo, pues todos los finales a los que el hombre puede llegar son absurdos. Para muestra tenemos las utopías que ha ido forjando el hombre a lo largo de la Historia. De lo que se infiere, que la perfección del orden social no depende de consensuar la pluralidad de actitudes y opciones que se dan en la sociedad, sino en cómo afrontar determinadas cuestiones. La pregunta sería la siguiente, ¿acaso es factible un Estado aséptico en cuestiones morales?

    Por eso el liberalismo es un sistema político perverso. Perverso, porque no se inspira en una verdad objetiva y universal, aprehensible para la razón. Más aún, al liberalismo no le interese la verdad, sino el interés general que hoy es uno y mañana otro. Hablamos de un desorden político-social que se sustenta en el relativismo, al que da forma el positivismo jurídico que conlleva la absorción de la moralidad por parte de la legalidad. De esta forma, la fuerza del Derecho, que debe ser fuerza de razón natural ordenada, se sustituye por la fuerza de la mayoría numérica que da lugar a una voluntad superior, racional e infalible que se encarna en una persona o en el Estado. Ahora bien, sin unos principios morales, por más que se mantenga una ética de mínimos, el orden político puede convertirse en una práctica maquiavélica, como de hecho sucede, donde el fin justifica los medios: en una doctrina utilitarista o pragmática donde predomina la razón del interés o la del Estado. En la dictadura de la mayoría, donde el número define la verdad, el bien y lo justo. De lo que se deduce, que sin una intrínseca referencia realista al ser de las cosas, así como a su fundamento, la ética de mínimos se convierte en un oportunismo ideológico, en una acción estrategia acomodada a las circunstancias que van deviniendo.

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    ¿Han oído ustedes a nuestra Conferencia Episcopal condenar el liberalismo? He aquí el problema.

    Muchas gracias, Monseñor Schneider, que Dios se lo pague como los católicos españoles se lo agradecemos.

Autor

Pablo Gasco de la Rocha