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Aplec de Can Tobella del Cairat

El 9 de septiembre de 1934 se produjo el aplec de Can Tobella del Cairat. No era un aplec en el sentido propio del término. Era tradición realizar un acto religioso y popular en esa finca situada en Olesa de Montserrat. Desde Barcelona y los alrededores del Baix Llobregat se acercaba los carlistas para pasar un día en el campo. Aquella reunión pacífica acabó con la detención de casi todos los participantes. El motivo lo explicó René Llanas de Niubó, participante en el aplec, en el artículo La guerrilla de Olesa. Tradición, revista política mensual. Septiembre de 1959. Escribe Llanas de Niubó que “en Barcelona, creo recordar que fue aquel mismo día por la mañana, a pesar de ser domingo, que se celebraba una vista contra un abogado separatista, un tal Xammar, al que se le había procesado por desacato. La vista terminó con un escándalo formidable, atacando el público a los magistrados y deteniendo Miguel Badía -este era, junto con su hermano, uno de los matones de Lluís Companys, al cual este mandó matar por un asunto de faldas- al fiscal en funciones… Por extraño que parezca creo que fue así, y ya lanzado por el camino de la violencia, alguien le recordó el “aplec” tradicionalista de Olesa de Montserrat y con unas camionetas de guardias y de asalto y algunos “escamots” vinieron a por nosotros”.

Entre los asistentes al aplec de Can Tobella estaba el reverendo Juan Fortuny Vilella. En El calvario de 93 mártires. Almanaque Tradicionalista para 1936 El reverendo Fortuny nos relata los acontecimientos sufridos como consecuencia de la bárbara mente de Miguel Badía y del incalificable Dencás al escribir que “eran ya las tres de la tarde cuando fui invitado a visitar las tiendas de campaña y al salir de la casa se presentó un joven con el caballo en desorden, con temblores de frenético y me encañonó una pistola. Después de notar nuestro asombro nos vimos rodeados de Guardias de Asalto y agentes con armas, capitaneados por Badía, hombre de aspecto normal, risa irónica y faz sin sombra de compasión. Mandó detener a todos los que nos hallábamos en la finca y a los mismos jóvenes que con señoras y señoritas jugaban en el patio interior de la casa al inocente juego del “gat i la rata”. Inmediatamente dio orden de maniatar al Capellán y al Capitán el Sr. Janeras, obrero honradísimo que fue declarado capitán porque se hallaba a mi lado y porque lucía una boina en su cabeza.

Los guardias pusieron en mis manos consagradas las esposas de los criminales, que besé con amor y devoción. Dije a Badía que yo había venido a cumplir mi deber de sacerdote; el Sr. Tobella confirmó mi aserto, más una blasfemia horrible fue la respuesta a mi protesta. Se nos amenazó con las armas y a una niña que llorando preguntaba qué harían a su padre, se le contestó: ¡Lo fusilaremos! Nos tenían esposados en la era de trillar, cuando llegó un hombre con su familia, a quien ya había dado ejercicios espirituales, vino a besar mis manos y la paga a su bondad fue aumentar la hilera de los detenidos.

En aquellos momentos llegan los niños alumnos de mi escuela que se acercaron llorando, y a blasfemias y golpes fueron apartados de mi lado, mientras Badía exclamaba frente a la montaña de Montserrat: “Pronto quemaremos todas vuestras viejas iglesias y de estos hijos de mala madre no quedará ni uno”. Fuimos conducidos al Balneario de La Puda de Montserrat por un camino peligrosísimo, mientras los demás guardias continuaban la caza de carlistas y se registraban las tiendas, casas, bodegas, pajares y bosques sin resultado alguno.

Las arengas de Dencás, no pasaban de ser un pretexto para justificar su reprochable acción ante la opinión barcelonesa. Si aquellos “cien jóvenes armados y uniformados”, hubiese realmente estado uniformados y armados, no hubiese bastado toda la plantilla de guardias de asalto de Barcelona y los llamados “Agentes de la Generalidad” juntos para poder capturarlos. No es ningún secreto, que la capacidad teórica del Requeté a la defensiva, viene medida por la relación 1:20 o, dicho en otros términos, una Unidad de Requetés, puede hacer frente a efectivos militares veinte veces superiores en número. De ellos se infiere que para capturar a noventa y dos requetés reunidos en un lugar montañoso como “Can Tobella”, precisaba más de dos mil hombres aguerridos, que no tenía la Generalidad. Aún estaba en el recuerdo de todos, la acción del Torrente de las Flores, en que una patrulla compuesta por seis requetés armados, dispersaron una manifestación de doscientos “escamots”, reforzados por más de diez parejas de “Agentes de la Generalidad”.

Cuando llegaron los camiones requisados fuimos conducidos a Barcelona, no siendo insultados por los pueblos del tránsito y esto que la Radio ya comunicaba nuestra conducción. Nuestro pueblo no quiso cebarse con los desgraciados e indefensos; esto estaba reservado a la hez de la capital. Yo bien quisiera borrar del libro de los hechos consumados la escena dolorosa que presenció la capital de Barcelona, la ciudad de la cortesía según Cervantes, más vive en la mente de todos los que la sufrimos y en los millares de barceloneses y algunos extranjeros que la presenciaron con horror y lástima.

Frente al Sanatorio de San Juan de Dios fueron detenidos los camiones y dada la orden de apearnos y colocarnos en filas. Durante una hora nos tuvieron allí mientras Badía daba órdenes de telefonear a Gobernación y a los centros del “Estat Catalá”, preparando el acto inhumano, el hecho delictivo que según frase de un jurisconsulto catalán, no se menciona en ningún código, pues si algunos hablan del castigo que merece el Agente de autoridad que no sepa defender el reo de las iras del pueblo, en ninguno se supone posible que la misma Autoridad suprema en aquellos momentos, sea la que incite al pueblo a lanzarse contra los presuntos culpables que aún no han sido juzgados. Llegaron más Guardias de Asalto y “Agentes” y entonces Badía dijo a los Guardias: “Vosotros que lleváis mosquetón, guardad al Cura”. Dios así lo dispuso, pues aquellos dos guardias honrados y fervientes católicos defendieron con heroísmo mi vida.

Sigamos con el relato de Llanas de Niubó, pues se complementa con el del reverendo Fortuny. Escribió que “los energúmenos aquellos, soltando lo más selecto de su léxico tabernario, nos rodeaban y trataban de agredirnos y eran precisamente los guardias los que no defendían de aquellos cobardes, uno de los cuales pudo arrancar de mi boina la borla de oro y mi vieja y querida “chapa” de plata, auténtico recuerdo de la última guerra y regalo de un voluntario, en la que campeaban las iniciales C. VII.

El reverendo Fortuny continúa escribiendo que “se dio la orden de marcha al toque de corneta y empezó ya nuestro Calvario. Bajamos por la calle Urgel y de un taxi salió una voz diciendo: “¡Qué bien! Un Cura y un carlista”. Badía, riendo locamente, dijo a los suyos: “Ya me lo figuraba que produciría colosal afecto”. Frente a la Escuela Industrial llegaron grupos, en su totalidad constituidos por jóvenes del “Estat Catalá”, que empezaron a vomitar blasfemias y palabras ofensivas a la memoria de mi santa madre y gritos contra Cristo, el Papa, el Obispo, mientras otros más atrevidos, con sus paraguas y puños nos golpeaban, teniendo que hacer los guardias, esfuerzos para alejarlos, recibiendo por ello represiones soeces del Jefe, quien les decía: “¡No peguéis al pueblo!”.

Aquellas calles de Barcelona eran el infierno viviente. Al llegar a la Plaza de la Universidad, los grupos aumentaron considerablemente y entonces cuando ya los guardias me decían que se veían impotentes para detener la ola de furor y rabia, corrió de hilera en hilera el santo y seña del mártir: “Haced un acto de contrición y ofreced la vida a Dios y a la Patria”.

En aquellos momentos René Llanas de Niubó sintió que “yo he visto la muerte muy de cerca en muchas ocasiones, (a mí me despertaron una madrugada en el trágico “Uruguay”, a la hora de los condenados a muerte, diciéndonos “que dejáramos nuestros efectos para que nuestras familias los recogieran, porque habíamos de salir”) pero nunca la sentí tan cerca y tan horrible como en esos doscientos metros escasos entre la Plaza de Urquinaona y la puerta de Jefatura Superior. Los mismos guardias se dieron cuenta de que ellos también corrían peligro, de que si uno de nosotros se desplomaba ensangrentado, la chusma se arrojaría sobre nosotros como una manada de lobos, lo mismo que hubieran huido si un grupo decidido los hubiera atacado a tiros. Los guardias aceleraban el paso y nos obligaban a ir casi a la carrera. La chusma se había detenido formando un estrecho callejón por donde debíamos desfilar a la carrera… Era la antigua y cruel pena de “pasar por las baquetas”.

El reverendo Fortuny sigue escribiendo que “una mujer decía a Badía: Dame el sacerdote y yo misma le abriré las entrañas. Golpes, salivazos, insultos, todo aumentaba y nosotros la frente alta, la mirada fija al cielo y el perdón en nuestros labios y esto enardecía aún más el furor de la cloaca. Al llegar a la Comisaría, Badía subió al balcón para presenciar nuestros sacrificios y en aquellos momentos la fiera daba alaridos de rabia inconcebible: agentes, guardias, populacho, todos pagaban y gritaban. Entonces recibimos todos nuestro bautismo de sangre”.

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Llanas de Niubó relata que “tuvieron que cerrar las puertas de la Jefatura y fue esto lo último que recuerdo haber visto y como los guardias se debatían a culatazos contra los que purgaban por entrar a lincharnos y la navaja que cayó rebotando, al golpear la mano que la blandía la culata de una tercerola… Cuando recobré el sentido, tenía la mandíbula subluxada en el cóndilo articular derecho y tuve que “arreglármelo” yo solo, y tragarme en seco, un par de pastillas de aspirina que llevaba, porque nos negaron hasta el agua. Al día siguiente nos tomaron declaración y tuve que aceptar el ser yo el jefazo de la “partida”, porque el que lo fuera el sacerdote ya no se lo creía nadie y necesitaban presentar a algún “pez gordo” de la Comunión Tradicionalista como responsable y a falta de otro más destacado, por mis campañas como orador y escritor y por haberme presentado en dos ocasiones a las elecciones de Diputado a Cortes (sin duda por eso me calificó como tal Badía) era el más indicado para la jefatura de una partida “trabucaire” que no era partida ni tuvo trabucos.

Nuestro salvador fue realmente ese verdadero amigo que ha sido siempre para mí Joaquín Bau Nolla, entonces diputado por Tortosa, que según se dijo se encaró bravamente con el tal Moles y que se encargó de que se nos enviara diariamente la comida de un buen restaurante, con una abundancia digna de las bodas de Camacho el Rico. No estábamos en celdas, sino en una enorme nave donde nos dieron colchones muy decentes y algunos nuevos y ropa de cama. La vida se organizó militarmente, con ese estilo castrense tan característico en los tradicionalistas y con una disciplina y un orden verdaderamente ejemplares (…) Nuestro cautiverio terminó, no lo recuerdo bien, sí el domingo día 23 de septiembre, víspera de Nuestra Señora de la Merced, Redentora de Cautivos o el lunes 24. Salimos ordenadamente de la cárcel Modelo, dejando sumidos en una tristeza gastronómica a los quincenarios, los raterillos y maleantes de menos cuantía, bachilleres del dentó, a los que se llamaba vulgarmente “chorizos”, que se regodeaban con nuestras abundantísimas sobras y que en agradecimiento lazaron en nuestro honor gritos subversivos. Los de fuera de Barcelona se reunieron con sus familiares y salieron hacia sus casas en autocares que se habían preparado”.

A continuación relacionaremos el nombre de los carlistas encarcelados después del aplec de Can Tobella: Reverendo Juan Fortuny Vilella; Félix Oliveras Cots; José Tapiolas Castellet; José Parés Sellent; Jaime Valldeperas Juliá; Gregorio Isidro Santiesteban; Francisco Ruiz Macipe; José María Farreras Farreras; René Llanas de Niubó; Joaquín Isern Fabra; José Muntadas Soler; José Miró Cardona; Antonio Cuevas Bayona; Juan García Bernadas; Ramón Brustengo Espelta; Manuel Giribets Cabañero; Pablo Valls Boada; Ricardo Cavero Sellares; Jaime Dalmases Muntaner; Ignacio Vila Ubach; Pascual Aure Samitier; Mario Mas Tubau; Miguel Ricart Serrallonga; Agustín Munné Vilajuana; Manuel Alias García; Antonio Romagosa Soler; Federico Durán Bou; Ramón Torrens Garrida; Juan Pascual Font; Fernando González Planell; Juan Mucella Sobregrau; Alberto Numena Rius; Felipe Gilbert Figueras; Antonio Orriols Casanyes; Benito Llongueras Casals; Juan Gilbert Figueras; Luis Casanyes Cerdá; Antonio Moya Ibáñez; Francisco Parera Gargall; José María Llacuna Alemany; Arturo Font Pujabert; Miguel Pascual Puigventós; José Granero Vertierra; Francisco Torra Trullás; Juan Figueras Bonvehí; Francisco Rosich Padró; Pedro Roig Llopart; Felipe Sol Catllá; Juan Torné Vives; José Samper Angunells; Luis Moncal Casanoves; Mariano Morros Carrió; Juan Escrivá Moltó; Juan Aragai Paltor; Marcelo Llop Torner; José Margarit Durán; Lorenzo Riba Rodamilán; Francisco Solsona Prats; Remigio Beltrán Valls; Guillermo Solas Rosique; Pedro Guinart Roca; José Coromines Vallribera; José Grivé Marcet; Francisco Serrarols Sastre; Antonio Galpe Bernadas; Ignacio Rives Durán; Marcelo Castells Camins; Conrado Rius Lloret; Jaime Perramón Ros; Ramón Pla Comelles; Valentí Roca Pi; Ramón Durán Torres; José Soms Lladó; Joaquín Valldeperas Boada; Jaime Pascual Font; Francisco Font Teixer; Juan Jorba Margerit; Manuel Pons Viaudiu; Manuel Portero Rueda; Antonio Verdaguer Roca; Salvador Pascual Boada; José Miralles Pascual; Fidel Ribas Bisbal; Enrique Canals Mas; José Vinyes Matas; Raimundo Janeras Escofet; Leandro Pratdesaba Claramunt; Benito Margarit Font; Leandro Gasó Montserrat; Luis Soler Guillemón.

Autor

César Alcalá