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Colza, nos asesinaron, eso es todo.
Rememoremos. Jamás fue el aceite de colza el causante de nada (como en la actualidad, el inexistente – por no aislado – Sars-Cov-2 es el responsable de nada). Dicho aceite nunca fue el agente causal de enfermedad alguna. Casi cuatro decenios de ocultación, mentiras e ignominia. Nunca fueron las anilinas y anilidas del aceite de colza desnaturalizado importado de Francia las causantes de la neumonía o síndrome tóxico, sino los organofosforados presentes en los pesticidas. De hecho, los primeros compuestos organofosforados, como el Tabún, el Sarín y el Somán, fueron desarrollados por el doctor Gerhard Schrader y su equipo, que trabajaban como químicos en la criminal Bayer.
En definitiva. Guerra química. Guerra bacteriológica. Experimentar con tu propia población. O, directamente, asesinarla. Lo que nunca han dejado de hacer las demoniacas élites. Sobreabundancia de manipulaciones y falsedades y disfraces de que fue objeto la investigación científica, esencialmente epidemiológica, para dar apoyo a la hipótesis oficial e impedir la apertura de líneas alternativas. Todo tan familiar. Tan actual. No hay más cera que la que arde. Y volvamos a recordar a Mark Twain, cuantas veces haga falta. «Es más fácil engañar a la gente, que convencerlos de que han sido engañados«. Dolorosa realidad, pero realidad al fin y a la postre.
Pacto de silencio
Nuestros compatriotas fueron vilmente asesinados. Y engañados. Como siempre. Se pergeñó un origen de las muertes/asesinatos diferente al real. Falsa bandera militar, pues. Patrañero y falsario relato paralelo sobre el aceite de uso industrial que unos avispados zascandiles vendían en los mercadillos de los barrios humildes para uso doméstico. Fastuosa y abracadabrante cortina de humo. Desvío de la atención del foco, abyecta manipulación de los veraces hechos.
Los mass-mierda de entonces cumplieron a la perfección con su labor de ocultación en beneficio de los amos del mundo en la sombra. Los políticos, ídem, desde Carrillo hasta Fraga pasando por Suárez. Los esbirros togados, más de lo mismo. Todas las élites silentes. Conspiración de manual en la que intervinieron los poderes políticos, médicos, económicos y militares, claves como siempre. Todos callados. Pacto de silencio, como en tantos, turbios e innúmeros asuntos. Lo mismo que está sucediendo hoy con la fantasmal falsa pandemia del coronavirus. Incluidos, cómo no, por supuesto, Organización Mafiosa de la Salud (OMS) y los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (los CDC yanquis).
Antaño hubo más nobleza y más cojones
A diferencia del presente timo, en aquella ocasión hubo bastante gente noble. Antonio Muro Fernández Cavada, directo del madrileño Hospital del Rey. Ángel Peralta Serrano, jefe de Endocrinología en La Paz. El célebre forense Luis Frontela Carreras. El médico militar, teniente coronel, Luis Sánchez Monge Montero. El doctor Enrique de la Morena. El doctor Edwin M. Kilbourne. El matrimonio de médicos María Jesús Clavera y Javier Martínez. Y memento indelebles palabras de la doctora Clavera. “Cuando oigo la palabra científico me da alergia, cuando oigo la palabra ´experto` me entran escalofríos. La ciencia es muy bella, pero es corrompible”. El letrado Juan Franciso Franco. Incluso medios, Cambio 16 dirigido a la sazón por José Oneto. Incluso El País mostró simpatías hacia el Dr. Muro. Y, desde luego, Gudrun Greunke, Jörg Heimbrecht y Andreas Faber Kaiser, con sus respectivos y clarificadores libros.
Primera hipótesis
De acuerdo con estos investigadores independientes, no existe ningún tipo de dato, ni epidemiológico ni toxicológico, que señale que fue el aceite. Por contra, este reducido grupo de discrepantes apunta que la causa de la intoxicación fue debida a la mala utilización de productos organofosforados, que se utilizaron en una plantación de tomates en Almería. Concretamente, pesticidas de la FARMAFIA Bayer, específicamente los pesticidas Nemacur-10, Oftanol y otros combinados usados en una inmueble de Roquetas de Mar (Almería). Una mezcolanza de los denominados Fenamiphos e Isofenphos.
La mayoría de estos disidentes sospecharon que no sólo habría habido una negligencia en el uso de pesticidas por parte de un agricultor, sino que la intoxicación podría haber sido el resultado de un experimento militar perfectamente administrado. Sea como sea, en lo que sí concuerdan acuerdan estos investigadores es que las distintas administraciones e instituciones nacionales e internacionales que tenían el deber de aclarar la exacta causa de la intoxicación exhibieron enormísimo interés en que jamás se supiera la verdad. Lo dicho, maligno pacto de silencio. Hasta el infinito y más allá. Y hasta hoy. Y por siempre.
Segunda hipótesis, vuelta de tuerca
Perfectamente plausible. Operación Lamentación. 8 de abril de 1981. Noche cerrada, un avión Hércules KC-130H toma tierra en la base aérea de la terrorista OTAN de Torrejón Ardoz, territorio español invadido por los yanquis, tal las otras tres bases ocupadas. En principio, falaz versión oficial, el avión militar forma parte de la operación de apoyo a la visita del secretario de Estado norteamericano, general Alexander Haig, prevista para ese mismo día. Horas después, ciertamente, aterrizaba en Barajas (Madrid) el avión oficial del general Haig, procedente de Oriente Medio. El vuelo llegó con más de dos horas de retraso. Haig, en representación del gobierno de Reagan, traía la misión de renegociar el Tratado Mutuo de Amistad y Cooperación entre España y USA, firmado en 1976.
Y, como dijimos, a la una de la madrugada dicho avión Hércules fue descargado. Los dos contenedores fueron trasladados a sendos camiones. En el exterior de cada uno de los contenedores podía leerse “Material desinfectante”. Sic. La carga real, en cambio, eran 6.250 kilos de tomates, todavía verdes, procedentes de Fort Detrick. Y recordemos – pertinente es – que Fort Detrick es una instalación del Comando Médico del ejército yanqui localizada en Frederick, Maryland. Uno de los laboratorios militares en los que se trabaja, entre otras cosas, en la manipulación genética. Y en las citadas guerras, químicas y bacteriológicas.
Los tomates, de la variedad Lucy, contenían un potente veneno sistémico; es decir, un tóxico introducido a través de la raíz de la planta, que terminó por ser asimilado por el fruto. El tóxico era un organofosforado del grupo fenamiphos (4 – (metiltio) – m – toliletilisopropilamidofosfato). Una vez en el interior del fruto se transforma en un fitometabolito de feroz agresividad. Al penetrar en el cuerpo humano, el potente veneno – inhibidor enzimático – provoca, entre otros efectos, una neuropatía periférica, acompañada de atrofias musculares y deformaciones en las extremidades superiores. Existe, por supuesto, un elevado porcentaje de posibilidades de provocar el fallecimiento del enfermo.
La deletérea carga, pues, días después, fue deliberadamente repartida por los servicios secretos yanquis entre diversos mayoristas que, a su vez, vendieron los tomates en los mercadillos ambulantes de Madrid y alrededores (Alcalá de Henares, Torrejón de Ardoz, San Fernando, Carabanchel, Coslada, Alcorcón, Getafe y Hortaleza, entre otros: tan Corredor del Henares, idénticos lugares de la gran farsa, probablemente OTAN: 11-M). Desde Madrid el cargamento de tomates se propagaría a otras provincias españolas.
Y brota el macabro resultado de la llamada Operación Lamentación: 3.000 muertos (346 según las cifras oficiales) y más de 20.000 afectados (18.500 según las cifras oficiales). Por supuesto, el ensayo de guerra química nunca ha sido reconocido por las autoridades norteamericanas y españolas. Y por supuesto, no lo duden en el Hércules que transportó la carga envenenada se hallaba también el correspondiente antídoto, consistente en un oponente de la acetilcolina.
Asesinando, literal y metafóricamente, a quien no aceptó la versión oficial
El libro El montaje del Síndrome Tóxico de los antedichos Gudrun Greunke, Jörg Heimbrecht fue retirado de las librerías una semana después de publicarse. Los doctores María Jesús Clavera y Javier Martínez fueron despedidos de forma fulminante de la Comisión Epidemiológica del Síndrome Tóxico poco después de presentar sus datos en la reunión de la OMS y nunca más pudieron trabajar como epidemiólogos. El citado abogado Juan Francisco Franco, decenas de llamadas amenazantes. El heroico doctor Antonio Muro Fernández Cavada, que defendió la tesis de un envenenamiento por vía digestiva, fue cesado en su cargo como director en funciones del Hospital del Rey. Posteriormente, falleció en 1985 víctima de un cáncer de pulmón que muchos sospechamos que fue intachablemente inducido. Y pocas semanas después de la publicación en Cambio 16 del reportaje Un producto Bayer envenenó España, José Oneto tuvo que de dejar la dirección de la revista.
O qué decir de Juan José Rosón, ministro del interior suarista, uno de los hombres mejor informados de España sobre el envenenamiento masivo, también murió de cáncer de pulmón. Higinio Olarte, colaborador del Dr. Muro en sus investigaciones, falleció de cáncer de hígado. Otros dos componentes del equipo de Antonio Muro tuvieron que ser intervenidos quirúrgicamente y se les extirpó sendos cánceres. Andreas Faber Kaiser, investigador, que escribió el magnífico libro Pacto de silencio, en el que se denuncia el envenenamiento masivo, murió presuntamente del espectral sida. Ernest Lluch, ministro de Sanidad a partir de 1982, que pudo tener perfecto conocimiento del ensayo de guerra bacteriológica, fue asesinado. En principio por la banda asesina Eta.
Coda criminal CESID
Gudrun Greunke y el propio Andreas Faber Kaiser sostuvieron que existía un documento de ocho páginas del siniestro CESID donde se confirma que se trataría de un experimento de guerra química. El informe, elevado al entonces director del CESID, el aciago Emilio Alonso Manglano, apuntaría hacia un ensayo de guerra química como detonante de la epidemia. En fin.
Autor
- Nacido en Bilbao, vive en Madrid, tierra de todos los transterrados de España. Escaqueado de la existencia, el periodismo, amor de juventud, representa para él lo contrario a las hodiernas hordas de amanuenses poseídos por el miedo y la ideología. Amante, también, de disquisiciones teológicas y filosóficas diversas, pluma y la espada le sirven para mitigar, entre otros menesteres, dentro de lo que cabe, la gramsciana y apabullante hegemonía cultural de los socialismos liberticidas, de derechas y de izquierdas.
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