Hasta los años sesenta, follar era pecado. Luego, en los setenta, follar ya no era un pecado: era un milagro. Y ahora, en el siglo XXI, por enésima vez en la Historia, revestida de morado, vuelve la Inquisición para escudriñar las alcobas ajenas, pautar los ritos de apareamiento, iniciar una guerra de sexos, destrozar con denuncias anónimas la vida de algunos hombres y exigir que un notario acredite el “sí es sí” femenino segundos antes del coito.
Íñigo Erección (desde ahora Íñigo Palpaculos) ha reconocido públicamente que es un violento machista y un depredador sexual. Y si lo ha reconocido él, con su pan se lo coma. Pero al menos el político se ha aplicado a sí mismo la durísima vara de medir que nos ha impuesto a los hombres, una vara que puede resumirse en esta frase podemita: “todo lo personal es político”. Qué casualidad. El mismo lema que en la Cuba castrista, el mismo lema que en la China de Mao, el mismo lema que en la Corea de Kim, el mismo lema que en la Camboya de Pol-Pot y el mismo lema que en la Rusia de Stalin: tu vida privada no es tuya, pertenece al Estado; se te juzgará sumariamente por un Tribunal Popular (ahora en las redes sociales) y, en el lamentable caso de que tengas el cromosoma Y, habrás perdido la presunción de inocencia. Marxismo de primera calidad. Esencia de leninismo.
En esta nueva religión del sexo (del sexo políticamente correcto, del sexo marxista-leninista), en esta anomalía colectiva que nadie se atreve a calificar de locura, en este cuento medieval en el que nadie se atreve a decir que el rey va desnudo, ejercen de sacerdotisas y guardianas de la moralidad un selecto grupo de abducidas encuadradas en Podemos, Sumar, Más Madrid e Izquierda Undida. Y todavía tenemos suerte de que nuestros veladores de la virtud no sean los talibanes afganos, los imanes gazatíes, los muyahidines de Hizbulá o los ayatolás iraníes. Aunque todo se andará.
Es cierto que nuestro Gobierno, con tipos como el Tito Berni, Cariño Armengol, Irene Sueltavioladores, Ábalos el Semental, Yesica la Bien Pagá, Koldo el Testosterónico e Íñigo el Palpaculos, es el más feminista de la Historia. Pero hoy, para asombro de propios y extraños, acabamos de saber que las jefas de la moralidad sexual han fracasado en su intento: Íñigo Erección, el niño mimado de las vírgenes vestales, esnifaba cocaína en las nalgas de sus ligues mientras lo encubrían las guardianas de la virtud, aquellas feministas de pedigrí que llegaron a nuestra vida pública para envenenar la convivencia, aquellas que engañaron a millones con talleres de pintarse el chocho, las que dicen que todos los hombres son futuros violadores, las del “sola y borracha yo quiero llegar a casa”, las que comenzaron su carrera política hace apenas una década porteando al Santo Coño Insumiso e irrumpiendo en las iglesias (tetas al aire) al grito de “arderéis como en el 36”. Cagoensanpitopato.
Todas lo sabían. Todas, todos y todes. Y todis y todus.
Lo sabía Cristina Fallarás, feminista de postín, periodista de Podemos, amiga de Pablo Iglesias, que ha publicado denuncias anónimas contra Íñigo Palpaculos en sus redes sociales y que mañana (¡oh, casualidad!) saca a la venta su libro sobre las fechorías del personaje. Lo sabían los dirigentes de Podemos, que el año pasado se lo chivaron a Yolanda Díaz, y que han planificado la movida de ahora para cargarse a Sumar y reflotar en la política al inolvidable Pablo Iglesias, pues el bar que puso en Madrid no le funciona. Lo sabía Yolanda Díaz, lideresa de Sumar, cortita de entendimiento y más cortita de escrúpulos, que premió al Palpaculos con un puesto privilegiado en las listas de Sumar y con el carguito de portavoz en el Congreso. Lo sabía Mónica García, Médica y Madre, ministra de Sanidad, lideresa de Más Madrid, que no dio importancia al asunto. Lo sabía Tania Sánchez, dirigente de Izquierda Undida, luego de Podemos, luego de Más Madrid, exnovia de Pablo Iglesias, que dice que le perdonaron al Palpaculos sus fechorías porque “era un activo fundamental para el partido”.
Lo sabía Loreto Arenillas, militante de Podemos, luego de Más Madrid, secretaria personal de Palpaculos, encargada de convencer a las víctimas de que no denunciaran a su jefe. Lo sabía la periodista Ana Pardo de Vera, exasesora de Zapatero, exdirectora del Diario Público, que ha dicho en Televisión Espantosa que “lo de Errejón era cosa conocida desde hace años”. Lo sabía la periodista Esther Palomeras, del izquierdista ElDiario.es, que ha dicho en Televisión Espantosa que “lo de Errejón corría de boca en boca desde hace muchísimo tiempo”. (Nota mental: no me quiero imaginar qué cosa de Errejón corría de boca en boca).
Todas lo sabían. Todas, todos y todes. Y todis y todus. Esto de Íñigo Palpaculos, al parecer, era tan sabido en los círculos izquierdistas como la pederastia de Mao Tsé-Tung, el líder comunista chino al que le metían en la cama veinte niñas cada noche para que calentaran al anciano. Porque a estas feministas de boquilla, a estas sacerdotisas de Vesta, a estas guardianas de la virtud, a estas fariseas de la política, a estas eminencias de la moralidad, a estos sepulcros blanqueados, no les interesas tú. Ni tú. Ni tú. Ni tú. Sólo les interesa tu voto. Bueno. Y también los sesenta mil euros limpios, tirando muy por lo bajo, que añaden a sus cuentas corrientes cada año después de tomarte el pelo desde cualquier chiringuito.
Cagoentóloquesemenea y mitad del cuarto más.
Juan Manuel Jiménez Muñoz
Médico
Autor de «Libélula invisible», «La flor de los celindos» y «Los códigos de fray Moreno»
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