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Antes de hablar del que figura en la intraHistoria como «el Golpe de Estado de la barriga de la Reina» conviene repasar lo que fue y los efectos que tuvo para la Monarquía española la «Ley Sálica» que, entre otras cosas, produjo las tres guerras civiles que se produjeron entre los isabelinos y los carlistas. Veamos, pues, qué indicaba la «Ley Sálica» con relación a la herencia de la Corona:

Ley Sálica

Es la ley que prohibía que una mujer heredara el trono e incluso que pudiese transmitir sus derechos al trono a sus descendientes varones. Actualmente, la «Ley Sálica» no está en vigor en ninguna Monarquía europea y, para determinar la sucesión, lo que opera es en favor de la persona de más edad, con independencia de su sexo, es decir por primogenitura estricta. Sin embargo, la Monarquía Española y el Principado de Mónaco constituyen dos excepciones: en ambos países se aplica en este momento la llamada ley «agnaticia rigorosa» (diferente de la «Ley Sálica»), que sitúa a las mujeres en la sucesión al trono detrás de sus hermanos varones, aunque éstos sean de menor edad.

 

La ley sucesoria en España

El rey Felipe V no instituyó la «Ley Sálica» sucesoria Monárquica en España, como se cree o se dice por lo común y equivocadamente, pues al instituir la «ley de la Agnación Rigorosa», solo priva a las mujeres de la sucesión cuando haya legítimos descendientes varones, mientras que la ley sálica las excluye absolutamente y en todos los casos Nulla portio hæreditatis de terra salica mullieri venial, sed ad virilem sexum tota hæredita»).

El rey Felipe V, al subir al trono tras la Guerra de Sucesión Española, ideó establecer en España la «Ley Sálica», que gobernaba en Francia, y presentó este proyecto a las Cortes de Castilla en 1713; estas discordaron con el rey, quien no pudo asegurar su designio. Entonces se promulgó un nuevo Reglamento de sucesión que a la postre se conoció como «Ley de Sucesión Fundamental». Según las condiciones de la nueva norma, las mujeres podrían heredar el trono aunque únicamente de no haber herederos varones en la línea principal (hijos) o lateral (hermanos y sobrinos).

Esta distinción significante entre la «Ley Sálica» y la «Ley de Sucesión» es fundamental para comprender la pretensión jurídica del hermano de Fernando VII, el infante D. Carlos, al trono de España, al cual tendría legítimamente derecho en función de la Ley de Sucesión Fundamental promulgada por Felipe V, mientras que con la restauración del compendio de Fernando VII, lo tendría su hija Isabel.

Ahora, y sin entrar en muchos detalles en las diferencias entre la «Ley Sálica» y la «Ley de Sucesión  a la Corona», o sea, entre los derechos de los varones por encima de las hembras o los derechos por la edad y no por el sexo, que tantos problemas produjeron en el pasado, especialmente, tras la muerte de Fernando VII, cuando se fue a la guerra por la herencia de la Corona, ya que los isabelinos se inclinaron por la línea de la «Ley de Sucesión», que Fernando VII había impuesto al cargarse la «Ley Sálica», y por tanto le daba los poderes a su hija Isabel (sería Reina como Isabel II) y los carlistas, sin embargo, sujetándose a la «Ley Sálica» defendieron con las armas los derechos del hermano del Rey, don Carlos, por encima de las hijas.

Bien, aclarado aunque sea mínimamente, este punto vamos a centrarnos en lo que pasó a la muerte de Alfonso XII al morir sin heredero varón la Reina, pero embarazada, y el problema que se les planteó a Cánovas y Sagasta, los lideres indiscutibles de aquella España.

El problema era muy simple: según la Ley muerto el Rey heredaba automáticamente la Corona la hija mayor al no haber varón en la línea sucesoria, que ese era el caso. De acuerdo con esta situación legal Cánovas y Sagasta tuvieron que hacer de inmediato a la Princesa de Asturias (la Princesa María de las Mercedes)  llamada así por la primera mujer de Alfonso (María de las Mercedes de Orleans) y declararla Reina, aunque por la minoría de edad quedase como regente la Reina María Cristina de Habsburgo, la madre… ¡cosa que no hicieron!, porque ¿y si la Reina, embarazada ya de cuatro meses, daba a luz un varón, qué pasaba con la Corona? ¿Había que desheredar a la Princesa recién proclamada para hacer Rey al Príncipe recién nacido?

Y en esta difícil situación (porque Cánovas buen conocedor de la idiosincrasia de los españoles, temió que volviera a resurgir el problema carlista de 1833 y consecuentemente otra vez la guerra por la sucesión), Cánovas y Sagasta se pusieron de acuerdo para cargar con todos los artificios legales o ilegales necesarios la sucesión al trono hasta que la Reina diera a luz. Y si era hembra estarían ya preparados para la guerra o habrían llegado a un acuerdo con los carlistas para coronar a un Príncipe de la familia Borbón independiente.

¡Y no decidieron nada!

Legalmente, como denunciaron de inmediato los republicanos, aquello era un verdadero Golpe de Estado contra la legalidad vigente… y por ello, rápidamente, y con un ingenio destructivo, el exministro Ruíz Zorrilla, le llamó desde su periódico («El País»): «El Golpe de Estado de la barriga de la Reina».

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Fueron seis meses de incordios, de debates políticos y de problemas que pusieron, una vez más, en jaque a España. Quizá porque el legalista Cánovas del Castillo se quedó sin armas dialécticas, sabiendo que estaba infligiendo la «Ley de Sucesión de la Monarquía».

El 25 de noviembre de 1885, España despertó consternada con la noticia de la muerte de Alfonso XII. El rey habría cumplido los 28 años tres días después y su –para muchos— inesperado deceso conmocionaba a una sociedad heredera de la vorágine política, social y económica de décadas anteriores. El motivo del fallecimiento, la tuberculosis que padecía desde hacía años y que siempre se había mantenido en secreto.

Desde 1868, España había vivido el destronamiento de Isabel II, una república, varios gobiernos provisionales y la entronización de una dinastía extranjera en la persona de Amadeo de Saboya, había tenido que batallar en una tercera guerra carlista y combatir la insurrección de Cuba. El joven monarca parecía haber puesto fin a aquella etapa frenética de su historia garantizando una cierta estabilidad institucional. Como había pasado a la muerte de Fernando VII en 1833, ahora la heredera, la infanta María de las Mercedes, era una niña y el reino quedaba en manos de una reina regente, María Cristina de Habsburgo-Lorena. La situación, además, se complicaba porque la reina estaba embarazada de tres meses y, en caso de que tuviera un varón, éste tenía mayor derecho al trono que la princesa de Asturias. Era evidente, pues, que durante unos meses existiría un vacío de poder cuyas consecuencias eran imprevisibles.

Anécdotas

Según las biografías de la reina María Cristina de Habsburgo-Lorena, segunda esposa de Alfonso XII, ésta, solo tuvo un conflicto con la corte española en toda su vida. Al parecer cuando ella se preparaba para su primer parto decidió que su médico sería Juan Riedel, venido con ella desde Viena y que había sido el médico de su familia. Es más, decidió que ningún médico español asistiría al parto, ni siquiera como ayudante. Esta decisión, además del enfado de los médicos de cámara, provocó la dimisión del decano del Colegio de Médicos, el doctor Alonso Rubio.

Cuando María Cristina de Habsburgo-Lorena confirmó su nuevo embarazo en la primavera de 1882 hizo prolongar el Te Deum que se estaba celebrando en su honor en la colegiata del palacio de La Granja, todo ello con la esperanza de que fuera un niño. Además, y como tradicionalmente se hacía en la corte española, la reina hizo traer desde distintos puntos de España diversas reliquias. Entre ellas el báculo de Santo Domingo de Silos y la pila bautismal de Santo Domingo de Guzmán. Pese a todo, el 12 de noviembre de 1882 vino al mundo otra infanta, bautizada con el nombre de María Teresa.

Al parecer el tercer y último parto María Cristina de Habsburgo-Lorena, el de Alfonso XIII no fue demasiado fácil. Hasta el extremo de que el niño fue bautizado in útero, ante el temor de los médicos y de la misma María Cristina de que naciera muerto. Finalmente, y con ayuda de fórceps nació el nuevo rey, quien años después diría que debido a esto tenía la cabeza un poco torcida.

Tras la muerte de Alfonso XII, María Cristina de Habsburgo-Lorena fue nombrada regente de España, cargo que jurará el 26 de diciembre de 1885. Como la reina estaba embarazada de cuatro meses se decidió no nombrar un sucesor hasta que María Cristina no diera a luz.

Tras la muerte de Alfonso XII, María Cristina de Habsburgo-Lorena fue nombrada regente de España, cargo que jurará el 26 de diciembre de 1885. Como la reina estaba embarazada de cuatro meses se decidió no nombrar un sucesor hasta que María Cristina no diera a luz.

La reina María Cristina de Habsburgo-Lorena anunció su tercer y último embarazo en 1885. Lo único que la apenaba era el vivir alejada del rey Alfonso XII, cuya residencia se había decidido que fuera el palacio de El Pardo, donde el aire de la sierra sería beneficioso para su enfermedad. Así María Cristina debía quedarse en el Palacio de Oriente junto a las dos infantas. Es más, ella debía comenzar a asumir la dirección del Estado ante el paulatino avance de la enfermedad de Alfonso, que parecía presagiar lo peor.

 

 

Pero, los republicanos no cejaron y durante aquellos meses del embarazo de María Cristina organizaron un contragolpe que puso en peligro la Restauración. Fue el Golpe del general Villacampa, siguiendo las instrucciones de Ruiz Zorrilla, que aunque fue un fracaso militar supuso un serio trastorno para la Monarquía, ya que las ideas republicanas no habían desaparecido y estaban todavía latentes en el pueblo.

De ahí que Cánovas y Sagasta movieran a los suyos a favor de la Reina viuda y del niño recién nacido (aquel niño, único caso en la monarquía española que fue Rey desde el propio vientre de la madre)… y no perdieron el tiempo en organizar un acto-homenaje en el que los madrileños le impusieron la Corona del pueblo.

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Así fue el entierro

También la intraHistoria resalta el solemne y complejo entierro que tuvo el Rey don Alfonso, a quien los madrileños habían adorado por su primera mujer, la Reina María de las Mercedes:

El ceremonial fúnebre fue solemne y complejo. Obedecía en su mayor parte al protocolo establecido por la dinastía de los Austrias, que los Borbones sólo habían simplificado ligeramente. La prensa informó de modo exhaustivo de todos los pasos que se siguieron en las exequias con la prosopopeya de la época, y sin escatimar detalles tan concretos e incluso íntimos como que la propia reina viuda, María Cristina, se encargó de lavar y preparar el cadáver para que los facultativos procedieran al embalsamamiento.

La capilla ardiente se abrió, horas después, en la misma alcoba del palacio de El Pardo donde el monarca había fallecido. Allí se celebraron varias misas y se procedió al velatorio. A las once de la mañana del día 27, el féretro fue introducido en el coche-estufa que trasladó los restos mortales del rey a Madrid, cubierto de terciopelo negro bordado en oro y tirado por ocho caballos negros lujosamente enjaezados. Le seguía una enorme comitiva, formada, entre otros, por la familia real y los Grandes de España en sus coches, miembros del clero, ayudantes del rey, el Real Cuerpo de Alabarderos, el Regimiento de Lanceros de la Reina y los distintos estamentos de servidores de la Casa Real que cerraban el cortejo fúnebre portando hachones encendidos. Se formó así un desfile entre teatral y fantasmagórico que fue seguido por miles de personas.

 

Las exequias de un rey

Tras realizar una parada en la ermita de San Antonio de la Florida, donde se rezó un responso, el cortejo enfiló el camino hacia el palacio real entre banderas a media asta, balcones con colgaduras negras y el respetuoso silencio de la muchedumbre, sólo roto por las salvas de los cañones. Una vez en palacio, el salón de Columnas acogió la capilla ardiente, que permaneció abierta a la ciudadanía. El 30 de noviembre, los restos del monarca, ahora con un acompañamiento más reducido, se trasladaron en tren desde la estación del Norte hasta el Panteón de Reyes del monasterio de El Escorial. Una vez allí, los miembros de la comunidad agustina, ataviados con hábitos negros y enarbolando antorchas encendidas, recibieron el cuerpo y, tras celebrarse una misa funeral en el templo, lo trasladaron al panteón real. Allí, de acuerdo con el protocolo, primero el Montero Mayor y luego el jefe de Alabarderos pronunciaron tres veces el nombre del monarca para concluir diciendo: «Pues que Su Majestad no responde, verdaderamente está muerto». Acto seguido, siempre según el secular ceremonial, se rompió en dos pedazos el bastón de mando del monarca, que se depositó a los pies del ataúd.

El cortejo fúnebre hasta el Palacio Real fue un desfile entre teatral y fantasmagórico seguido por una muchedumbre silenciosa

El último acto fúnebre en honor de Alfonso XII tuvo lugar doce días después en el templo de San Francisco el Grande: un funeral de Estado con asistencia de representantes de las casas reales europeas que alcanzó su clímax cuando el tenor Julián Gayarre entonó el Libera me Domine de Francisco Asenjo Barbieri, responsable de la música de la ceremonia.

Acabados los primeros lutos por el monarca, hubo de escenificarse la nueva organización de gobierno. Ya en vísperas de la muerte del rey, el líder conservador Antonio Cánovas del Castillo y el liberal Práxedes Mateo Sagasta habían acordado sucederse alternativamente en el gobierno a fin de garantizar la estabilidad política. La regente, María Cristina, había jurado la Constitución justo después del fallecimiento del rey, pero hubo de reiterar el juramento ante las Cortes el 30 de diciembre de 1885. Cinco meses después, el 17 de mayo de 1886, nacía Alfonso XIII, rey desde el mismo momento de su nacimiento, y con el que se cerraría la Restauración borbónica. (Belén Bernete)

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.