23/11/2024 11:04
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Habían pasado ya tres años desde la última edición en 2019 en que participé en la más brutal Carrera de las Carreras del Mundo, Los 101 Kilómetros de La Legión en Ronda, llegando en esa ocasión yo hasta el kilómetro 96 con enorme esfuerzo, tras alcanzar el último avituallamiento de La Legión, bajo un sol abrasador de justicia, a donde llegué solo acompañado de mi soledad y angustia, sin móvil, sin agua, sin rumbo, desorientado y enrabietado finalmente cuando el coche escoba de la Carrera me recogió, pues ya me había excedido en mi recorrido de las 24 horas estipuladas.

Mi equipo se había roto, tres de los miembros fueron directos a la meta con una fuerza sobrehumana desde el kilómetro 91, una compañera en el Cuartel de Montejaque por imposibilidad absoluta se había retirado en el kilómetro 72, y yo en tierra de nadie desde el kilómetro 91, tambaleándome como un soldado aislado que vaga por los campos, borracho de sufrimientos, herido de cuerpo y de alma, rumbo a sus bases de partida tras una jornada de duro combate e incierto resultado.

Con los pies lacerados, las ingles ensangrentadas, el cuerpo lleno de polvo, consciente de mis debilidades, ante el espejo de mil vanidades humanas, con la mente puesta en mi Familia y Madre, latiendo el corazón de esencias legionarias, de orgullo por el camino recorrido, por las lágrimas vertidas, por los pinchazos de dolor, evocando mi experiencia legionaria de hacía un cuarto de siglo en tierras africanas cuando me alisté al Tercio con 23 años, comprendiendo el porqué hay Naciones y Pueblos que sobreviven por su valor y otras desaparecen por sus miedos, comodidades y cobardías.

Mientras haya miles de españoles que cada año se echen a los montes de Ronda como en la 101 de La Legión, España pervivirá, como lo hizo en 1808 o en otros periodos no tan lejanos de nuestra Historia. Personas normales y corrientes que, en un momento dado, deciden cruzar la línea del valor y la determinación, aunque se enfrenten a un futuro muy incierto de durezas y exigencias infinitas.

Este año, el 2022, he repetido de nuevo experiencia “cientounera”, y tampoco he conseguido llegar a la meta, pero sí al Cuartel de La Legión en Ronda, Montejaque, en el kilómetro 72, donde tuve que retirarme tras haber vivido experiencias aún más interesas.

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De los 10 miembros que componíamos los equipos vinculados a la Plataforma Millán Astray en el 2022, seis han llegado a la meta, y los cuatro restantes nos vimos obligados a retirarnos en el kilómetro 72 por imposibilidad física de seguir; rodillas reventadas, pies destrozados, tobillos afectados, etc…

Foto: El autor del artículo con un participante “ironman” italiano

Con un sabor agridulce por no conseguir de nuevo cruzar la meta, nuestras expectativas estaban con los que aún tenían por delante hasta la meta 30 kilómetros del peor recorrido que uno se puede imaginar.

Llegué deshidratado, tras mi retirada, a la casa donde nos alojábamos, donde por cierto lo primero que hicimos al llegar fue bajar el cuadro del Guernica de Picasso que presidía el salón y darle la vuelta contra la pared, en aplicación del artículo 15 de la Ley de la Memoria Histórica.

En el camino a casa nos cruzamos con un corredor que a las cuatro de la mañana ya había cruzado la meta y nos contó secretos de sus hazañas que atesoramos en el fondo de nuestro corazón, por si algún día en el futuro volvemos a afrontar el asalto definitivo a Ronda.

El resto de la noche apenas pude dormir pues mi cerebro aún estaba en la tensión de la carrera; hasta tuve delirios de discusiones literarias entre sueños con Orson Wells, famoso por su presencia en la ciudad rondeña en pleno siglo XX, si bien peores fueron las alucinaciones y las pesadillas de la noche siguiente, donde el ínclito Pablo Iglesias me hablaba desde dentro de mi cabeza; era muy evidente que la deshidratación había afectado a mi cerebro hasta la paranoia.

Al despertar tras semejante sobresalto me bebí de golpe medio litro de agua. Lo del cuadro del Guernica ya había sido un “shock” en la llegada a la casa de alojamiento, pero lo de Pablo Iglesias hablándome en sueños, superaba todo límite.

Muy emocionante fue el oír los audios en Whatsapp de los corredores de nuestros equipos según se aproximaban a la meta; su entrega, determinación, heroísmo y compañerismo quedaron como un ejemplo para todos.

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Lo que más emoción me produce es el recuerdo de ir a la par con mi hermano, en lo más profundo de la noche, avanzando con el impulso de nuestros bastones, en los 10 últimos kilómetros hasta llegar al Cuartel de Montejaque. Ibamos al límite, sin hablarnos, rezando en nuestro interior, pero decididos en nuestra dolorosas pisadas.

Hay que agradecer a la Legión Española el enorme esfuerzo logístico que lleva a cabo en cada edición con esta organización del evento, planificado como un ejercicio militar de cobertura a un “pasillo humanitario”, con avituallamientos cada 5 kilómetros.

Reconfortaba ver a los Legionarios en múltiples esquinas del recorrido, observando, atentos, a cualquier circunstancia o eventualidad. Las garantías de control eran plenas y muy trabajadas.

La Legión infunde seguridad y respeto; ayer, hoy y siempre.

También hay que agradecer a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, así como a los médicos, sanitarios, podólogos, fisioterapeutas, etc… que dieron una cobertura asistencial fundamental para los corredores.

En definitiva, vivir una experiencia como esta por segunda vez y después de un parón forzoso de tres años por la Pandemia, te hace ver la vida y el horizonte futurible con un gran espíritu de superación y de compromiso.

Es verdaderamente una terapia psicológica y física muy recomendable consistente en conocer tus límites y esencias. Ponerse a prueba hasta este punto es un “reseteo” vital que muchos necesitamos de vez en cuando.

¡Gracias 101 de La Legión en Ronda por habernos hecho sufrir de esa manera tan extrema porque, como nos enseñaron en el Tercio, “No hay Honor sin Dolor”!

Autor

Guillermo Rocafort
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