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El pasado 15 de enero se cumplían cuarenta y tres años del conocido popularmente como Caso Scala. Ese día de 1978, un grupo de jóvenes arroja cócteles molotov en la entrada de la sala de fiestas Scala, provocando un incendio que destruye parcialmente el edificio. Murieron cuatro trabajadores. Falsa bandera, obvio.

Tras la falsa bandera del Scala, muerte del anarquismo español

Entre los cócteles y los asesinados no existió relación causal alguna. Montaje parapolicial de manual, deliberado incendio mediante, El Caso Scala devino desde el inicio altísimo secreto de Estado. Archivo estatal sin posibilidad de desclasificación y apertura al conocimiento público. Si no se cambia la fecha, que se hará seguramente, 2028. 

Sórdida y habilísima operación de Estado del ministerio de Gobernación, dirigido a la sazón por Rodolfo Martín Villa. De él, ejecutada por sus esbirros. El siniestro madero Roberto Conesa a la cabeza, obvio. El renaciente anarquismo español surgido tras el franquismo, que representó verdadera amenaza y enmienda contra la basurienta Transición, tras dicha falsa bandera, comienza desde ese momento su lento, irreversible y definitivo camino hacia el crepúsculo.

El anarquismo español, reconstruido tras la dictadura franquista

En 1976 se reconstituyó la Confederación Nacional del Trabajo (CNT). En su entorno confluyeron sindicalistas pragmáticos, “legendarias” figuras – figurones, en muchos casos- del exilio, jóvenes que ensalzaban valores como la espontaneidad o la autogestión, grupos “autónomos” siempre prestos a la “acción directa” y también difusos y reputados faístas (partidarios de reconstruir la Federación Anarquista Ibérica, FAI).

Eso sí, justo es recordar que la CNT sufría considerables grietas en ciertos sectores laborales al decidir no concurrir a las elecciones sindicales (posteriormente, se produjo el cisma de CGT). El feraz y contradictorio cosmos acratón español, de todas formas, a pesar de lo anterior, reverdecía con extremo vigor por esas calendas con grandísimo poder de convocatoria: en 1977 un mitin de la CNT reunió a unas 100.000 personas en Montjuïc y unas fascinantes e inolvidables Jornadas Libertarias Internacionales celebradas ese mítico setenta y siete, en el parque Güell, atrajeron a más de 600.000 almas.

“Comando” de la FAI

En este marco, la mañana del 15 de enero de 1978 la CNT celebra una manifestación contra los repugnantes Pactos de la Moncloa y las elecciones sindicales. El anarquismo cenetista, uno de los poquitos, con fuerza y relevancia, que cuestionaban de raíz la «modélica» y “pacífica” Transición (en ese sentido, el Frente de la Juventud devenía testimonial, más allá del cloaquero asesinato de su líder, Juan Ignacio González). El anarquismo español, en cambio, genuina amenaza para el transaccional circo de la «Modélica y Pacífica» (mayor “amenaza” para el Sistema, incluso, que la banda asesina Eta).  “Modélico” y “Pacífico” enjuague, muy “pacífico”, cómo no: 504 muertes “políticas” entre 1975 y 1982.

Pasteles de la Moncloa y El “Canto” del Grillo

Tras la manifa mencionada contra los Pasteleos Monclovitas se produjo el mencionado atentado contra la sala Scala. La madrugada del 16, rapidísimamente, la madera detiene a sus presuntos autores y el 17 emite un comunicado que los presenta como un comando de la FAI integrado en la CNT, vinculando inequívocamente al sindicato al afirmar que la FAI era su «brazo armado» (¿algún papel de Dolores López Resina y José Orive Vélez?). En 1980 se celebró el juicio/farsa por los hechos y tres de los acusados fueron condenados a 17 años de cárcel.

La clave de todo el meollo se halla en el infiltrado policial, Joaquín Gambín. Su contribución como confidente policía arrastraba larga data. Avala tal hipótesis el hecho de que en abril contribuyó a desarticular un grupo armado, el Ejército Revolucionario de Ayuda a los Trabajadores (ERAT). Lo tuvo fácil: fue creado por las propias cloacas. Detenido en 1981 por un atraco, Gambín fue juzgado en 1983 y entonces expone nítida y explícitamente su lúgubre condición de confidente (El Canto del Grillo), así como la delación de los autores del atentado del Scala. Condenado a siete años, en 1986, obtuvo, sospechosamente, la libertad provisional.

Terrorismo de Estado envuelto en falsa bandera libertaria

Sobreabundaron (y sobreabundan), desde el principio, los interrogantes en torno al atentado contra el Scala barcelonés. Son demasiados los interrogantes que revelan la palmaria inocencia de los condenados por el Caso Scala y que apuntan, indiscutiblemente, a uno más de los tantos montajes parapoliciales que se han dado ( y se dan) en España…

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Uno. El 16 de enero, a las cinco de la tarde, veintisiete horas después del incendio, la empresa, “curiosamente”, tiene ya preparada la “rescisión de contrato” para los dos centenares largos de trabajadores del Scala.

Dos. En las primeras imágenes que salen en TVE —entonces en blanco y negro— aparecen los rostros de tres falsos acusados, desmejorados tras las brutales torturas policiales y al lado del “arsenal” que encontraron: pilas de propaganda de CNT, FAI y Juventudes Libertarias del interior y del exilio, cartuchos para hacer collares y una pistola de juguete de plástico. Estas imágenes son emitidas machaconamente durante más de una semana, incluso como preludio de programas infantiles.

Tres. La policía jamás detuvo al confidente Joaquín Gambín Hernández ni facilitó datos sobre él en ninguna declaración oficial a la prensa ni a los tribunales, hasta que fueron exigidos por el juez instructor.

Cuatro. El chivato Joaquín Gambín Hernández tampoco es detenido por la madera cuando, en abril de 1978, la propia policía desarticula y detiene a los miembros del Ejército Revolucionario de Apoyo a los Trabajadores (ERAT), creado, como comentamos anteriormente, por el propio Gambín y los albañales policiales.

Dos bombas depositadas previamente

Cinco. Los vecinos de los bloques cercanos a la sala de fiestas escucharon dos fuertes detonaciones. Teniendo en cuenta que no explotaron los dos depósitos de gas propano y que los cócteles molotov no producen explosión sino llamarada, parece evidente que en el interior del edificio se habían depositado dos bombas de deflagración masiva.

Seis. La sala de fiestas Scala de Barcelona incumplía flagrantemente las normas de seguridad contra incendios. De hecho, cuando a mediados de 1977 – tras el asesinato en la Alemania Occidental de los miembros de la banda asesina RAF (Fracción del Ejército Rojo) – se lanzaron más de sesenta cócteles molotov contra la sala de fiestas, ni siquiera resultó quemada la entrada del local.

La “peculiar” actitud de los dueños del Scala

Siete. Los hermanos Riba, propietarios del Scala y de la Discoteca 2001, declararon después del incendio que el negocio era muy próspero. Sin embargo, unas semanas antes habían solicitado ante la Delegación Provincial de Trabajo un aplazamiento en el pago de las cuotas de la Seguridad Social (siete millones de pelas) alegando la descapitalización de la tesorería de la empresa.

¿Por qué los hermanos Riba no comparecieron como perjudicados en el sumario? ¿Por qué los familiares de las víctimas tampoco comparecieron como acusación particular? Eso sí, curiosamente, antes de la conclusión del sumario, los hermanos Riba percibieron 200 millones de pesetas de las compañías de seguros.

Martín Villa y sus matones: callando bocas, comprando voluntades

Ocho. Tras el atentado contra la discoteca, se abrieron cuentas bancarias en diferentes bancos para pagar la reconstrucción del Scala, sin embargo la sala nunca fue reconstruida y se continúa ignorando el paradero de las pasta gansa. Antes de rematarse las diligencias del sumario, el turbio Martín Villa, pagó tres talones de 1.300.000 pelas y otro de 800.000 a los familiares de las víctimas para que no se personaran como perjudicadas en el sumario.

Igualmente, Rodolfo Martín Villa entregó un talón de un millón de pesetas al maître del Scala, Juan Masó, para que no dijera lo que había visto y para que acusara a los detenidos como autores materiales, cuando no pudo verlos: primero, porque no se hallaba en el vestíbulo y segundo, porque tenía más de diez dioptrías en cada ojo.

El incendio de “fósforo” no lo causaron los cócteles molotov

Nueve. Un vecino de un inmueble situado frente al Scala, fotógrafo aficionado, se dedica a tomar varios carretes de fotografías desde que a las 13,15 horas del domingo 15 de enero escucha las dos explosiones. Estas fotografías demuestran que el incendio —como se ve en una fotografía de portada de El Correo Catalán— empieza por la parte trasera del edificio, mientras la delantera permanece totalmente intacta, fotografías éstas que constituían una prueba palpable de la inocencia de los inculpados. Estas fotografías, incluidos los negativos, son compradas por alguien en nombre de El Noticiero Universal y se desvanecen por siempre jamás

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Diez. Un perito especialista, de apellido Villalba, tras el análisis en laboratorio de muestras extraídas tras el incendio, descubre que en la sala había restos de “fósforo” y elabora exhaustivo informe que es requerido por el primer juez instructor de la causa, pero misteriosamente desaparece antes de llegar a la Judicatura.

Informes que se “eclipsan” y pruebas claves destruidas, tan 11-M

Once. El entonces fiscal general del Estado, Luis Antonio Burón Barba, tras conocer la existencia de fósforo en los restos del Scala, exige un informe sobre la presunta participación de los Servicios de Seguridad del Estado en el atentado, pero este informe “desaparece” también misteriosamente.

El Gobierno Civil prohibió el peritaje sobre las causas del incendio a personas y entidades particulares, y ordenó la demolición de los restos del edificio antes de efectuarse la prueba pericial oficial.

Doce. Nueve meses después del atentado, tras la exigencia del fiscal de la Audiencia Nacional, se realiza la “prueba pericial” cuando ya no quedaba ni rastro de los escombros del solar.

Cuatro personas trajeadas y testigos molestos asesinados

Trece. El quiosquero de delante del Scala —pikoleto retirado—, tras observar en Televisión Española  las fotos de los principales inculpados, se dirige a los Juzgados para declarar en la causa 1/78 Caso Scala, porque él afirma categóricamente haber visto a cuatro personas vestidas con traje entrar en el edificio de la sala de fiestas con varias maletas “dudosas ¡y salir poco después sin ellas; y el primer juez instructor, curioso, se niega a tomarle declaración.

Ante la negativa del juez, dicho quiosquero se dirige a su notario para hacer una declaración jurada (el Tribunal nunca admitió como prueba esta declaración notarial jurada). Tres días después es hallado el cadáver del quiosquero con dos tiros en la cabeza en una calle de Barcelona (la Policía nunca investigó este asunto).

Catorce. El Tribunal no admitió como prueba testimonial la declaración de treinta jóvenes que atestiguaban rotundamente haber estado tomando el vermut con los acusados a la hora que se produjo el atentado.

Quince. Cada domingo por la mañana, desde hacía varios meses, entraba en la sala de fiestas la unidad móvil de TVE para retransmitir en directo el popular programa de Music-Hall que ofrecía la sala. Ese domingo no pasaron las cámaras de la caja tonta.

Cloacas con armamento militar

Dieciséis. El jefe superior del Cuerpo de Bomberos de la Diputación de Barcelona declaró que tal “destrozo sólo lo ha podido provocar una bomba de deflagración masiva, compuesta de fósforo y no unos simples cócteles molotov, y el fósforo es propiedad única y exclusiva del Ejército”. Tras esta declaración es fulminantemente destituido de su cargo.

…Con toda certeza, existen muchos más interrogantes que nunca fueron resueltos y que, desgraciadamente, no se resolverán jamás. Lo dicho, El Caso Scala: encumbrado secreto de NarcoEstado Pedófilo. En fin.

Autor

Luys Coleto
Luys Coleto
Nacido en Bilbao, vive en Madrid, tierra de todos los transterrados de España. Escaqueado de la existencia, el periodismo, amor de juventud, representa para él lo contrario a las hodiernas hordas de amanuenses poseídos por el miedo y la ideología. Amante, también, de disquisiciones teológicas y filosóficas diversas, pluma y la espada le sirven para mitigar, entre otros menesteres, dentro de lo que cabe, la gramsciana y apabullante hegemonía cultural de los socialismos liberticidas, de derechas y de izquierdas.