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Consecuencia de los tratados franco-españoles de 1904 y 1905 y del Acta de Algeciras, firmada tras la celebración en esta localidad gaditana de una conferencia internacional con la asistencia de delegados de España, Francia, Gran Bretaña, Alemania, Imperio Austro-húngaro, Bélgica, Italia, Estados Unidos, Portugal, Países Bajos, Rusia, Suecia y Marruecos, entre el 16 de enero y el 7 de abril de 1906, España y Francia asumieron el protectorado de Marruecos zanjando así la crisis creada en 1904 entre Francia y Alemania por el control del Sultanato norteafricano; pese a todo el establecimiento efectivo de este protectorado no se formalizó hasta la firma del tratado Hispano-francés de Fez en marzo de 1912 por el que se fijaban definitivamente las zonas de influencia de ambas potencias y del que España saldría notablemente perjudicada en sus intereses, no solo por la modificación de la línea divisoria establecida en un principio, sino también por el hecho de asignarle el sector más pobre y agreste y a la par más belicoso de todo el territorio.

El hecho de que España aceptase participar como potencia protectora obedeció fundamentalmente a razones de prestigio internacional y de seguridad nacional por encima de otras consideraciones de carácter económico o comercial. De una parte, la situación de segundo orden en el concierto de las naciones a la que España quedó relegada tras la pérdida de las últimas colonias en 1898 y el hecho de que el Sultanato de Marruecos hiciese frontera con las plazas de Soberanía del norte de Africa, fueron consideraciones que pesaron mucho a la hora de la toma de decisión final. Por otra parte, presiones diplomáticas ejercidas fundamentalmente por Gran Bretaña y Francia mediaron también en el asunto toda vez que ambas potencias observaban con alarmante preocupación un eventual asentamiento de Alemania en la zona.

El Tratado de Algeciras no permitía en principio a las potencias signatarias la intervención militar, limitándola a un control meramente policial, salvo que circunstancias de suma gravedad incapaces de ser controladas por el poder del Sultán lo demandasen. Esta situación se produjo en 1911 cuando, sumido el país en un estado caótico, el Sultán pidió formalmente la ayuda a Francia quien se apresuró a ocupar militarmente Fez, capital del sultanato y otras plazas estratégicas. Así las cosas, en junio de ese mismo año, el Gobierno español ordenó la ocupación de Larache, enclave atlántico, y la cercana Alcazarquivir, en tanto que Alemania, que no estaba dispuesta a perder la posibilidad de ocupar una parte del territorio para defender sus intereses mineros y comerciales, envió un cañonero al puerto de Agadir con la intención de mostrar pabellón. Esta demostración de fuerza germana trajo como consecuencia la firma de un nuevo tratado entre alemanes y franceses, logrando que Alemania abandonase sus pretensiones sobre Marruecos a cambio de la cesión de determinados territorios en el Africa ecuatorial francesa.

Consecuencia de la situación descrita, y sobre todo a la vista de la actitud francesa al ocupar Fez, España decidió, de forma unilateral, como queda dicho, intervenir en Larache y Alcazarquivir en evitación de que estas plazas pudiesen ser ocupadas por el Ejército galo como así habría sucedido, con casi total probabilidad, si el Gobierno no se hubiese determinado a tal decisión; con este fin ordenó, a finales de mayo, la concentración en San Fernando de los Regimientos 1º y 3º de Infantería de Marina para realizar ejercicios de adiestramiento de desembarco.

El día 3 de junio zarparon con dirección a las proximidades de Larache el Crucero «Cataluña» y el Transporte «Almirante Lobo» con sus respectivas dotaciones y las Compañías 1ª, 2ª y 3ª del Primer Regimiento -actual Tercio del Sur-, al mando de Teniente Coronel Dueñas, embarcando en el Transporte «Almirante Lobo» las Compañías 1ª y 2ª y en el Crucero la 3ª, con el fin de aguardar órdenes de la superioridad.

Sin embargo, los sucesos se precipitaron ya que el 6 de junio se tuvo conocimiento del asesinato, por grupos rebeldes, de un fiel colaborador y amigo de España, Ahmed Ben-Malec, y de dos de sus hijos, quienes habían sido secuestrados el 31 de mayo anterior solicitando un rescate de 100.000 pts.; este hecho concluyó con el asesinato de los tres, su decapitación y ulterior paseo de sus cabezas por los poblados de las tribus y con el ataque de un grupo de jinetes a la localidad de Alcazarquivir que produjo dos heridos entre la población civil.

Ante esta situación y viendo el desamparo de los súbditos españoles residentes en la zona, así como de los naturales del país simpatizantes de España, el Presidente del Consejo de Ministros, José Canalejas, ordenó al Cónsul español en Larache la convocatoria de una reunión urgente con los demás miembros del Cuerpo Consular acreditados en la ciudad para comunicarles el inminente desembarco de una fuerza militar con el fin de garantizar la seguridad de la zona, en tanto que el Tabor de Policía Indígena (Cuerpo creado en 1908 y disuelto en 1922)  basado en Larache se desplazaría a Alcazarquivir para asegurar el orden en aquella localidad.

Consecuente a esta toma de decisión, el Ministerio de Estado hizo público un comunicado oficioso del Consejo de Ministros en el que se justifican los motivos de esta acción de fuerza, aduciendo fundamentalmente razones de seguridad de los súbditos y protegidos españoles residentes en la zona, así como la obligación de asumir las funciones protectoras derivadas de la firma del Acta de Algeciras.

El comunicado hacía referencia, igualmente, a que la acción, más bien una demostración de fuerza que otra cosa, se enmarcaba dentro del más absoluto respeto a los principios dimanantes de los acuerdos de Algeciras y que de ello se había dado cuenta, como se ha visto, a los representantes de las demás potencias signatarias.

La prensa de la época se hizo amplio eco de estas operaciones destacándolas en sus columnas; el madrileño «La Correspondencia Militar», por ejemplo, que lo describe así en su edición correspondiente al sábado 10 de junio: 

«Las primeras fuerzas que desembarcaron fue la columna de marinería del «Cataluña», compuesta de 200 hombres, en cuatro botes, que pasaron la barra perfectamente, lo misino que las que seguían, pues la marea estaba llena y la noche no podía ser más apacible.

Detrás de estas fuerzas iban ocho lanchones con la Infantería de Marina, procedente del «Cataluña» y del «Almirante Lobo”. La circunstancia de haberse hecho el desembarco de noche no se sabe si es debida a que a dicha hora llegó a Larache la noticia que de Alcázar me trajo el expreso llegado aquí esta mañana, o porque estaba dispuesto de antemano hacer de noche el desembarco para evitar el barullo consiguiente con la aglomeración de público.

Conforme iban desembarcando las fuerzas, marchaban a los sitios designados, que eran la Alcazaba, el zoco de dentro y los castillos que dominan la boca de la barra, estableciendo guardias en las puertas de la ciudad, un fuerte retén en la marina y otras dos guardias en las afueras, una en la parte alta y otra en la baja de la población.

La inmensa mayoría del vecindario estaba dormida y sólo presenciaron el desembarco algunos españoles y los afectos a España, que sentían la emoción del sueño patriótico realizado».

Testigos directos de aquella memorable jornada refieren así el hecho: «El Cónsul don Juan Zugasti, acompañado del Canciller don Ildefonso Hernández, del intérprete don Alfonso Gallego y del Capitán Ovilo subieron a la azotea del edificio que ocupaba el Consulado y silenciosos, mudos por la emoción, izaron la bandera española como señal convenida con el Comandante del crucero Cataluña, y empezó el desembarco, operación que se realizó hasta bien entrada la noche sin contratiempo alguno mientras el muecín de la Mezquita grande, tras sus oraciones, anunciaba que se cerraran las puertas de la ciudad».

La narración prosigue aludiendo a que las fuerzas, con el Teniente Coronel Dueñas al frente, «fueron recibidas en su recorrido con jubilosas manifestaciones de la población que, en buen número, hablaban un idioma extraño que los soldados no comprendían y que luego supieron se trataba del castellano antiguo conservado por los israelitas de Marruecos. No se disparó un solo tiro».

Aunque sobre la entidad de fuerza desembarcada, la documentación a la que hemos tenido acceso muestra ciertas divergencias, parece que la cifra oscila entre los 500 y 600 hombres, integrantes de los trozos de desembarco de las dotaciones de los buques, así como la 1ª y 3ª Compañías del Batallón Expedicionario de Infantería de Marina, acompañados de cañones de tiro rápido y varias ametralladoras.

En la mañana del día 9 el trozo de desembarco del Crucero «Cataluña», salvo los sirvientes de los cañones de tiro rápido, comenzó a prepararse para su reembarque en tanto que las fuerzas de Infantería de Marina desembarcadas se desplegaron en la zona, remitiendo una columna formada por 250 hombres – una Compañía y una Sección -; 50 infantes del Tabor de Policía de Lareche; 40 caballos; tres cañones de tiro rápido y dos ametralladoras, al mando del Capitán Ovilo del Tabor de Policía, en dirección a Alcazarquivir que la noche anterior había sido hostigado por fuerzas rebeldes.

El hecho de que el mando de la columna recayese en un Oficial del Ejército y no de Marina, mereció una pregunta parlamentaria formulada en el Senado por el Senador Carranza a quien dio respuesta el Ministro de Marina indicando que al tratarse de una operación llevada a cabo por el Tabor de Policía fue esa la razón de poner a su Oficial instructor al frente, en tanto que a la cabeza de las fuerzas de Infantería de Marina participantes se pusieron únicamente los Oficiales subalternos.

El desembarco de tropas españolas en Larache provocó de inmediato la protesta oficial de Marruecos y de Francia, incluso la prensa francesa por medio de su periódico progubernamental «Le Temps» se hizo eco de una nota también oficiosa en términos veladamente amenazantes:

«Con la ocupación de Larache y Alcazarquivir han inferido los españoles un rudo golpe al Acta de Algeciras, a la vez que han faltado al espíritu de los Tratados franco-españoles de 3 de octubre de 1904 y 1 de Septiembre de 1905.

No puede España, en manera alguna, invocar el ejemplo de Francia, porque en nada se asemejan su caso y el nuestro. Francia, mal pagada de las atenciones que con España tuvo y burlada desde el primer día hasta la fecha, tiene absoluto derecho de recobrar su libertad; y si creyera hallar algún beneficio en denunciar el Tratado de 1904, también tiene libertad para denunciarlo, puesto que ha sido España la primera en romperlo.

En cuanto a Europa, ya que prometió defender la integridad del Imperio marroquí, si Muley Hafid le pidiera protección contra la agresión de los españoles, no podría negársela».

También la prensa inglesa se manifestó en términos parecidos, The Daily Graphic califica, en su edición del día 12, de «ultraje» la intervención española. Esta insidiosa campaña de descrédito de la acción española alcanzó, en la prensa tanto francesa como inglesa, tintes de gran dramatismo refiriendo violentos combates no existentes con gran número de bajas consecuencia de la ocupación española de la zona.

Sin embargo, ni los periódicos franceses ni tampoco los ingleses hicieron alusión al hecho de la sistemática ocupación llevada a cabo en todo el territorio por Francia, incluso ampliando sus líneas fronterizas argelinas, argumentando salvaguardar la seguridad de sus súbditos; una buena prueba de ello la encontramos en el siguiente comentario insertado en el diario alemán Vonsiche Zeilung:

«Verdaderamente es un espectáculo delicioso el ver que los franceses acusan a España de hipocresía y de violación de tratados, cuando ellos, hace tiempo que están cometiendo verdaderas hipocresías y violaciones del derecho de gentes en el aniquilado imperio del Mogreb».

 

Así las cosas, el Gobierno francés destacó una columna, formada por unos 300 hombres, que acampó a tres kilómetros de Alcazarquivir, manteniéndose en situación expectante.

Establecidas las posiciones tanto en Larache como en Alcazarquivir, el Transporte «Almirante Lobo» regresó a Cádiz de donde retornó el día 12 desembarcando la 4ª Compañía con la Música del primer Regimiento, con lo cual, desde esta fecha, la totalidad del Batallón expedicionario se encuentra ya en Africa.

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Por estos días comienza a especularse con la posibilidad de formar un nuevo Batallón expedicionario, dispuesto para ser trasladado a territorio africano, e integrado por efectivos procedentes de los tres Departamento.

Volviendo al relato, una vez establecida la cabeza de puente en Larache, durante ese mes de junio van llegando más fuerzas a la zona, así el día 20, arriba un Escuadrón del Regimiento de Cazadores de Caballería «Victoria Eugenia» y ese mismo día desembarcan 42 marineros de la dotación del Crucero «Cataluña»; con esa misma fecha, tanto este Crucero como el Transporte «Almirante Lobo» son relevados en la zona por el Crucero Acorazado «Carlos V».

También se remite a Larache por estos días una Estación radiotelegráfica con el correspondiente personal de Ingenieros, así como gran cantidad de víveres y municiones que se alojan en los campamentos instalados al efecto. 

La presencia de fuerzas de Infantería de Marina se fue incrementando en fechas siguientes llegando a contabilizarse hasta 2.000 efectivos según referencia hecha por el Ministro de Marina el 2 de noviembre del 2011, quien justifica un aumento de crédito para su Departamento ministerial argumentando, precisamente, los gastos que genera la presencia de este contingente en tierras africanas. En aquella Campaña la participación del Cuerpo de Infantería de Marina se prolongó hasta el glorioso desembarco de Alhucemas en 1925, participando en numerosas acciones a lo largo de este periodo.

En cuanto a los buques que participaron directamente en el desembarco, el Crucero Cataluña era el tercero de una serie de tres -Cardenal Cisneros, Princesa de Asturias y Cataluña-. La quilla se colocó en Cartagena el 23 de enero de 1890; lanzado al agua en aquel Arsenal el 24 de septiembre de 1900, fue entregado a la Armada y abanderado por las damas barcelonesas el 7 de abril de 1908. Las características de estos tres acorazados son las siguientes: Eslora, 106 metros; manga, 18,55 id.; puntal, 11,92 id.; calado, 7,2 id.; desplazamiento, 7.524 toneladas; propulsión, dos máquinas verticales de triple expansión; fuerza de máquina, 15.000 caballos; velocidad, 20,5 nudos a tiro forzado; autonomía, 6.500 millas; capacidad, 1.200 tn. de carbón; dotación, 550 hombres.

Blindaje: Entre 150 y 300 mm. y 130 mm. de espesor en las torres del Cataluña.

Artillería: 2 piezas Guillén de 24 cm., y 40 calibres, a proa y popa; 8 Canet de 14 id. y 40 calibres, 4 por banda; 20 de calibres menores; 8 tubos para lanzar torpedos; 10 ametralladoras y 2 piezas de desembarco.

En origen se le asigna una dotación de 59 Infantes de Marina.

Por su parte, el Buque de Transporte «Almirante Lobo» -primero de los dos que ostentaron este nombre- adquirido en Inglaterra, fue recibido en la Carraca (Cádiz) en mayo 1909 donde se procedió a su artillado con dos piezas Nordenfelt de 42 mm. Buque con un desplazamiento de 2.545 tn.; eslora de 78 m.; 11,58 m. de manga y 4,32 m. de calado. Estaba dotado de dos máquinas alternativas que le imprimían una fuerza de 1.170 cv., alcanzando una velocidad máxima de 11 nudos y una autonomía de carbón de 4.500 millas. Su dotación era de 70 hombres. 

Autor

Eugenio Fernández Barallobre
Eugenio Fernández Barallobre
José Eugenio Fernández Barallobre, español, nacido en La Coruña. Se formó en las filas de la Organización Juvenil Española, en la que se mantuvo hasta su pase a la Guardia de Franco. En 1973 fue elegido Consejero Local del Movimiento de La Coruña, por el tercio de cabezas de familia, y tras la legalización de los partidos políticos, militó en Falange Española y de las J.O.N.S.

Abandonó la actividad política para ingresar, en 1978, en el entonces Cuerpo General de Policía, recibiendo el despacho de Inspector del Cuerpo Superior de Policía en 1979, prestando servicios en la Policía Española hasta su pase a la situación de retirado.

Es Alférez R.H. del Cuerpo de Infantería de Marina y Diplomado en Criminología por la Universidad de Santiago de Compostela.Está en posesión de varias condecoraciones policiales, militares y civiles y de la "F" roja al mérito en el servicio de la Organización Juvenil Española.

Fundador de la Comisión Promotora de las Hogueras de San Juan de La Coruña, del Museo Policial de la J.S. de Policía de Galicia y de la Orden de la Placa y el Mérito de Estudios Históricos de la Policía Española.

Premio de narrativa "Fernando Arenas Quintela" 2022

Publicaciones:
"El Cuerpo de Seguridad en el reinado de Alfonso XIII. 1908-1931" (Fundación Policía Española)

"La uniformidad del Cuerpo de Seguridad en el reinado de Alfonso XIII 1887-1931 (LC Ediciones 2019)

"Catálogo del Museo Policial de La Coruña". Tres ediciones (2008, 2014 y 2022)

"Historia de la Policía Nacional" (La Esfera de los Libros 2021).

"El Cuerpo de la Policía Armada y de Tráfico 1941-1959" (SND Editores. Madrid 2022).

"Policía y ciudad. La Policía Gubernativa en La Coruña (1908-1931)" (en preparación).


Otras publicaciones:

"Tiempos de amor y muerte. El Infierno de Igueriben". LC Ediciones (2018)

"Historias de Marineda. Aquella Coruña que yo conocí". Publicaciones Librería Arenas (2019).

"El sueño de nuestra noche de San Juan. Historia de la Comisión Promotora de las Hogueras de San Juan de La Coruña". Asociación de Meigas (2019).

"Las Meigas. Leyendas y tradiciones de la noche de San Juan". Comisión Promotora de las Hogueras de San Juan de La Coruña (2011).

"Nuevas historias de Marineda. Mi Coruña en el recuerdo". Publicaciones Arenas (2022). Ganadora del premio de ensayo y narrativa "Fernando Arenas Quintela 2022".