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Lo confieso. Después de tragarme diez horas de discursos y ver a los oradores que subieron ayer  a la Tribuna para debatir la «Moción de Censura» presentada por los de VOX  (la lectura individualizada de los casi mil asesinados por ETA me emocionó) sin querer, o queriendo, salieron de mi baúl muchos de los personajes con los que conviví durante los dos años que me pasé en la biblioteca del Congreso (en la madrileña Carrera de San Jerónimo) leyendo los discursos que se han pronunciado desde esa misma tribuna a lo largo de los años (incluso de los dos siglos que van desde Las Cortes de Cádiz hasta hoy).

              Y les enumero algunos, por curiosidad: Juan Nicasio Gallego, Antonio Alcalá Galiano, Cangas Argüelles, Martínez de la Rosa, Salustiano de Olázaga, Donoso C ortés, Emilio Castelar, Cánovas del Castillo, Práxedes Mateo Sagasta, Estanislao Figueras, Segismundo Moret, José Echegaray, Vázquez de Mella, Manuel Ruiz Zorrilla, Juan Prim, Francisco Pi y Margall, Nicolás Salmerón, Francisco Silvela, Antonio Maura, José Canalejas, Pablo Iglesias, Francisco Cambó, Melquiades Álvarez, Conde de Romanones, Niceto Alcalá Zamora, Manuel Azaña, Gil Robles, Serrano Súñer, José Antonio Primo de Rivera. José Calvo Sotelo, Ortega y Gasset, Don Miguel de Unamuno, Largo Caballero, Julián Besteiro, Alejandro  Lerroux…y algunos más, cuyos discursos tuve que leerme para seleccionar «Los 10 que conmovieron a España».

                     ¡Dios, pero aquellos señores diputados (Sus Señorías) eran verdaderos oradores, entre otras cosas porque en aquellas Cortes y hasta las de la Segunda República estaba prohibido leer en la Tribuna del Parlamento!. Lo mismo que hoy. Sin comparación posible.

                     Y al hablar de los oradores parlamentarios no hay más remedio que recordar al mejor de todos ellos, Emilio Castelar, y a su Discurso en defensa de la Libertad Religiosa cuando se debatía la Constitución de 1869, que terminaba con estas bellísimas palabras, que aplaudieron todos los diputados presentes puestos en pie durante media hora ininterrumpida.

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          «Grande es Dios en el Sinaí; el trueno le precede, el rayo le acompaña, la luz le envuelve, la tierra tiembla, los montes se desgajan…pero hay un Dios más grande, más grande todavía, que no es el majestuoso Dios del Sinaí, sino el humilde Dios del Calvario, clavado en una cruz, herido, yerto, coronado de espinas, con la hiel en los labios y, sin embargo, diciendo: «¡Padre mío, perdónalos, perdona a mis verdugos, perdona a mis perseguidores, porque no saben lo que se hacen!». Grande es la Religión del poder, pero  es más grande la Religión del amor,  más grande la rebelión de la justicia implacable y más grande la Religión del perdón misericordioso, y yo, en nombre del Evangelio, vengo aquí a pedir que escribáis en vuestro Código fundamental la libertad religios, es decir, libertad, fraternidad, igualdad entre todos los hombres.»

          Bueno, pues el señor Sánchez  ayer durante varias horas se creyó que era Castelar.

Así vamos.

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.
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