21/11/2024 11:49

Vayan dedicadas estas líneas a

Don Andrés Rivas Veíra

cuyas palabras, allá en Poulo,

me hicieron pensar

Ya apenas recuerdo el comienzo de mis caminos de Santiago. ¡Hace ya tanto tiempo!. Pero de lo que si me acuerdo es de cuando, hace ya años, paseando un día por la corta y estrecha calle de la vida, me encontré con la ancianidad. La ancianidad, a primera vista, parecía ser una mujer hosca, huraña y fea. Sin duda, fue esta, una percepción errónea. Después de una primera charla con ella fui descubriendo sus encantos. Aquel primer encuentro devino en amistad. Poco después, en un no sé qué yo. Para casi de forma inmediata adentrarnos ambos en el fluir de un intenso romance. Ella, actualmente, es mi amante.

Estamos juntos. Reposamos unidos. Respiramos el mismo aire. Nos despiertan las mismas luces. Vivimos los mismos instantes, las mismas horas y los mismos días. Compartimos iguales pensamientos e idénticas voluntades. Cada palabra es una ilusión intuida. Aunque ya, realmente, no hacen falta palabras. Solo los silencios bastan. Ella fue quien me aconsejó que mis caminos de Santiago fueran más adecuados a mi estado. Sugerencia que, por su coherencia, acogí sin replicar. El consejo era sabio y adecuado a las circunstancias que el calendario, jugando travieso con la edad, me imponía.

Abandoné el Camino Francés, el Camino del Norte, el Camino Viejo, el Camino Portugués y el Camino de la Plata. Bueno, digo abandoné, quizás habría de decir que ellos me echaron de sus etapas. Nos echaron a los dos. A mí y a mi amante. Tan despótica como ineducada conducta, nos llevó a ambos a refugiarnos en el Camino Inglés. Camino que transcurre desde Ferrol hasta Santiago. Camino cortito. Camino con formidable infraestructura. Camino fácil, aunque guarde en sus adentros los repechos de Puentedeume y de Betanzos…y algún otro. Camino asequible a familias con pequeños retoños, a escolares de primaria, a grupos parroquiales de niños acompañados de sus catequistas… a viejos y a lisiados. Es en los perfiles de estas dos últimas categorías en los que yo encajo con justeza.

Ha sido este año. En Poulo. En el trascurso de la etapa que da comienzo en Hospital de Bruma. En la preciosa parroquia del municipio coruñés de Ordes. Quedando apenas trece kilómetros para llegar a Sigüeiro, la antesala de Santiago. Una vez dejado atrás el albergue de peregrinos situado en la antigua casa rectoral. Tras haber andado por un paraje encantador y boscoso, donde los carballos, castaños y laureles cantan rumores de silencio y misterio a los fatigados peregrinos que por la senda andan. Senda que habrá de morir en una carretera estrecha que, al cabo de un kilómetro y medio, parte en dos la pequeña parroquia de Poulo.

Es en Poulo, donde siempre paro un rato. Me gusta sentarme en una de las tres mesas que tiene en la calle el bar O Cruceiro. Tres mesas que, a modo de pequeña terraza, permanecen protegidas en el soportal. Fue en el bar O Cruceiro, donde conocí a don Andrés Rivas Veiras. Estaba sentado en una mesa junto a la que yo ocupaba. Una mesa en torno de la cual tomaban asiento tres paisanos del lugar que escuchaban atentos a don Andrés. Hombre, este, entrado en años, cano el cabello, de hablar sereno y voz templada. Después de treinta años haciendo las américas, había vuelto al lugar en el que estrenó la vida. En la mesa una empanada troceada y unas tazas de ribeiro blanco.

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Yo sin escuchar, oía la conversación. El tema de la charla me intrigó. Poco tardé en incorporarme al grupo.

Trataba don Andrés de explicar, a los que con interés le escuchábamos, las peripecias que habían sucedido para que el invento más popular en el mundo actual, habiendo, quizás, nacido en España terminara siendo americano: la Coca Cola. Decía don Andrés que todo el mundo dice que la Coca Cola fue inventada por el farmacéutico americano John Pemberton en Atlanta, en 1886. Pemberton, se dice, desarrolló la fórmula secreta de un jarabe medicinal al que, añadiéndole casualmente soda, convertiría en lo que hoy conocemos con el nombre de Coca Cola.

Pero lo que generalmente se desconoce es que en el pueblo Ayelo de Malferit  de Valencia.en 1880  (antes del nacimiento de Coca-Cola) un grupo de tres amigos, Bautista Aparici, Ricardo Sanz y Enrique Ortiz se asociaron para crear una pequeña destilería. Ortiz era el socio capitalista. Aparici un viajero incansable, amante de la naturaleza, que habría de asumir la tarea, tanto de abrir mercados en el extranjero, como de facilitar plantas exóticas para la formulación de nuevos brebajes. Sanz era el conocedor de los secretos de la creación de jarabes y licores. Los tres montaron una pequeña fábrica de elixires, jarabes, horchatas y destilados.

En aquella pequeña destilería verían la luz brebajes tan curiosos como los denominados: Placer de Damas, Lagrimas del Contribuyente o Leche de Vieja.

Aparici en uno de sus viajes por Sudamérica trajo en su maletín nueces de cola y hojas de coca de Perú, a partir de las cuales formularon un nuevo jarabe al que denominarían Nuez de Kola Coca. Brebaje negruzco compuesto a base de nuez de cola y hojas de coca.  Este nuevo brebaje se concibió en un principio como bebida tónica y medicinal. Los médicos valencianos la recomendaban como reconstituyente y tónico estomacal, tomada después de las comidas.

Sus creadores no pudieron inscribir tan beneficioso jarabe en la Oficina de Patentes y Marcas, pues era requisito imprescindible para dicho trámite que el producto tuviera aceptación por el público. Pero la no inscripción en la Oficina de Patentes y Marcas no fue óbice para que dicho jarabe no obtuviera importantes galardones a nivel internacional. Medalla de Oro en el certamen de bebidas de Filadelfia de 1885. Igual galardón en la Exposición Universal de París de 1889. También con medallas de Oro en la Exposición de Roma y en Egipto. Lo mismo que en la Exposición Hispano Francesa de Zaragoza en 1908. Fue lógicamente, la Medalla de Oro obtenida en el certamen de bebidas de Filadelfia, el espaldarazo internacional al brebaje valenciano, aunque la Oficina de Patentes y Marcas española, al no poder comprobar que el producto tuviera aceptación por el público, no accediera a su inscripción.

Viajó Aparici por toda Europa, promocionando el brebaje. Sus viajes eran las herramientas para la apertura de mercados de los productos de la sociedad que, junto con Ricardo Sanz y Enrique Ortiz, formaba. En sus desplazamientos iba dejando botellas de muestra de sus productos, entre los que destacaba la Nuez de Kola Coca. Bebida tan abundantemente galardonada a niveles internacionales. Posteriormente al galardón logrado en Filadelfia el año 1885, los distribuidores de Estados Unidos habían sido sembrados con botellas de muestra de Kola Coca.

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La empresa de los tres emprendedores valencianos se convirtió en proveedora de la Casa Real. El año 1892 la reina regente, María Cristina de Austria, concedió a la empresa autorización para usar el escudo y las armas en los productos de la empresa. Pero en España, la Oficina de Patentes y Marcas seguía sin tener pruebas fehacientes de que el producto tuviera aceptación por el público. Realmente nos extraña sobremanera que la no inscripción en la Oficina de Patentes y Marcas obedeciera a este motivo, Pero consultados periódicos en los que, el año 2011, se hacían eco del 125 aniversario de la invención de Coca Cola, así lo ponen de manifiesto.

Transcurrido un año desde el galardón obtenido en Filadelfia, el año 1886, Pemberton registraba el jarabe medicinal con soda que hoy conoce el mundo entero con la denominación de Coca Cola. ¿Son casualidades? Es posible. Por fin, el año 1903, la Oficina de Patentes y Marcas en España accedería a registrar el elixir. En la década de los cincuenta del siglo pasado, cuando Coca Cola se expandía por todos los países del mundo, solo quedaba una nación al margen de aquella abrumadora marea: España.

En España existía una bebida de nombre parecido y los mismos ingredientes de base, con una proyección comercial muy reducida. A fin de evitar litigios, en 1953, se alcanzó un acuerdo por el cual la compañía Coca Cola compraba a la viuda de Juan Mompó, la propietaria en aquel momento, la patente y la marca de Kola Coca por un importe de 30.000 pesetas de la época.

Desde aquel preciso momento, llenos de alborozado frenesí, los españoles descubrieron donde se encuentra la chispa de la vida… La chispa de la vida…

Don Andrés había terminado su charla. Los que en torno de aquella mesa estábamos, quedamos en silencio. Ya las tazas de ribeiro estaban vacías y en el centro de la mesa no quedaba ningún trozo de empanada.

  • Bueno señores -dije yo- que el Camino espera.

  • ¡Buen Camino! – me dijeron cuatro voces!

Cargué a la espalda el macuto. Ajusté el cinto. Di dos pasos. El orvallo humedeció mi cara. Me paré un instante. Ya fuera del soportal, respiré hondo.

  • ¡Gracias señores! ¡Hasta otra! ¡Las piedras no se encuentran; los hombres si!

Vi que en aquellos rostros se esbozaba una sonrisa callada.

El Camino de Santiago volvió a convertirse en la única senda a seguir y la sola vereda a través de la cual encaminar mis pasos.

Autor

Juan José García Jiménez
Juan José García Jiménez
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