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Manolete en la plaza de toros de La Coruña, el día 3 de mayo, junto a Curro Caro, González Vera, empresario de la plaza y Carlos Arruza.

El 28 de agosto de 1947, en la feria de San Agustín de Linares, pueblo andaluz, jienense y minero, compartiendo cartel con Rafael Vega de los Reyes “Gitanillo de Triana” y Luis Miguel Dominguín, Manuel Rodríguez Sánchez “Manolete”, sufría un gravísima cogida  al entrar a matar a “Islero”, negro, entrepelado  y bragado, de la ganadería de Eduardo Miura. El toro de la vacada sevillana, le enganchó por el muslo, produciéndole  una terrible cornada en el triángulo de Scarpa, con enormes destrozos de músculos y vasos sanguíneos, con una trayectoria de unos 25 centímetros de longitud de abajo hacia arriba, de dentro hacia fuera y ligeramente de delante hacia atrás, con destrozos de fibras musculares del sartorio, faciocridiforme, recto externo, con rotura de la vena safena y contorneando el paquete vasculo-nervioso y la arteria femoral, en una extensión de 5 centímetros y otra con trayecto hacia abajo y hacia fuera de unos 20 centímetros de longitud, con intensa hemorragia y fuerte shock traumático. El pronóstico, muy grave. Ni la medicina ni su fuerte complexión  pudieron hacer nada por salvar su vida. Hoy se cumplen exactamente 75 años de su fallecimiento

La intervención quirúrgica, como reza en el parte realizado por el médico-jefe de la enfermería de la Plaza de Linares, el doctor Fernando Garrido Arboledas, duró aproximadamente 40 minutos. En la misma, los doctores Carlos Garzón y Julio Corto, asistentes de Garrido Arboledas, le efectuaron al torero una transfusión de 300 gramos de sangre, que donaron un cabo de la Policía Armada, llamado Juan Sánchez Calle y el torero “Parrao”. Más tarde el doctor Jiménez Guinea llevó más plasma sanguíneo. La enfermería de la plaza de Linares, muy mal dotada de medios, fue aquella noche un lugar de angustia y nervios, ya que entre los médicos hubo una absoluta disparidad de criterios, ante la conveniencia o no, del traslado a Madrid de Manolete.

1947 plaza de toros de Linares: Cogida mortal de Manolete. Fotografía impagable del recordado Canito.

Al final se decidió  ingresarlo en el Hospital Municipal de los Marqueses de Linares,  al que fue trasladado Manuel en una camilla portada a mano por personal sanitario, familiares y amigos íntimos del torero. Sus últimas palabras fueron: “Que disgusto voy a darle a mi madre”; “Don Luis no siento la pierna”; “Don Luis, no veo”.  Así se inició su agonía. A las cinco y siete minutos del día 29 de agosto, a Manolete se le escapó la vida a borbotones, entre el llanto de sus más allegados y de su amada Lupe Sino, a quien no dejaron entrar para ver con vida, por última vez, a su querido Manuel. 

Manolete  estuvo muy cuestionado aquella tarde en Linares, pues en su primer toro no había estado lucido. Gitanillo y Luis Miguel habían cortado trofeos y  a Manolete se le exigió aquella tarde de forma exagerada. Su faena a aquel Miura entrepelado, marcado con el número 21, fue memorable, inolvidable, que le iba a garantizar la puerta grande si  lograba  un buen espadazo. Entró a matar, como siempre lo hacía, con la muleta a la altura de la cintura, para dejar una estocada casi entera. El corresponsal cordobés de la agencia Cifra describió y dejó escrito para la posteridad aquella memorable faena: “Cinco naturales imponentes y desafiando al bicho en los mismos pitones (Gran ovación). Otra serie de naturales inmensos, molinetes y pases de rodillas llevando el delirio a los tendidos. Caen prendas de vestir. Cuatro manoletinas inmensas pases por alto colosales. La estocada a cámara lenta de la que sale prendido y derribado siendo corneado en el muslo”.

“Islero”, curiosamente un toro que tendría que haberlo lidiado y estoqueado por sorteo Gitanillo de Triana y que Manolete se lo cambió, cortó de raíz las ilusiones de aquel cordobés serio, con madera de héroe, cuyo nombre quedará grabado de forma indeleble en el gran libro de la fiesta Nacional. Fue sin duda el mejor matador de la historia del toreo. Sobrio, elegante, vertical, hierático, pausado y con enorme personalidad. Para él su postura ante el toro había de ser “fuerte y heroica. Tengo que dominar con arte los nervios que me hacen pasar malos ratos antes de cada corrida”. “Esto es lo que entiendo del toreo: hacer que el toro embista únicamente a lo que se mueve. Por eso yo en la plaza tengo que hacer de poste, porque así, mandando con la muleta y llevo  al toro por el recorrido justo. Así puedo torear con tranquilidad y evito ser cogido. Puede entonces que la res se tropiece o cambie de trayectoria y entonces todo se va  al traste… con imprevisibles consecuencias”.

 

Espectacular natural de Manolete

Citaba en vertical, mirando al tendido, con la muleta retrasada y bajísima, casi al ras de suelo, con los pies atornillados a la arena, para dejar escalofriantes pases de pecho, aguantando de forma monolítica el furioso pase de la fiera. Dejó para la posteridad la manoletina, que ejecutó siempre con una elegancia superior. Fue inigualable con los aceros y en el momento del cruce con la muleta, atemperaba y templaba al astado, alargando los tiempos, a cuerpo limpio, para dejar siempre en sitio perfecto el estoque. Su arriesgada forma de matar le valió numerosos percances y le costó la muerte.

El grandísimo toreo había tomado la alternativa como matador de toros en la  Real Maestranza de Caballería de Sevilla, el día 2 de julio, de manos de Manuel Jiménez Chicuelo y con Gitanillo de Triana como testigo, enfrentándose  a un toro de la ganadería de Flores Tassara, que tenía por nombre “Comunista”, pero que fue por obvias razones cambiado por el de “Mirador”, al que le cortaría una oreja.

En agosto de 1942, Manolete se presentó en La Coruña. Era un lunes día 3 de agosto con La Coruña ardiendo en fiestas. Aquella tarde, los alrededores de la plaza de toros se vieron poblados por cientos y cientos de personas, que de todos los lugares de la ciudad, fueron llegando hasta los aledaños del gran coloso de la calle del Médico Rodríguez, que por supuesto colgó el cartel de “no hay localidades”. Trenes especiales, dejaron en La Coruña a un gran número de aficionados que venían desde varios lugares de la península. El nombre de Manolete era el gran reclamo y hasta cientos de ferrolanos se desplazaron por barco a La Coruña para ver al fenómeno cordobés.

Con toros de Sánchez Cobaleda en los corrales, Manolete, montera en mano, recorrió muy serio y concentrado el redondel coruñés, entre grandes aclamaciones y muchísima expectación de un público que llenó la plaza hasta la bandera. Le acompañaban en el paseíllo Domingo Dominguín y Morenito de Talavera. En el palco presidencial destacaba la presencia del Jefe del Estado Generalísimo Francisco Franco, que acompañado por su esposa e hija, fue recibido con una gran ovación a los acordes del himno Nacional con el público puesto en pie.

La corrida se presentó como un duelo entre Manolete y Morenito de Talavera, debido sobre todo a unas declaraciones que el toledano había realizado a la prensa, unos días antes del festejo, diciendo que iba a La Coruña a armar bronca y a disputarle a Manolete el liderato de la fiesta nacional. La polémica quedó zanjada en el ruedo, donde Manuel tuvo una soberbia actuación. Su estática figura sirvió para realizar unos extraordinarios lances de capa a un magnífico toro bravo y noble de Cobaleda. Ya con la franela, el califa, al son de la música, que interpretó por primera vez en la plaza coruñesa el majestuoso pasodoble dedicado a su persona, obra de los maestros Orozco y Celares, se inventó una faena muy artística, que cimentó con excelentes naturales y pases de pecho, sin necesidad de recurrir a sus célebres manoletinas. El público le premió con incesantes ovaciones.

Cartel de la presentación en La Coruña de Manolete.

A la hora de matar Manuel, dejó una entera, que acompañó con un golpe de descabello  Enorme ovación, dos orejas, rabo y vuelta al ruedo. El Caudillo, a quien había brindado el toro, le envió un obsequio. En su segundo, se hizo aplaudir con el capote, realizando una labor con la franela de dominio y arte. Dejó una estocada desprendida y escuchó muchos aplausos. Al finalizar la corrida  salió a hombros por la puerta grande del coso coruñés, rodeado de miles de partidarios.

Presentación de Manolete en la plaza de toros de La Coruña, Junto a Domingo Dominguín y Morenito de Talavera.

Al año siguiente, Manolete regresaría a La Coruña para revalidar su triunfo. Otro día tres de agosto, el fenómeno Manolete llenaría el coso coruñés, alternado con Juan Belmonte hijo y Domingo Dominguín. Se lidió una corrida de Concha y Sierra y otra vez el califa cordobés  salió a hombros de la plaza coruñesa, después de realizar dos enormes faenas, acompañadas por dos preciosos pasodobles y donde sobresalieron  estatuarios, naturales, redondos, de pecho y sus clásicas manoletinas, que pusieron la plaza  boca abajo de entusiasmo. Mató de una media y una entera que le valieron tres orejas de sus oponentes.

Manolete puso de nuevo en escena en La Coruña su toreo, que fue toda una innovación. Acortando el terreno al toro, su gusto por el pase natural, que ejecutaba con una destreza y lentitud poco común. A su segundo oponente lo recibió de muleta con cuatro ayudados por bajo, ligando de seguido una inconmensurable tanda de naturales de una belleza y desmayo sublimes. Las palmas echaron humo, Se llevó al toro a los medios y ahí le dio una cantidad de pases de todos los estilos, que enloquecieron los tendidos, finalizando con cuatro ajustadas manoletinas marca de la casa. Dos orejas triunfalmente paseadas.

Manolete junto a su cuadrilla. Puchades, Pinturas, Cantimplas, Atienza y Pimpi

Dos años más tarde, coincidiendo con los actos de inauguración del nuevo estadio municipal de Riazor. Manolete volvería por última vez a La Coruña. Se anunciaron Manolete. Carlos Arruza, Pepe Luis Vázquez, Gitanillo de Triana, Fermín Rivera, Curro Caro y los rejoneadores Álvaro Domecq y Simao da Veiga para participar en tres monumentales corridas, los días 3, 4 y 5 de mayo, y un festival taurino donde actuaron  Juanito Zamora, Antoñito Duarte, el Bombero Torero y el hombre de goma, con motivo de aquellas  fiestas de  inauguración del estadio de Riazor.

Los tres festejos, en los que se lidiaron reses de Flores Tassara, de Sánchez y Parladé, contaron con la presencia de muchas autoridades hispanas y lusas y una de ellas, con los jugadores de ambos combinado nacionales, que disputarían el encuentro inaugural, donde la selección española resultaría triunfadora, al derrotar a Portugal por cuatro tantos a dos con goles de Telmo Zarra en dos ocasiones, Herrerita y César Rodríguez,  

En las tres corridas, Manolete cortó un total de  cuatro orejas y un rabo. Por su parte el mejicano, Carlos Arruza, se llevó tres y un rabo. Pepe  Luis Vázquez estuvo soberbio, dando toda una lección de torería. Se llegó a  decir que cuando Pepe Luis estaba soberbio, los Ángeles daban palmas desde los palcos del cielo.  Fermín Rivera se ganó una gran ovación y Gitanillo vio silenciada su labor. Los dos rejoneadores, el portugués Simao Da Veiga y Álvaro Domecq, hicieron vibrar al respetable con dos extraordinarias actuaciones llenas de emoción, elegancia y torería y en las que quedó patente un magnífico dominio de las cabalgaduras.

En el primer festejo celebrado con  tarde esplendida y presidido por el alcalde Vázquez Pena, Manolete, Curro Caro y Arruza no lograron salir a hombros, pues  tuvieron que contentarse con una oreja cada uno, después de despachar una sosa y en algunos momentos aburrida corrida.

En la segunda lidia, la pugna entre Manolete y Arruza se saldó de forma favorable para el mejicano, que tuvo una actuación emocionantísima, llena de arte y valor. Tanto arriesgó que el toro lo engancho de forma violenta, aunque sin consecuencias. Arruza se levantó sin mirarse, en medio de una atronadora ovación. Siguió con adornos, arrodillándose delante del toro, colocando su codo en la testuz del animal “el famoso teléfono” que tanto apasionaba al público. Logró cortar dos orejas y rabo en medio de indescriptibles muestras de entusiasmo por parte de los aficionados. Manolete se llevó una oreja.

Sin embargo Manolete cerraría sus intervenciones en La Coruña con una rotunda actuación, realizando una extraordinaria faena, donde intercaló manoletinas con naturales, estatuarios y pases de pecho, que levantaron al público de sus asientos. Cobró una estocada hasta la empuñadura, que le valió las dos orejas de su enemigo.

En La Coruña, Manolete contó esos años con una gran peña de amigos, entre los que se encontraban, José González Chas, Ángel Duro, Alfonso Molina, Alfredo Malde, Arturo Mantiñán Alvedro y mi recordado padre, Marcelino. Pepe González Chas, era propietario, entre otros innumerables negocios, del hotel Velázquez de Madrid. Allí conoció al diestro cordobés y allí le presentó a los que luego serían sus grandes amigos coruñeses. En incontables ocasiones, la pandilla coruñesa se desplazó, por España adelante, para ver torear a su amigo, el gran califa Cordobés. Algunas de las veces que Manolete toreó en La Coruña, se alojó en el chalet que Pepe González Chas poseía en la Gaiteira.  Ellos quedarían huérfanos con la muerte de su buen amigo.

Manuel Rodríguez Sánchez, “Manolete”, ha pasado a la historia de la tauromaquia como lo que fue, una indiscutible figura del torero. Su presencia en aquellas plazas de toros de la posguerra española, tan necesitadas de alegrías, se convirtieron en un acontecimiento de primer orden que desbordaba pasiones y abarrotaba tendidos. Su figura fue centro de la actualidad española. No había tertulia que se preciase,  en todos los rincones de nuestra piel de toro, en que no se hablase, para bien o para mal, de Manolete. La pasión de los aficionados llenaba el ambiente. Lo quisieron enfrentar con Domingo Ortega, con Pepe Luis Vázquez, con Carlos Arruza. Su toreo personal, vertical, mayestático, hondo, profundo, basado en el valor y  en el gusto que le imprimía a las diversas suertes, pudo con todo. Por eso se convirtió en figura máxima de los ruedos españoles e hispanoamericanos. 

Homenaje a Manolete en el restaurante Lardhy de Madrid.

“El único español que no había hecho el ridículo en Méjico”, en palabras de Indalecio Prieto. El hijo de Doña Angustias, aquel que se presentó, un 11 de diciembre de 1944, en el restaurante Lardhy de Madrid, con traje corto ceñido, camisa de chorreras y sombrero cordobés, “etiqueta taurina”, diría un comensal, para recibir un homenaje popular, donde José María Alfaro, Alfredo Marqueríe, Agustín de Foxá y Adriano del Valle, leyeron excelentes poesías en su honor. Allí para agasajarlo, se dio cita el todo Madrid. Desde José María Pemán, director de la Real Academia de la Lengua al presidente del Consejo de Estado, Raimundo Fernández Cuesta, pasando por los escritores Pedro Mourlane, Rafael García Serrano, autores teatrales, prestigiosos pintores, afamados artistas, médicos, políticos, abogados. Hasta hubo personajes de alto linaje que usaron de recomendación para asegurarse un puesto entre los comensales de aquella inolvidable cena. “Este es el toro más difícil de mi vida”, sentenció Manuel a los postres. ”Solamente puedo decir, gracias, por tamaño homenaje”.

Manolete y Lupe Sino. Fotografía Santos Yubero.

Su romance tumultuoso con Antonia Bronchalo, Lupe Sino, -para el cinematógrafo español-, aquella guapa mujer de ojos garzos, actriz de segunda fila, que conoció en la barra de Chicote, en la Gran Vía madrileña, levantó una oleada de dimes y diretes. Lupe Sino no gozó de las simpatías ni del cariño de los más íntimos de Manolete. Ni a Camará, su apoderado; ni a Guillermo, su mozo de estoques; ni a su gran amigo Álvaro Domecq, le gustaba Lupe como novia de Manuel. Incluso su propia madre, Doña Angustias, intentó alejar al torero de la nefasta, según ella, influencia de aquella mujer, “por cuya vida habían pasado demasiados hombres”. Ni siquiera las advertencias de su adorada  madre, pudieron borrar el inmenso amor que Manuel profesó a Lupe. El halo de tristeza que siempre rodeó al torero, quizás tuviese algo que ver con aquel incomprendido noviazgo.

Manuel Rodríguez Sánchez “Manolete”  “Manolete ya se ha muerto. Muerto está que yo le vi” diría Ricardo García López “K-Hito”, desde las páginas del anaquel de “Dígame” en 1947.

Se iba para siempre Manuel, pero para la posteridad quedaba la letra de ese grandísimo pasodoble  que compusieron al alimón los maestros Ramos Celares y Orozco González. Vayan pues sus estrofas como homenaje al que fue en vida amigo de mi recordado padre Marcelino, el gran torero Manuel Rodríguez Sánchez “Manolete”, ejemplo de dignidad, arte, valor y españolía.

 “Manolete, Manolete

Vive ardiente tu recuerdo en la afición

Y el ejemplo de tu muerte

Tiene el eco de tus tardes de valor

Manolete, Manolete.

Sangre, llanto y emoción

Hoy tierra cordobesa

Te venera como te aplaudió”.

Recogido de su libro La Coruña, España y Los Toros. SND Editores. 2022.

Autor

Carlos Fernández Barallobre
Carlos Fernández Barallobre
Nacido en La Coruña el 1 de abril de 1957. Cursó estudios de derecho, carrera que abandonó para dedicarse al mundo empresarial. Fue también director de una residencia Universitaria y durante varios años director de las actividades culturales y Deportivas del prestigioso centro educativo de La Coruña, Liceo. Fue Presidente del Sporting Club Casino de la Coruña y vicepresidente de la Comisión Promotora de las Hogueras de San Juan de La Coruña. Apasionado de la historia, ha colaborado en diferentes medios escritos y radiofónicos. Proveniente de la Organización Juvenil Española, pasó luego a la Guardia de Franco.

En 1976 pasa a militar en Fuerza Nueva y es nombrado jefe Regional de Fuerza Joven de Galicia y Consejero Nacional. Está en posesión de la Orden del Mérito Militar de 1ª clase con distintivo blanco. Miembro de la Fundación Nacional Francisco Franco, es desde septiembre de 2017, el miembro de la Fundación Nacional Francisco Franco, encargado de guiar las visitas al Pazo de Meiras. Está en posesión del título de Caballero de Honor de dicha Fundación, a propuesta de la Junta directiva presidida por el general D. Juan Chicharro Ortega.

 
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