Cualquier estudiante de psicología o cualquier aficionado al estudio de la mente humana sabe que las personas débiles no pueden ser sinceras. Y Pedro Sánchez nunca se cansa de mentir por mitad de la barba. La penosa e indigna carta que hizo pública con su firma el pasado día 25, que sólo puede aceptarse en un adolescente emocionalmente extraviado, nunca en un adulto y menos si es presidente de un Gobierno, es el esclarecedor ejemplo de su debilidad. Pero, ¡cuidado!, porque siempre nos han aconsejado nuestras abuelas y abuelos que no nos acerquemos confiados a una rata resabiada o vieja cuando cae en alguna trampa, pues entonces resultan muy peligrosas.
Y Pedro Sánchez, graduado en tinieblas y doctor a oscuras, está ahora de morros, como el garitero que ha dado cientos de barajas a sus compinches, y se ha endiablado de cólera porque no le han pagado a su gusto ninguna, y teme que se vayan los actores y los reos con las costas en el cuerpo, tras una pendencia de barato sobre ciertos delincuentes que taparon mal una suerte. Es decir, Tirano Banderas teme estar en una trampa, y teme que le abandonen sus instituciones y sus palmeros, algo inadmisible para toda personalidad delictiva y narcisista, más aún sentada en sillón presidencial.
Pero, insisto, ¡cuidado!, porque obrar contra la experiencia es error. Y esperar mudanza de un proceder habitual es imprudencia. Nuestro ilegítimo presidente ha dado innumerables pruebas de su resistencia a abandonar la poltrona, así como de su repugnancia a contar a los españoles la verdad. Por eso, aunque mentir es siempre un vicio horrible, y más aún en persona gobernante, es decir, con alta responsabilidad y obligación, sin embargo, él y los suyos no pararán de desorientar ni de engañar; se victimizarán y mentirán, inagotables, como si se lo fuesen a prohibir.
Sánchez, el mejor presidente de Marruecos, según la voz popular, es malo y mentiroso, pero a la hora de resolver su duda acerca de si continuar o no al frente del Gobierno, va a tratar, con sus lágrimas, de semejar un ejemplo de desprendimiento, porque por muy malvados que sean los hombres no se atreven a parecer enemigos de la virtud. Ítem más, cuando quieren perseguirla, fingen creerla falsa o le suponen grandes crímenes. Además, como apuntó Juan Ruiz de Alarcón en La verdad sospechosa, «Siempre ha sido costumbre del mentiroso, de su crédito dudoso, jurar para ser creído». De ahí que nos jurará una y otra vez su amor a España y su desapego al cargo. Algo inaudito, pero real.
Y no dimitirá, por supuesto. Al menos por propia voluntad. Porque las tiranías se derrocan o se perpetúan. Jamás se extinguen por decisión propia.
Autor
- Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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