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Señores, lo siento, pero antes de iniciar la segunda parte de esta historia de Alfonso XIII no tengo más remedio que hacerme eco de una anécdota que se cuenta de la Reina Victoria Eugenia sobre sus relaciones con el esposo y Rey don Alfonso. Al parecer, y aunque era una mujer culta y de ideas liberales, un día explotó, cuando se enteró que un grupo de nobles estaban tratando de influir en el Rey para que le pidiera el divorcio, y entonces la Reina mandó llamar al Duque de Léjara, que no era otro que el cabecilla de la conspiración y cuando lo tuvo delante muy seria le soltó a la cara: «Sé que estás detrás de la conspiración de que me han hablado. Es cierto que yo no puedo castigarte, pero estoy segura que Dios te castigará» … y fue tal el impacto de las palabras de la Reina que el pobre Duque cayó fulminado al suelo de la estancia, de la que salió cadáver y con los pies por delante. Señores, estas cosas sucedían en el Palacio Real de Madrid.

 

Confieso que leer las biografías y lo que se ha escrito sobre los Borbones que reinaron en España es más entretenido que leer 9 novelas eróticas, porque es increíble la vida de mujeres legales, amantes, y mujeres de la calle que pasaron por sus vidas… y Alfonso XIII, como decíamos en el capítulo anterior, batió todos los récords, porque además tuvo hijos con distintas mujeres. Pero, como yo no soy investigador, les voy a reproducir hoy dos textos que me han parecido todo un poema disparatado de amores, amoríos y corrupciones, corruptelas y negocios ocultos.

Así que vayamos con algunos de los párrafos que recojo del estudio que hizo Pierre Chaurero n Eguerew.

«Prácticas extravagantes, adulterios, crímenes encubiertos, exorcismos, curiosas y excesivas prácticas culinarias… la historia de los reyes españoles  está llena de anécdotas que, lejos de ser meras curiosidades y chismorreos, en ocasiones fueron fundamentales en el devenir de toda una dinastía. Este es un recorrido por los secretos mejor guardados de esos monarcas, por sus vicios y sus debilidades, por aquellos aspectos a veces olvidados que los convirtieron en tan humanos como sus súbditos.

 

Algunos, incluso, ocultaban en sus alcobas, cerradas sólo para los más íntimos, unos gustos que a más de uno entonces habría espantado, sobre todo a los confesores reales, encargados de velar por la salud espiritual de sus señores, salud que no estaba del todo a salvo, o casi nada…» (Óscar Herradón, 2011).

Supuesto hijo póstumo de Alfonso XII y María Cristina de Habsburgo-Lorena, y decimos supuesto ya que según el historiador valenciano Norberto Mesado lo tiene claro, el abuelo del rey Juan Carlos I, es hijo de una mujer de las Alqueries, un municipio de Castellón, y no de la reina María Cristina como ha dejado escrito la Historia oficial. Nació el 17 de mayo de 1886. Alfonso XIII  fue proclamado rey el mismo día de su nacimiento. Reinó bajo la regencia de su madre hasta 1902.

Desde joven, Alfonso fue educado en la doctrina católica y liberal para ser rey y soldado. En el contexto del alejamiento entre la España oficial y la España real, los intentos de regenerar España tras el desastre de 1898 y la constitución de 1876, el Rey intervenía en asuntos políticos.

 

Las amantes de Alfonso XIII

Haciendo honor a la estirpe borbónica, Alfonso XIII había heredado la fogosidad sexual de sus ancestros. Ya, a los pocos meses de su reinado, con dieciséis años de edad, fue necesario tapar sus escarceos amorosos con Julia Fons, cantante de éxito en los espectáculos del teatro Eslava.

Claro está que no eran las primeras «salidas» del rey. Aventurillas adolescentes aparte, todavía soltero, con no más de diecisiete años, ya había tenido un amor importante. Nada menos que una de las mujeres más bellas de Europa: la francesa (y con marido) Mélanie de Vilmorin, con quien tuvo un hijo. Según refiere Balansó, la dulce Mélanie solía decir a sus íntimos: «Jamás he engañado a mi marido. Los reyes no cuentan».

Muchos fueron los amores de Alfonso XIII. Cuando el rey viajaba de incógnito, particularmente a París, utilizaba el título de duque de Toledo para sus devaneos amorosos, pues Alfonso XIII, al contrario que su padre Alfonso XII, fue más mujeriego que amador.

El rey seguía consolándose con un buen número de señoritas de la alta y baja sociedad.

Entre estas estuvo la niñera de los infantes, Beatriz Noon, con la que tuvo una hija ilegítima, Juana Alfonsa Milán y Quiñones de León. En cuanto Ena se enteró de la relación hizo que expulsaran a la niñera inmediatamente.

Doña Juana Alfonsa Milán y Quíñones de León nació en París en 1916 y al parecer era el vivo retrato de su padre quien, siempre según Balansó, sentía predilección por ella y a la que llevó a Ginebra cuando los nazis se acercaban a París en la Segunda Guerra Mundial. También Don Alfonso XIII se hizo cargo de su educación encargándole a su íntimo amigo el conde de los Andes su manutención. Fue  fruto de los amores de éste y una profesora de piano de sus hijos llamada Beatriz Noon, irlandesa de nacimiento, con la que se le veía frecuentemente pasear del brazo por las calles de Ginebra, llegando incluso la prensa de la época a confundirla con una nueva amante del monarca.

Doña Juana Alfonsa Milán tuvo tres hijos y una hija.

También se rumoreó durante mucho tiempo que Alfonso XIII se había encaprichado de Bee, la amiga de Victoria Eugenia. Tanto Bee como su marido, Alfonso de Orleáns había apoyado abiertamente al bando germano en la guerra lo que trajo consigo protestas de los gobiernos británicos y de otros países. El conde de Romanones aconsejó al Alfonso XIII que obligara a los infantes al exilio. Así, vivieron en Suiza durante ocho años. Parece ser que Alfonso XIII estaba interesado en Bee, aunque ella no accedió a sus deseos. Se cree que fue la camarilla del rey la que comenzó a propagar los falsos rumores para alejar a Bee de la corte.

También intentó ligarse a Raquel Meller, cupletista de fama durante la primera mitad del siglo XX, nacida en Tarazona en 1888. Esta tonadillera fue la primera artista española que actuó en la sala Olympia de la capital francesa, equiparándose con las grandes figuras del momento Josephine Baker, Sarah Bernhardt o Isadora Duncan, formando parte del repertorio de la actriz canciones tan conocidas como: «El relicario», «La violetera», «Flor de té», «Doña Mariquita» y «La Modistilla», entre otras. De fuerte carácter y testaruda como buena maña, declinó al parecer intimidades con el monarca  Alfonso XIII, mujeriego contumaz como buen borbón,  quien si las consiguió de otras ilustres damas de la época como la aristócrata Soledad Quiñones la renombrada tiple Julia Fons, la contralto Gabriella Besanzoni, la soprano Geneviève Vix, la Bella Otero, la famosa artista de variedades Celia Gámez, Marichu de Lis, la aristrocrata francesa (y con marido) Mélanie de Vilmorin, con quien tuvo un hijo, la cual solía decir a sus íntimos, «Jamás he engañado a mi marido, los reyes no cuentan», y la conocida cupletista Consuelo Portella «La bella Chelito» que según comentarios de la época, se encargó de desvirgarle.  

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Alfonso XIII y la pornografía

Este cachondo personaje, aparte de tirarse a todo lo que se movía y ser asiduo de lupanares, – tenía uno para él sólo en Chueca -era un gran aficionado al incipiente cine pornográfico de la época. Se cree que entró en contacto con ese mundo en sus viajes por Europa y Estados Unidos, y viendo que en España no había nada parecido, le encargó al Conde de Romanones que buscase a la gente adecuada para llevar a cabo la producción y realización de algunas películas porno para su disfrute personal. Fue el primer coleccionista de cine porno en España y en el Palacio de Oriente tenía una sala de proyección.

El Conde de Romanones al menos encargó tres cortometrajes a los hermanos Ricardo y Ramón Baños, dueños de la productora barcelonesa Royal Films. Los títulos de las cintas son: El ministro, Consultorio de señoras y El confesor.

Fueron halladas recientemente por el productor José Luís Rado y el periodista Sigfrid Monleón.

 

La herencia de Alfonso XIII

Y ahora vayamos al otro tema-escándalo: el de la fortuna de Alfonso XIII, que recoge mejor que nadie el periodista e historiador José María Zavala, en su libro «El patrimonio de los Borbones, la sorprendente historia de la fortuna de Alfonso XIII y la herencia de don Juan». La escritora Miriam Rubio escribe de la obra de Zavala:

«Entre los datos que destacan en su obra, sorprende la pasión heredada de todos los miembros reales por el mar y los vehículos o los gastos que el abuelo del Rey Juan Carlos hizo durante el tiempo que vivió fuera de España. «Alfonso XIII no fue un santo por mucho que sus hagiógrafos, que son legión, hayan intentado que así lo pareciese», comenta Zavala a Vanitatis.

Y es que, según los datos que maneja el autor del libro, el monarca «vivió sus diez años de exilio a cuerpo de rey, nunca mejor dicho, gastando alrededor de 3 millones de euros anuales (500 millones de las antiguas pesetas) en viajes, hoteles, restaurantes de lujo, caprichos e incluso en las fastuosas bodas de sus tres hijos Juan, Jaime y Cristina de Borbón y Battenberg.

La figura de Alfonso XIII puede ser quizá una de las más interesantes ya que, según el autor del libro, «fue un rey perjuro, como su bisabuelo materno Fernando VII, pues juró fidelidad a la Constitución de 1876 ante los Santos Evangelios y luego apoyó la dictadura de Primo de Rivera».

Zavala comenta que «pese a estos y otros oscuros borrones en su biografía nunca antes contados, Alfonso XIII fue el primer y único Borbón español considerado como un gran ‘hombre de negocios’, que invirtió con acierto en decenas de empresas de diversos sectores, desde el automóvil hasta el cine o las infraestructuras; además de, por supuesto, en la Bolsa».

El autor del libro que repasa las posesiones de Alfonso XIII y la herencia que llegó a estar en manos de Don Juan, padre del Rey actual, refleja esa doble vertiente del monarca hablando sobre sus negocios. «Su honradez fue seriamente cuestionada por el juez Mariano Luján, titular de Juzgado de Instrucción nº 10 de Madrid, que le implicó en delitos de estafa y apropiación indebida por su participación en las carreras de galgos en pista cubierta prohibidas entonces en España».

Hay quien alega que Alfonso XIII había llevado una vida austera y sin grandes lujos. A este respecto, después de investigar en los archivos, Zavala asegura que el monarca «llegó a manejar una fortuna de 144 millones de euros». Sin embargo, de esa fortuna, «al abandonar para siempre España, en abril de 1931, conservaba un tercio de la misma -48 millones de euros- en bancos de París y Londres, sobre todo».

Tras una vida repartida entre España y el exilio, «a su muerte, en 1941, el principal beneficiado por su testamento fue su hijo don Juan de Borbón, en detrimento de sus hermanos Jaime, Beatriz y Cristina».

Sobre su pasión náutica, que tanto Don Juan como el Rey Juan Carlos han heredado, el autor hace en su obra un repaso de los barcos que llevaron su impronta, como los yates Hispanias, el primero de los cuales costó entonces una fortuna: 86.021 pesetas, un precio que equiparado a la actualidad serían algo así como 330.000 euros (55 millones de pesetas) o el trasatlántico Alfonso XIII, un auténtico palacio flotante que acabaría convertido, con el paso de los años en un pesquero que la compañía Pescanova utilizó para sus labores comerciales». (Mirian Rubio, 2010)».

 

Y ahora: el Acta de Acusación

Corría el año 31, concretamente el 19 de noviembre, cuando en el Congreso de los Diputados se produjo el gran debate sobre el Acta de Acusación contra Alfonso de Borbón Habsburgo-Lorena que comenzó a las 6 de la tarde y se prolongo hasta las 3 horas y 55 minutos de la madrugada del día 20. Durante esas horas se pronunciaron infinidad de discursos, todos en contra de don Alfonso, salvo el que pronunció el Conde de Romanones, el único monárquico que dio la cara en tan extraña situación. Don Alfonso era acusado de traición a la Patria por el tema del desastre de Anual y sobre todo por la Dictadura de Primo de Rivera. Debate que cerró el ya poderoso don Manuel Azaña, que en ese momento ya era no solo Ministro de la Guerra sino también Presidente del Gobierno:

«Señores diputados, creo interpretar el sentir general de las Cortes diciendo que a todos nos importa llegar a la votación con prontitud. Todo lo que podía y debía decirse en esta discusión está dicho hasta la saciedad, y es positivo que el Gobierno no habría tenido nada que añadir después del maravilloso discurso del señor Alcalá Zamora, si unas palabras suyas, muy abnegadas, como es su costumbre, obligasen al Gobierno, a manifestar su terminante solidaridad con su antiguo Presidente y con los demás compañeros que ya no son parte de este Ministerio.

Muy gentil,, señor Alzalá Zamora, muy caballeroso, muy abnegado lo que su S.S. acaba de decir, recabando para sí la responsabilidad excluiva de lo que se hizo el día 14 de abril con respecto al Rey, pero seria una manifiesta injusticia para con su S.S. si el Gobierno no declarase solemnemente que todo lo que se hizo aquella tarde y aquella noche fue de común acuerdo, participando todos en la responsabilidad.

¿Cómo es posible, señores Diputados, que a los 7 meses de la Revolución, se pretenda ahora hacer un problema de lo que entonces se pudo y se debió hacer con la persona del Rey? Yo afirmo, señores Diputados, que es desconocer el carácter más grande de la Revolución Española del 14 de abril… de aquella Revolución de la que no podemos arrepentirnos. Por ello pienso que este debate debe terminar ya inmediatamente. Aceptamos el texto que acaba de leer la Comisión y responde a nuestro juicio por su magnitud, por sus dimensiones, por su redacción y su tenor, a la altura de las circunstancias. Seria ocioso que hubiésemos venido aquí a enjuiciar a Alfonso XIII como ante un tribunal ordinario. Este es un proceso de orden político, de fundamento moral, y de resonancia histórica y no nos vamos a detener ante cualquier escrúpulo legal.

¿Qué valor tiene esta condena? Para mí, todo. Sobre los Diputados de la Nación pesa evidentemente una formidable carga de Historia, nada menos que la Historia de España. ¿Es que no sabemos todos que un día de un año pudo decir «Sí» y no lo dijo, y que otro día pudo decir «No» y no lo dijo?… y aquí descansa y recae la responsabilidad personal de don Alfonso de Borbón, que no se extingue con el destronamiento, que es la obra de la Revolución la que acaba con la Historia de la Dinastía, sino que empieza en un acto de voluntad hecho por una persona que se llama Alfonso de Borbón, que no se puede borrar con nada y sobre la cual cae ahora el rayo de la Revolución… Y yo os digo republicanos y socialistas, correligionarios que hemos sudado y trabajado por la Revolución y que estamos aquí dispuestos a defenderla con nuestras vidas, que esta noche tenemos que levantarnos a la altura de las circunstancias y proclamar aquí que nuestra voluntad es la de siempre, y que al condenar y excluir de la Ley a don Alfonso proclamado una vez más la majestad de nuestra República.»

Al terminar el Presidente Azaña , el Presidente del Congreso, el socialista don Julián Besteiro mandó al Secretario que leyese el dictamen final que habían aprobado por unanimidad los Diputados puestos en pie y aplaudiendo.

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«Las Cortes Constituyentes declaran culpable de alta traición, como fórmula jurídica que resume todos los delitos del acta acusatoria, al que fue rey de España, quien, ejercitando los poderes de su magistratura contra la Constitución del Estado, ha cometido la más criminal violación del orden jurídico del país, y, en su consecuencia, el Tribunal soberano de la nación declara solemnemente fuera de la ley a don Alfonso de Borbón y Habsburgo-Lorena. Privado de la paz jurídica, cualquier ciudadano español podrá aprehender su persona si penetrase en territorio nacional.

Don Alfonso de Borbón será degradado de todas sus dignidades, derechos y títulos, que no podrá ostentar ni dentro ni fuera de España, de los cuales el pueblo español, por boca de sus representantes elegidos para votar las nuevas normas del Estado español, le declara decaído, sin que se pueda reivindicarlos jamás ni para él ni para sus sucesores.

De todos los bienes, derechos y acciones de su propiedad que se encuentren en territorio nacional se incautará, en su beneficio, el Estado, que dispondrá del uso conveniente que deba darles.

Esta sentencia, que aprueban las Cortes soberanas Constituyentes, después de publicada por el Gobierno de la República, será impresa y fijada en todos los ayuntamientos de España, y comunicada a los representantes diplomáticos de todos los países, así como a la Sociedad de Naciones»

Previo a la correspondiente pregunta fue aprobado por aclamación, dándose vida a la Republica y a España.

Eran las 3 y 55 minutos de la madruga del día 20 de noviembre de 1931.

Y los señores Diputados se fueron a dormir, unos hinchados como pavos reales por haber sido protagonistas de una ornada histórica y otros avergonzados como el Apóstol Pedro la noche de las tres negaciones.

Y llegamos al final de su vida, aunque de entrada hay que decir que nada más salir de España don Alfonso XIII y la Reina Victoria Eugenia se separaron y ya no volvieron a verse casi hasta el final de su vida. «La separación entre Alfonso XIII y Victoria Eugenia no fue fácil. Cada uno defendió sus intereses y no hubo forma de que mantuvieran una relación siquiera de amistad. El rencor era demasiado profundo. Victoria Eugenia vivió en distintos países, entre ellos Suiza e Inglaterra, alejada tanto de su marido como de sus hijos, ya que se negó a asistir a sus bodas, lo que hizo que los monárquicos españoles la rechazaran todavía más. Sin embargo, en 1940, Victoria Eugenia sí asistió a la boda de la infanta Cristina, quizás también por el empeoramiento de salud del rey.  Parece ser que finalmente lograron hacer las paces.».

Curiosa fue el enfrentamiento que tuvo con su primo Luis Fernando de Orleans y Borbón, según cuenta el erudito Pierre Chaurero n Eguerew: «He nacido y moriré infante de España, como tú has nacido y morirás rey de España, mucho tiempo después de que tus súbditos te hayan dado la patada en el culo que mereces»: se lo dijo a Alfonso XIII, en 1924 (siete años antes de que la profecía se cumpliese), su primo Luís Fernando de Orleáns y Borbón. Motivó la grosería que el Rey le había quitado el título de infante por saberle implicado en un grave delito: la muerte por estrangulamiento de un joven durante una orgía homosexual en la que completaba el trío cierto aristócrata portugués, amante de Luís Fernando. Ambos habían paseado por París el cadáver del desdichado, envuelto en una manta, intentando colocárselo a las embajadas española o lusa para huir de la justicia acogiéndose a la extraterritorialidad.»

 

Al lado de Franco

Aunque hayan tratado de silenciarlo hay una cosa que está suficientemente demostrada, que don Alfonso no apoyó pero no se puso en contra de la Republica en sus años de exilio, porque ponía y puso siempre por encima de la República e incluso de la Monarquía a España. Sin embargo, sí entendió y a su modo apoyó la sublevación del 18 de julio. Tanto que incluso aceptó que su hijo y heredero don Juan el Conde de Barcelona, intentara incorporarse a los ejércitos de Franco.

Don Alfonso murió en Roma el 28 de febrero de 1941, a los 54 años de edad. Antes había abdicado la Corona en su hijo don Juan, que no llegaría a reinar, pero sí lo hizo, de manos del general Franco, su nieto don Juan Carlos de Borbón.

 

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.