19/09/2024 05:05
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La característica esencial del socialcomunismo es el totalitarismo, ya que es ésta una cualidad inherente a todo constructo ideológico de corte marxista.

En la práctica todo comenzó cuando Lenin puso de manifiesto el carácter despótico del socialcomunismo al señalar en “El Estado y la revolución” que “Circunscribir el marxismo a la lucha de clases es limitar el marxismo (…) Marxista solo es el que hace extensivo el reconocimiento de la lucha de clases al reconocimiento de la dictadura del proletariado”. A la vista de este planteamiento no resulta extraño que Lenin protagonizara, con el inestimable apoyo del Soviet de Petrogrado, el “Golpe de Estado bolchevique de octubre de 1917” no contra el zarismo, sino contra el Gobierno Provisional ruso, presidido -con el apoyo del ala menchevique del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia- por Aleksándr Kérensky, dirigente del Partido Social-Revolucionario, el cual había participado activamente en la “Revolución de febrero de 1917” que acabó con la abdicación del Zar Nicolás II. De esta forma, ya con Lenin en el poder, nació la Unión Soviética, una república socialcomunista que en poco tiempo habría de convertirse en un gigantesco campo de exterminio que dio lugar a un genocidio solo superado hasta el momento por la China maoísta.

Podría aducirse que éste fue un hecho aislado en la historia del socialcomunismo, pero nada más lejos de la realidad. Así, pocos años después del “Golpe de Lenin”, en España otro dirigente socialista llamado Francisco Largo Caballero, en connivencia con el PCE, impulsó el “Golpe de Estado de octubre de 1934” contra la II República, finalmente sofocado por las tropas gubernamentales. No habían pasado dos años desde la insurrección cuando Largo Caballero declaraba en un mitin celebrado en Linares, en enero de 1936, que “La clase obrera debe adueñarse del poder político, convencida de que la democracia es incompatible con el socialismo y, como el que tiene el poder no ha de entregarlo voluntariamente, por eso hay que ir a la Revolución”. Y en esto, así como en Cuba llegó el comandante y mandó parar, como dice la canción, en España el que llegó fue el general y acabó con la revolución.

Ciñéndonos a España, ya más recientemente, demostrando que el socialcomunismo puede cambiar sus formas, pero no su esencia, llegó a la política española Pablo Iglesias, una suerte de mercachifle mugriento dedicado a la estafa a gran escala mediante la venta de elixires ideológicos de nula calidad, el cual -a rebufo del movimiento 15-M, surgido por el rechazo de buena parte de la ciudadanía hacia una partitocracia bicéfala y corrupta instalada en el poder- no tuvo mejor idea que fundar un partido de carácter neomarxista, como es Podemos. Ávido de poder, fama y dinero, P. Iglesias trajo consigo un discurso -unas veces irritantemente insultante, otras empalagosamente melifluo, siempre insufriblemente demagógico- con el que pretendía difundir entre la ciudadanía las bondades de los paraísos colectivistas. Evidentemente, en sus soflamas revolucionarias éste epígono comunista de nuevo cuño obviaba el hecho de que el colectivismo (como se ha puesto de manifiesto antaño en la URSS y los países adscritos al Pacto de Varsovia, y hogaño en la China comunista, Corea del Norte, Vietnam, Laos, Cuba, Venezuela, Nicaragua, Bolivia, Ecuador, Argentina y demás países latinoamericanos que caminan por la senda del socialismo del siglo XXI marcada por el Foro de Sao Paulo) no es otra cosa que una distópica quimera políticamente totalitaria y socioeconómicamente devastadora. Así, manteniendo un planteamiento teórico similar al de sus predecesores socialcomunistas, este falso mesías señalaba en unas jornadas celebradas en Zaragoza, en marzo de 2013, que “Aunque podamos teorizar que la dictadura del proletariado es la máxima expresión de la democracia en la medida en que aspira a anular unas relaciones de clase injustas, que en sí mismas ontológicamente anulan la posibilidad de la igualdad que es la base de la democracia, no hay a quien le vendas que la palabra dictadura mola, la palabra que hay que disputar es la palabra democracia”. Estas manifestaciones solo demuestran el enorme cinismo y la absoluta falta de escrúpulos de este despreciable buhonero político, que ha hecho de la manipulación y la mentira sus principales herramientas políticas. Así, consciente de la debilidad electoral de su propio partido, orientó sus esfuerzos a consolidar una alianza de Unidas Podemos con el golpismo catalán y el filoterrorismo etarra, representados por ERC y Bildu respectivamente. De esta forma, tras siete años de andadura política luchando por sembrar en el inconsciente colectivo la semilla de su execrable democracia social-populista, P. Iglesias, a la vez que lograba ver multiplicado notablemente su patrimonio, dejó asentado una suerte de triunvirato cuya principal finalidad no es otra que destruir los propios cimientos de la nación española.

No obstante, para conseguir sus abyectos fines, esta alianza del mal necesitaba dar un salto cualitativo en cuanto a capacidad de influencia, ya que desde el inicio de la “Transición española” los comunistas habían sido siempre prescindibles subalternos del PSOE y los independentistas se habían limitado a obtener beneficios competenciales y económicos a cambio de apoyo parlamentario, pero no habían podido determinar el rumbo de la acción de gobierno a nivel estatal. Por ello, cuando un individuo como Pedro Sánchez, que más que un estadista parecía un macarra de culebrón televisivo, consiguió una representación parlamentaria exigua pero suficiente para instalarse en el poder con el apoyo de otras formaciones del arco parlamentario, este indecente conglomerado político se lanzó a tumba abierta a la construcción de un nuevo Frente Popular.

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De esta forma, P. Sánchez -incumpliendo los compromisos adquiridos con la ciudadanía durante la campaña electoral, en una clara demostración de su absoluta carencia de principios éticos- logró llegar al poder mediante el apoyo de comunistas, independentistas y filoterroristas. Desde el mismo momento de su constitución este “Gobierno Frankenstein” ha llevado a cabo una política en la que los desmanes y despropósitos han sido la nota predominante, sucediéndose en el tiempo sin solución de continuidad. Así, hemos visto cómo se promulgaban leyes ideológicas marcadamente sectarias que atentan contra los derechos y libertades individuales, contra la biología propia del ser humano, contra la realidad histórica española, contra la libertad educativa, contra la seguridad ciudadana, contra la equidad distributiva interregional de los fondos de ayuda europeos o contra la propiedad privada, entre otras cuestiones no de menor importancia. A su vez, hemos visto cómo se creaba, mediante subvenciones a ONGs ideológicamente afines, una tupida red clientelar de voto cautivo, llegándose al disparate de conceder 1.118.000 euros para “Mujeres, café y clima: empoderamiento femenino para la resiliencia socioecológica de la cadena de valor del café frente al cambio climático en Etiopía”, ahí es nada. También hemos visto cómo se indultaba a los golpistas catalanes y se permitía la inmersión lingüística y el acoso al castellano por parte de una Generalidad instalada permanentemente en la violación de la legalidad vigente, mientras, paralelamente, se concedían beneficios penitenciarios a los presos etarras y se consentían los homenajes por parte de fanáticos bilduetarras a sanguinarios terroristas vascos. Y, finalmente, ante la pasividad gubernamental, hemos visto crecer desmesuradamente la inmigración ilegal, con la consiguiente repercusión económica, la creciente inseguridad ciudadana y la formación de guetos culturales.

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En definitiva, el ataque a la democracia española perpetrado por el Frente Popular ha sido de tal magnitud que ha provocado el que 2.500 jueces, pertenecientes a las principales asociaciones judiciales, hayan remitido una carta a la Unión Europea en la que exponen sin circunloquios y con rotundidad su gran preocupación por la “situación de riesgo claro de violación grave del Estado de Derecho en España” (…) ya que se continua en la línea de ir horadando paulatinamente la independencia judicial”.

Por si todo ello no fuera de una gravedad infinita, nos encontramos con que, según denuncia Oxfam Intermón, en España durante el año 2021 un millón de personas han pasado a encontrarse por debajo del umbral de la pobreza, a la vez que Eurostat sitúa a España como el peor país de la UE en recuperación económica y pérdida de productividad, debido a la gestión económica del Gobierno socialcomunista. Mientras esto sucede, P. Sánchez, además de convertir al Gabinete de la Presidencia del Gobierno en un nutrido club de amigos, se dedica a viajar por el mundo “gratis total” en el Falcon, contaminando con sus andanzas la atmósfera terrestre.

Ante esta deplorable situación, rememorando al gran José Sazatornil, quizás quepa preguntarse: ¿Usted es tonto porque es comunista o es comunista porque es tonto?

Autor

Rafael García Alonso
Rafael García Alonso
Rafael García Alonso.

Doctor en Medicina por la Universidad Complutense de Madrid, Especialista en Medicina Preventiva, Máster en Salud Pública y Máster en Psicología Médica.
Ha trabajado como Técnico de Salud Pública responsable de Programas y Cartera de Servicios en el ámbito de la Medicina Familiar y Comunitaria, llegando a desarrollar funciones de Asesor Técnico de la Subdirección General de Atención Primaria del Insalud. Actualmente desempeña labores asistenciales como Médico de Urgencias en el Servicio de Salud de la Comunidad de Madrid.
Ha impartido cursos de postgrado en relación con técnicas de investigación en la Escuela Nacional de Sanidad.
Autor del libro “Las Huellas de la evolución. Una historia en el límite del caos” y coautor del libro “Evaluación de Programas Sociales”, también ha publicado numerosos artículos de investigación clínica y planificación sanitaria en revistas de ámbito nacional e internacional.
Comenzó su andadura en El Correo de España y sigue haciéndolo en ÑTV España para defender la unidad de España y el Estado de Derecho ante la amenaza socialcomunista e independentista.