22/11/2024 06:27
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Les aseguro que después de leerme el “Expediente Picasso”, escondido durante décadas y causa primera de la llegada de la Dictadura y la caída posterior de Alfonso XIII; los debates en el congreso de los Diputados, que provocaron la caída de dos Gobiernos; las crónicas “in situ” de Indalecio Prieto y de los periodistas Luis de Oteiza, Antonio de Lezama, Eduardo Ortega y Gasset, el Tebib Arrumí, Hernández Mir y Teresa de Escoriaza y el gran informe  de Selso Armuina  y consultada la inmensa bibliografía que hay sobre el acontecimiento he llegado a una conclusión: que lo mejor para explicar a los lectores lo que fue el desastre de Annual es publicar alguna de las crónicas que escribieron “in situ” alguno de los periodistas enviados especiales desde Madrid.

Habrá tiempo de entrar en los detalles de lo que fue el “desastre militar” y las consecuencias que tuvo a nivel político, sobre todo teniendo en cuenta que en aquellos momentos corrió como la pólvora la responsabilidad que había tenido el propio Rey don Alfonso XIII, que fue la causa de que se abriera el “Expediente Picasso” y la llegada de la Dictadura para acallar aquellos rumores y “esconder” las posibles responsabilidades de Su Majestad el Rey.

Vayamos con las crónicas. Las primeras las que escribió Antonio de Lezama, a la sazón Redactor Jefe del Diario “La Libertad”, enviado especial por sus conocimientos y sus vivencias en Marruecos.

 

Zeluán

«Melilla- 14- La entrada en Zeluán produjo una viva emoción y aún más grande indignación en nuestros soldados.

Desde mucho antes de llegar se percibía un hedor casi insoportable, que hacía suponer la existencia de gran cantidad de cadáveres insepultos.

Así era, en efecto; desde antes de llegar al poblado se empezaron a encontrar cadáveres en completo estado de descomposición; en muchos de ellos se notaban signos de mutilación.

Los pozos del poblado están llenos de cadáveres

Se prohibió a los soldados beber agua de los pozos, en tanto un detenido examen no certificara sus condiciones de potabilidad.

Se está enterrando cadáveres, con gran esfuerzo y con una admirable abnegación, por parte de las tropas españolas (…)

La entrada de Zeluán, confirma el «Tremendo espectáculo, las violencias y mutilaciones»

El segundo también sobre Zeluán:

«Mañana se darán noticias de la ocupación: «Pues hoy apenas tengo ánimo para otra cosa que para poder dar al pueblo español una ligera idea de cómo se cebó en nuestros soldados la barbarie rifeña y de cuantos actos de crueldad fueron víctimas».

«Trágico camino hacia Zeluán bordeado de cadáveres de los que se levantan nubes de moscas; de cadáveres que han estado dos meses en aquel mismo sitio, en que cayeron víctimas de la traición; cadáveres comidos de gusanos, enseñando algunos las horribles cuencas de sus ojos como nido de repugnante orugas, presentando otros abominables mutilaciones en sus carnes maceradas ya y con horribles tiras de piel negra, quemada por el sol de fuego de los últimos días caniculares. No olvidaré en mi vida la horrible peregrinación por aquel dantesco camino orillado de humanos despojos. Cien veces traté de volverme, de separarme de aquel lugar maldito, y siempre el horror de lo que había visto me hacía arrepentirme por no verlo otra vez. Y así, seguí con las tropas, que silenciosas, pálidos todos, jefes y soldados, avanzaban hacia Zeluán.

Pero cada vez eran más lo cadáveres abandonados, más horrendas sus actitudes, más intenso el hedor..

Debió ocurrir la catástrofe de Zeluán tal como en los primeros momentos se supuso. Los bravos defensores de la alcazaba, agotados ya por el sufrimiento, la fatiga y la sed, hubieron de pactar la rendición a cambio de sus vidas. Los kabileños nada parcos en ofrecer, ofrecieron respetarles y se hizo la entrega de las armas y entonces surgió la traición y se desbordó la furia salvaje de los sublevados.

La barbarie no se conformó con eso, con cazarlos como reses, fueron además despojados de sus vestidos, apedreados, mutilados muchos y abandonados allí los animales nocturnos para saciar sus apetitos carniceros.

En Zeluán era análoga la desolación. Ruinas ennegrecidas por el incendio, cadáveres amontonados en todas partes, los aeroplanos destruidos, todo deshecho, sucio, violentado

 

Monte Arruit

En cuanto a Monte Arruit, la tragedia y el espectáculo dantesco es aún mayor, si cabe, dadas las proporciones de la catástrofe y por ser la última posición en entregarse:

Era un cementerio inmenso- Las víctimas de la imprevisión- Espectáculo horroroso- Detalles emocionantes- En dos días no pueden enterrarse todos los cadáveres.

«Puede decirse, por desgracia, que las noticias que se reciben de Monte Arruit no han defraudado la expectación que había por conocer el resultado de la tragedia que allí se desarrolló en los últimos días de julio y primeros de agosto. Antes al contrario, todos los informes dan a lo ocurrido allí proporciones tan horrorosas y gigantescas que el día de ayer debió haber sido un día de luto nacional, y la bandera no debió ondear solamente a media asta en el Monte Arruit, sino en toda Melilla y en toda España.

Los primeros detalles de la entrada de las tropas en Monte Arruit nos hablaban de centenares de cadáveres; pero los informes de hoy expresan la enormidad del desastre, o mejor dicho, de esta fase del desastre.

Monte Arruit es una tumba inmensa, pues estaba cubierto por más de dos mil cadáveres de infelices jefes, oficiales y soldados, a quienes, a pesar de las páginas de heroísmo escritas durante tantos días, no se les pudo socorrer y les dejó morir España por no disponer de unas cuantas unidades militares organizadas para la guerra.

El espectáculo que ofrecía la entrada en Monte Arruit era emocionante.

Puede decirse que el terreno (…) estaba cubierto por los restos de nuestros compatriotas.

Las tropas encontraron numerosas hogueras, alrededor de las cuales había cadáveres carbonizados. En las eras de la Compañía de Colonización se hallaban más de 400 europeos con horribles mutilaciones y en estado de descomposición.

Los rostros que aún se conservaban intactos tenían huellas del sufrimiento y las privaciones que los heroicos defensores de la posición sufrieron antes de caer en manos de los enemigos.

Tanto en la posición como en los alrededores el espectáculo fue verdaderamente horrendo; no hay lenguaje para poderlo describir.

Puede calcularse en más de mil el número de cadáveres quemados que hemos visto, y eso que las tropas ya habían enterrado a muchos; algunos otros estaban en posiciones inverosímiles y conservaban en el rostro, medio descompuesto por la putrefacción, un gesto espantoso de dolor y desesperación.

Un grupo hace saltar las lágrimas a cuantos le contemplan; son muchos soldados los que, a falta de pañuelo, se secan los ojos con el dorso de la mano. Un niño de cuatro a cinco años aparece abrazado a su padre; la muerte debió sorprenderlos cuando este daba a su hijo el último beso; en la frente del chiquillo se posan los labios del padre, y en el rostro de aquél se advierte la expresión de un miedo horrible.

El camino ancho que va desde la base del monte hasta la posición se hallaba cubierto de cadáveres, hasta el punto de tenerlos que retirar para que pudieran avanzar las tropas.

La Sanidad Militar ha comenzado ya a recogerlos y enterrarlos a toda prisa para evitar el triste espectáculo, al par que el peligro de una epidemia.

También ha sido profanado el lugar donde fueron enterrados los que murieron durante el asedio, siendo estos a los que con facilidad se ha podido identificar, y entre los cuales figura el teniente coronel Primo de Rivera, al que le falta un brazo.

Las edificaciones de la posición y del poblado están destruidas; pero el ferrocarril aparece intacto. La maquinaria agrícola de la Compañía de Colonización ha sido destrozada.

La línea del parapeto está bordeada por una fila de cadáveres. En la aguada el número de cadáveres pasa de 500. Como se recordará, cada salida que hacían los soldados en busca de agua costaba muchas bajas.

El espectáculo del poblado no se podía presenciar sin sobrecogerse. Por todas partes se ven mechones de pelo y trozos del cuero cabelludo, restos de vestiduras desgarradas (la mayoría de los soldados están desnudos), esparcidas por doquier; machas de sangre, detalles mil reveladores de las crueldades cometidas por los moros.

Las murallas y el campamento están destruidos a cañonazos. Todo el campamento presenta igual aspecto.

A simple vista se calcula el número de cadáveres en más de 2.000.

Por estas cifras pueden calcularse la magnitud de esta horrorosa página de la tragedia que comenzó en Igueriben y Annual.

Fuera del campamento había muertos infinidad de caballos, puestos en hilera. Algunos cadáveres estaban junto a ellos y varios cogiendo las bridas.

Con pañuelos, algodones, mascarillas o frascos de sales inglesas, procurábamos contrarrestar aquella pestilencia».

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¿Qué valen las visiones dantescas de Nador, Segangan y Zeluán ante el aterrador espectáculo de 2.500 ó 3.000 cadáveres que en Monte Arruit son el dolor y la vergüenza de España entera?

En cuanto a los relatos directos de protagonistas de los hechos, ofrecidos por la prensa y por tanto con una caja de resonancia muy amplia, son también numerosos, aunque lógicamente menores en número que los ofrecidos por el cuadro de redactores y/o colaboradores. Normalmente se trata de entrevistas más o menos aderezadas por el correspondiente «Interviuvador». En todo caso conservan la fuerza del que ha vivido la terrible experiencia. Como muestra puede servir la de un superviviente de Annual , por tratarse del comienzo del desastre, y de una persona semiculta, (religioso-lego); y el de una mujer cautiva, que conoce y sufre situaciones muy duras .

Un superviviente hace el siguiente relato:

A) «El día 22 de julio estaba en Annual terminando de comer cuando se presentó un compañero, quién le dijo que en las tropas de la posición se había producido gran alarma y desbarajuste. Lo extraño, porque momentos antes de entrar en la tienda de campaña, para comer, el tiroteo enemigo había decaído mucho. Cuando salió de la tienda vio al general Silvestre, que con cara muy descompuesta y una pistola en la mano pronunciaba violentos apóstrofes. A su lado, también con la pistola en la mano, estaba el coronel Morales.

Oí al general que decía:

-Que nadie se cuide de mi que mire por si propio. Hay que retirar los cierres de los cañones.

Salimos todos. Unos, impulsados por el miedo; otros, siguiendo a los que ya se habían puesto en principiada marcha. Los moros invadieron la posición dando gritos salvajes y disparando una verdadera lluvia de balas. En el camino que nosotros tomamos se hallaban apostados varios grupos de moros y con ellos estaba la Policía indígena. Todos disparaban sobre nosotros, y puede decirse que materialmente nos cazaban. De los que marchábamos, más de la mitad quedó en aquel lugar.

Yo conseguí llegar a Dar-Drius, donde nos reunimos unos cientos de hombres; pero allí la situación crítica de Annual se reprodujo, y tuvimos que evacuar también aquella posición.

Cuando marchábamos hacia Melilla, un grupo de unos doscientos moros, que aparentaban actitud pacífica, se acercó a nosotros, y cuando estaban a la distancia de 50 metros rompieron el fuego. El desconcierto entre los nuestros fue grande, y los moros, aprovechando su situación favorable, se lanzaron al ataque con las gumías. Yo iba sobre una mula. El encargado de la acémila cayó herido, y vi como hundía su machete en el pecho del moro que le había herido. Otro moro se acercó al acémilo y le remató con gran saña. Yo inmóvil sobre la caballería, me fingí muerto, y a esta circunstancia, sin duda, debo la vida»

Pablo Molina Díaz, natural de Ciempozuelos, Madrid. Antes de ingresar en el regimiento de Artillería de montaña de Melilla, fue lego de los religiosos de San Juan de Dios.

Tiene herida de bala en mano izquierda y tres de gumía en la pierna del mismo lado».

 

Declaraciones de una cautiva española

b) Ahora los interesantes revelaciones de una cautiva española- Declaraciones de Francisca Sevilla, de Almería, 50 años, soltera. Vivía en la mina de «Sotolaza», a la entrada de Segangan, con un sobrino, Pedro Sevilla, de 19 años.

Prisionera de los moros desde el 24 de julio, hasta el 1 de septiembre, que la encuentra, junto con otra más anciana (70 años), un destacamento español, con los pies destrozados y sangrantes, y los ojos llenos de espanto.

Relato, en Melilla, al día siguiente, al enviado especial de La Libertad. Presa de los moros, cerca de dos meses, recorriendo poblados y kábilas, oyendo a otros prisioneros.

Cuando se produce la entrevista, fuerte ataque de nervios. Lloraba y gritaba por su sobrino muerto.

«Oyendo a la cautiva»

El día 24, los moros «Mataban a todos los hombres y niños varones…Solo las mujeres éramos respetadas por algunos, que otros también nos tiraban…

P- ¿Qué día fue eso?

R- El día 24 de julio

P- ¿La sublevación fue repentina?

R- Nadie se dio cuenta de ella….Fue al atardecer….De pronto, vinieron del poblado de Segangan muchos moros armados y entraron en la mina….!Matar, matar españoles!, gritaban; y hacían fuertes descargas contra nuestros hermanos…Los moros de las mismas, tan conocidos nuestros, tan familiarizados, al parecer, cogieron fusiles que los otros les dieron y se sintieron aun más crueles…Por la mañana de aquel día pasó precisamente por frente de casa un morito muy conocido… ¿Dónde vas? -le dije-. A por pan -me contestó- Anda, toma -dije yo-; no subas hasta el pueblo-; y le di dos panes. Pues bien aquel mismo moro me apuntó por la tarde con un fusil para matarme. Yo le dije: ¡infame! ¿Me vas a matar, cuando te he dado pan esta misma mañana?. El moro lo comprendí y dijo: -Anda, anda; no matarte.

Las cosas se pusieron tan graves al atardecer, que yo me fuí del poblado y me escondí debajo de un puente. A todo esto, ya nos habían robado hasta la ropa que llevábamos puesta. A mi de dos tirones me arrancaron el vestido. Cuando me creí segura en el puente, vi que un moro se acercaba a mí, apuntándome: -¿Que hacer tú? -me dijo-. No matar, por Dios -le dije-. ¿Que daño os puede hacer una mujer y vieja, como yo?. También este moro se compadeció de mí, y me dijo: -No salgas, entonces, de ahí hasta mañana…Llevarte yo mi kábila. Efectivamente, por la mañana me recogió este moro y me hizo su prisionera. ….

P- ¿Cerca de Segangan?

R- Sí, muy cerca… Pero, a los quince días, hubo cambio de prisioneros, y fui a parar a otra kábila, donde nos trataban peor…Luego hubo otro traslado, cerca de Nador, a una kábila del Gurugú, donde estábamos once españoles, cuatro soldados, cuatropaisanos y tres mujeres.

P- ¿Qué les daban de comer?

R- Tortas de cebada y chumbos P- ¿Dónde dormían?

R- En una habitación, juntos todos los españoles, hombres y mujeres, y en el suelo…

P- ¿No sabe usted cómo se llamaba esa kábila?

R- La llamaban de Jameda, porque así se llama un moro, cabo de kábila.

 

Por qué respetan a las mujeres.

Según los relatos de Francisca Sevilla, a las mujeres las respetan en su vida; pero las atropellan en su honor. Cuenta de estos cosas verdaderamente espeluznantes. La compañera de prisión de Francisca, que era una joven de 24 años, recién casada, tuvo que ver cómo le mataban a su marido y a su cuñado. Después, el jefe, la cogió a ella y se la llevó como «mujera» propia, diciéndole que nada le faltaría. Los moros les dicen a ellas constantemente:

-Nosotros querer españolas y matar españoles…. mujeres guapas, guapas…. Española vieja, mejor que mora joven..

Las niñas de seis y siete años que han caído en su poder las conservan para cuando sus hijos sean mayores.

Por distintos poblados han visto pasar españolas jóvenes y bellas, ataviadas por fuerza con ricos trajes moros, y montadas a caballo junto a los jefes. Todos dicen por allí que a estas «favoritas» forzosas las dan una vida magnífica y las colman de atenciones y de regalos, de los robos que hacen.

Se sabe que una de estas mujeres es la señora de un capitán, a quién mataron, lo mismo que a sus hijos. La pobre señora va presa y maniatada, pues ha intentado huir y matarse varias veces.

El espíritu de los moros

Dice Francisca Sevilla que hay sitios en que los moros están muy decididos a luchar, y que, en cambio, en otros sitios temen la guerra.

-En Segangan- dice- se arrepintieron de lo hecho a los pocos días. Ellos mismos comprendieron, al ver la ruina pasada, el tren que no corría, sin luz eléctrica ni nada, que habían perdido beneficios que les tocaba muy de cerca. Temen, además, que comiencen entre ellos los robos y los crímenes de antes, cosa que había evitado España de tal suerte, que el moro había sido corregido en este aspecto delincuente en un 80 por 100.

En cambio, las kábilas de Gurugú están terribles, creyendo que van a vencer a

España. Allí, en el Gurugú, tienen un campo de concentración muy grande. En Nador hay como una especie de cuartel general, donde se reúnen los jefes de kábila.

Todas las tardes se predica por los santones la guerra santa. Cuantos atienden a las exhortaciones bélicas de esos hombres, les siguen, de cuatro en cuatro, y a la puesta del sol oran todos juntos. Este es el sistema abanderamiento y enganche contra España.

No hace todavía diez días celebraron los moros notables una gran asamblea en el Gurugú. En ella se acordó poner cañones en este monte, frente a Melilla, y bombardear la plaza hasta que se rinda. Después de la rendición de Melilla, han de venir seis grandes naves que les llevarán al otro lado del mar, tomando Almería, Granada y Córdoba.

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  Caso curioso y significativo, tanto desde el punto de vista del paple que ocupa la mujer en el mundo norteamericano como de la lucha de dos culturas (occidental y musulmana), nos lo ofrece la morita Fémina (en la foto entre los generales Fernández Silvestre y Monteverde). Este, el general Monteverde, había recogido a la niña y le había proporcionado una esmerada formación. Llevada a Cuba -donde fue bautizada- pasó luego a estudiar en Paris y Londres. Hasta el año 1918 vive a la europea, pero en este momento decide regresar a su cábila, donde contrajo matrimonio, reintegrándose a su primitiva cultura.

Estas infantiles ideas las coge el moro con una seriedad decidida.

El contingente de moros en Nador dicen que es grandísimo. Pasará, seguramente, de 10 ó 12.000. El ataque de esta plaza será, pues, una verdadera batalla, en la que jugarán Infantería contra Infantería, Caballería contra Caballería y Artillería contra Artillería.

Los moros van fantásticamente vestidos. Llevan botas de montar, leguis, sable, dos fusiles cruzados, pistola, machetes y cuantos galones y bandas se han encontrado.

La prisionera Francisca Sevilla vio a uno de ellos con un traje de novia debajo de la chilaba. El moro con esto se cree que va elegantísimo.

Muchos usan reloj de pulsera. Constantemente van a los prisioneros a que les enseñen a conocer el horario. Los pobres españoles, hasta prisioneros, cumplen su fatal misión de enseñar al moro, y con gran paciencia les van explicando el sencillo lenguaje de la esfera.

La vida civil

La vida civil de Nador, en poder de los moros, es una completa fantasía. Parece cosa de niños.

Los moros sacan las mecedoras a la calle, y allí sentados, se balancean horas y horas, fumándose ricos puros, que había en el Depósito de Tabacos de Norro, allí establecido.

Usan nuestras camas, y dicen de ellas que se duerme muy bien.

Se visten de la manera más extravagante, como en Carnaval.

Hay un moro que se pasea por Nador con una casulla, que habrá robado en la iglesia, natural mente.

Imitando y mofándose de nuestras ceremonias, suben al campanario y tocan las campanas e imitan nuestros ritos.

El jefe de todo este movimiento de Nador es un moro a quien llaman «Fraile», moro terrible, de gran prestigio, capaz de grandes hazañas.

Los prisioneros

-No son bien tratados, como se ha dicho -dice Francisca Sevilla-. Los hombres trabajaban en el campo de sol a sol. Yo he visto -añade- cómo un oficial araba la tierra…… Y comer muy mal.

Cuando hay bombardeos cercanos, los pagan los prisioneros, y si hay heridos de una kábila donde haya españoles, matan a alguno de éstos.

La sola aparición del «pájaro tontón» -el aeroplano- los irrita de tal forma que es peligrosísimo que se vuele por el Gurugú mientras haya prisioneros.

Todos me han encargado -dice Francisca Sevilla- que, al llegar a Melilla, diga al general que por Dios no avancen hasta que sean liberados, que si no, morirán todos sin remisión; Yo -añade- creo lo mismo.

A los enfermos los rematan, sin cura alguna. Por eso permanecen en pie muchos de ellos, heridos y con fiebres altas. Si se quejan, ya saben que es tanto como les corten el cuello.

Un día que llevaron un herido de la kábila donde esta pobre mujer que nos hace este relato, mataron a un soldado nuestro, y a ella una mora le agarró del pelo y le dio una paliza, de la que aún está dolorida.

Francisca Sevilla fue herida de un balazo en Segangan, atravesándole la bala un talón. Se ha curado con agua caliente y poniendo el pie herido al sol largas horas.

Así se curan casi todos los heridos.

 

 

 

Nador

Crónica de Teresa de Escoriaza la primera mujer periodista enviada especial a una guerra

 

Poblado destruido

 Ya hemos ido a Nador… Cuando hace apenas un par de semanas la cañonera que nos llevaba a la Restinga se aproximó a su costa, tuve un sentimiento de infinita pena por no abordarla. ¡Qué alegría si entrásemos!, pensé, mientras retrocedíamos forzando la máquina para evitar las balas, que ya habían llegado a rebotar en las planchas del blindaje. Sin embargo, no es alegría lo que experimento hoy al entrar en el poblado que ocuparon los moros.

 ¡Cuánta ruina, cuánta desolación, cuánta tristeza en lo que fue como una ciudad de juguete, tan cuidada y tan bonita! No hay idea de la saña destructora con que han procedido sus dominadores. Nada en las paredes ni en los suelos está incólume, pues piedra a piedra, ladrillo a ladrillo, desde el pavimento a los muros, todo ha sido roto. Es cual si hubiesen querido en las modernas construcciones poner los sellos de una vieja barbarie, que nada nuevo tolera. Han vengado así el que sustituyésemos con un limpio poblado el sucio aduar de Nador.

 Y en las calles desempedradas y en las casas destruidas están las huellas del saqueo y de la matanza. Con horror se reconocen a cada paso. Ese jirón de vestido… Esa mancha de sangre… Aquí y allá, ¡lo mismo siempre! En aquel armario, con las puertas forzadas, hubo un robo. En aquella esquina, desconchada a balazos, se cometió un homicidio. Sobre aquellos colchones, en un montón, hundidos, machacados, una violación tuvo lugar.

 ¡Lo irreparable! No es lo más horrible del pueblo destruido la propia destrucción del pueblo. No, ciertamente. Ni el cuartel forzado, ni la iglesia mancillada, ni la fábrica rota, con ser donde mejor se ve la magnitud del desplome, horrorizan tanto como otras menos relevantes muestras. Porque resulta que el desplome de un pueblo, y aun de una ciudad o el de una nación, se puede reparar. Nuevamente serán, fortificado, el cuartel; consagrada, la iglesia, y la fábrica reconstruida. Pero ¿y las víctimas que al par sucumbieron?… Para ellas no hay reparación posible.

 Mientras otros van examinando los “grandes daños” yo rebusco los que acaso se consideran daños pequeños. La estación quemada, con los rieles levantados y un tren caído; el paseo del zoco, donde la espléndida arboleda se taló junto a las raíces, y el almacén de tabacos, cuyos depósitos abarrotados fueron saqueados. Sí, sí… Pero ved, por ejemplo, esa humilde habitación.

 Es la alcoba de una de esas casitas para obreros que habitó la familia de algún minero o empleado de las próximas explotaciones de Nizan. Y entre los restos del modesto ajuar, que por su pobreza despreciaron los asaltantes, ahítos del botín, hay una cuna volcada.

 Todo el horror del poblado destruido lo concentro yo ahí. En esa cuna durmió un inocente niño y se inclinó sobre ella un padre cariñoso, mientras la mecía una tierna madre. ¿Dónde están ahora los tres? Acaso sea el padre uno de los muertos que nuestros soldados tuvieron que apresurarse a enterrar el mismo día de la reconquista porque llevaban dos meses insepultos, y tal vez sea la madre una de esas infelices cautivas que van arrastradas de cabila en cabila, sirviendo de pasto a toda la barbarie rifeña. En cuento al niño… Si no le estrellaron la cabeza contra las peñas, lo arrojarían al agua.

 Una familia destruida. Eso es la cuna volcada. Y por eso se encierra ahí todo el horror de la destrucción del poblado. Como se encerraría el de la destrucción de una ciudad o de una nación. No son mayores.

 

 Continuará

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.