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… Y después de tantos años, de tantas víctimas (864 muertos, 7.000 heridos y 3.500 atentados) de tantísimo dolor y destrucción, aún hay gilipollas -algunos que ni siquiera lo vivieron y no quieran enterarse- que, como Adolfo Suárez, creen que la lucha criminal de ETA, autor de esa masacre, se entendía como un enfrentamiento anti franquista, izquierdista y obrero.

Una tremenda equivocación cometida por el primer gobierno de esta luctuosa Democracia, hecho a toda prisa, sabe Dios por quien, con unos cuantos dúctiles chupópteros que revoloteaban por los pasillos y despachos de la sede del Movimiento Nacional, en busca de prebendas (¡vaya si las consiguieron!) que «redondeó» con la traición a las víctimas, excarcelando a una buena parte de sus verdugos.

Y esa confusión con el tiempo se ha transformado en una auténtica falsedad que, a pesar de la distancia cronológica y los distintos gobiernos habidos desde entonces, aún se sigue intentando con tozudez hacer pasar por un conflicto contra la dictadura opresora, a la vez que conflicto reivindicativo al que se veía empujada la clase obrera vasca, en representación bárbara del resto de los trabajadores españoles.

Poniendo un poco de inteligencia, cualquier persona decente pudo comprobar, al morir el caudillo, y al poco tiempo la desaparición del Régimen, que esa excusa no colaba, porque ETA seguía extorsionando, atentando y asesinando a inocentes, aunque con mucho menos dificultad y peligro que antes.

El decir de una voz vasca, Julio Jáuregui, PNV, que «de lo que se trata es de perdonar y olvidar a quienes mataron a García Lorca y a quienes mataron a Muñoz Seca; a quienes hicieron la matanza de Paracuellos y a los muertos de Badajoz…» queriendo hacer viajar a ETA en el mismo «furgón de amnistía» que quienes fueron perdedores y ganadores de la guerra civil, reflejaba la verdad del momento: había que ocultar por parte de todos bajo el manto de la unión de las dos Españas, la bárbara actuación criminal de quienes empezaron siendo EGI (juventudes del PNV) llamado más tarde EGI-Batasuna, quienes cometieron los primeros atentados (1969, dos de sus militantes, Joaquín Artajo y Alberto Azurmendi, murieron al explotarles una bomba que estaban preparando en Ulzama -Navarra-), que más tarde se unieron con ETA. Así se comprende el comentario del jesuita renegado Javier Arzallus: «no conozco ningún pueblo que hayan alcanzado su liberación sin que unos arreen y otros discutan; unos sacuden el árbol, pero sin romperlo, para que caigan las nueces, y otros las recogen para repartirlas».

Y ahora parece ser que gracias a quienes desde el gobierno siguen traicionando a España y a las víctimas de ETA, le ha tocado a BILDU, en mafiosa compra-venta, repartiendo a sus sanguinarios asesinos presos, por las cárceles de las Vascongadas, o en su proximidad, camino de la excarcelación.

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«Para nadie es un secreto que difícilmente saldremos de 1968 sin ningún muerto. Txavi Etxebarrieta, dirigente de ETA».

El día 7 de junio de 1968, EGU-Batasuna dentro de ETA, Xavi Etxebarrieta junto a Iñaki Sarasketa, asesinaron al guardia civil José Antonio Pardines, siendo Etxebarrieta quien apretó el gatillo cinco veces.

Han tenido que ser antiguos militantes de ETA («la retórica de la guerra imaginaria. Jon Juaristi») quienes digan a todos los que les quieran escuchar, que la lucha de ETA no tenía nada que ver con el régimen político ni con la lucha obrera por mejorar, sino que esa lucha traicionera de la bomba lapa y el tiro en la nuca -así matan los cobardes-, era por liberar a lo que ellos llaman y la estupidez popular ha aceptado: Euzkadi, lo que para mí serán siempre las provincias Vascongadas, de la opresión de España.

Los crímenes no sólo fueron los cometidos por los asesinos etarras; también fueron la convivencia política con quienes se sabía que en sus filas juveniles, militaban muchos de los asesinos. El delito de BILDU contra la unidad de España no es únicamente suyo, que también lo es de quien convive, chalanea y asocia con ellos.

Paciencia ¡Ya llegará el tiempo de pedir responsabilidades!

Autor

Eloy R. Mirayo
Mi currículum es corto e intranscendente. El académico empezó a mis 7 años y terminó a mis 11 años y 4 meses.
El político empezó en Fuerza Nueva: subjefe de los distritos de C. Lineal-San Blas; siguió en Falange Española y terminó en  las extintas Juntas Españolas, donde llegué a ser presidente de Madrid.