21/11/2024 13:13

El subsidio enflaquece la laboriosidad tanto como engorda la vagancia y el hampa. El Estado social modélico no es el que reparte subvenciones, sino el que fomenta el trabajo y el ahorro y enaltece el esfuerzo y la confianza en sí mismo del ciudadano laborioso y cumplidor. Nada que ver con el fangal en el que chapotean los españoles tras casi cincuenta años de predominio socialcomunista. España, hoy, es un patio de Monipodio, en donde los delincuentes y sus seguidores se reparten el provecho de sus latrocinios, y en donde se promueve el vivir a costa del erario público, estigmatizando a quienes no se avienen a la depredación, y la denuncian.

Infinidad de ayudas infectan hoy el tejido social español, y la mayoría de ellas acaban en manos de los de la cuerda ideológica gobernante o de sus cuñaos. Porque el ciudadano normal, trabajador y pechero, ése no consigue rascar bola, pues está dedicado a producir, no a ponerse en la cola del reparto. Los socialcomunistas y sus cómplices siempre han basado su gobernanza en engordar a toda clase de listos, vagos, maleantes y enchufados, que son sus votantes preferidos. Es lo que siempre hemos conocido como la red o la mafia clientelar, el voto cautivo. He ahí el Estado social rojo.

Un buen ejemplo de ello, entre los miles que mis amables lectores podrían referir por experiencia propia, se viene denunciando en Alcorcón, ese municipio rojosociata pata negra en el que el basurero de profesión, Jesús Santos Gimeno, hoy presidente de la empresa pública ESMASA y teniente de alcalde, ha conseguido prácticamente el control consistorial gracias a convertir a dicha Empresa de Servicios Municipales, encargada de la limpieza viaria y de la recogida de residuos o inmundicias urbanas, entre otras funciones, en un ayuntamiento bis, a base de nombramientos opacos y dadivosos salarios decididos caprichosamente y pagados con el dinero del común, forjándose así un refugio político al mejor estilo siciliano, desde el que se presiona, amenaza, soborna, intimida y exige a quienes pueden o tratan de hacer sombra o cuestionar al opresor, parásito, logrero o listillo de turno.

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A tanto ha llegado la audacia o la soberbia de este personaje, y tan seguro está de su inmunidad que no ha dudado en apropiarse de los Castillos de los Marqueses de Valderas, palacetes emblemáticos de Alcorcón, donados en su día por los antiguos propietarios con la inalienable condición de que su uso se dedicara a actividades culturales. Así, con dinero del común, a mayor gloria de su persona y rodeado de fasto, porque es bien conocido que las izquierdas rojas, tras cantar La Internacional se pirran por almorzar y habitar en lugares del más rancio capitalismo, ha ocupado un nuevo inmueble municipal para afincar allí las dependencias de una prescindible y campanuda Oficina de Transformación Comunitaria, tras expulsar con engaños y falsas promesas a las asociaciones que, hasta la pandemia covidiana, realizaban en estas instalaciones sus tareas didácticas y creativas, además de sus exposiciones. Y todo ello -aparte de probar que los rojos otorgan más valor a lo superfluo que a lo esencial, a la basura que a la cultura-, transgrediendo la intransmisible voluntad de los antiguos propietarios, que, como queda dicho, donaron la mansión al ayuntamiento para labores populares de tipo ilustrativo y formativo.

El caso es que, eliminado por los rojos y sus compinches todo debate legal y moral respecto a la licitud del Sistema que nos aherroja, este ejemplo, uno más entre miles, resulta expresivo del Estado social que es hoy España, trazado a imagen y semejanza de los podridos dirigentes que marcan la pauta con su repugnante ejemplo de abuso, ostentación y codicia, además de mostrar la impunidad en la que se mueven, casi siempre gracias a la indolencia o cobardía de los agraviados, incapaces de poner pies en pared y enfrentarse con ímpetu y firmeza a los expoliadores.

Porque, desgraciadamente, no pocos ciudadanos -convenientemente adoctrinados por la propaganda de empresarios y políticos- piensan hoy en el paro, por ejemplo, como una renta vitalicia, no como un subsidio puntual para cubrir una adversidad o desgracia laboral que ha de solucionarse con urgencia. Y quien habla de paro puede referirse a cualquier ayuda pública, muchas de ellas creadas innecesariamente por los gobernantes y aceptadas de modo irreflexivo o imprudente por los beneficiados, que debieran exigir un trato de dignidad en vez de aceptar las migajas arrojadas por los ladrones, pues la sociedad antaño productora se ha transformado hoy en una sociedad adjudicataria y, más allá, apesebrada.

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La engañosa insistencia de los gobernantes en los derechos del pueblo -nada de responsabilidades, salvo el correspondiente pago de multas e impuestos- ha convertido a la muchedumbre en una masa limosnera, a la espera de ayudas ajenas. Una plebe pedigüeña, floja e indolente que cree que es más admirable el que recibe que el que da, el que gorronea que el que se esfuerza. Todo lo cual, claro está, tiene un final: la ruina del Estado, convertido en un monstruo improductivo, en el propio impulsor de una crisis que nadie será capaz de contener. Y así, con todas las instituciones putrefactas y con una mayoría ciudadana mendicante, llegará el día en que ya no habrá ni sobras que distribuir, porque también para los ladrones se habrán reducido los beneficios y no será tiempo de fruslerías, por ínfimas que éstas sean.

Autor

Jesús Aguilar Marina
Jesús Aguilar Marina
Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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