Hace ya setenta y ocho años. Jamás unos hombres habían causado tanto daño y en tan poco tiempo a otros hombres en la Historia. Tan solo unos segundos. Es verdad que estaban en guerra. Pero lo que también es cierto es que el bando de las víctimas, sabiéndose derrotado, llevaba tiempo, desde inicios de 1945, buscando algún medio para lograr un alto el fuego. Una formula, en fin, que mediante algún tipo de armisticio pudiera ser instrumento adecuado para lograr la paz.
Se preguntaba el obispo Fulton Sheen: «¿Cuándo nos metimos en esta idea de que la libertad significa no tener márgenes ni límites? Respondiéndose seguidamente: Saben creo que empezó el 6 de agosto de 1945 a la 8,15 a.m. cuando dejamos caer la bomba en Hiroshima. Eso borró los límites…borró los límites entre la vida y la muerte para las víctimas de incineración nuclear. Entre ellos. incluso los vivos estaban muertos. Borró los límites entre el civil y el militar. Y de un modo u otro desde ese día en nuestra vida americana, dijimos que no queremos límites ni márgenes”.
¿Por qué Hiroshima y Nagasaki?. Ambas carecían de todo valor estratégico. Su trascendencia en el devenir bélico era nulo.
El día 25 de febrero de 1.981 el Papa San Juan Pablo II en su discurso en Peace Memorial Park decía: “ Dos ciudades japonesas tendrán siempre unidos sus nombres, Hiroshima y Nagasaki, como las únicas ciudades en el mundo que han tenido la mala fortuna de ser una advertencia de que el hombre es capaz de una destrucción más allá de lo que se pueda creer”.
Pero ¿por qué? Si desde inicios de 1945 Japón estaba buscando desesperadamente el final de la contienda. Los analistas opinan que esa prolongación artificiosa de la guerra por parte de EEUU se debía a querer dar tiempo a que la Unión Soviética declarara la guerra a Japón tal y como ambos se habían comprometido en Potsdam. Mediante cuyo acuerdo se facilitaba la posterior injerencia del vencedor en el oriente asiático.
Pero Hiroshima y Nagasaki ¿por qué?
El ataque llevaba mucho tiempo preparándose. En sí mismo constituía un experimento de un arma, hasta ese momento, jamás utilizada. Sólo la elección del objetivo estaba por precisar. Fue el mismo Presidente de Estados Unidos el que eligió las ciudades en las que habría de ser experimentada el arma. Fue Harry Salomón S. Truman el que señaló a Hiroshima y Nagasaki como las victimas que habrían de ser ofrecidas en holocausto. Las dos habían de ser abrasadas en la hoguera nuclear. Truman era masón. Hiroshima y Nagasaki eran las dos ciudades japonesas con mayor densidad de católicos en la nación nipona. Para más datos Hiroshima fue arrasada el día en el que los católicos celebramos la Transfiguración del Señor. El 6 de agosto de 1945.
Nagasaki habría de esperar tres días. El 9 de agosto.
Y en dos instantes de aquellos dos luctuosos días, doscientos cincuenta mil seres humanos achicharrados. Doscientos cincuenta mil civiles indefensos fueron abrasados. La faena estaba hecha. Después vendrían los afectados por la radiación. Incontables.
Little Boy, pequeño muchacho. Así. Con guasa, llamaron a aquella bomba los que la pergeñaron.
Truman, el Presidente de los EEUU, exuberante de gozo, según afirmaron los testigos hizo, acto seguido. las siguientes declaraciones:
“Los gobiernos británico, chino y de Estados Unidos dieron al pueblo japones suficiente advertencia de lo que le esperaba: Especificamos las condiciones generales para su rendición (…) Nuestra advertencia fue desatendida, nuestros términos rechazados. Desde entonces han visto lo que nuestra bomba atómica puede hacer. Pueden adivinar lo que hará en el futuro”.
Incierto. Las que había sido desatendidas fueron las anteriores solicitudes de armisticio por parte nipona. Cinco días después Japón se rendía incondicionalmente. No mediante algún tipo de acuerdo como había tratado de hacerlo desde inicios de 1945.
En 1946 las autoridades estadounidenses ordenaron la destrucción de centenares de fotografías, prohibiendo cualquier testimonio de la horrorosa masacre. Incluso se prohibió a la población japonesa cualquier comentario sobre los bombardeos o las informaciones que pudieran “alterar la tranquilidad pública”.
Pero del seno de aquel horroroso horno crematorio en el que Hiroshima quedó convertida surgió un finísimo hilo de esperanza al cual todos los seres humanos deberíamos agarrarnos fuertemente.
En Hiroshima se alzaba la casa parroquial de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción la cual tras el bombardeo nuclear quedó indemne.
Al cargo de dicho templo se encontraban cuatro sacerdotes alemanes jesuitas: Hugo Lassalle, superior en Japón de la Orden jesuítica, Hubert Schiffer, Wilhelm Kleinsorge y Hubert Cieslik.
Los cuatro sacerdotes eran devotos de Nuestra Señora de Fátima. A la cual invocaban en su diario rezo del rosario.
En el momento en el que se produjo la explosión nuclear, uno de ellos se encontraba celebrando la Eucaristía, otro desayunaba y los otros dos estaban en diferentes dependencias parroquiales.
Según palabras del P. Hubert Cieslik , tan solo sufrieron pequeños daños producidos por las roturas de cristales ocasionadas por la deflagración nuclear. No fueron víctimas de ningún otro efecto ocasionado por la energía atómica liberada por la bomba.
Los doctores que posteriormente les reconocieron les advirtieron que la radiación recibida les produciría lesiones graves, así como enfermedades e incluso una muerte prematura.
El pronóstico dictaminado por los médicos jamás se cumplió.
No se desarrolló ningún trastorno en la salud de estos cuatro sacerdotes católicos.
A lo largo de los años posteriores fueron sometidos a más de doscientas revisiones médicas llevadas a término por multitud de especialistas, no hallando en sus organismos rastro alguno de radiación.
El año 1976, 31 años después el P. Schiffer acudió al Congreso Eucarístico de Filadelfia (Estados Unidos) relatando allí su historia. Fue en Filadelfia, en su Congreso Eucarístico donde confirmó que los cuatro jesuitas se encontraban aún vivos y sin padecimiento sanitario alguno.
“Vivíamos el mensaje de Fátima y rezábamos juntos el Rosario todos los días” decían los cuatro jesuitas cundo rememoraban sus experiencias.
El P. Schiffer escribió el libro “El Rosario de Hiroshima” donde describe sus vivencias..
La bomba de Hiroshima, como queda dicho más arriba. fue arrojada el día de la Solemnidad de la Transfiguración del Señor y la rendición de Japón ocurrió el 15 de agosto el día de la Asunción de María Cada año, del 5 al 15 de agosto, Japón celebra una Oración por la Paz.
A lo vivido por aquellos cuatro sacerdotes católicos es a lo que se viene llamando el milagro de Hiroshima.
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Ciudades con la mayor densidad de católicos de Japón
Sacerdotes «Jesuitas»
¡Qué casualidad tan satánica!
Que alguien me explique comó es posible que, sabiendo lo mentirosos, taimados, cabrones, mala gente, sádicos y falsos que son estos hijos de puta del poder anglosionista, se les pueda dar credibilidad en sus propagandas de guerra del holocu ento y otros pufos semejantes.