21/11/2024 22:00
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Luis Ramón Rodríguez-Borlado Cuesta es un ganadero de Almodóvar del Campo, pueblecito a 7 kilómetros de Puertollano (Ciudad Real). La España profunda en el sentido más entrañable y positivo. Ha participado en la peregrinación Nuestra Señora de la Cristiandad a Covadonga bajo el estandarte de Nuestra Señora de las Victorias del Instituto Lepanto. Nos da su testimonio y sus reflexiones sobre los inolvidables momentos vividos.

¿Qué supone para usted haber sido uno de los cientos de peregrinos de este evento pionero en España?

Para mí ha supuesto una victoria contra el mundo moderno, alejado de Dios y privado de la verdadera alegría. Tenía muchas ganas de que hubiera un Chartres español. Conocía la peregrinación que hacen Francia y deseaba participar, aunque no lo veía realizable. La peregrinación ha supuesto para mí un reto de superación física, que he abrazado con una intención penitencial. Y ha sido un despertar de la esperanza, al ver tantos jóvenes con fe, con alegría, dispuestos a luchar por algo más grande que ellos mismo.

¿Era consciente en cierta manera de formar parte de un gran evento, de esa pequeña historia donde nacen las grandes gestas?

Por supuesto: cuando vi el vídeo que la organización ha elaborado tras la peregrinación, me di cuenta que habíamos hecho historia, que yo había estado allí, en la primera edición de algo que va crecer, porque ha sido tan bello y puro que estoy convencido que cada peregrino traerá el año próximo a otros dos, o más… La misa tradicional está asociada a gente nostálgica, ancianos que la vivieron en su día, pero esta peregrinación nos ha mostrado que hay mucha juventud, muchas familias y mucho futuro. A mis treinta y siete años, ¡yo era de los más viejos de la peregrinación!

¿Hasta que punto le hace ilusión poder formar una familia, tan piadosa como las que se han visto en la peregrinación?

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Me hace mucha ilusión poder llegar a formar una familia donde se enseñe el amor a Dios y al prójimo, se transmita nuestra cultura cristiana y pueda ofrecer al mundo hombres y mujeres fuertes y libres. ¡Y ojalá el Señor me regalara ser padre de un sacerdote o religiosa! Es igualmente muy alentador ver familias numerosas católicas en este mundo donde se prefieren las mascotas a los hijos, los católicos son los que apuestan por la vida frente a la cultura de muerte.

¿Por qué los lazos en Dios, en un mismo espíritu, son más profundos incluso que los lazos de la carne?

Porque Dios es el deseo más profundo y verdadero de todos los corazones, y cuando nos unimos en una misma fe y esperanza, los vínculos que se crean son más fuertes que la mera camaradería o el colegueo: son vínculos de fraternidad. Ecce quam bonum et quam jucundum, habitare fratres in unum!

¿Cuál ha sido el momento de la peregrinación que más le ha tocado el corazón?

Sin duda, el día que salimos. No dejaba de recordar el poema de J.R.R. Tolkien, “El lamento por Theoden

Adiós, saluda a las gentes libres,

el hogar, el trono, en los sitios sagrados

de las celebraciones en los tiempos de luz.

Avanza el rey: atrás el miedo

y adelante el destino. Leal y fiel,

todos los juramentos serán cumplidos.

Al iniciarse la procesión, ¡avanzaba el Rey en brazos de la Reina! Es un canto a la esperanza: nos pusimos en camino para ser dignos de alcanzar las promesas de nuestro Señor Jesucristo.

Háblenos de la importancia de tener un buen sacerdote como amigo y persona que nos oriente.

Tengo tres buenos amigos sacerdotes, con tres carismas completamente distintos, que son un buen apoyo en mi vida. Sin embargo, también he conocido sacerdotes, a los que apreciaba, pero que suponían una rémora para crecer en la vida cristiana: demasiada agua en el vino para hacerlo más pasable hicieron que perdiera el gusto del vino.

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A un sacerdote le pido que se crea aquello que predica, que no lo reduzca ni lo simplifique. No le pido que sea perfecto, sino que sea fiel en anunciar lo que ha recibido. Como ganadero, sé que cuando el pastor se duerme, el rebaño se dispersa y está a merced de las alimañas.

También es necesario, además de formarse, tener vida de oración y de ascesis.

Tengo el honor de ser paisano de dos grandes santos, maestros de oración, de vida penitente y alegre, padres de santos: san Juan de Ávila, doctor de la Iglesia, y san Juan Bautista de la Concepción, reformador trinitario. Con motivo del Año Jubilar de San Juan de Ávila, que celebramos en Almodóvar del Campo, volví a la vida de fe en la parroquia, como voluntario y catequista. Muchas horas he empleado, con gusto, de vigilia y trabajo, para sacar adelante el proyecto jubilar, y todo lo hecho por amor a la Iglesia, para ganar almas y poder ofrecer algún sacrificio que diera gloria a Dios. La parroquia ha sido la escuela donde aprendí a ofrecer a Dios mi propia vida: para cambiar el mundo, empecemos con pequeños compromisos con los más cercanos.

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