La diabólica inauguración de los Juegos Olímpicos en París fue aborrecida por la gran mayoría de franceses, europeos y resto de la humanidad.
El actual Papa, en su condición de Jefe de estado, debió llamar a consultas al embajador francés ante la Santa Sede y transmitirle la más firme protesta de todos los Cristianos del mundo. No lo hizo, ni manifestó su repulsa en su homilía del día siguiente, porque prefiere apoyar agendas anticristianas, y mimar a criminales socialistas como Maduro o Castro.
Los europeos que amamos Francia y la libertad, detestamos el mensaje de su himno sanguinario y la abyecta revolución que inició en 1789 la barbarie socialista anticristiana en el mundo y que recordó esa ceremonia burda y criminal en la que humillaron nuestra Civilización Cristiana Europea. Para ello, blasfemaron parodiando la última cena, mostraron un jinete del averno, y ensalzaron el cobarde asesinato de la Reina Católica María Antonieta de Francia, a manos de los genocidas asesinos en serie de la cobarde guillotina terrorista.
Los enemigos de la Civilización rindieron homenaje a la perversión diabólica que intenta destruir la raíz Cristiana de Europa, que desde la conversión de Clodoveo defendió en Francia Santa Juana de Arco, San Luis, o los valientes contrarrevolucionarios mártires de la Vandée.
Europa, Francia, es Bossuet, Debussy, Moliere o Águila de Meaux. No es el infeliz de Macron aprendiz de Napoleón y sus cinco travestis, ni el pervertido acto «político» diabólico de meter el aborto en la Constitución francesa.
Lo que vio el mundo en Paris fue una ceremonia del maligno al que debemos combatir todos los europeos, junto a todos los hispanoamericanos y el resto de los seres humanos que todavía nos sentimos LIBRES.
Recemos juntos por Francia y por el resto del mundo. Levantémonos con valentía y determinación para defender la Verdad.
Dios nuestro Señor nos ayudará siempre.
Álvaro de Marichalar y Sáenz de Tejada
Marinero español
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