21/11/2024 15:28
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Publicamos hoy la tercera parte del “Informe Cáritas” con el que completamos el estudio que ha hecho la ONG católica sobre la realidad española de hoy, incluyendo los dos años que ya llevamos de pandemia, de mascarillas, de contagiados y del “virus rojo”.

 

Como puede verse por el Informe la situación real de la España de hoy, gobernada por socialistas, comunistas, independentistas, nacionalistas, bilduetarras y demás ralea, no es buena y como se dice en el Informe ya más del 50% de los españoles viven en el umbral de la pobreza. O sea, que las “colas del hambre” no solo no disminuyen sino que van en aumento. Y naturalmente más de la mitad de los españoles están muy preocupados por el futuro incierto, tanto en lo económico como en lo político y lo social, nos preocupa a todos. Ahora pasen y lean el “Informe Cáritas”.

 

Texto tercera parte

 

 

 

2.4. La fatiga de la pandemia hace mella en la salud

 

El estado de salud, física y emocional, sigue empeorando

 

Tras el verano y con las consecuencias de la segunda ola de contagios en pleno auge, la Organización Mundial de la Salud acuñaba el término fatiga de la pandemia para referirse a la “desmotivación para seguir las recomendaciones de protección y prevención que aumenta con el tiempo”. No obstante, esta fatiga va mucho más allá del seguir las recomendaciones. A las puertas de cumplir un año desde el inicio de la pandemia en España en marzo de 2020, esta fatiga no se muestra solo en esa rebeldía por seguir las directrices sanitarias. Es una fatiga derivada del contexto de estrés, de alerta constante, en el que no es fácil relajarse, y recuperar la calma y lograr recargar las baterías para seguir afrontando una situación de desgaste y alarma. En el caso de las familias atendidas por Cáritas, esta situación se ve agravada por la incertidumbre sobre un futuro que se vislumbra especialmente negro. La falta de oportunidades laborales y/o pérdida de empleo, la disminución de los ingresos, las dificultades para lograr ingresos, en definitiva, y mantener a flote a la familia, también generan cansancio y estrés que se suman al del clima general.

 

De este modo, al preguntar a estas familias por el estado de salud global en el hogar, aumenta el número de respuestas de sensación de empeoramiento respecto al mes de septiembre, cuando el verano nos había dado un respiro y parecía que nos encaminábamos hacia una lenta recuperación de la cotidianeidad pre-pandemia. Así, están peor físicamente en uno de cada tres hogares atendidos por Cáritas, 7,6 puntos porcentuales más que en septiembre; pero es especialmente destacable que más de la mitad de los hogares dicen estar peor psicoemocionalmente, lo que supone un incremento de 14,6 puntos porcentuales con respecto a septiembre. Se confirma, por tanto, que la fatiga de la pandemia está teniendo efectos sobre la salud de esta población de forma especialmente aguda.

El principal motivo del empeoramiento de la salud física, curiosamente, no es físico. En línea con lo que señalábamos, se trata de consecuencias físicas pero que tienen origen en cuestiones psicológicas, como pueden ser el estrés o la ansiedad. Así ocurre en casi la mitad de los hogares. Otras importantes causas del deterioro de la salud las encontramos en el padecimiento de otras enfermedades diferentes a la COVID (17%) y en la falta de actividad física en el 15% de hogares.

 

El deterioro de la salud y las condiciones de vida son dos realidades que se retroalimentan

 

Merecen una atención especial aquellos casos en los que el empeoramiento en su salud lo achacan al menor seguimiento de enfermedades que ya existían y aquellos que mencionan la dificultad de acceso a la atención primaria. En ambos casos se aprecia cómo un sistema de salud público basado en la prevención es básico para atajar problemas de salud antes incluso de que ocurran.

 

Hay dos aspectos concretos que también tienen consecuencias directas sobre la salud física y a los que debíamos prestar una atención especial, como son la alimentación y los medicamentos. En concreto, en enero casi la mitad de las familias atendidas por Cáritas (45%) han sido incapaces de llevar una alimentación adecuada debido a problemas económicos y esto, claramente, tiene un efecto a nivel de salud. Además, son más los hogares que responden afirmativamente respecto a la anterior oleada.

 

Más pronunciado es el aumento entre la anterior oleada de septiembre y la de enero en el número de familias que afirman que han tenido que dejar de comprar medicamentos que necesitan por no poder hacer frente al pago de los mismos (25%). De nuevo, alargar en el tiempo de la falta de medicamentos tendrá unos efectos importantes sobre las familias.

 

Pero el concepto de salud es más amplio que la idea de salud del cuerpo físico, lo que nos lleva a atender también a la parte psicoemocional de la salud. En esta, encontramos que la incertidumbre e inseguridad hacia el futuro es la principal causa del empeoramiento de la misma, y más del 40% de hogares así lo manifiestan. De hecho, en segundo lugar, y relacionado con la anterior, están las dificultades económicas, que afectan casi con la misma intensidad. El agotamiento de la pandemia en sí mismo está presente en un tercio de los hogares, mientras que causas específicamente COVID, como el miedo al contagio, causan malestar a dos de cada diez hogares.

 

Parte del sostenimiento de la salud psicoemocional está relacionado con nuestras redes de apoyo social, de forma que el deterioro de las relaciones con las personas más cercanas afecta a nuestro estado de salud. Este es uno de los pilares a los que aferrarnos cuando atenazan el miedo y la incertidumbre, pero el contexto de distancia social lo dificulta de diferentes maneras (limitaciones a la movilidad, distancia física, miedo al contagio y a sus consecuencias sanitarias y laborales, el autoaislamiento por la apatía que va generando la situación) y eso termina por hacer mella, especialmente si hay sensación de que en caso de necesitarlo no hay nadie que nos brinde apoyo. Un apoyo que no necesariamente ha de ser material o práctico, sino simplemente de escucha, de presencia.

 

Por tanto, lo que vemos es que las familias acompañadas por Cáritas están haciendo lo posible por sobrevivir, pero son conscientes de que las dificultades que afrontan van mucho más allá de lo material. La fatiga no es solo el cansancio personal de estar constantemente rodeados de información, preocupaciones y conversaciones sobre la COVID, sino que se trata también de una fatiga social que nos afecta de forma colectiva y en nuestras relaciones, una fatiga laboral al ver limitado el acceso al mercado de trabajo para dar respuestas a las necesidades más inmediatas, fatiga de unas condiciones de vida de las que no solo cuesta salir, sino que cuesta mantener a pesar de su precariedad. Y todo esto pasa factura sobre la salud.

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Redes sociales: agotamiento de la ayuda mutua y aumento de la soledad

 

Se fortalecen los núcleos más próximos y se deterioran las relaciones más amplias

 

La capacidad de las redes sociales se debilita en los primeros compases de 2021 y lo hace de manera especialmente alarmante en algunos aspectos, agudizando la tendencia que ya se apuntaba al inicio de la pandemia. Ya por el mes de abril anunciábamos que las relaciones que se vieron más afectadas fueron las de las amistades, si bien de una manera tímida (12,7%). En esta tercera oleada los datos obtenidos en la encuesta muestran que las amistades son las redes de proximidad que más se han deteriorado (41,9%). Siguen en la misma línea las relaciones con los vecinos, pero con unos porcentajes más modestos, ya que en abril de 2020 se habían deteriorado en un 6%, mientras que en enero de 2021 el porcentaje es substancialmente más significativo, alcanzando a casi a dos de cada diez familias (16%).

 

Sin embargo, la constatación de que la vigencia de las redes de proximidad de las personas atendidas en Cáritas está en la cuerda floja se puede relativizar gracias al aparente fortalecimiento de los lazos familiares (23%) y de las unidades de convivencia (25%), ya que su evolución nos indica un índice de fortalecimiento mayor que el de hace prácticamente un año, sin obviar que también se detectan indicios de deterioro significativos (18% y 22% respectivamente).

Si buscamos entre las causas que inciden en el debilitamiento de las relaciones con las redes de proximidad, las respuestas de las personas encuestadas parecen indicar que, en general, la afectación de estas viene dada, sin duda alguna, por el impacto generado por la pandemia. Tratándose de una pregunta con múltiples respuestas, en la tabla que sigue se puede apreciar que los porcentajes más elevados se asocian con casuísticas relacionadas directamente con la crisis de la COVID-19, ya sea por limitaciones de movilidad amparadas en el estado de alarma, por tratar de minimizar situaciones de riesgo de contagio, por miedo a este o bien por el estrés derivado por el clima generado.

 

Con relación al capital social, es decir, a la capacidad de ayuda que se tiene a partir de las redes sociales, los datos nos indican, en las tres gráficas que siguen, que se detecta un leve repunte al alza si los comparamos con los datos obtenidos en el mes de septiembre de 2020. Así como en el caso del supuesto de tener a alguien que nos pueda ayudar a conseguir un empleo este repunte es testimonial comparándolo con los índices de febrero y abril de 2020, no pasa lo mismo con las gráficas que nos hablan, respectivamente, de la posibilidad de prestar dinero para un imprevisto o bien de contar con alguien que pueda asesorar a la hora de realizar gestiones diversas. En estas dos últimas se constata que los porcentajes de esta tercera oleada son los más elevados desde febrero de 2020, con un 37,0% en el primer caso y un 44% en el segundo, lo cual nos sugiere que, de acuerdo con lo expuesto anteriormente, los lazos familiares y de las unidades de convivencia nunca han dejado de estar activos. Con esta lectura se presupone que la red más inmediata de las personas sigue activa. Lo que no sabemos es la capacidad de aguante que tiene, es decir, si podrán seguir ofreciendo esta ayuda y/o bien, ni tampoco hasta cuándo.

 

Este mismo razonamiento se puede aplicar al hablar del apoyo emocional y de los cuidados en caso de enfermedad. En el primer caso podemos apreciar que los índices de enero de 2021 son los más elevados del período analizado, siendo más de siete de cada diez el número de hogares que cuenten con alguien que les ofrezca apoyo emocional cuando lo necesitan. Es presumible pensar, pues, que en el seno de los hogares la capacidad de apoyo mutuo, ante la adversidad tiende a incrementarse.

 

Es comprensible que no pase lo mismo con los cuidados que, como se puede apreciar en la gráfica correspondiente, tiende a bajar respecto a septiembre de 2020, pasando del 61% al 54% del mes de enero de 2021, si bien se mantiene por encima de los datos obtenidos a principios de 2020. Esta circunstancia se puede explicar por la tendencia a la restricción de la movilidad de las personas por el riesgo al contagio, de manera que la capacidad de desplazamiento a otro hogar, incluso entre parientes, se percibe como un peligro para la estabilidad del propio hogar.

 

Dado que la construcción y evolución de las redes sociales es bidireccional, ponemos también el foco en la ayuda que las familias atendidas por Cáritas pueden brindar. En concreto, en el mantenimiento de una ayuda económica que prestaban y han tenido que dejar de ofrecer por no poder permitírselo. Como muestra el siguiente gráfico, el mantenimiento del actual contexto y la persistencia de las dificultades suponen el aumento progresivo del número de hogares que han tenido que cesar en el préstamo de ayudas económicas a familiares y amistades que, si en abril afectó a dos de cada diez hogares y encontraba un soplo de aire en septiembre, ahora son casi un tercio las familias que afirman que no pueden seguir ayudando a sus redes más cercanas de forma económica. De estos hogares, el 68,7% tienen a una persona de origen inmigrante como sustentadora principal. A pesar de que este no es el pilar fundamental de las relaciones, sí que puede suponer una merma en la intensidad de la relación o afectarla.

 

Finalmente, un apunte que hace referencia al sentimiento de soledad de las personas encuestadas. La incidencia de este sentimiento tiene un peso muy importante, especialmente entre aquellos hogares que, a priori, suponen un número de miembros reducido. En los casos de los hogares unipersonales y los monoparentales, la presencia de la soledad está por debajo del punto medio de la escala, es decir, que la presencia de este sentimiento está vivo y tiene una incidencia real en el día a día de los miembros de estos hogares, unos hogares que, con respecto al conjunto de la población atendida, experimentan, en este sentido, un incremento del 32% (unipersonales) y del 25% (monoparentales).

 

En general, la población atendida por Cáritas se sitúa, en términos de sentimiento de soledad, ligeramente por encima del punto medio de la escala (5,69). Este dato nos está informando, probablemente, de que las redes sociales están en la cuerda floja, luchando por reinventarse en la medida de lo posible. El resultado de este embate, forzosamente, queda abierto ante la incertidumbre del futuro más inmediato.

En conclusión, todo parece indicar la incidencia del sentimiento de soledad en los tiempos presentes es significativa. En primera instancia, las personas encuestadas cuentan con unas redes relacionales débiles fuera del ámbito familiar, a veces inexistentes, y segundo, también se puede afirmar que la afectación de la pandemia no ha contribuido, en ningún caso, a incrementarlas.

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Futuro: la esperanza como mecanismo de supervivencia

 

Los hogares con hijos e hijas sienten en mayor medida el miedo

 

En esa sensación de fatiga preguntamos de nuevo por las sensaciones ante el futuro. Un futuro que es, en general, incierto, en el que la vuelta a lo que conocíamos como normalidad no termina de vislumbrarse, pero donde tampoco terminamos de imaginar nuevas formas de vivir.

 

En una población cuya preocupación principal es la supervivencia, las sensaciones ante el futuro se mueven entre la esperanza y la preocupación, con un miedo latente que no se relaja. Esta sensación de miedo, la más extrema de las tres, dio un pequeño respiro en septiembre para adquirir fuerza de nuevo en enero, cuando casi alcanzamos los mismos niveles del mes de abril, en pleno confinamiento. En cualquier caso, y desde que empezó la pandemia, más de la mitad de los hogares tienen miedo ante lo que está por venir.

 

Los niveles de preocupación, al ser una sensación menos extrema que el miedo, son bastante más elevados. En este caso, se da un ligero descenso en la línea de evolución respecto a las anteriores oleadas, aunque ocho de cada diez hogares muestran preocupación por el futuro.

En particular, el miedo aumenta en aquellos hogares en los que hay menores, sobre todo si toda la responsabilidad cae en un solo adulto y en los hogares donde ninguna de las personas en edad de trabajar se encuentran empleadas actualmente. Así, en más de seis de cada diez hogares en los que hay menores está instalado el miedo hacia el futuro.

 

¿Qué pasa, en contrapartida, con la esperanza, con esa visión de que, a pesar de todo, las cosas pueden ir a mejor? Durante el confinamiento había esperanza en nueve de cada diez hogares. La visión de futuro era, quizá, a más corto plazo, pues el hito que se esperaba era el de la desescalada, la vuelta a las calles, a lo que antes era lo cotidiano. En septiembre la esperanza decayó: tras el verano, la incertidumbre sobre cómo se viviría el invierno, si habría un nuevo confinamiento, y las dudas sobre las nuevas normas a las que sujetarnos, sumado al final de los empleos estacionales y la falta de perspectivas laborales y/o medidas de protección que asegurasen un mínimo de ingresos, podían influir en este sentido. A partir de diciembre, el horizonte eran las vacunas, si bien había muchas dudas de qué efectos tendría la apertura de las medidas de movilidad y reunión para Navidades. En las familias atendidas por Cáritas, hay en enero un ligero repunte de la esperanza, pero aún por debajo de los niveles de abril.

 

De hecho, la esperanza no es igual en todos los hogares. En aquellos en los que hay menores, la esperanza es ligeramente más elevada, tal vez porque el futuro se proyecta más allá de la propia trayectoria vital, alcanzando a la de los hijos e hijas. Esto tendría sentido, además, con la visión menos esperanzada que encontramos en los hogares unipersonales, en los que, como hemos visto, también era mayor la sensación de soledad y aislamiento, lo que refuerza la hipótesis de la importancia que tienen las redes sociales sobre el estado de salud anímico y psicológico de las personas.

 

Esta esperanza está instalada en familias que están acostumbradas a vivir en condiciones de precariedad y que, por tanto, son supervivientes y resilientes por necesidad. Una esperanza que en muchas ocasiones carece de hechos objetivos que la sustenten, que no se basa en sus propias fuerzas, sino que más bien se trata de una actitud de esperanza activa y persistente por muy mal que vayan las cosas y por más compleja que sea la acumulación de problemas. En todos los casos, pero en estos últimos más si cabe, nos corresponde a toda la sociedad, a cada miembro de la misma, a cada agente social y a cada uno de los engranajes del estado de derecho no defraudar. Entre todos debemos dotarnos de los instrumentos necesarios para asegurar que todas las personas cuentan con las condiciones necesarias para vivir y desarrollarse con dignidad.

 

 

Ficha técnica de la investigación y equipo de trabajo

 

ÁMBITO: 17 CC. AA. del territorio español.

UNIVERSO: Hogares del territorio español que hayan sido atendidos por Cáritas en el periodo comprendido entre febrero 2019 a febrero 2020.

TIPO DE MUESTREO: Estratificadas por Comunidad Autónoma, nacionalidad y programa de Cáritas en el que han sido atendidos.

TAMAÑO MUESTRAL: n = 687 entrevistas.

DESARROLLO DEL PANEL: Esta encuesta constituye la tercera oleada del panel de entrevistas a personas participantes de los programas de Cáritas Diocesanas de las 17 CC. AA.

ERROR DE MUESTREO: ± 3,7 para un nivel de confianza del 95%.

PROCEDIMIENTO DE OBTENCIÓN DE INFORMACIÓN: Entrevistas telefónicas por hogares mediante cuestionario con duración de 22 minutos.

SELECCIÓN DE INFORMANTES PARA LA ENTREVISTA: Población mayor de 18 años, sustentadores principales o cónyuges.

FECHA RECOGIDA DE DATOS: Del 1 al 16 de febrero de 2021.

 

 

EQUIPO DE TRABAJO

 

Los trabajos de diseño análisis y redacción han sido realizados por:

Equipo de estudios de Cáritas Española.
Grupo Confederal de Observatorios de la realidad de Cáritas.

 

El desarrollo del trabajo de campo y de la herramienta de toma de datos ha sido realizado por:

IKERFEL Investigaciones de mercado y marketing estratégico.
Grupo Confederal de Observatorios de la realidad de Cáritas.

 

 

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.