22/11/2024 00:47
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 «Delenda est Monarchía»
               LA MONARQUÍA SE SUICIDÓ
             CON LA CONSTITUCIÓN DE 1978, SEGÚN TORCUATO FERNÁNDEZ  MIRANDA

«Un Jefe de Estado no puede ser una figura decorativa»

«Alcalá Zamora y Azaña tenían, al menos, el Poder de cerrar las Cortes, convocar elecciones y designar al Presidente del Gobierno»

Fue el verdadero artífice de la Transición, el cerebro sibilino que supo pasar de la Dictadura a la Democracia casi inmaculadamente, el que consiguió que las Cortes franquistas se hicieran el “harakiri” sin rechistar y encima aplaudiendo. El fue el que se inventó la “Ley para la Reforma Política” que luego desarrollaría Adolfo Suárez.

Conocí personalmente a Torcuato Fernández Miranda después de la muerte de Franco y cuando yo era director de Pyresa. Un día sonó el teléfono de mi despacho, lo cogí y se produjo esta rápida conversación:

 

– Sí, dígame.

– ¿Don Julio Merino?

– Soy yo.

– Soy Torcuato Fernández Miranda.

– Hombre, Presidente.

– No, no te llama el Presidente de las Cortes. Te llama un lector cabreado…

– Hombre…¿y eso?

– Verás, ayer tarde iba yo dando un paseo por la Carrera de San Jerónimo cuando de pronto, y al pasar por el escaparate de una librería, algo me pegó un puñetazo en los ojos. Era la portada de un libro que  se llama “Los pecados de la Monarquía”. Entré y lo compré, y vi que estaba firmada por Julio Merino. Luego, después de cenar me puse a leer… y me has dejado sin dormir toda la noche. Eres el demonio en persona.

 – Torcuato, me haces un honor.

– Déjate de tonterías y dime: ¿tú y yo podemos hablar a fondo de “Los pecados de la Monarquía”?

– Hombre, cuando tú quieras.

– Bueno, pues si puedes te vienes esta misma tarde a las Cortes. ¿Te parece bien?.

– Allí estaré a las siete. No sabes como…

– Venga, venga, luego hablamos. Y gracias.

 Y allí estuve, como niño con zapatos nuevos, aunque con cierto miedo, pues Torcuato tenía fama de ser un dialéctico cruel y sibilino… Fue una conversación tremenda, porque el profesor Fernández. Miranda me interrogó durante media hora como a un alumno al que quería suspender. Luego, de pronto, y en un momento dado, cambió y se mostró amable. Y ya sólo me hizo una pregunta: “¿Y por qué crees tú que mataron a Carrero Blanco?”. “Por lo mismo que mataron a Prim, a Cánovas, a Canalejas y a Dato”, respondí yo a bote pronto. “Sí, aquello fue todo muy oscuro. Para mí todavía hay muchas lagunas…incluso en lo material” dijo él. “Bueno, en lo material y en lo “cerebral”, porque siempre se dijo que ETA sólo había sido la ejecutora, que la Dirección sin embargo correspondía a otros…es más, alguien me dijo cuando estaba escribiendo mi libro que no dejara de leer el informe que hizo el Almirante en 1947, a su vuelta de Estoril, porque en lo que habla con don Juan podía hallar buenas pistas” (el contenido de ese informe puede leerse en la obra “La larga marcha hacia la Monarquía” que escribió Laureano López Rodó). “Sí, también eso llegó a mis oídos, pero el misterio siguió”. “Y seguirá por siempre”- dije yo.

Después de aquella primera entrevista (de la que aún conservo algunas notas muy interesantes), nuestras relaciones , telefónicas o personales, se fueron haciendo hasta amistosas. Aunque la vorágine política de aquellos meses y su gran protagonismo espaciaron nuestros encuentros. Entonces Torcuato era el “Director” omnipresente.

Volvimos a vernos en septiembre de 1976, siendo ya Presidente del Gobierno Adolfo Suárez y cuando gestaba la “Ley para la Reforma Política”. En aquella ocasión le encontré pletórico, triunfante y lleno de ideas y proyectos… (Tanto que para mis adentros dije: “¡Qué barbaridad! Parece Napoleón la tarde noche de Austerlitz”).

 – Merino, vamos a hacer cosas grandes. Ha llegado la hora de España. Tenemos un Rey estupendo, joven, inteligente y abierto a todo. Tenemos un país moderno, alegre, competitivo y somos la décima potencia industrial del mundo… Ya, ya sé como el de Franco a una democracia plena, pero yo estoy seguro de lo que vamos a conseguir. Entraremos en Europa, lideraremos a Hispanoamérica y seremos un ejemplo para el mundo…

– ¿Con Suárez?, le pregunté tímidamente.

– Adolfo es el hombre que necesitábamos en este momento. Es joven pero tiene mucha experiencia política… y además, conecta muy bien con el Rey.

– ¿Y su cultura?

– Para hacer lo que vamos a hacer no necesitamos a un Ortega. Necesitamos

a un hombre que viniendo del pasado no sufra al romper con su pasado.

– ¿Una marioneta?.

– Los principios no son inmutables, ni las personas. Y Adolfo ha entendido el papel que le hemos asignado a la perfección. Además estoy yo. Y yo voy a colaborar al máximo en esta ocasión histórica que se nos ha presentado. Porque ni Franco, en 1939, tuvo una ocasión como la que nosotros tenemos ahora.

– O sea… con las manos tendidas, pero desde la Victoria?

– Sí, ya sé lo que dije en 1973, pero ahora estamos en 1976. Y además no me retracto de mis palabras de entonces. No olvides que yo también hice la guerra.

– Bueno, bueno, así que “desde la Ley a la Ley a través de la Ley”?

– Sí. Desde la Ley a la Ley a través de la Ley. Porque lo que estamos haciendo es todo legal.

– Yo lo diría de otro modo.

– ¿Cómo?

– Desde la Ley a la Ley a través de la trampa… saducea.

– ¡Déjate de trampas y recelos! y no seas mal pensado. Todo lo que estamos haciendo, insisto- me dijo al tiempo que me apretaba el antebrazo con su mano derecha- es legal… y además hay que hacerlo. Así lo quiere el Rey.

– Bueno, eso es otra cosa, y lo entiendo- le repliqué. Para desatar lo que estaba “atado y bien atado” hacía falta una mente como la tuya.

– Amigo Merino, ahora o nunca.

Y cortante, seco, autoritario, sentenció: “Nadie puede atar el futuro… porque el futuro nunca es nuestro. El futuro lo hacen los otros.”

Guardo también buena memoria de una charla que mantuvimos cuando ya se “tramitaba” la Constitución y él era Senador por designación real. Entonces su obsesión era ya el tema de las Autonomías y “lo” de las nacionalidades. Ahí se enfrentó abiertamente con la tesis de la UCD de Adolfo Suárez y comenzó, íntimamente, su “via crucis” personal. “Están locos, Merino, están locos… Las Autonomías, como las han planteado, nos llevarán al desastre…-y añadió- Yo no quiero ser cómplice de un disparate. “Lo” de las nacionalidades romperá un día la unidad de España. Ni la República se atrevió a tanto… Si aprueban eso, yo me borro”.

(Napoleón, pensé entonces, va camino de la isla de Elba).

Y “borrado” debió sentirse el miércoles 6 de diciembre a la hora de votar el Referéndum de la Constitución. Porque, según me confesó al día siguiente, su voto fue negativo.

– No me lo creo, Torcuato.

– Pues allá tú y tus creencias, muchacho. Además, ya te lo dije: yo no puedo ser cómplice de un disparate. Mi conciencia no me lo permite. Entre el error y la virtud o entre la lógica del éxito y la lógica de la verdad, me quedo con la ética, y en este caso con la consecuencia. Y sobre la consecuencia, la sinceridad. “Lo” de las nacionalidades traerá cola…

– Bueno, pues esto es noticia de primera página.

– ¡Ni se te ocurra!… Bastantes problemas tengo ya.

– Hombre, Torcuato; pero algo tendré que decir. Porque es muy gordo que el “cerebro” de la Transición haya votado “no” a la Constitución que va a servir de marco legal a la nueva  situación… Y no olvides que soy periodista.

– Bueno, bueno, tú escribe algo y me lo lees. Pero no seas rotundo… porque si tú eres periodista yo soy político, no lo olvides tú tampoco.

Y eso hice. Elegí una foto suya de archivo y escribí un pie sibilino, en el que se decía pero no se decía… Luego se lo leí, lo aprobó y nos reímos. La foto y texto, destacados, aparecieron en la portada de “El Imparcial” el día 8 de diciembre.

Pero, en realidad, nuestras relaciones de amistad cuajaron tras la convocatoria de las elecciones de 1979, en plenas “fiestas navideñas y constitucionales”, cuando toda la clase política vivía por y para la Constitución recién aprobada… Recuerdo que a raíz de la portada de “El Imparcial” del 31 de diciembre (donde yo incitaba a una “mesa redonda” para crear la “alternativa de la unidad” contra la Izquierda y contra Suárez) me llamó y me pidió que fuera a verle. Y así lo hice.

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– Te has precipitado, Merino, te has precipitado. Yo me estoy pensando volver a la política y hasta crear un Partido, pero no así…-me dijo nada más verme- Creo que te has cargado el invento.

– ¿Por qué?

– Porque antes de sentarse a esa “mesa redonda” que tú propones hay que hacer algo más importante. ¡Yo no salto a la arena electoral sin prensa! ¿No lo entiendes? Hay que apoderarse de todos los medios de comunicación que se pueda… periódicos, revistas, emisoras de radio…Hacer lo que han hecho Fraga y compañía es de locos. Por eso te he llamado. Quiero que, con la máxima urgencia, me hagas un estudio aproximado del capital que haría falta para meterse en la Prensa y un informe sobre la situación económica de… (y aquí citó los nombres de algunos grupos de periodísticos que no vienen al caso mencionar ahora).

– Pero, ¿hay dinero?

– El que haga falta.

– Torcuato- le dije pausadamente-, creo que ahora pecas de optimismo. Aquí ni Dios

pone un duro para enfrentarse al “poder constituido”.

– Ese no es tú problema. Tú tráeme lo que te pido y ya veremos.

 

A los pocos días yo me presenté con una carpeta llena de folios y se los entregué. “Esto es posible”, se dijo a sí mismo mientras iba leyendo. Y cuando terminó, me miró y sentenció: “Esta noche ceno con los del dinero y ya verás… Hay muchos intereses en juego y… bueno, mañana mismo te llamo”. Y al día siguiente, efectivamente, me llamó. Entonces sólo dijo dos palabras: “Tenías razón”… y una apostilla: “He perdido mi última batalla”.

 

Y Suárez ganó las elecciones generales. (Fueron aquellas elecciones del hundimiento de Fraga y toda la derecha).

 

Volvamos a Torcuato Fernández Miranda, el cerebro que supo transformar la Dictadura en Democracia, el inventor de Suárez y la Ley de la Reforma Política. Volví a verlo en mayo, cuando ya peligraba mi dirección de “El Imparcial”… y todavía recuerdo la cara que puso cuando le ofrecí que escribiera una columna diaria en el periódico. “O sea, que quieres hacerme columnista. ¿Y por qué no?, puedes hacerlo con tu nombre o un seudónimo. ¿Con seudónimo?… ¿Y qué seudónimo has pensado para este profesor postergado?… Mira Torcuato, déjate de bromas, tú eres una gran pluma y sabes de todo esto más que todos nosotros. Aquí están pasando muchas cosas y tú puedes aportar alguna luz. La Monarquía…

-Por favor, no hablemos de la Monarquía. Yo sólo tengo dudas, a veces dudo hasta de mí mismo. Mi vida es ahora mismo un mar de dudas. Además, yo sólo soy ya- como decía Ortega- un superviviente de la Historia. O sea como Hamlet. Hombre, Merino, ese podía ser el seudónimo.

-Yo había pensado otros dos: Napoleón o Séneca.

-De Napoleón nada, yo nunca podría ser un Napoleón. Napoleón nunca dudó… bueno, quizás en Waterloo. Pero Napoleón cambió el curso de la Historia.

-Sí, pero a la bayoneta. Yo soy y he sido siempre un hombre de paz. ¿Y Séneca?… No me tientes, desde que leí tu “Séneca” y su “via crucis” yo a veces me siento Séneca.

-Séneca fue, como tú, el preceptor del Príncipe y el “cerebro” del mejor Nerón.

-Sí, pero mira cómo terminó… Para mí no vale aquello de que “a cualquier precio el Poder jamás es caro”. ¿Entonces?. Mira, sí, me gusta la idea, pero prefiero firmar como “Hamlet”. Hamlet es la duda, como yo ahora mismo. En cualquier caso, déjame que lo piense…”

 

Sin embargo, yo no pensé más y aquella misma noche incluí una “nota” en la primera página de “El Imparcial” anunciando a bombo y platillo que habíamos fichado como “columnista” a uno de los personajes más brillantes del pensamiento político español y que muy pronto comenzaría a publicar una columna bajo el título “Las dudas de Hamlet”. Fue entonces todo un “notición”. Aunque más lo fue tras la aparición (19 de mayo de 1979) de su primer artículo, pues durante muchos días no se habló de otra cosa en las tertulias políticas de Madrid. Todo el mundo quería saber quién era “Hamlet”.

 

Pero mi gozo cayó en un pozo en tan sólo 24 horas. Porque el mismo día que se publicó su primera columna, me llamó y dimitió. “Hamlet me ha vencido a la primera y no escribo más- me dijo. Lo siento, Director, porque sé que te creo un problema, pero no puedo seguir. Sé demasiado y sé que debo guardar silencio. No se puede salir a escena sin decir lo que está pasando entre bastidores. La rebelión de las marionetas me ha hecho más daño del que yo mismo creí. Hamlet era más falso que yo. Me siento impotente, como desnudo… Ahora os admiro más a los periodistas”.

 

“Pues no, Hamlet no va a morir- le respondí con pillería- porque yo no puedo matar a Hamlet justo al día siguiente de nacer… Hamlet seguirá firmando su columna, y ya que tú me creas un problema, yo te voy a crear otro a ti… porque a partir de mañana voy a intentar ser Torcuato Fernández Miranda…”

 

Bueno, y así fue, así lo intenté. Porque durante un tiempo “Hamlet” siguió firmando sus dudas en “El Imparcial”. Algunas mañanas, eso es verdad, me llamaba y me decía: “Eres un perverso. Haces de Torcuato Fernández Miranda mejor que Torcuato Fernández Miranda. Te felicito… pero, me estás jorobando, porque todo Madrid cree que Hamlet, ciertamente, soy yo. Me vas a obligar a contar la

verdad”.

Pasó el tiempo, yo tuve que dejar la dirección de “El Imparcial” (esta es otra historia en la que él también participó) y me fui a Barcelona a dirigir el famoso “Brusi”. (Por cierto, que allí conocí a otro de los políticos clave de la transición. Don José Tarradellas… ¡qué gran personaje!).

 

Fue a la vuelta, ya en la primavera de 1980, su última primavera, cuando volvimos a vernos y a hablar en profundidad. Él me invitaba a comer en el despacho que utilizaba en la calle Abascal y yo le llevaba los “últimos” rumores” de la Villa y Corte. Pero ya no era el Torcuato de 1975, ni el de la “transición modélica”.

La seguridad, el convencimiento, el torrente de ideas de entonces habían dado paso a un pesimismo desilusionado, desesperanzado, un místico de la catástrofe… Curiosamente entonces se volvió más locuaz, al menos conmigo. Repetía con insistencia que había que repristinar…

 

– ¿Y qué es repristinar?- le pregunté.

– Prístino es lo antiguo, lo primitivo, lo primero, el origen. Cuando yo hablo de repristinar estoy queriendo decir que hay que volver al origen.

– ¿Y cuál es el origen en este caso?.

– Hubo varios, querido Merino, varios… El primero. La elección de Suárez. El segundo, la etapa constituyente, y el tercero, la configuración del “Nuevo Estado”. El artículo 2 y todo el Título VIII fueron un gran error. Pero, por encima de esto, hubo algo más grave, mucho más grave: la mediocridad, la falta de visión de Estado… Sólo te digo que ahora mismo me siento el Unamuno de “Niebla”, aquel Augusto Pérez no me deja dormir”.

 

En abril de 1980 saqué “El Heraldo español” y “resucité” a Hamlet… y Torcuato volvió a llamarme.

Su “discurso” era ya el del porvenir de España. Como aquel Unamuno y Ganivet cuando el desastre del 98.

Tras la moción de censura socialista contra Adolfo Suárez del mes de mayo, nos vimos para comentar la “humillación” política que había sufrido el Sr. Presidente. Torcuato entonces me abrió los ojos: “No le des más vueltas ni te pongas enfrente del toro sin muletas. El PSOE va a llegar al Poder te guste o no te guste. Además, el Rey lo está deseando e inspirando…”

 

Pero fue ya en junio cuando tuvimos la conversación más interesante de nuestra “vieja

amistad”. Pocos días antes de San Antonio me llamó y nos citamos, una vez más, para comer… Y hablar. En aquella última conversación Torcuato, el siempre difícil

Torcuato, me abrió su corazón y casi con lágrimas en los ojos me contó su tragedia. Quizás porque yo le acorralé nada más sentarnos a la mesa:

 

– Pero cuándo, cuándo te diste cuenta que los personajes se te habían sublevado,

cuándo te diste cuenta que habías perdido el control de la situación…

– Mira, Merino, hoy me vas a permitir que sea groseramente sincero contigo… aunque también te pido que seas groseramente leal conmigo.

 

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Y tras una larga pausa comenzó a hablar. En realidad no hablaba conmigo, sino con él mismo.¡Pobre Torcuato!.

– … Mis problemas comenzaron cuando comprendí que me había equivocado con Suárez y con el Rey. Bueno, más que con el Rey con la Monarquía, o mejor dicho, con el cómo habíamos traído la Monarquía. Fue un error. La nueva monarquía tenía que haber roto con la monarquía de Franco… Tras el 20 de noviembre tuvimos que dar otros pasos: el Príncipe tuvo que renunciar a sus “derechos franquistas” y empezar de cero. El Consejo de Regencia debió disolver las Cortes, cesar al gobierno Arias y autoinmolarse en favor de un Gobierno Provisional que convocara elecciones generales a unas verdaderas Cortes Constituyentes. Luego debió celebrarse un Referendum sobre la forma de Estado, para ver qué quería realmente el pueblo español…

– Pero, eso era aceptar la “ruptura” que patrocinaba la oposición…

– Sí, pero también era nacer sin hipotecas, las que luego nos maniataron, y desde la legitimidad. Yo no era partidario de una Monarquía absoluta, como la que Franco había dejado “atada y bien atada”, pero tampoco de una Monarquía de adorno, como la que a la postre se trajo… y más, cuando en contra de mi criterio, se dio carta de naturaleza al “Estado de las Autonomías y las Nacionalidades”.

– Eso hubiera sido la intervención del ejército…de Franco.

– No digas tonterías. El ejército de Franco era lo que se demostró cuando la “Reforma Política” y el reconocimiento del partido comunista…Peor es la encrucijada de hoy, porque eso de las nacionalidades traerá la ruptura de España y, antes, la caída de la Monarquía.

– Pero ¿y Suárez? ¿y el Rey?

– Eso es lo más grave. Antes me has preguntado que cuándo perdí el control de los personajes y de la situación… pues ahora voy a responderte. El día que comprendí que Adolfo era el banquero.Y no pongas esa cara. A buen entendedor, con pocas palabras basta.

– ¿Entonces?

– Entonces… (y aquí guardó un largo silencio). Lo más grave es que me siento impotente y atado a mi propia biografía. Soy como un esclavo de mí mismo… ¿Cómo? ¿Cómo voy a decir yo ahora, a mis años, que me equivoqué y que he sido vilmente utilizado, sin que alguien me llame tonto a la cara?… Y sin embargo (otra pausa prolongada), y sin embargo, querido Merino, así ha sido. Creo que nos hemos equivocado todos, pero yo más que muchos. ¡Y ésta es mi tragedia! ¡Quise y luché por ayudar a mi Patria y ahora estoy convencido de que no elegimos el buen amino… Me miro al espejo y no resisto mi propia mirada… ¡Y lo peor es que no lo puedo decir, ni puedo hacer nada!… ¡Nada!… Me siento como Prometeo encadenado.

– Puedes escribir.

– Sí. Y eso estoy haciendo. Pero también ahí me siento atrapado. Me atenaza el futuro de mis hijos… me atenaza el no saber qué puede pasar cuando yo no esté. Me atenaza mi propia vida… me atenazan la lealtad y la verdad. En fin, me siento como los personajes de las tragedias griegas, impotente para “repristinar” y evitar el final trágico impuesto por los dioses… Soy como aquel Tomás Becket en la Catedral…Y me duele España… me duele el cuerpo… me duele el alma… me duele mi vida… ¡Me duele todo!…Como al pobre Carlos II en el último instante de su vida…

 

(Aquí, en ese momento, y lo recuerdo como si fuera hoy, calló hondamente y sus ojos se nublaron de lágrimas rebeldes… Yo estaba anonadado y tan hundido como él. Por eso mis palabras posteriores fueron un susurro).

 

– No te pongas así, Torcuato. Tú hiciste lo que tenías que hacer, lo que creías que debías hacer…

– Eso es verdad… pero, ¡Dios, qué gran pueblo si hubiese buen Señor!

– ¿Y por qué no te confiesas al Rey y le dices todo lo que piensas?

– Porque el Rey ya no quiere hablar conmigo…Ahora son otros… Yo resulto molesto…

¿Recuerdas lo de tu “Seneca”? ¡A cualquier precio el Poder jamás es caro!… El banquero lo entendió mejor que yo y ganó la partida. Yo no di importancia a las debilidades humanas.

– ¿Y ahora qué?

– ¿Ahora? Esperar.

– ¿Esperar… qué?

– Lo de siempre: que España caiga otra vez en los separatismos (y con las “nacionalidades” aprobadas llegarán, seguro, las independencias. Cataluña y el País Vasco serán las primeras), en la corrupción (el caso Lerroux y el estraperlo serán cosa de risa por lo que ya estamos viendo y oliendo en esta Transición) y en la anarquía política barriobajera…Y yo me siento culpable… ¡groseramente culpable!… Ortega tenía razón: no es esto, no es esto… ¡Delenda est Monarchia!… La Monarquía se suicidó con la Constitución del 78. Jamás debió aceptar el Rey quedar sólo de árbitro. Un jefe de Estado no puede ser una figura decorativa. Fíjate ni siquiera la República cayó en eso. Alcalá Zamora y Azaña tenían, al menos, el poder de designar al Presidente del Gobierno y el de cerrar Las Cortes y convocar elecciones generales. El Rey tuvo que “reservarse” esos derechos y, por supuesto, el veto a la participación de España en guerras exteriores. Ni tampoco debió aceptar que el Tribunal Constitucional cayera en manos de los políticos. Bueno, Merino, dejemos actuar al destino, esto ya no tiene remedio… ¡Hemos vuelto a perder otra ocasión histórica!… Dentro de unos días me voy a Londres, cuando vuelva te llamaré, quiero que leas algo de lo que tengo escrito… y sobre todo lo que estoy escribiendo ahora. ¡Que Dios me coja confesado!.

 

Pero Torcuato murió aquel 18/19 de junio, y ya no volvió. (Curiosamente vino a morir el mismo día del aniversario de la batalla de Waterloo…). Su cerebro y su corazón no resistieron. Y aquella noche, al conocer la noticia de su muerte, Hamlet se sentó una vez más a la máquina y escribió, llorando, el adiós postrero al “viejo amigo”. Un largo artículo que bajo el título “MUERE EL AUTOR DE LA “TRAMPA SADUCEA”” comenzaba diciendo: “Esta noche Hamlet está de luto.

Esta noche Hamlet llora la muerte del maestro. Esta noche Hamlet, apesadumbrado y triste, desesperanzado y melancólico, medita sobre los vaivenes de la fortuna y el destino de los grandes hombres. Esta noche, negra noche de un día del mes de junio, a caballo casi entre la primavera y el verano, Hamlet ha comprendido, de golpe, que los dioses están enfadados… y que sus “poderes fácticos” se han desatado contra España. En fin, esta noche Hamlet llora hondamente la muerte de su amigo Torcuato Fernández Miranda. Elsinor está de luto y nadie se atreve a romper el dolor del príncipe de Dinamarca.”

 

¡Ay si don Torcuato levantase la cabeza y viese cómo está España a la altura de este ya casi 2021!. Un Estado de las Autonomías que ha llevado a España al desastre; la corrupción más grande que conocieron los siglos, si ya hasta el yerno del Rey mete la mano y los pies en las cajas, y una Monarquía que se tambalea.

¡Menos mal (que no hay mal que por bien no venga) que aquel hombre íntegro, sibilino, culto y previsor no llegó a ver todo lo que los demás estamos viendo!.

¡Ironías del destino!. Aquel destino en el que al final vino a depositar sus desilusiones y desesperanzas.

 

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.