25/11/2024 00:36
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Ante la situación que está viviendo España y ante el desafío frontal que el Gobierno social-comunista le está haciendo al Estado, incluyendo la Monarquía y la Constitución de 1978, tuve la idea de irme al «Diario de Sesiones»  del Congreso de los Diputados para ver cómo se produjo a nivel parlamentario la caída de la Monarquía (aquella de Amadeo de Saboya) y la proclamación de la Primera República (aquella desastrosa Primera República)

Y les aseguro que es un buen espejo para reflejar lo que aquí está pasando y lo que se ve venir. Cómo sin salir del palacio de la Carrera de San Jerónimo y del salón de plenos del Congreso se pudo pasar de unas Cortes Constituyentes a ua Asamblea Nacional y de una Monarquía a una República. ¡Increíble, pero cierto!… y leerse los discursos de hunos y hotros, los más defendiendo la monarquía y los menos defendiendo la república es una lección política de primerísima categoría  Los argumentos de Estanislao Figueras y de Castelar frente a los discursos de Ruiz Zorrilla,  en ese momento Presidente del Gobierno, y los de Cánovas del Castillo podrían pronunciarse hoy, 147 años más tarde, en el Parlamento actual. Pero, por su interés les voy a llevar a las páginas del «Diario de Sesiones» para que lean conmigo lo que en ellas figura:

 

Continuando la sesión á las tres de la tarde del día 11 de Febrero, dijo

El Sr. PRESIDENTE: El Congreso, constituido en sesión permanente, abre la sesión pública.

 

Se va á leer una comunicación del Gobierno.»

 

El Sr. Secretario Moreno Rodríguez leyó la siguiente:

«PRESIDENCIA DEL CONSEJO DE MINISTROS. -Excmo. señor: A la una y media de este día me he personado con el Sr. Ministro de Estado en la Real Cámara, á invitación de S.M. el Rey (Q. D. G.), el cual me ha hecho entrega del adjunto documento que tengo el honor de acompañar á V. E. para que se sirva dar conocimiento de él al Congreso. Dios guarde á. V. E. muchos años. Madrid 11 de Febrero de 1813.=Manuel Ruiz Zorrilla .=Excmo. Sr. Presidente del Congreso de los Diputados.»

 

Acto continuo se dio cuenta del documento á que se refiere el anterior, el cual decía así:

Abdicación del Don Amadeo

«AL CONGRESO: Grande fue la honra que merecí á la Nación española eligiéndome para ocupar su Trono; honra tanto más por mi apreciada, cuanto que se me ofrecía rodeada de las dificultades y peligros que lleva consigo la empresa de gobernar un país tan hondamente perturbado.

 

Alentado, sin embargo, por la resolución propia de mi raza, que antes busca que esquiva el peligro; decidido á inspirarme únicamente en el bien del país, y á colocarme por cima de todos los partidos; resuelto á cumplir religiosamente el juramento por mí prometido á las Cortes Constituyentes, y pronto á hacer todo linaje de sacrificios por dar á este valeroso pueblo la paz que necesita, la libertad que merece y la grandeza á que su gloriosa historia y la virtud y constancia de sus hijos le dan derecho, creí que la corta experiencia de mi vida en el arte de mandar seria suplida por la lealtad de mi carácter, y que hallaría poderosa ayuda para conjurar los peligros y vencer las dificultades que no se ocultaban á mi vista, en las simpatías de todos los españoles, amantes de su Patria, deseosos ya de poner término á las sangrientas y estériles luchas que hace tanto tiempo desgarran sus entrañas.

 

Conozco que me engañó mi buen deseo. Dos años largos há que ciño la Corona de España, y la España vive en constante lucha viendo cada día más lejana la era de paz y de ventura que tan ardientemente anhelo. Si fuesen extranjeros los enemigos de su dicha, entonces, al frente de estos soldados tan valientes como sufridos, sería el primero en combatirlos; pero todos los que con la espada, con la pluma, con la palabra agravan y perpetúan los males de la Nación son españoles, todos invocan el dulce nombre de la Patria, todos pelean y se agitan por su bien; y entre el fragor del combate; entre el confuso, atronador y contradictorio clamor de los partidos; entre tantas y tan opuestas manifestaciones de la opinión pública, es imposible atinar cuál es la verdadera, y más imposible todavía hallar el remedio para tamaños males.

 

Lo he buscado ávidamente dentro de la ley, y no lo he hallado. Fuera de la ley no ha de buscarlo quien ha prometido observarla.

 

Nadie achacará á flaqueza de ánimo mi resolución. No habría peligro que me moviera á desceñirme la Corona si creyera que la llevaba en mis sienes para bien de los españoles, ni causó mella en mi ánimo el que corrió la vida de mi augusta esposa, que en este solemne momento manifiesta, como yo, el vivo deseo de que en su día se indulte á los autores de aquel atentado.

 

Pero tengo hoy la firmísima convicción de que serian estériles mis esfuerzos é irrealizables mis propósitos.

 

Estas son, Sres. Diputados, las razones que me mueven á devolver á la Nación, y en su nombre á vosotros, la Corona que me ofreció el voto nacional, haciendo de ella renuncia por mí, por mis hijos y sucesores.

 

Estad seguros de que al desprenderme de la Corona no me desprendo del amor á esta España tan noble como desgraciada, y de que no llevo otro pesar que el de no haberme sido posible procurarla todo el bien que mi leal corazón para ella apetecía.=Amadeo. =Palacio de Madrid 11 de Febrero de 1873.»

 

El Sr. PRESIDENTE: Señores Diputados, la renuncia de D. Amadeo de Saboya á la Corona de España, devuelve á las Cortes españolas la integridad de la soberanía y de la autoridad. Yo diría que ese suceso era grave, si ante la majestad de las Cortes hubiera nada grave y nada difícil; pero como quiera que el Congreso de los Diputados no constituye solamente las Cortes, sino que además está el Senado, tengo el honor de proponer al Congreso que se dirija un mensaje, que ya está redactado, para que unidos ambos Cuerpos Colegisladores y representando la soberanía nacional, acuerden lo conveniente acerca de este documento y acerca del ejercicio de la autoridad.

 

El Sr. SECRETARIO (López): ¿Se aprueba la proposición del Sr. Presidente?

 

El Sr. SALAVERRÍA: Pido la palabra.

 

El Sr. PRESIDENTE: La tiene S. S.

 

El Sr. SALAVERRÍA: Señores Diputados, las personas que como yo ocupan en esta Cámara un lugar y unas ideas de todos vosotros sabidas, no desconocen la gravedad de la situación en que nos encontramos. No queremos establecer ninguna impugnación, ningún debate que pudiera establecer luchas ni desacuerdo en unos momentos en que es necesario que todos nos inspiremos en el sentimiento de nuestro amor más acendrado á la Patria, para que nuestras resoluciones lleven el sello de tranquilidad, de calma, de solemnidad que las circunstancias reclaman; pero vosotros nos habéis de hacer una concesión.

 

Nosotros hemos sostenido siempre y ha sido el fondo de nuestro credo politico el someter el origen y los actos de los poderes públicos á las reglas de la estricta legalidad; nos encontramos con que la renuncia que el primer magistrado de la Nación ha hecho de su cargo coloca á las Cortes en necesidad de proveer á la gobernación del Estado, para que su ejercicio se realice de un modo regular, legal, legítimo, á fin de que á la sombra de condiciones que no tuvieran este sagrado revestimiento, no puedan nacer perturbaciones que traigan sobre esta desventurada Nación mayores conflictos, mayores desgracias que las que al presente experimenta. Nosotros queremos (no establecemos una lucha, no establecemos un debate), queremos presentar á vuestra consideración, por lo mismo que sois muchos los que quizás opináis de distinta manera que nosotros , y por lo mismo que somos pocos, con gran fuerza sin embargo para ejercer influencia, porque contamos con la consideración de vuestra generosidad y con aquellos miramientos que no nos han faltado en el periodo en que hemos venido discutiendo juntos los negocios del país desde la reunión de estas Cortes; queremos que dentro de la Constitución se adopten los procedimientos para proveer á la mejor gobernación del Estado; llamamos vuestra atención sobre esto; queremos, como he dicho ó he indicado antes, que los poderes públicos tengan siempre los caracteres de legalidad que están perfectamente consignados en la Constitución del Estado.

 

Si vosotros, considerando las cosas de otro modo, vinierais á resolver que alterásemos el orden de las relaciones que la Constitución establece entre los poderes públicos y entre los Cuerpos legisladores del Estado, nosotros tenemos que hacer una declaración, salvando con esta manifestación colectiva nuestros principios monárquico-constitucionales, nuestros antecedentes, la responsabilidad que pudiera sobrevenir más adelante en el desenvolvimiento ulterior de los sucesos; pero queremos hacer esta declaración que reclama para todas las resoluciones de las Cortes los procedimientos constitucionales, sea con aplicación á la resolución propuesta para reunir en una Asamblea el Congreso y el Senado, sea para alterar ulteriormente, si este fuese vuestro propósito, las formas actualmente vigentes que consagran la Monarquía hereditaria y constitucional como forma de Gobierno de la Nación.

 

Nosotros, que hacemos esta declaración para conseguir, como he dicho, que los poderes públicos nazcan y obren por virtud de la ley fundamental, salvando así en todos tiempos la pureza y la integridad de nuestros principios monárquico-constitucionales, estaremos los que aquí nos encontramos como nuestros amigos de fuera, al lado de todo Gobierno que mantenga el orden social y mantenga la integridad de la Patria, tan comprometida en estos momentos, que quizá no los ha registrado la historia de España ni en los antiguos tiempos, ni en los tiempos en que hemos podido intervenir como hombres público en los negocios; que en estos grandes momentos salve aquellos intereses permanentes de la sociedad, la integridad del territorio nacional en la Península, en América, en todas partes. No temáis de nuestra parte complicaciones ni contradicciones al ejercicio del poder que podáis ejercer; os pedimos paz, orden público, buena administración, cumplir los compromisos que la Nación tenga con sus acreedores, mantener á todo trance la unidad de la Patria, dar á las instituciones que son garantía del orden social más necesarias en unos momentos que en otros, aquella organización, aquella seguridad que vosotros en vuestra sabiduría, en vuestra experiencia, reconoceréis que estáis en el caso de prestar.

 

Yo no me extiendo más, no quiero diferir la resolución de la Cámara; no tengo los medios de poder llevar á vuestro corazón y á vuestra conciencia aquel sentimiento que otras personas con más recursos que yo pudieran llevar para atraeros á nuestra opinión; pero son la expresión sencilla y leal de unos Diputados amantes de la Patria, y que aspiran como vosotros á que la Nacion salga con fortuna del trance crítico, peligroso en que se halla, jamás conocido, como he dicho antes, en los anales de su larga historia (Los Sres. Ulloa y Castelar piden la palabra).

 

El Sr. PRESIDENTE: El Sr. Ulloa tiene la palabra.

 

El Sr. ULLOA (D. Augusto): Señores Diputados, no es hoy día de pronunciar discursos, pero sí es día de hacer declaraciones claras y terminantes, declaraciones cuya importancia no ha de calcularse por los modestos labios que las dirigen, sino porque son expresión de una colectividad respetable.

 

Yo me uno completamente á las observaciones sobre legalidad que acaba de hacer el Sr. Salaverría: ¡cómo no había de unirme á ellas, Sres. Diputados, á nombre de mis amigos, si somos monárquicos constitucionales! Señores Diputados, somos monárquicos, y no nos estimaríamos nosotros mismos ni nos estimaríais vosotros si fuera posible que ahora que está extinguida la Monarquía hubiésemos abdicado de nuestras ideas y hubiésemos abdicado de los sentimientos de nuestra conciencia: somos monárquicos; pero somos monárquicos, señores, sin Monarca; somos monárquicos sin candidato; pero ¿acaso, señores, en estos momentos supremos, en esta crisis por que está pasando la sociedad española, se puede hablar de partidos políticos, se puede hablar de intereses de partido? (Varios Sres. Diputados: No, no.) Nosotros, por encima de todas las instituciones, por encima de todas las Monarquías, por encima de todas las candidaturas, somos españoles. Y siendo españoles, dispuestos estamos, acéptense ó no nuestras observaciones constitucionales, á respetar lo que la mayoría de las Cámaras determine para salvar esta Nación desventurada.

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No tengo que decir más que una cosa, no solo en nombre de mis amigos y del mío, sino á nombre de todo el partido que en este momento represento; y esta cosa es, que estaremos al lado y prestaremos eficaz apoyo á todo Gobierno que mantenga el orden social, que consolide el orden material y el orden moral, y que sea garantía segura y firmísima de la dignidad y de la integridad de la Patria.

 

Habla Castelar

 

El Sr. PRESIDENTE: El Sr. Castelar tiene la palabra.

El Sr. CASTELAR: Señores Diputados, ignoro si lo exhausto de mi voz y lo flaco de mis fuerzas me permitirán usar de la palabra como debo, en estas circunstancias solemnes, en estas circunstancias críticas, en estas circunstancias extraordinarias en que la Nación española pasa de uno á otro hemisferio de la política.

 

Señores Diputados, las patrióticas frases que aquí se acaban de oír; las declaraciones que han resonado en este templo de las leyes y que pronto resonarán en Europa y en todo el mundo, me dan esperanza, me dan seguridad de que una vez más, como en 1808, todos los españoles olvidarán sus diferencias para acordarse solo de la salvación de la Patria.

 

Sí, Sres. Diputados; los escrúpulos del Sr. Salaverría son legítimos; los escrúpulos del Sr. Ulloa son legítimos y han sido expresados con una propiedad de lenguaje y una mesura de carácter, que nunca les agradecerá bastante la Cámara y que recogerá en su día con aplauso la historia. Pero yo debo decir que todo estaba previsto en la Constitución, todo previsto, menos que una dinastía entera hiciese renuncia de la Corona. Estaba prevista la abdicación del Monarca en su sucesor; una Constitución monárquica no había podido prever, no había previsto la renuncia de toda la dinastía. Cuando las circunstancias son supremas, cuando son extraordinarias, cuando es necesario que la autoridad no se interrumpa ni por un momento, es preciso atenernos á las fórmulas legales en todo cuanto sea posible, reconociendo el poder de esta Cámara, y prescindiendo de las fórmulas legales en aquello que no ha sido previsto por la Constitución.

 

¡Ah! siempre, en todo tiempo, cuando la Patria ha peligrado, lo mismo en la guerra de la Independencia que en la guerra civil, no ha habido más que una voz: las Cortes, las Cortes, las Cortes; las Cortes, para salvar la Monarquía; las Cortes, para salvar la libertad; las Cortes, para salvar el orden. Pues bien; que las Cortes salven ahora la honra, la independencia, la integridad de la Patria. (Aplausos. -El Sr. Ministro de Estado pide la palabra.)

 

Señores, no tengo más que una cosa que decir : yo soy aquel que se opuso á las abstenciones; yo soy aquel que declaró que el gran problema es aliar el orden con la libert.ad; yo soy aquel que ha luchado á brazo partido con todas las impaciencias y con todas las demagogias; yo os prometo por mi honor, por mi conciencia, que mientras me quede vida, que mientras me quede palabra, haré toda clase de sacrificios por la honra de la Nación, por la integridad de todos sus territorios, por el orden social y por la unión de todos los españoles. (Grandes aplausos.)

 

El Sr. PRESIDENTE: El Sr. Ministro de Estado tiene la palabra.

 

El Sr. Ministro de ESTADO (Martos): Señor Presidente, se me dice, cosa que yo ignoraba al pedir la palabra, que el Senado espera, y el Gobierno no puede hacer esperar un momento al Senado. Ante las dos Cámaras juntas, tendré la honra de hacer las manifestaciones que en nombre del Gobierno correspondan.

 

El Sr. PRESIDENTE: Sírvase V. S., Sr. Secretario, repetir la pregunta de si se dirigirá al Senado el mensaje que antes he indicado.

 

El Sr. SECRETARIO (Moreno Rodríguez): ¿Se dirigirá al Senado el mensaje propuesto por el Sr. Presidente?»

 

El acuerdo de la Cámara fue afirmativo.

 

El mensaje dirigido al Senado, dice así:

 

«AL SENADO: El Congreso de los Diputados acaba de recibir un mensaje en que S. M. el Rey hace formal renuncia de la Corona.

 

Ante suceso de tal magnitud, el Congreso considera que nada debe resolver sin el concurso del Senado. En nombre, pues, de altísimos intereses, reclama confiado su eficaz cooperación para que, constituidas ambas Cámaras en una sola, provean con un solo acuerdo al bien de la Patria, al sostenimiento del orden y al triunfo definitivo de la libertad.

 

Palacio del Congreso 11 de Febrero de 1873.=Nicolás María Rivero, Presidente.= Cayo López, Secretario .= Miguel Morayta, Secretario.»

 

El Sr. PRESIDENTE: Se suspende la sesión pública, mientras viene el Senado.»

Eran las tres y veinte minutos.

 

————————-

 

El Sr. PRESIDENTE: Continúa la sesión: el señor Secretario va á dar cuenta de una comunicación del Senado.»

 

El Sr. SECRETARIO (Moreno Rodríguez): El mensaje del Senado dice así:

«AL CONGRESO DE LOS DIPUTADOS: En vista de la renuncia de S. M. y del mensaje de ese Cuerpo Colegislador, el Senado considera necesaria la reunión de ambas Cámaras en una sola Asamblea para proveer á las necesidades de la Nación.

 

Y lo comunica á ese Cuerpo, participándole al mismo tiempo que el Presidente del Senado queda autorizado para ponerse de acuerdo con el del Congreso, á fin de llevar á cabo dicha resolución.

 

Palacio del Senado 11 de Febrero de 1873.=Laureano Figuerola, Presidente. =Federico Balart, Senador Secretario.= Vicente de Fuenmayor, Senador Secretario.»

 

Terminada la factura, dijo

 

El Sr. PRESIDENTE: Ugieres, avisad al Senado que el Congreso le espera.»

 

Terminó la sesión del Congreso, para continuarla como Asamblea Nacional.

 

Eran las tres y veinticinco minutos.

 

——————————

 

A las tres y media de la tarde, el Senado, precedido de los maceros, entra en el salón de sesiones del Congreso, y subiendo á la Mesa de la Presidencia, dijo –

Sr. PRESIDENTE DEL SENADO: Señor Presidente del Congreso, el Senado español, en virtud del acuerdo que acaba de tomar y que consta en el mensaje que se habrá leído, viene á reunirse aquí á formar una sola Asamblea ante las necesidades de la Patria.

 

El Sr. PRESIDENTE DEL CONGRESO: Señores Senadores, tomad asiento para constituir los Cuerpos Colegisladores las Cortes soberanas de España. »

 

Los Sres. Senadores tomaron asiento entre los señores Diputados, y el Sr. Presidente del Senado lo tomó á la derecha del Sr. Presidente del Congreso.

Pasados algunos momentos, dijo

 

El Sr. PRESIDENTE DEL CONGRESO: El Congreso y el Senado se reúnen para constituir las Cortes españolas. Conste esto en el Acta: y por un privilegio que no envidiará nadie, por mi antigüedad, ocupo la Presidencia; y ocupan las Secretarías, por el Congreso los Sres. López (D. Cayo) y Moreno Rodríguez, y por el Senado los Sres. Benot y Balart: y declaro que quedan constituidas de esta manera las Cortes Soberanas de España.

 

Se va á dar lectura de una comunicación del Gobierno.

 

El Sr. SECRETARIO (Moreno Rodríguez): La comunicación del Gobierno, y el mensaje de S. M. el Rey, dicen así:

 

«PRESIDENCIA DEL CONSEJO DE MINISTROS. -Excmo. señor: A la una y media de este día me he personado con el Sr. Ministro de Estado en la Real Cámara, á invitación de S. M. el Rey (Q. D. G.), el cual me ha hecho entrega del adjunto documento que tengo el honor de acompañar á V. E. para que se sirva dar conocimiento de él al Congreso.

Dios guarde á V. E. muchos años.=Madrid 11 de Febrero de 1873.=Manuel Ruiz Zorrilla. =Excmo. señor Presidente del Congreso de los Diputados.»

 

«AL CONGRESO: Grande fue la honra que merecí á la Nación española eligiéndome para ocupar su trono, honra tanto más por mí apreciada, cuanto que se me ofrecía rodeada de las dificultades y peligros que lleva consigo la empresa de gobernar un país tan hondamente perturbado.

 

Alentado, sin embargo, por la resolución propia de mi raza, que antes busca que esquiva el peligro; decidido á inspirarme únicamente en el bien del país y á colocarme por cima de todos los partidos; resuelto á cumplir religiosamente el juramento por mí prestado ante las Cortes Constituyentes, y pronto á hacer todo linaje de sacrificios por dar á este valeroso pueblo la paz que necesita, la libertad que merece y la grandeza á que su gloriosa historia y la virtud y constancia de sus hijos le dan derecho, creí que la corta experiencia de mi vida en el arte de mandar seria suplida por la lealtad de mi carácter, y que hallaría poderosa ayuda para conjurar los peligros y vencer las dificultades que no se ocultaban á mi vista, en las simpatías de todos los españoles amantes de su Patria, deseosos ya de poner término á las sangrientas y estériles luchas que hace tanto tiempo desgarran sus entrañas.

 

Conozco que me engañó mi buen deseo. Dos años largos há que ciño la Corona de España, y la España vive en constante lucha, viendo cada día más lejana la era de paz y de ventura que tan ardientemente anhelo. Si fuesen extranjeros los enemigos de su dicha, entonces, al frente de estos soldados, tan valientes como sufridos, sería el primero en combatirlos; pero todos los que con la espada, con la pluma, con la palabra agravan y perpetúan los males de la Nación son españoles, todos invocan el dulce nombre de la Patria, todos pelean y se agitan por su bien; y entre el fragor del combate, entre el confuso atronador y contradictorio clamor de los partidos, entre tantas y tan opuestas manifestaciones de la opinión pública, es imposible atinar cuál es la verdadera, y más imposible todavía hallar el remedio para tamaños males.

 

Lo he buscado ávidamente dentro de la ley, y no lo he hallado. Fuera de la ley no ha de buscarlo quien ha prometido observarla.

 

Nadie achacará á flaqueza de ánimo mi resolución. No habría peligro que me moviera á desceñirme la Corona si creyera que la llevaba en mis sienes para bien de los españoles: ni causó mella en mi ánimo el que corrió la vida de mi augusta esposa, que en este solemne momento manifiesta, como yo, el vivo deseo de que en su día se indulte á los autores de aquel atentado.

 

Pero tengo hoy la firmísima convicción de que serian estériles mis esfuerzos é irrealizables mis propósitos.

 

Estas son, Sres. Diputados, las razones que me mueven á devolver á la Nación, y en su nombre á vosotros, la Corona que me ofreció el voto nacional, haciendo de ella renuncia por mí, por mis hijos y sucesores.

 

Estad seguros de que al desprenderme de la Corona no me desprendo del amor á esta España, tan noble como desgraciada, y de que no llevo otro pesar que el de no haberme sido posible procurarla todo el bien que mi leal corazón para ella apetecía.=Amadeo.=Palacio de Madrid 11 de Febrero de 1873.»

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Terminada la lectura, dijo

 

El Sr. Ministro de ESTADO (Martos): Pido la palabra.

 

El Sr. PRESIDENTE DEL CONGRESO: El señor Ministro de Estado tiene la palabra.

 

El Sr. Ministro de ESTADO (Martos): Señores, el Sr. Presidente del Consejo de Ministros no puede venir en estas graves y para nosotros tristísimas circunstancias á dirigir la palabra á las Cortes soberanas de la Nación española. Yo, supliendo en cuanto pueda su falta, voy á decir muy pocas, que no es tampoco tal el estado de mi espíritu que me consienta pronunciar un discurso, ni lo toleraría tampoco la gravedad de las circunstancias, que está reclamando ya de nosotros grandes, prudentes y salvadoras resoluciones. Yo tengo que deciros tan solo, señores, que S. M. el Rey de España D. Amadeo I de Saboya, de quien todavía en esto momento tenemos la honra de ser consejeros responsables, nos ha manifestado esta mañana su irrevocable resolución, la irrevocable resolución que ha tomado con pena, de desceñirse la Corona y devolverla á las Cortes soberanas, así como en representación de la soberanía de España la recibió de las Cortes Constituyentes.

 

Es su resolución irrevocable en toda circunstancia, y esto me veda entrar en cierto linaje de consideraciones, ni apelar á cierto linaje de sentimientos á que seguramente respondería la mayoría de esta soberana Asamblea. Después de esto, señores, las funciones de este Gobierno han terminado; y respetuosamente, en mi nombre y en el de todos mis compañeros, vengo á entregar este poder que recibimos del Rey, para cuando las Cortes hayan tomado su resolución, á las Cortes mismas, que serán entonces la sola y única soberanía.

 

Dios os dé, señores, Dios nos dé á todos las inspiraciones de acierto que necesita la Patria, para que de esta manera todos los españoles concurramos, como la Patria tiene derecho á exigirlo, á la salvación de la libertad y á la custodia de todos los intereses sociales.

 

El Sr. PRESIDENTE DEL CONGRESO: Las Cortes soberanas, ¿aceptan la renuncia que D. Amadeo de Saboya hace de la Corona de España?

El Sr. SECRETARIO (Moreno Rodríguez): Queda aceptada.

 

El Sr. PRESIDENTE DEL CONGRESO: Las Cortes soberanas, ¿aceptan la renuncia del Gobierno?

 

El Sr. SECRETARIO (Moreno Rodríguez): Queda aceptada.

 

El Sr. PRESIDENTE DEL CONGRESO: Las Cortes soberanas, ¿acuerdan enviar un mensaje á ese ilustre Príncipe, manifestando su sentimiento y aceptando la renuncia?»

 

Así se acuerda por unanimidad.

 

El Sr. PRESIDENTE DEL CONGRESO: Las Cortes soberanas, ¿acuerdan nombrar la comisión que haya de redactar el mensaje?

 

El Sr. SECRETARIO (Moreno Rodríguez): Queda aceptado.

 

El Sr. PRESIDENTE DEL CONGRESO: Nombrar comisión es una gran dificultad.

 

El Sr. ALONSO (D. Juan Bautista): Que la nombre el Sr. Presidente. (Muchos Sres. Representantes apoyan esta indicación.)

 

El Sr. SECRETARIO (Moreno Rodríguez): ¿Acuerdan las Cortes soberanas que la comisión la nombre el Sr. Presidente?»

 

Así se acordó.

 

El Sr. PRESIDENTE DEL CONGRESO: Pues el Presidente pide permiso para retirarse con objeto de poder proponer la comisión, y en el ínterin el digno Presidente del Senado ocupará este sitial.

 

El Sr. PRESIDENTE DEL SENADO: La comisión que el Presidente de esta Cámara propone para redactar el mensaje al Rey, es la siguiente:

 

Sres. Figueras.

Castelar.

Núñez de Velasco.

Marqués de Sardoal.

Rivera.

Herrero.

Benot.

Chao.

Rojo Arias.

Fuenmayor.

Balart.

 

¿Aprueban las Cortes la comisión nombrada? (Si, si.)

 

Los señores designados se servirán retirarse á la Presidencia de la Cámara para redactar el mensaje, y les ruego que lo hagan con la mayor brevedad posible.

 

El Sr. PRESIDENTE DEL CONGRESO: El señor Castelar, redactor nombrado por la comision de Mensaje, va á tener el honor de leerlo.

 

El Sr. CASTELAR: Necesito antes de leer el mensaje una prévia explicacion. Naturalmente, los individuos de la comisión del Mensaje no estaban acordes en los términos de su redacción; pero han comprendido que no debían expresar sus propias ideas ni sus propios sentimientos, sino las ideas y los sentimientos de la inmensa mayoría de esta Cámara. Por consecuencia, el mensaje que voy á tener el honor de leer, es la expresión fiel de las ideas y de los sentimientos de la mayoría de estas Cortes soberanas.

 

 

LA ASAMBLEA NACIONAL Á S. M. EL REY D. AMADEO I.

 

Señor: Las Cortes soberanas de la Nación española han oído con religioso respeto el elocuente mensaje de V. M., en cuyas caballerosas palabras de rectitud, de honradez, de lealtad, han visto un nuevo testimonio de las altas prendas de inteligencia y de carácter que enaltecen á V. M., y del amor acendrado á esta su segunda Patria, la cual, generosa y valiente, enamorada de su dignidad hasta la superstición y de su independencia hasta el heroísmo, no puede olvidar, no, que V. M. ha sido Jefe del Estado, personificación de su soberanía, autoridad primera dentro de sus leyes, y no puede desconocer que honrando y enalteciendo á V.M., se honra y se enaltece á sí misma.

 

Señor: Las Cortes han sido fieles al mandato que traían de sus electores y guardadoras de la legalidad que hallaron establecida por la voluntad de la Nación en la Asamblea Constituyente. En todos sus actos, en todas sus decisiones, las Cortes se contuvieron dentro del límite de sus prerrogativas, y respetaron la autoridad de V. M. y los derechos que por nuestro pacto constitucional á V. M. competían. Proclamando esto muy alto y muy claro, para que nunca recaiga sobre su nombre la responsabilidad de este conflicto, que aceptamos con dolor, pero que resolveremos con energía, las Cortes declaran unánimemente que V. M. ha sido fiel, fidelísimo guardador de los respetos debidos á las Cámaras; fiel, fidelísimo guardador de los juramentos prestados en el instante en que aceptó V. M. de las manos del pueblo la Corona de España. Mérito glorioso, gloriosísimo en esta época de ambiciones y de dictaduras, en que los golpes de Estado y las prerrogativas de la autoridad absoluta atraca á los más humildes no ceder á sustentaciones desde las inaccesibles alturas del Trono á que solo llegan algunos pocos privilegiados de la tierra.

 

Bien puede V. M. decir en el silencio de su retiro, en el seno de su hermosa Patria, en el hogar de su familia, que si algún humano fuera capaz de atajar el curso incontrastable de los acontecimientos, V. M. con su educación constitucional, con su respeto al derecho constituido, los hubiera completa y absolutamente atajado. Las Cortes, penetradas de tal verdad, hubieran hecho, á estar en sus manos, los mayores sacrificios para conseguir que V. M. desistiera de su resolución y retirase su renuncio. Pero el conocimiento que tienen del inquebrantable carácter de V. M.; la justicia que hacen á la madurez de sus ideas y á la perseverancia de sus propósitos, impiden á las Cortes rogar á V. M. que vuelva sobre su acuerdo, y las deciden á notificarle que han asumido en sí el Poder supremo y la soberanía de la Nación, para proveer en circunstancias tan críticas y con la rapidez que aconseja lo grave del peligro y lo supremo de la situación, á salvar la democracia, que es la base de nuestra política, la libertad que es el alma de nuestro derecho, la Nación que es nuestra inmortal y cariñosa madre, por la cual estamos todos decididos á sacrificar sin esfuerzo, no solo nuestras individuales ideas, sino también nuestro nombre y nuestra existencia.

 

En circunstancias más difíciles se encontraron nuestros padres á principios del siglo, y supieron vencerlas inspirándose en estas ideas y en estos sentimientos. Abandonados por sus Reyes, invadido el suelo patrio por extrañas huestes, amenazada de aquel genio ilustre que parecía tener en sí el secreto de la destrucción y la guerra, confinadas las Cortes en una isla donde parecía que se acababa la Nación, no solamente salvaron la Patria y escribieron la epopeya de la independencia, sino que crearon sobre las ruinas dispersas de las sociedades antiguas la nueva sociedad. Estas Cortes saben que la Nación española no ha degenerado, y esperan no degenerar tampoco ellas mismas en las austeras virtudes patrias que distinguieron á los fundadores de la libertad en España.

 

Cuando los peligros estén conjurados; cuando los obstáculos estén vencidos; cuando salgamos de las dificultades que trae consigo toda época de transición y de crisis, el pueblo español, que mientras permanezca V. M. en su noble suelo ha de darle todas las muestras de respeto, de lealtad, de consideración, porque V. M. se lo merece, porque se lo merece su virtuosísima esposa, porque se lo merecen sus inocentes hijos, no podrá ofrecer á V.M. una Corona en lo porvenir, pero le ofrecerá otra dignidad, la dignidad de ciudadano en el seno de un pueblo independiente y libre.

 

Palacio de las Cortes 11 de Febrero de 1873.»

 

Aprobado por unanimidad el proyecto de contestatación al mensaje, dijo

El Sr. PRESIDENTE DEL CONGRESO: Señores Representantes, este dictamen, que, no vacilo en decirlo, honra á la Nación española, exige de los Representantes del país que se nombre una comisión para llevarle á S. M. el Rey Amadeo, y además que se nombre otra ó la misma que le acompañe hasta la frontera; porque antes de todo, y sobre todo, somos caballeros, y nunca esta Nación ha degenerado de su hidalguía.

 

Sírvase V. S., Sr. Secretario, preguntar á la Asamblea si lo acuerda así.»

Hecha la pregunta por el Sr. Secretario Moreno Rodríguez, acordaron las Cortes que las comisiones fueran designadas por el Sr. Presidente.

 

Acto seguido se leyeron por el Sr. Secretario Moreno Rodríguez las listas de las comisiones siguientes:

 

 

Comisión para presentar al Rey el mensaje de las Cortes.

 

Sres. Acha.

Braso.

Alonso (D. Juan Bautista).

Calderón Callantes.

Cervera.

Elio.

España y Puerta.

Guardia.

Abarzuza.

Maisonnave.

Huelves.

Llano Pérsi.

Suarez García.

Rivera.

 

 

Suplentes.

 

Sres. Flórez Fondevila.

Garrido Nebrera.

Herrero López.

 

 

Comisión para acompañar al Rey en su viaje.

 

Sres. Montesino.

Seoane.

Oreiro.

Almanzora.

Hidalgo Caballero.

Carrasco.

Rojo Arias.

Ulloa (D. Augusto).

Núñez de Velasco.

Rossell.

Gutiérrez Gamero.

Sorní.

Fernández Muñoz.

Moncasi.

 

 

Suplentes.

 

Sres. Canalejos.

Moliní.

Navarrete.

Sanz y Gorrea.

Labrador.

Fuenmayor.

 

Diario de Sesiones 11 Febrero 1873

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.