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Dicen, casi eufóricos: «Castilla y León ha hablado», como si tal manifestación fuera la panacea. Pero, no; dicha comunidad lo que en realidad ha hecho es tirar ocho votos de cada diez a la papelera. Quien ame a España y desee una sociedad sana y próspera y aún no entienda que votar al PP es despilfarrar el voto y entregárselo a los hispanófobos es que no se entera de nada.
Nuestras sucesivas elecciones reflejan con fidelidad la corrupción material y moral que sofoca a la patria. La oligarquía, con poder casi omnímodo y con jueces deseosos de servirle, cuenta con el interés prioritario de que se desconozca la verdad, y a través del soborno y el favor, del interés y del odio, se pierdan las fuerzas regeneradoras, así como la razón y la justicia. Si mucho daña el mucho poder y dinero de los depredadores del pueblo, mucho más dañan las malas intenciones de los malvados.
No hay espada de filo tan delgado como la trampa, la mentira y la falsa acusación, máxime en los gobiernos abusivos y en sus falaces democracias. Cuando se vienen a juntar la plutocracia y la mala intención y rigen impunemente sobre una muchedumbre cuya única voluntad es la de «ir tirando» mientras trata de «pillar lo que se pueda», mucho favor del cielo es necesario para sacar libre a un inocente de sus manos. No puede salir néctar de un recipiente -unas urnas- emponzoñado.
Una vez que los hombres abren la boca para pedir, sin otro mérito para ello que su descaro, están cerrando los ojos a la vergüenza y atándose las manos para evitar el trabajo; y, apoltronándose en la solicitud, acaban por no tener sus males remedio. Y como son millones los españoles que funcionan así, también España acaba por no tener enmienda.
La casta partidocrática, ladrona y apátrida, o directamente hispanófoba, ha adquirido un gran poder, extenso y profundo. Y donde hay poder también hay soberbia, y a la soberbia le asiste siempre el despotismo. Contra ellos, a los resistentes les falta cualquier clase de favor y, por ende, no han de ser oídos ni creídos. Tienen que luchar contra los salteadores de arriba y contra los de abajo. Hoy, los votantes saben o intuyen, porque así se lo ha inducido la casta política, que, si todos estuviésemos a oír verdades y deshacer agravios, los hospitales estarían henchidos.
Lo pregona una parte de esa casta política, amenazando con incendiar las ciudades si se les apea de su poltrón. Y ese pregón o «aviso a navegantes» lo anuncia sin recato, en absoluta impunidad, ante el completo silencio de las instituciones. Esta es la ley de la selva, impuesta por los de siempre y envuelta en el terciopelo de unos medios repugnantes que, en su papel mamporrero, aspiran a eternizarse en la deshonra del soborno y del chantaje.
Es en esta atmósfera pútrida en la que la multitud se desenvuelve, mirando para otro lado, tratando de no enfadar a los matones, pues no pretende moralistas ni doctrinas salvadoras, sino un entretenimiento al gusto con que pasar el tiempo y llamar al sueño. Porque cuando la desmoralización, la confusión y la corrupción siguen al paisanaje, ninguna diligencia ni buen consejo le aprovecha. Su pancismo le recomienda no ir a por lana para no volver más trasquilado aún de lo que está.
Y así nos hallamos en época postelectoral, entretenidos con hipótesis consensuales, tal vez para no desengañarnos de nuestros propios engaños. Los sectarismos y los múltiples intereses que alteran a la ciudadanía le obligan a hablar mucho de mano por medio de sus representantes o de sus encauzadores de opinión, con fingida convicción, gesticulando y manoteando en foros, tertulias y debates, y levantando la voz para tratar de convencer de algo de lo que ellos mismos no están nada convencidos. Y darían risa, si el asunto y la ocasión que nos mueve no fuera dramático.
Con el tema PP-VOX, muchos bienintencionados siguen erre que erre dándole vueltas al molino, insistiendo en pedir al peral que nos dé peras por Navidad. Algo que yo, que hablo y pienso con el uso de mi aldea, entiendo, si cabal, imposible. Pero allá cada cual, pues no sé cómo bailan en la suya los demás.
El caso es que, en la actualidad, un pacto nacional entre el PP y VOX es antinatural. Pues para llevarse a cabo, o el PP tiene que reconvertirse, depurándose, o VOX tiene que adulterarse, transformándose en casta partidocrática. Lo primero -hoy por hoy, insisto- es imposible, salvo escisión traumática y milagrosa de los peperos. Y lo segundo, si ocurriera, resultaría catastrófico para la tarea regeneradora que España necesita. Con lo cual estaríamos aún peor que ahora, porque se nos habría disipado la única, aunque débil, esperanza.
Lo llevo diciendo en soledad desde hace muchos meses: los problemas de España, a corto/medio plazo, sólo podrían -es una ilusión, más aún que una hipótesis- resolverse con la mayoría absoluta de VOX. Todo lo demás es seguir perdiendo el tiempo con bizantinismos estériles. Pero a los politicólogos de diseño, y a los tertulianos y a los periodistas al uso, les interesa continuar engañando a la parroquia, aparentando que quieren descubrir el socorrido sexo de los ángeles. Mas ese juego aburre.
Autor
- Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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