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Inicié la campaña en el ejército Carlista, en Cataluña, a las órdenes del General Savalls que en el mes de marzo de 1873 se encontraba en el pueblo de Gironella, villa de alguna importancia, a unas tres horas de camino de la plaza fuerte de Berga que, a la sazón, estaba ocupada por las fuerzas del Gobierno de la República, habiendo coincidido en dicho pueblo con los Infantes D. Alfonso de Borbón, hermano del Rey D. Carlos VII y su esposa la Serenísima Señora Doña María de las Nieves. También se encontraban allí los Jefes Auguet y Miret con sus respectivas partidas. En total unos tres mil hombres y un cañón.

 

A eso de las tres de la madrugada del día veintiocho de dicho mes, iniciamos el ataque a la citada plaza fuerte de Berga, rodeándola completamente y haciendo fuego a discreción. Después de varias horas de fuego se formalizó el ataque apoderándonos, a las tres de la tarde, de la puerta principal de la plaza, que tomó con gran valor y arrojo la partida de Miret, haciéndose dueño de las primeras casas y obligando a los sitiados a replegarse por aquella parte hacia su cuartel, donde se refugiaron. Mientras tanto, las demás fuerzas atacaban duramente el resto de los fuertes y el Castillo.

 

Del cuartel se hizo un intento de salida, siendo rechazado y obligándoles a regresar al cuartel, desde donde se tocó la retirada. Muchos pudieron cumplir la orden, pero otros fueron hachos prisioneros, haciéndose dueño del pueblo nuestras tropas, quienes consiguieron que se rindiesen los veintitantos fuertes, a los que se había pegado fuego con bombas de petróleo.

 

El cuartel continuó la resistencia y al anunciarles que íbamos a pegarle fuego, terminaron por rendirse a discreción.

 

Salieron del cuartel todos los prisioneros, entregando las armas y fueron conducidos al lugar donde se encontraban las Jefes de nuestras fuerzas.

 

Al llegar noticias de que una columna enemiga andaba por las cercanías, desalojamos la plaza llevando con nosotros a los prisioneros militares y esquivamos al enemigo por caminos entre montes, y por fin, seguimos por el camino llamado de Pont de Rabentí, que era infernal, ya anocheciendo y con un tiempo tempestuoso que causaba espanto. Llegamos al pueblo cerca del amanecer.

 

Tomamos el desayuno y, enseguida, nos dieron orden de continuar el camino. Hallándonos en los preparativos para ello, vimos que los voluntarios prisioneros eran separados de los otros y amarrados por los brazos, lo que hizo temer por sus vidas, a pesar de que D. Francisco de Borbón, primo de D. Carlos, había manifestado que no se fusilaría a ningún prisionero.

 

A la salida del pueblo se hallaban los Infantes D. Alfonso y Doña María de las Nieves, a quienes aclamamos entusiasmados dando muchos vivas, pues su visita producía una gratísima impresión, dada su fisonomía simpática y majestuoso gesto que revelaba bien a las claras la procedencia de su cuna, produciendo sus sonrisas verdadero bienestar, cual bálsamo que nos aliviaba de tantos sufrimientos e infortunios. No así el General Savalls que se encontraba a su lado, el cual, con su mirada dura, su porta marcial y guerrero, imponía.

 

Seguimos marchando hacia la villa de Bagá y como hacia la mitad del camino recibimos una serie de órdenes y contra órdenes que nos hicieron marchar y contra marchar, causándonos tal cansancio que nos mandaron sentarnos a los lados del camino para evitar que nos rindiésemos de fatiga.

 

A poco rato de esto, oímos unas cuantas descargas de fusilería cerca del sitio donde nos encontrábamos, anunciándonos los Jefes que era que se había cumplido la orden de Savalls, fusilando a los prisioneros voluntarios de Berga. ¡Dios los haya acogido en su santo seno! Continuamos el camino en las mismas condiciones anteriores, llegando a las inmediaciones de Bagá, donde acampamos para descansar de tantas marchas y contra marchas a fin de evitar al enemigo que nos rondaba y era muchísimo más numeroso y bien armado.

 

A la mañana siguiente fuimos sorprendidos por el ataque enemigo, dándose orden de dispersión, mientras un batallón, el mío, se quedaba para contener al enemigo y cubrir la retirada, consiguiendo detenerlo a costa de muchas bajas y logrando que se pusiera a salvo el grueso de la fuerza, gracias a la bravura con que luchamos, habiendo estado en varias ocasiones en inminente peligro de caer prisioneros. Conseguimos retirarnos nosotros también, llevándonos a nuestros heridos y al unirnos al resto de las fuerzas nos enteramos de que los prisioneros no voluntarios se habían pasado al enemigo aprovechando la confusión de la retirada.

 

Al día siguiente el General Savalls me mandó llamar haciendo muchos elogios de mi comportamiento y anunciándome el ascenso inmediato.

 

Después del fracaso sufrido fuimos objeto de una persecución tenaz. Siempre teníamos a nuestro alcance una columna del ejército enemigo, especialmente la del Brigadier Cabrinety en combinación con otras. No sé qué fuerza humana nos sostenía porque parecía imposible que se pueda sufrir tantas penalidades y trabajos como hemos pasado: hambre, miseria, marchas terribles por montañas cubiertas de nieve, pasando noches enteras sin descansar. Todo cuanto pueda imaginar la razón humana creo que no llegaría a la realidad. Y todo se sufría con verdadera paciencia y resignación.

 

Para despistar al enemigo dispuso el General Savalls que nos separáramos por columnas de dos compañías. Le tocó a la mía con la 4ª y se nos dio instrucciones de salir de aquellas cercanías y que nos dirigiéramos a reconocer parte de la costa para apoyar a las partidas volantes que se dedicaban al cobro de las contribuciones de guerra para sostener al Ejército Carlista.

 

Salimos por caminos extraviados a fin de evitar el encuentro con las columnas enemigas que nos perseguían, huyendo de toda población fortificada -que en aquella región son muy abundantes- llegando a las cercanías de la hermosa villa de Massanet de la Selva, en la provincia de Gerona, a unas trece leguas de la estación de ferrocarril de Sils, atravesamos la línea por un sitio muy expuesto y acampando cerca del pueblo, donde descansamos unas horas.

 

Seguimos la marcha, cuando al subir a una loma oímos unos disparos de fusil, comunicando la vanguardia que venían voluntarios cipayos por la carretera. Avanzamos por la derecha con gran entusiasmo, replegándose el enemigo detrás de unos carros que llevaban. Más al tener noticia que aquellos eran más de trescientos que conducían fusiles para el ejército liberal y que salían de Manresa fuerzas en su auxilio, tratamos de preparar la retirada, pero como al propio tiempo vimos que se acercaba en nuestro auxilio una de las partidas volantes y una compañía del batallón de Auguet que andaba por aquellos lugares, emprendimos de nuevo el ataque haciendo huir a los cipayos que abandonaron a la fuerza que desde Massanet había acudido a su auxilio y que se vio comprometidísima, salvándose por pies para evitar ser copados, como estuvo a punto de ocurrir.

 

Hicimos una correría por aquellos pueblos cuya comarca es una de las más hermosas de Cataluña y volvimos a incorporarnos a nuestro batallón, sin que hubiera ocurrido cosa de relativa importancia. Una vez entre los nuestros dedicamos el tiempo en instrucción militar de la cual estábamos bastante faltos y a la vez nos preparábamos para continuar las operaciones tan pronto como llegara Savalls que se había retirado a un hospital en busca de descanso y de algún alivio para su quebrantada salud.

 

Era tanta la importancia que el Brigadier Carlista D. Francisco Savalls tenía, que los Jefes de las tropas enemigas se decidieron a perseguirle expresamente y con tanta saña que en más de una ocasión estuvieron a punto de hacerle prisionero.

 

Hallándose en uno de los hospitales carlistas establecidos en los montes de Lleyés, en busca, como dije antes, de alivio para su salud un tanto quebrantada, y como no pudieron prenderle por no hallarse en él, por haberse puesto a salvo oportunamente al recibir a tiempo el aviso, los Jefes liberales cegados por la rabia y por el odio y para ocultar su impotencia, ordenaron a sus gentes que prendieran fuego al hospital, como lo hicieron, fusilando a cuentos heridos encontraron, después de maltratarlos bárbaramente. Sólo puede disculpar tales hechos, si cabe disculpa para ellos, el estado de insubordinación que existía en aquel ejército.

 

Siguieron las persecuciones contra Savalls quien estuvo otras dos veces en peligro de caer en las criminales manos de sus perseguidores cuando se encontraba en el hospital establecido en los montes de las Guillarías, a donde había ido después de la huida del de Lleyés, desarrollándose las mismas dolorosas escenas.

 

En vista de tan encarnizada persecución, Savalls se decidió a continuar las operaciones, poniéndose al frente de su columna y empezaron las marchas y contramarchas sin fin, siempre perseguidos y siempre burlando los más y mejor meditados planes de los Jefes de las seis columnas que maniobraban en nuestra busca.

 

Si no obtuvimos grandes triunfos, evitamos derrotas y producimos también desaliento en el enemigo. Pero cansado Savalls de tan pertinaz persecución y ante la escasez de municiones que siempre sentimos pero que en esta ocasión aumentaba de manera alarmante, decidió dar un golpe decisivo fuera del campo de nuestras operaciones, que al efecto abandonó de improviso. Para ello reunió en Viladrau, población algo distante de Gerona, a las fuerzas de Auguet y a la compañía de Guías y formó con algunos caballos una sección montada, organizando con todos estos elementos una columna de ataque, aunque mal municionada y deficientemente armada.

 

Después de alguna preparación militar, salimos de operaciones pernoctando en el Montseny, a unos sesenta kilómetros de Barcelona y, después de descansar, salimos muy de madrugada para atravesar la línea férrea que ya se había inutilizado de antemano, lo mismo que el telégrafo, marchando todo el día sin pararse ni a comer siquiera, hasta las cinco de la tarde que llegamos a la antiquísima ciudad de Mataró, situada en la costa del Mediterráneo, confinando con la gran Barcelona y distante solamente a ocho horas de camino. Se estableció el ataque de improviso atravesando por sorpresa toda la columna de la ciudad, llegando hasta el Ayuntamiento en donde se hizo alguna resistencia. A poco recibimos órdenes de retirarnos debido a que la caballería no había podido inutilizar el telégrafo, verificándolo con toda tranquilidad, llevando con nosotros de rehenes a varios propietarios como garantía de la contribución de guerra que se le exigía a la ciudad, y continuamos la marcha toda la noche.

 

Al amanecer se presentó ante mi vista uno de los cuadros más desoladores: la fuerza toda iba dispersa debido al cansancio por tan larga marcha, aumentado por el hambre y el sueño que se iba apoderando de nuestros voluntarios, hasta el punto de que alguno llegaba a quedarse dormido sobre la misma vía de ferrocarril. Paramos en un pueblecito próximo al Montseny, descansando mientras iban llegando los voluntarios que se habían quedado rezagados.

 

Hallábase la fuerza tirada por las calles, donde se podía, por ser insuficientes las casas para alojarla, cuando el centinela que prestaba servicio en el campanario de la iglesia parroquial, hizo un disparo de fusil, que era la señal de que se acercaba el enemigo. Dispuso Savalls que mi compañía se marchara con los vecinos de Mataró que llevábamos como rehenes, en dirección al Montseny, y que dos compañía del batallón que mandaba Auguet, armadas con fusiles Remington, marcharan desplegadas por los flancos, saliendo por la carretera el grueso de la columna y a retaguardia la caballería compuesta de veinticinco caballos, para resistir la carga del enemigo. Hasta tres veces fue rechazado el ataque, con grandes pérdidas.

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Viendo que el grueso de la columna carlista dejaba aproximándose, la montaña, se retiraron y no nos molestaron más, llegando nosotros al Montseny sin haber tenido ni un herido.

 

Mi compañía, con los rehenes, se alojó en una casa algo alejada del pueblo. Estaban tan pobres sus habitantes, que apenas encontramos que comer. Al día siguiente, de madrugada, después de una mala noche, salí al campo, encontrándome con que se acercaban hacia nuestros alojamientos tropas enemigas y ya tan cercanas que apenas si nos dio tiempo a salir corriendo, abandonando los rehenes y varios caballos, que era lo que el enemigo quería rescatar por su importancia, ya que habían ofrecido cuarenta mil duros por el rescate. Una vez incorporados al grueso de la fuerza, se nos acercó el general Savalls amonestándonos duramente, sin merecerlo, por haber abandonado los rehenes.

 

Continuamos la marcha camino de Viladrau, bajando por la ermita de San Simón. Terrible bajada. Es una de las más escabrosas de Cataluña, llena de precipicios y despeñaderos. Aún no estábamos en el llano, cuando nos avisan de que Cabrinety, que estaba en el mismo pueblo, venía con su columna en nuestra persecución. Savalls, visto el cansancio y el hambre que reinaba entre sus tropas y, sobre todo, por la gran escasez de municiones, consultó con los demás jefes, decidiendo no hacer frente, y que mi compañía, al parecer en castigo por haber abandonado a los rehenes de Mataró, fuera la que sostuviera el ataque del enemigo, apoyada a retaguardia por otra compañía.

 

Subimos a un promontorio que el propio General nos señaló, cuando ya los enemigos nos tiroteaban, tomando posesión de él. Apenas llegar, empezó la artillería a lanzarnos granadas y la infantería a atacarnos por todos los flancos, sosteniéndonos hasta que ya próximos a nosotros tuvimos que retirarnos para no caer en su poder. Empezó una persecución espantosa, subiendo y bajando montes y siempre sobre nosotros hasta que consiguieron dispersarnos por completo. Gracias a que en aquellas montañas había multitud de arroyuelos no he muerto de sed y de sofocación. Viéndome extraviado por completo en aquellos sitios en donde para sostenerme tenía que arrastrarme y sujetarme con ambas manos por ser imposible atravesarlos de otro modo, se me ocurrió subir sobre un promontorio para explorar el sitio, y entonces vi a mis voluntarios, que creyéndome enemigo, me apuntaban con sus fusiles para hacer fuego. Gracias a que el Capitán, que estaba con ellos, me reconoció y se puso delante para impedirlo, llegando a incorporarme después de grandes trabajos.

 

Una vez reunidos, marchamos a ocultarnos en un bosque cercano, porque supimos que la columna venía en nuestra persecución, en espera de poder orientarnos del sitio en que se encontraba Savalls, así como el lugar que ocupaban nuestros perseguidores. Al cabo de tres horas, salió un voluntario disfrazado para explorar el terreno en busca de noticia, y cuál no sería nuestra alegría, cuando de vuelta nos dijo que ya no había peligro alguno, pues la columna enemiga se había dividido en dos, dirigiéndose una hacia los montes y otra para Vic, dejándonos en medio. Salimos de allí yendo a buscar alimentos porque eran las cinco de la tarde y aún no habíamos desayunado después de tantas fatigas y peligros como habíamos pasado, llegando a una gran masía en donde, mientras nos preparábamos alguna cosa para comer, nos enteramos de los actos que habían llevado a cabo las tropas del progreso. Saquearon cuantas masías encontraron y después les pusieron fuego, cometiendo los mayores atropellos con sus moradores y fusilando a cuantos cogían prisioneros. Estos hechos vandálicos se citaban muy bien de darlos a la publicidad los periódicos liberales.

 

Al día siguiente pasamos por el sitio de la catástrofe y aún humeaban los restos del vandalismo. Yo lo vi con mis propios ojos y oí relaciones horrorosas de los testigos.

 

Continuamos dispersos varios días, porque nuestra columna se había retirado bastante lejos de aquellos lugares, hasta que, por fin, recibimos una comunicación de incorporarnos en Ripoll. Por cierto, que por poco caemos en poder del Brigadier Martínez Campos, que con su columna se dirigía al mismo lugar que nosotros en persecución de Savalls; cosa que supimos gracias a un correligionario que nos dio el aviso y a la vez nos dijo que en una de las casas del camino se habían quedado dos soldados rezagados de la columna. Salí con varios voluntarios en su busca por orden del Capitán, y conseguí sorprenderlos, llevándolos con nosotros hasta el día siguiente, en que, dándoles un pase, se les puso en libertad.

 

Llegamos a Ripoll, recibiendo orden de hacer una exploración por la selva del Ampurdán. De vuelta, en la importante villa de Santa Pau, cercana a Olot, tuvimos noticias de que se acercaba una columna enemiga. Dispuso Savalls atacarla por sorpresa, para lo que ordenó a un batallón se emboscase en un punto por donde necesariamente tenía que pasar el enemigo, haciéndoles fuego, mientras el resto de la fuerza atacaría en la carretera por retaguardia. Grande fue nuestra sorpresa cuando de improviso nos vimos atacados por los que nosotros pretendíamos copar.

 

Savalls dispuso que tomasen los flancos, tocándole a mi compañía la izquierda, y a pecho descubierto, nos dirigimos a la carrera a tomar posiciones entre unas masías próximas, en medio de un fuego graneado. Al llegar al sitio apetecido, nos vimos obligados a desalojarlo enseguida, debido a lo certeros que estaban con sus cañones, la artillería, que nos abrasaba con sus granadas, apoyando muy bien a su infantería, que avanzaba resuelta hacia nosotros.

 

Ante el temor al peligro de ser copados, se dispuso la retirada que hicimos por un monte arriba, sirviendo de blanco al enemigo y especialmente a la artillería, que con sus granadas nos mandaban tales saludos de despedida que nos hacía desear por momentos perderlos de vista.

 

Cuando llegamos a la cumbre de la montaña vimos al grueso de nuestra columna que desfilaba muy reposadamente camino de Olot. Entonces comprendí que nos habían mandado, como en Viladrau, a servir de sostén para poder hacer la retirada de la columna. A pesar de tantas balas y granadas como pasan entre nosotros, nos asombró el hecho milagroso de haber tenido un solo herido, al cual nos costó mucho trabajo llevarle con nosotros hasta que, por fin, lo pudimos dejar en sitio seguro.

 

Llegamos a la carretera, uniéndonos a las fuerzas, y al poco rato nos avisaron que venían de Olot quinientos carabineros que estaban allí concentrados, y para evitar el encuentro, nos dirigimos a paso ligero a atravesar el barranco de Castellfollit de la Roca, viéndonos obligados a apretar el paso, por hacernos señas los paisanos y las mujeres de que llevaban a toda prisa los carabineros, pasando el barranco, al fin, sin novedad.

 

Hicimos noche como se pudo, repartidos entre unas casas y, muy de madrugada, emprendimos la marcha por uno de los desfiladeros arriba y cuando se había andado como una hora, vimos unas tropas en lo alto del monte, a las que hicimos señas que nos contestaron, y como íbamos como siempre, de vanguardia, dimos parte de ellos al General Savalls, quien ordenó que a la carrera diéramos doble derecha, como se hizo, volviendo toda la fuerza por el mismo camino que llevábamos, por ser aquel lugar muy peligroso, debido a que si la columna enemiga se hallaba en Castellfollit nos perseguía y se apoderaba antes que nosotros del paso del río, que forzosamente teníamos que atravesar, sufriríamos otra derrota.

 

Con el apuro que es de presumir, pasamos a través del río con toda facilidad, marchando hacia la frontera francesa. Poco antes de llegar a un pueblo del que no recuerdo su nombre, formamos, y el propio Savalls en persona, repartió un duro a cada voluntario. Entramos en el pueblo para resguardarnos del fuerte temporal que se desencadenó con truenos y relámpagos que imponían al más valiente, y, tan pronto pasó el vendaval, salimos del poblado, por ser peligroso el permanecer en él, debido a la proximidad de la frontera francesa que hacía difícil las maniobras y movimientos precisos para poder burlar la vigilancia de nuestros perseguidores y volvimos a internarnos en nuestros cuarteles.

 

Entonces vimos la guerra feroz que hacían las tropas republicanas. Saqueo de masías y quema de los edificios, con el fusilamiento de cuantas personas creían carlistas, siguiendo las hazañas que habían inaugurado en Viladrau. Sobre todo en las Guillarías, en donde sólo hallamos cenizas y las huellas de estos modernos vándalos. Hasta por los caminos encontrábamos restos y señales de sus hazañas.

 

Volvieron sobre nosotros las columnas enemigas, mientras íbamos de un lado para otro, burlando sus combinaciones, en espera de la ocasión de poder caer sobre alguna de ellas de improviso y poderlos zurrar a nuestro gusto. En esto se presentó por allí, muy arrogante, el Regimiento de San Fernando, demostrando una audacia rayana en la temeridad, al internarse por sitios por donde hasta entonces no había estado el enemigo. Para escarmentar y a la vez castigar tal imprudencia, toda vez que el terreno también se prestaba para ello, se les preparó una emboscada.

 

Se encontraba dicho regimiento en un pueblecito, situado en el corazón de la comarca conocida por las Guillarías, que se encuentra entre las provincias de Barcelona y Gerona, llamado Susqueda, que está rodeado de grandes montañas pobladas de grandes bosques y a cuya vera pasa el río Ter, sobre el que se levanta un magnífico puente que lo comunica con la villa de San Pedro de Osor, donde nos encontrábamos.

 

Supuso Savalls que el enemigo vendría en nuestra busca, por lo que dispuso que durante la noche se situara al otro lado del río resguardándose por la parte por donde aquel había de atacar, 200 hombres armados de grandes trabucos, para barrer el puente en el momento de pasar el enemigo, mientras el resto de la columna ordenó subiese  la cumbre de una montaña, situándola detrás de una ermita que allí había, para caer de momento sobre el enemigo por la retaguardia, cuando más distraídos estuvieran luchando con los del puente. Así pasamos la noche en vela, esperando la orden de ataque, cuando al amanecer, vimos al batallón de San Fernando formado en la plaza del pueblo y enseguida marcha tomando la dirección contraria al sitio en donde nos encontrábamos. Y obraron prudentemente.

 

Algo contrariados, marchamos en dirección paralela al enemigo y fuimos a parar a San Hilari Sacalm, el mayor y mejor pueblo de toda aquella comarca, en donde descansamos y comimos, reponiendo un tanto las fuerzas, que bien lo había menester, después de la mala noche pasada.

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En tal estado y de improviso, la misma columna que al parecer nos buscaba por otro lado y lugar que a nosotros nos convenía, se nos echó encima en forma tal, que apenas si tuvimos tiempo para salir del pueblo y poder tomar posiciones.

 

Inmediatamente se rompió el fuego por las compañías que venían flanqueando. A mí, como siempre, me tocó ser de los primeros. Al poco rato, se generalizó el combate, atacando especialmente por el camino que conducía a San Pedro de Osor.

 

Varias veces tuvieron que retroceder, pero como llegaron a faltar las municiones a nuestras fuerzas, cosa que al parecer sospechó el enemigo, porque volvieron al ataque con mucha más furia. Ya empezábamos a iniciar la retirada cuando, de improviso, se presentó a nuestra retaguardia una Compañía de refuerzo armada de fusiles Remington. Nos retiramos nosotros para que ella pudiera hacer fuego y ella sola se defendió de toda la columna, hasta que, visto que no querían atacarnos y que sólo se defendían en las posiciones que nosotros habíamos ocupado en un primer momento y que al iniciar la retirada habíamos abandonado, determinó Savalls atacarles.

 

Era tal el entusiasmo que reinaba entre nosotros que hasta la poca caballería que teníamos pidió que se les dejara dar una carga por el camino, a pesar de su escabrosidad y ser muy difícil para poder maniobrar esta arma. No se miró el peligro. Cargó la caballería y atacamos los voluntarios con furia tal que, desalojándoles de las posiciones, se les obligó a dispersarse, huyendo a la desbandada y yendo a ocultar su derrota detrás de las tapias y casas del pueblo y dejando en nuestro poder los heridos, buen número de fusiles y municiones, habiendo faltado muy poco para cogerles un cañón.

 

Para dar idea de esta derrota, basta decir que dos compañías de nuestra columna fueron a parar en persecución del enemigo, a un pueblo distante tres leguas del sitio en donde ocurrió el combate.

 

Éste triunfo avivó más el furor del enemigo, haciéndonos una persecución atroz. No se podía parar en pueblo alguno. Apenas llegábamos a un poblado cuando teníamos ya que desalojarlo ante la superioridad del número del enemigo, haciéndonos casi imposible el descanso; apurando más y más la persecución porque sabían que carecíamos de municiones. Hasta tal punto llegó la persecución, que dispuso Savalls la división de la columna en pequeños grupos para poder burlar mejor tan tenaz persecución y poder maniobrar con más libertad.

 

Mi grupo fue sorprendido al aproximarnos a Vic, por una columna volante, estando a punto de caer en su poder, pero nos libramos por pies que los teníamos bien acostumbrados a subir y bajar montes.

 

Así continuamos esquivando el busto a la persecución enemiga, hasta que, por fin, bien suministrados de municiones, volvimos a reunirnos toda la columna, no tardando en tener otro encuentro.

 

Estábamos en el pueblo de San Pedro de Torelló, en el término municipal de Vic, cuando nos acometió una columna y, como siempre, tocó a mi compañía con otra hacerle frente, mientras el resto de la fuerza tomaba posiciones. Resistimos hasta no poder más, quedando de los últimos en la retirada, faltando muy poco para caer en poder del enemigo que nos venía flanqueando para contarnos la retirada.

 

Como no sabía el camino, ni veía a los míos -pues me encontré sólo- al retirarme fui a dar con los que atacaban, teniendo que retroceder tomando el camino contrario, pero se lanzaron en pos de mí a la vez que me hacían un fuego terrible y me mandaban rendirme. ¡Bien pensaba en ello!

 

Cuando llegué a la cumbre del monte donde estaban los carlistas caí al suelo extenuado de cansancio y fatiga, y así permanecí un rato, mientras se sostenían nuestras fuerzas en la posición hasta que el enemigo se apoderó de otra que nos dominaba y tuvimos que buscar una nueva posición más segura. De pronto se generalizó el ataque con tal ímpetu que no pudimos resistirlo, huyendo a escape, cayendo en su poder varios prisioneros y causándonos bastantes heridos que no pudimos recoger.

 

Yo, después de la corrida pasada, estaba cansadísimo. Así que no sé de dónde saqué las fuerzas para huir de nuevo, y agravado por la derrota. Gracias a que no sé cómo pude cogerme a la cola del caballo que montaba un canónigo de la Catedral de Gerona que nos acompañaba, sin hacer uso de las armas ni ejercer mando alguno, que estaba con Savalls debido a compromisos políticos que le obligaron a dejar el cargo, y marchábamos como alma que lleva el diablo hasta que nos vimos libres de las balas.

 

Aquella noche se pasó divididos entre las masías de aquellas montañas, y muy de madrugada nos reunimos para pasar el río Ter, porque además de la columna que nos perseguía, supimos que se acercaba también por otro lado nuestro mortal enemigo, el Brigadier Cabrinety.

 

Atravesamos el río por un lado con el agua hasta la cintura y cogidos uno a otro por las manos, para que no nos llevara la corriente que, por cierto, era bastante fuerte. El agua estaba muy fría por bajar de sitios en donde había nieve; pero a pesar de todo nos dimos por muy contentos cuando nos vimos al otro lado del río. Apresuramos la marcha porque vimos al enemigo que venía por ambos lados de la carretera con intención de cortarnos el paso.

 

Subimos la montaña con toda clase de precauciones y, por fin, continuamos la marcha sin otra novedad, en dirección al pueblo de Alpens, en el partido judicial de Berga, de la provincia de Barcelona, a donde llegamos por la noche.

 

Al día siguiente, sobre las siete de la mañana, me pasaron aviso para que fuera por municiones para la compañía, y la formara en la plaza del pueblo para distribuirlas, como lo hice, con un sargento y dos voluntarios. Apenas había formado la compañía para hacerlo, cuando oímos unos disparos de alarma, resultando ser la columna del terrible Cabrinety.

 

Emprendimos la marcha sin hacer resistencia, ordenando al sargento la fuera distribuyendo por el camino, como pudiera, porque sospechaba que debíamos de correr grave peligro, dada la precipitación que llevábamos en la marcha, pues más bien parecía una huida, como así ocurrió.

Por el camino de Borredá, hacia donde íbamos, tuvimos que dejarlo porque por él se acercaba otra columna que también venía en nuestra busca, en combinación con Cabrinety. Tomamos por un sendero que encontramos a la izquierda y que debía de ser para cabras, por lo dificultosa que se hacía subirlo, Costándonos mucho trabajo marchar por él, ante la constante exposición de despeñarse o de romperse la crisma por las piedras que se desprendían a cada momento y que bajaban dando saltos por encima de nuestras cabezas con gran peligro de muerte.

 

La persecución que sufrimos en estos días fue desesperante. No nos dejaban ni un solo momento en paz. Siempre teníamos encima a alguna columna y de manera especial la de Cabrinety. ¡Éste era nuestra sombra y nuestra pesadilla!

 

Salimos de Ripoll y ya lo teníamos encima. Hicimos noche en Gombreny y a la mañana sus guerrillas nos hacen salir del pueblo a paso ligero y sus cañones nos saludan con algunas granadas. Seguimos la marcha hasta San Jaime de Fontanyá a donde llegamos. A poco de estar, tuvimos que largarnos porque venía otra columna en combinación con Cabrinety, para atacarnos por la espalda, en el caso de haber permanecido en el pueblo. Nos dirigimos a Borredá y lejos de entrar, ordenó Savalls tomásemos las alturas en las afueras del pueblo, como se hizo con todo orden en espera del ataque enemigo y poder probarle que no se huía por miedo sino por el número de enemigos que nos perseguían.

 

Llegan éstos al pueblo entrando en él; se reúnen las dos columnas enemigas, formando en la plaza a nuestra vista, y como pasase el tiempo y observase Savalls que no se determinaban a atacarnos, ordenó la marcha, lo que hicimos sin que aquellos se movieran del pueblo. A poco de nuestra marcha nos vemos obligados a dar doble derecha y volvernos, porque por el mismo camino se dirigía hacia Borredá otra columna enemiga más, en ayuda de las otras dos que en él quedaban. Y aún se creían pocos para atacarnos, cuando cualquiera de esas columnas sumaba tantos hombres como la nuestra, estaban mucho mejor equipadas, contaban con buena caballería y con artillería. Además había que tener en cuenta que por las distintas provincias cercanas a Barcelona y Gerona maniobraban otras muchas columnas, también numerosas en hombres y armamento mucho más superior al nuestro, que andaban todas en combinación para destruirnos, sin poder conseguirlo, aunque sus jefes decían muy ufanos desde sus periódicos que nosotros huíamos siempre a la vista de sus columnas, sin esperarles.

 

Y eso era lo que ellos pretendían, que nos entretuviéramos con una de ellas, para poder caer sobre nosotros tres o cuatro columnas a la vez y aplastarnos. Para evitarlo se prestaban a las mil maravillas nuestros jefes, y por eso no se hacía frente más que cuando había alguna probabilidad de éxito, y así y todo alguna vez nos constaba caro, por el gran número de enemigos que siempre teníamos en nuestra persecución.

 

Al día siguiente dimos vuelta por el mismo camino y poco antes de llegar a Ripoll empezaron las guerrillas de las avanzadas de las columnas enemigas a hacernos fuego. Savalls se quedó a retaguardia con algunas fuerzas para detener el primer ímpetu del arranque y dispuso que mientras tanto el grueso de la columna tomara posiciones al otro lado del pueblo para protegerle la retirada, así como el paso del puente.

 

Una vez en Ripoll se paró Savalls a tomar café y al montar a caballo para marchar, al despedirse de las autoridades y personas principales de la población que habían acudido a saludarle, les dijo estas o parecidas palabras, que resultaron proféticas: Ahí viene Cabrinety. Díganle ustedes que antes de quince días, él o yo ha de quedar en Cataluña.

 

Sea por éste o por otros motivos, lo cierto fue que llegó al pueblo y de allí no pasó. Suspendió nuestra persecución retrocediendo a su cuartel general establecido en la ciudad de Vic. Organizó otra columna y salió en persecución de D. Alfonso de Borbón, por lo que estuvimos unos días descansando en el pueblo de Vidrá en el partido de Puigcerdà en la provincia de Gerona.

 

Nos dieron ropas nuevas y se reparó el armamento, suministrándonos municiones en abundancia y nos ejercitamos en el manejo de las armas.

 

Autor

César Alcalá