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9 de diciembre, 2016, gloriosa fecha para cinéfilos y melómanos. Un lustro del estreno en nuestra patria. Cinco tacos desde que se estrenó La La Land, una de las mejores películas del postrer decenio. De la historia del cine, apuremos, sin  llegar innecesariamente a la hipérbole. Jamás podrá ser superado ese final. Y jamás podrá ser superado semejante latrocinio en los Oscar. ¿Pero quién coño se acuerda de Moonlight? No me toques las pelotas.

Vivir es pérdida

Y claro, las desbordadas lágrimas finales. Recapitulemos. Chico conoce chica, chica conoce chico. Se gustan, se enamoran, son felices. Pero no terminan juntos. No son felices y comen perdices. No. Otra opción, intento. Chico conoce chica, chica conoce chico. Se gustan, se enamoran, pedazo de beso, son felices… pero toman decisiones, apuestan por personalísimos anhelos y eso les conduce a dolorosa e inevitable separación. Apuestan y renuncian, obvio. Porque la vida es una inacabable e implacable sucesión de renuncias para poder alcanzar ciertos logros.

Vivir es, ineludible recordatorio, esencialmente, pérdida. Somos lo que somos no solo por lo que apostamos o por quién apostamos, sino por todo aquello a lo que final y definitivamente renunciamos. Y no suele ser fácil renunciar, al igual que no es fácil apostar y batallar por algo. O alguien. Cada decisión que uno toma (o que omite) hace que optes por una senda y no por otra.

Así, no de otra manera, vas escribiendo tu historia, tu aventura, tu sin par singladura. Tres lecciones, pues. Para hacer realidad tus sueños, hay que tener fe y perseverar y resistir. Tu pareja debe ser un gran auxilio (pero no demasiado). Y, lo dicho, no siempre (casi nunca, agrego) acabamos con el amor de nuestra vida. Y Heráclito de Éfeso, recuérdalo bien. E ignora un rato a Parménides de Elea…

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La mejor luz dura poquísimo tiempo

…Mia se va a Paris.  Sebastian se queda en Hollywood. Pero años después, de forma casual (¿sí?), como suele juguetear el caprichoso destino con nosotros (los creyentes hablarán de diosidencias),  se vuelven a encontrar. Y unos milisegundos, quizás breves minutos, esquivan la “nueva” realidad, fantaseando otra realidad alternativa de lo que pudo haber sido su vida…y, claro, no fue. Quizás no fuesen más felices con esa otra vida. O quizá sí. Y el eco, reverberación mejor, de la imperecedera Casablanca.

Y es dable recordar la gran, grandísima lección existencial de La La Land, Damien Sayre Chazelle, culmen: las personas aparecen en tu vida de forma “fugaz” con una «misión”.  Cuando aparecen no significa que vayan a  quedarse para siempre. Estrellas momentáneas, luces que brillan con el doble de intensidad, pero durando la mitad tiempo (memento otro imperecedero y cinéfago clásico: Blade Runner).

A veces, tontísimamente,  pensamos que tal persona será el amor de nuestra vida. Y sin embargo muy probablemente no lo sea (o quizás sí…nunca se puede llegar a saber). Tantas veces, casi mejor. Esa persona  que apareció tenía una misión. Sin más. Y pon comillas en misión. O no lo hagas, como te plazca. Misión, sin necesidad de vislumbrar en ese fenomenal acontecer la huella de ninguna difusa divinidad.

Gracias a las luces que surgen en la oscuridad

Quizás su misión fue la de hacerte dichoso en ese momento, la de hacerte crecer, la de hacerte mejor, la de recordarte cosas esenciales invisible a los ojos (El Principito).  Enseñarte algo. Quizás fue la de mostrarte luz  cuando sólo había desesperanza y perdición y sordidez en tu puta vida. Quizás apareció para creer en ti cuando tú ya no sabías ni en qué creías. Quizás apareció sólo para ilusionarte o quizás para mostrarte no sólo lo que quieres sino lo que no quieres. Quizá apareció simplemente para convertirte en lo que hoy eres

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…Porque somos lo que somos, pensamos como pensamos, sonreímos como sonreímos, gracias a muchas efímeras personas que florecieron y brotaron y emergieron en nuestra vida. Somos, a día de hoy, la «cristalización» muchas personas que fluyeron por nuestras vidas. Y, así, hasta que este rato que echamos por aquí, concluya. Para siempre.

…Y, otra vez lo vuelvo a recordar: a pesar de todos los pesares, siempre sale el sol. En fin.

Autor

Luys Coleto
Luys Coleto
Nacido en Bilbao, vive en Madrid, tierra de todos los transterrados de España. Escaqueado de la existencia, el periodismo, amor de juventud, representa para él lo contrario a las hodiernas hordas de amanuenses poseídos por el miedo y la ideología. Amante, también, de disquisiciones teológicas y filosóficas diversas, pluma y la espada le sirven para mitigar, entre otros menesteres, dentro de lo que cabe, la gramsciana y apabullante hegemonía cultural de los socialismos liberticidas, de derechas y de izquierdas.