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Este biombo refleja el ideario de las élites criollas de la capital de la Nueva España y visualiza su relación con una Monarquía Hispánica a la que debían fidelidad política y el origen de su fe, pero también el orgullo y la singularidad de una realidad americana que cristalizaría más de un siglo después en el proceso de independencia.

 

Expuesta en la sala 16 A del edificio Villanueva hasta el próximo 26 de septiembre, esta excepcional pieza pasará a formar parte de la exposición temporal “Tornaviaje”, una apuesta del Prado por abrir sus colecciones a nuevas geografías.

La restauración de María Álvarez Garcillán

La propia naturaleza del biombo y su movilidad han hecho que el estado de conservación de la pieza no fuese bueno, los desplazamientos, los golpes, el agua… habían dibujado sobre él una huella de daños que condicionaba y afectaba a su aspecto estético.

Para acometer su restauración se han llevado a cabo una serie de estudios técnicos como el análisis de reflectografía infrarroja, luz ultravioleta e identificación de materiales en laboratorio químico.

El biombo está vertebrado en torno a un armazón de madera, diez puertas unidas por argollas de hierro y con tela encolada por ambas caras como soporte para la pintura. El soporte para la pintura es una tela de tafetán de lino encolada a lo largo de su perímetro al bastidor/puerta. Al estar pintado a dos caras, hay una tela por cada frente. Salvo las puertas externas, de un solo paño, el resto está compuesto por dos paños unidos con costura “plana abierta”. Las costuras están a diferentes alturas, lo que hace razonable pensar que las escenas se pintaron una vez montadas las telas en sus bastidores.

La mayor dificultad del tratamiento radicaba en el hecho de la pintura a doble cara y la imposibilidad de desmontar  las telas de su bastidor original, al estar encoladas por los bordes no se podían despegar sin causar daños. La solución más adecuada para proporcionar la presión necesaria para quitar las deformaciones de la tela sin necesidad de colocar soportes traseros, ha sido la introducción por pequeñas ranuras de láminas de hojalata y aluminio con la ayuda de imanes.

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La capa pictórica -óleo con pigmentos como albayalde, amarillo de plomo y estaño, azurita, esmalte, bermellón, pigmento laca rojo,  carbón vegetal y tierra verde con pequeñas aplicaciones puntuales de oro líquido- ha sido sometida a un proceso de consolidación con colas orgánicas para detener los desprendimientos y pérdidas, eliminación de deformaciones por golpes, arañazos y desgarros, retirada de parches viejos y elementos ajenos sobre la superficie, aplicación de otros nuevos de papel japonés e injertos de tela sobre las roturas, limpieza de la pintura, levantamiento de repintes, estucado, reintegración y barnizado.

Sobre el pastillaje -una técnica de estucos de relieves seriados que sigue patrones geométricos repetitivos (rombos, cruces, eses…) dorados, sobre una capa de bol, con láminas de oro fino aplicadas al mixtión- se ha realizado una consolidación de su superficie, la retirada de elementos extraños, limpieza y eliminación de repintes y purpurinas, se han reproducido los relieves a partir de moldes de silicona sobre zonas en mejor estado, y se han sacado positivos de moldes con resina, a los que se ha aplicado bol y dorado al mixtión con oro de 22 kilates. El oro nuevo se ha ajustado al original desgastando y patinando su superficie.

Cada puerta, que hace las veces de bastidor de la pintura, mide 2,10 x 0,61m, y termina con dos patas de 5 cm de altura. Tienen tres travesaños transversales ensamblados a “caja y espiga”. Las uniones son a través de argollas en forma de “U” de hierro forjado, encastradas en la madera y con el remate interno retorcido hacia el exterior para ofrecer resistencia frente a las presiones de apertura y cerrado de las hojas. Las puertas separadas se han unido reproduciendo las argollas con un material más dúctil (cobre oscurecido al fuego) y han sido introducidas en sus canales originales rellenándolos posteriormente de resina epoxy.

La obra

La palabra biombo deriva del japonés byobu, que remite a la capacidad de estos paneles de tela, maque (un tipo de laca) o papel, unidos como un acordeón, para detener las corrientes de aire. Se disputan su origen China y Japón, y servían también para proteger de miradas indiscretas y dividir los espacios de una vivienda. En los inventarios de bienes novohispanos figuran entre las pinturas y no entre los muebles, lo que les otorga un lugar especial como contenedores de mensajes pintados.

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La mayoría de los biombos conservados muestran asuntos profanos. En el siglo XVII los temas más comunes fueron los de carácter histórico y urbano, aunque abundan también los mitológicos o literarios, las alegorías de las estaciones o los sentidos, y, más tardíamente, las escenas de la vida cotidiana y los emblemas. Los más valiosos tenían escenas complejas en sus dos caras –a diferencia de los que en una de ellas presentaban elementos decorativos como jarrones o flores.

La movilidad de los biombos favorecía que fueran utilizados para la contemplación o como estímulos para la conversación. Su tamaño y forma variaba según su uso. Los de cama, situados delante del lecho, eran más altos y estrechos, mientras que los llamados “de estrado”, que se ubicaban en una habitación principal con tarima o estrado, eran menos altos y tenían más hojas.

Este biombo, de dos haces y de estrado, tiene diez hojas que representan por un lado la conquista de Tenochtitlán y por otro una vista de la ciudad de México, y debió realizarse en el último cuarto del siglo XVII como objeto de ostentación y poder. Al igual que otros de similar temática, pudo ser un regalo del ayuntamiento de México a un virrey al asumir el gobierno de la ciudad, cabeza del reino. Su mensaje es más o menos evidente: tras la victoria española sobre el Imperio azteca se estableció un nuevo orden social y político, representado por la grandeza de la ciudad de México.

 

Venta de entradas:

https://www.entradasprado.com/pradov2/individual/principalr.aspx

 
 

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