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Las cabras siempre tiran al monte

EL «FRENTE POPULAR» DECLARA

LA GUERRA A LAS «DERECHAS»

JULIO 1936

Así comenzaron

Socialistas y comunistas sacaron las navajas en el propio Parlamento y anunciaron lo que venía.

 Estos fueron los verdugos

«La Pasionaria» en su feroz intervención dijo:

«Conclusiones a que yo llego: Para evitar las perturbaciones, para evitar el estado de desasosiego que existe en España, no solamente hay que hacer responsable de lo que pueda ocurrir a un Sr. Calvo Sotelo cualquiera, sino que hay que comenzar por encarcelar a los patronos que se niegan a aceptar los laudos del Gobierno.

Hay que comenzar por encarcelar a los terratenientes que hambrean a los campesinos; hay que encarcelar a los que con cinismo sin igual, llenos de sangre de la represión de octubre, vienen aquí a exigir responsabilidades por lo que no se ha hecho.

Y cuando se comience por hacer esta obra de justicia, ¡Sr. Casares Quiroga, Sres. Ministros!, no habrá Gobierno que cuente con un apoyo más firme, más fuerte que el vuestro, porque las masas populares de España se levantarán, repito, como en el 16 de febrero, y aun, quizá, para ir más allá, contra todas esas fuerzas que, por decoro, nosotros no debiéramos tolerar que se sentasen ahí.»

Pues increíbles, fueron los discursos que se pronunciaron en «El Congreso de los Diputados» en junio y julio de 1936 que fueron el «menú» de todos los Plenos (aquello ya no era una cámara democrática, aquello era una pelea de fieras salvajes). Y especialmente el cruce de palabras entre José Calvo Sotelo, el jefe de las Derechas monárquicas y la diputada comunista Dolores Ibárruri «la Pasionaria», la líder indiscutible de los comunistas del «Frente Popular», las serpientes venenosas del Kilimanjaro…. Aunque tampoco se quedaron atrás el señor Casares Quiroga y el Conde de Romanones.

No eran discursos. Eran amenazas de muerte… Eran un tsunami de odio (desgraciadamente, el odio que ya se ha apoderado, también ya, de la España de hoy. De ahí el ridículo que está haciendo el gallego Feijóo. Llega demasiado tarde).

Y así fue el Pleno del Congreso de la declaración de guerra:

DIARIO
DE LAS
SESIONES DE CORTES


CONGRESO DE LOS DIPUTADOS
–––––––––––––––
PRESIDENCIA DEL EXCMO. SR. D. DIEGO MARTÍNEZ BARRIO
–––––––––––––––

SESIÓN CELEBRADA EL MARTES 16 DE JUNIO DE 1936

 

[…] El Sr. PRESIDENTE: Se va a dar lectura a una proposición no de ley presentada a la Mesa.

El Sr. SECRETARIO (Trabal): Dice así:
«A las Cortes.— Los diputados que suscriben ruegan a la Cámara se sirva de aprobar la siguiente proposición no de ley:
Las Cortes esperan del Gobierno la rápida adopción de las medidas necesarias para poner fin al estado de subversión que vive España.
Palacio de las Cortes a 11 de junio de 1936.
José María Gil Robles.—Andrés Amado.—Ramón Serrano Suñer.—Germiniano Carrascal.—Antonio Bermúdez Cañete.—José María Fernández Ladreda.—Jesús Pabón.—Juan Antonio Gamazo.—Pedro Rahola.—Siguen has firmas hasta 34.»

El Sr. PRESIDENTE: El Sr. Gil Robles tiene la palabra para defender su proposición.

Desgraciadamente, el discurso fue tan largo que nos vamos a limitar a reducir la parte más conflictiva, que desgraciadamente, hizo explotar el volcán.

Habéis ejercido el Poder con arbitrariedad, pero, además, con absoluta, con total ineficacia. Aunque os sea molesto, Sres. Diputados, no tengo más remedio que leer unos datos estadísticos. No voy a entrar en el detalle, no voy a descender a lo meramente episódico. No he recogido la totalidad del panorama de la subversión de España, porque, por completa que sea la información, es muy difícil que pueda recoger hasta los últimos brotes anárquicos que llegan a los más lejanos rincones del territorio nacional.

Desde el 16 de febrero hasta el 15 de junio, inclusive, un resumen numérico arroja los siguientes datos:


Iglesias totalmente destruidas, 160.
Asaltos de templos, incendios sofocados, destrozos, intentos de asalto, 251.
Muertos, 269.
Heridos de diferente gravedad, 1.287.
Agresiones personales frustradas o cuyas consecuencias no constan, 215.
Atracos consumados, 138,
Tentativas de atraco, 23.
Centros particulares y políticos destruidos, 69.
Ídem asaltados, 312.
Huelgas generales, 113.
Huelgas parciales, 228.
Periódicos totalmente destruidos, 10.
Asaltos a periódicos, intentos de asalto y destrozos, 33.
Bombas y petardos explotados, 146.
Recogidas sin explotar, 78 (Rumores).

Diréis, Sres. Diputados, que esta estadística se refiere a un periodo de agitación y exacerbación de pasiones, a la cual, en su discurso primero en esta Cámara, se refería el Sr. Azaña cuando presidía el Gobierno. Podréis decir que posteriormente, al calmarse el fervor pasional, al actuar los resortes del Poder, al acabar los primeros momentos, ha venido un instante de tranquilidad para España. Me va a permitir la Cámara que brevemente haga una estadística de cuál es el desconcierto de España desde que el Sr. Casares Quiroga ocupa la cabecera del banco azul.

Desde el 13 de mayo al 15 de junio, inclusive:

Iglesias totalmente destruidas, 36.
Asaltos de iglesias, incendios sofocados, destrozos e intentos de asalto, 34.
Muertos, 65.
Heridos de diferente gravedad, 230.
Atracos consumados, 24.
Centros políticos, públicos y particulares destruidos, 9.
Asaltos, invasiones e incautaciones —las que se han podido recoger—, 46.
Huelgas generales, 79.
Huelgas parciales, 92,
Clausuras ilegales, 7.
Bombas halladas y explotadas, 47.

¿Será necesario, Sres. Diputados, que la vista de esta estadística aterradora yo tenga que descender a detalles? ¿Será preciso que vaya recogiendo, uno por uno, detalles que en algunos casos, si vuestra curiosidad tuviera necesidad de ser satisfecha, podrían ir a las páginas del Diario de Sesiones, mediante el permiso de la Presidencia? ¡Ah! pero permitidme, Sres. Diputados, que recoja así, al azar, unos cuantos botones de muestra de esta última temporada de desconcierto y anarquía en que está viviendo el pueblo español.»

«El Sr. PRESIDENTE: El Sr. Calvo Sotelo tiene la palabra.

El Sr. CALVO SOTELO: Señores diputados, es ésta la cuarta vez que en el transcurso de tres meses me levanto a hablar sobre el problema del orden público.

Lo hago sin fe y sin ilusión pero en aras de un deber espinoso, para cuyo cumplimiento me siento con autoridad reforzada al percibir de día en día como al propio tiempo que se agrava y extiende esa llaga viva que constituye el desorden público, arraigada en la entraña española, se extiende también el sector de la opinión nacional de que yo puedo considerarme aquí como vocero, a juzgar por las reiteradas expresiones de conformidad con que me honra una y otra vez.

España vive sobrecogida con esa espantosa úlcera que el señor Gil Robles describía en palabras elocuentes, con estadísticas tan compendiosas como expresivas; España, en esa atmósfera letal, revolcándose todos en las angustias de la incertidumbre, se siente caminar a la deriva, bajo las manos, o en las manos —como queráis decirlo— de unos ministros que son reos de su propia culpa, esclavos, más exactamente dicho, de su propia culpa…

Vosotros, vuestros partidos o vuestras propagandas insensatas, han provocado el 60 por 100 del problema de desorden público, y de ahí que carezcáis de autoridad. Ese

problema está ahí en pie, como el 19 de febrero, es decir, agravado a través de los cuatro meses transcurridos, por las múltiples claudicaciones, fracasos y perversión del sentido

de autoridad desde entonces producidos en España entera.

España no es esto. Ni esto es España. Aquí hay diputados republicanos elegidos con votos marxistas; diputados marxistas partidarios de la dictadura del proletariado, y apóstoles del comunismo libertario; y ahí y allí hay diputados con votos de gentes pertenecientes a la pequeña burguesía y a las profesiones liberales que a estas horas están arrepentidas de haberse equivocado el 16 de febrero al dar sus votos al camino de perdición por donde os lleva a todos el Frente Popular. (Rumores.)

La vida de España no está aquí, en esta mixtificación. (Un señor diputado: ¿Dónde

está?) Está en la calle, está en el taller, está en todos los sitios donde se insulta, donde se veja, donde se mata, donde se escarnece; y el Parlamento únicamente interesa cuando nosotros traemos la voz auténtica de la opinión…

La República, el Estado español, dispone hoy de agentes de la autoridad en número que equivale casi a la mitad de las fuerzas que constituyen el Ejército en tiempo de paz.

Porcentaje abrumador, escandaloso casi, no conocido en país alguno normal, si queréis en ningún país democrático europeo. Por consiguiente, no se puede decir que la República, frente a estos problemas del desorden público, haya carecido de los medios precisos para contenerlo.

¿Cuál es, pues, la causa? La causa es de más hondura, es una causa de fondo, no una causa de forma. La causa es que el problema del desorden público es superior, no ya al Gobierno y al Frente Popular, sino al sistema democrático-parlamentario y a la Constitución del 31…

España padece el fetichismo de la turbamulta, que no es el pueblo, sino que es la

contrafigura caricaturesca del pueblo. Son muchos los que con énfasis salen por ahí

gritando: ‘¡Somos los más!’ Grito de tribu —pienso yo—; porque el de la civilización

sólo daría derecho al énfasis cuando se pudiera gritar: ‘¡Somos los mejores!», y los

mejores, casi siempre, son los menos.

La turbamulta impera en la vida española de una manera sarcástica, en pugna con

nuestras supuestas ‘soi disant’ condiciones democráticas y, desde luego, con los

intereses nacionales.

¿Qué es la turbamulta? La minoría vestida de mayoría. La ley de la democracia es la ley del número absoluto, de la mayoría absoluta, sea equivalente a la ley de la razón o de la justicia, porque, como decía Anatole France, ‘una tontería, no por repetida por miles de voces deja de ser tontería’.

Pero tu ley de la turbamulta es la ley de la minoría disfrazada con el ademán soez, y

vociferante y eso es lo que está imperando ahora en España; toda la vida española en estas últimas semanas es un pugilato constante entre la horda y el individuo, entre la cantidad y la calidad, entre la apetencia material y los resortes espirituales, entre la avalancha hostil del número y el impulso selecto de la personificación jerárquica, sea cual fuere la virtud, la herencia, la propiedad, el trabajo, el mando; lo que fuere; la horda contra el individuo.

Y la horda triunfa porque el Gobierno no puede rebelarse contra ella o no quiere

rebelarse contra ella, y la horda no hace nunca la Historia, Sr. Casares Quiroga; la

Historia es obra del individuo. La horda destruye o interrumpe la Historia y SS. SS. son víctimas de la horda; por eso SS. SS. no pueden imprimir en España un sello autoritario. (Rumores.)

Y el más lamentable de los choques (sin aludir ahora al habido entre la turba y el

principio espiritual religioso) se ha producido entre la turba y el principio de autoridad, cuya más augusta encarnación es el Ejército. Vaya por delante un concepto en mí arraigado: el de la convicción de que España necesita un Ejército fuerte, por muchos motivos que no voy a desmenuzar… (Un Sr. Diputado: Para destrozar al pueblo, como hacíais.)

Sobre el caso me agradaría hacer un levísimo comentario. Cuando se habla por ahí del peligro de militares monarquizantes, yo sonrío un poco, porque no creo —y no me negaréis una cierta autoridad moral para formular este aserto— que exista actualmente en el Ejército español, cualesquiera que sean las ideas políticas individuales, que la Constitución respeta, un solo militar dispuesto a sublevarse en favor de la Monarquía y en contra de la República. Si lo hubiera, sería un loco, lo digo con toda claridad (Rumores), aunque considero que también sería loco el militar que al frente de su destino no estuviera dispuesto a sublevarse en favor de España y en contra de la anarquía…» (Grandes protestas y contraprotestas.)

El Sr. PRESIDENTE: No haga su señoría invitaciones que fuera de aquí pueden ser mal traducidas.

El Sr. CALVO SOTELO: La traducción es libre, Sr. Presidente; la intención es sana y

patriótica, y de eso es de lo único que yo respondo…

Y puesto que el debate se ha producido sobre desórdenes públicos o sobre el orden

público, ¿cómo podría yo omitir un repaso rapidísimo de algunos episodios tristes

acaecidos en esta materia y que constituyen un desorden público atentatorio a las

esencias del prestigio militar?

Un cadete de Toledo tiene un incidente con los vendedores de un semanario rojo: se produce un alboroto: no sé si incluso hay algún disparo; ignoro si parte de algún cadete, de algún oficial, de un elemento militar o civil, no lo sé; pero lo cierto es que se produce un incidente de escasísima importancia. Los elementos de la Casa del Pueblo de Toledo exigen que en término perentorio… (Un Sr. diputado: Falso. —Rumores.) se imponga una sanción colectiva (siguen los rumores) y, en efecto, a las veinticuatro horas siguientes, el curso de la escuela de Gimnasia es suspendido ‘ab irato’ y se ordena el pasaporte y la salida de Toledo en término de pocas horas a todos los sargentos y oficiales que asisten al mismo, y la Academia de Toledo es trasladada fulminantemente al campamento, donde no había intención de llevarla, puesto que hubo que improvisar menaje, utensilios, colchonetas, etc., y allí siguen. Se ha dado satisfacción así a una exigencia incompatible con el prestigio del uniforme militar, porque si se cometió alguna falta, castíguese a quien la cometió, pero nunca es tolerable que por ello se impongan sanciones a toda una colectividad, a toda una Corporación. (Rumores)

En Medina del Campo estalla una huelga general; ignoro por qué causa, y para que los soldados del regimiento de Artillería allí de guarnición puedan salir a la compra,

consiente, no sé qué jefe —si conociera su nombre lo diría aquí, y no para aplaudirle—, que vayan acompañados, en protección, por guardias rojos (Rumores. Un señor

Diputado: No es verdad. Lo sé positivamente. Siguen los rumores.) Es verdad.(Protestas.)

En Alcalá de Henares (los datos irán, si es preciso, al Diario de Sesiones para ahorrar las molestias de la lectura). (Risas.) Tomadlo a broma; para mí esto en muy serio.(Rumores.) Un día un capitán, al llegar aquí, es objeto de insultos, intentan asaltar su coche, se ve obligado a disparar un tiro para defenderse, y es declarado disponible. (Rumores.)

Otro día, un capitán, en la plaza municipal de Alcalá, es requerido por unas mujeres

para que defienda a un muchacho que está siendo apaleado por una turba de mozalbetes; interviene, se promueve un incidente y el coronel ordena que pase al cuartel, queda allí arrestado y se le declara disponible.

Otro día (este hecho ocurrió hace poco más de un mes) llega a Alcalá un capitán en

bicicleta, el capitán señor Rubio: la turba le sigue, se mete él en su casa: la turba intenta asaltarla y tiene que defenderse: pide auxilio al coronel o al general: se lo niegan, sigue sosteniendo la defensa durante dos o tres horas; tiene que evacuar a la familia por la puerta trasera de la casa donde vive. (Rumores. El señor presidente agita la campanilla reclamando orden.)

Al día siguiente el general de esa brigada ordena que los oficiales salgan sin uniformes ni armas a la calle, y al otro día, gracias a las gestiones que realizan los elementos de la Casa del Pueblo en los centros ministeriales, se da la urden de que en el término de ocho horas sean desplazados los dos regimientos de guarnición en Alcalá, el uno a Palencia y el otro a Salamanca… (Rumores y protestas. El señor presidente reclama orden.)

Yo podría alargar esta lista, pero la cierro. Voy a hacer un solo comentario,

ahorrándome otros que quedan aquí en el fuero de mi conciencia y que todos podéis

adivinar. Quiero decir al Sr. presidente del Consejo de Ministros que, puesto que existe la censura, que puesto que S.S. defiende y utiliza los plenos poderes que supone el estado de alarma, es menester que S.S. transmita a la censura instrucciones inspiradas en el respeto debido a los prestigios militares.

Hay casos bochornosos de desigualdad que probablemente desconoce S.S., y por si los desconoce, y para que los corrija y evite en lo futuro, alguno quiero citar a S.S. Porque,¿es lícito insultar a la Guardia Civil (y aquí tengo un artículo de Euzkadi Rojo, en que dice que la Guardia Civil asesina a las masas y que es homicida) y, sin embargo, no consentir la censura que se divulgue algún episodio, como el ocurrido en Palenciana, pueblo de la provincia de Córdoba, donde un guardia civil, separado de la pareja que acompañaba, es encerrado en la Casa del Pueblo y decapitado con una navaja cabritera? (Grandes protestas. Varios señores diputados: Es falso, es falso.) ¿Qué no es cierto que el guardia civil fue internado en la Casa del Pueblo y decapitado? El que niegue eso es… (El orador pronuncia palabras que no constan por orden del Sr. presidente y que dan motivo a grandes protestas e increpaciones.)

El Sr. PRESIDENTE: Señor Calvo Sotelo, retire S.S. inmediatamente esas palabras.

El Sr. CALVO SOTELO: Señor presidente, a mí me gusta mucho la sinceridad, jamas

me presto a ningún género de convencionalismos, y voy a decir quién es el diputado que ha calificado de canallada la exposición, que yo hacía: es el señor Carrillo. Si no explica estas palabras, han de mantenerse las mías. (Se reproducen fuertemente las protestas.)

El Sr. PRESIDENTE: Se dan por retiradas las palabras del señor Calvo Sotelo. Puede seguir su señoría.

El Sr. SUÁREZ DE TANGIL: ¿Y las del Sr. Carrillo? (El señor Carrillo replica con

palabras que levantan grandes protestas y que no se consignan por orden de la

Presidencia.)

El Sr. PRESIDENTE: Señor Carrillo, si cada uno de los señores diputados ha de tener para con los demás el respeto que pide para sí mismo, es preciso que no pronuncie palabras de ese jaez, que, vuelvo a repetir, más perjudican a quien las pronuncia que a aquél contra quien se dirigen. Doy también por no pronunciadas las palabras de su señoría.

El Sr. CALVO SOTELO: Voy a concluir ya… Para que el Consejo de Ministros elabore esos propósitos de mantenimiento del orden han sido precisos 250 ó 300 cadáveres, 1.000 ó 2.000 heridos y centenares de huelgas. Por todas partes, desorden, pillaje,saqueo, destrucción. Pues bien, a mí me toca decir, Sr. presidente del Consejo, que España no os cree. Esos propósitos podrán ser sinceros, pero os falta fuerza moral para convertirlos en hechos.

¿Qué habéis realizado en cumplimiento de esos propósitos? Un telegrama circular y una combinación fantasmagórica de gobernadores, reducida a la destitución de uno,

ciertamente digno de tal medida, pero no digno ahora, sino hace tres meses. Y quedan otros muchos que están presidiendo el caos, que parecen nacidos para esa triste misión, y entre ellos y al frente de ellos un anarquista con fajín, y he nombrado al gobernador civil de Asturias, que no parece una provincia española, sino una provincia rusa…

(Fuertes protestas.—Un Sr. diputado: Y eso, ¿qué es? Nos está provocando. El señor

presidente agita la campanilla reclamando orden.)

Yo digo. Sr. presidente del Consejo de Ministros, compadeciendo a S.S. por la carga ímproba que el azar ha echado sobre sus espaldas…

(El Sr. presidente del Consejo de Ministros: Todo menos que me compadezca S.S. Pido la palabra. —Aplausos.) El estilo de improperio característico del antiguo señorito de la ciudad de La Coruña…(Grandes protestas.) (El Sr. presidente del Consejo de Ministros: Nunca fui señorito. —Varios señores diputados increpan al señor Calvo Sotelo airadamente)

El Sr. PRESIDENTE: ¡Orden! Los señores diputados tomen asiento. Señor Calvo Sotelo, voy pensando en que es propósito deliberado de S.S. producir en la

Cámara una situación de verdadera pasión y angustia. Las palabras que S.S. ha dirigido al Sr. Casares Quiroga, olvidando que es el presidente del Consejo de Ministros, son palabras que no están toleradas, no en la relación de una Cámara legislativa, sino en la relación sencilla entre caballeros. (Aplausos.)

El Sr. CALVO SOTELO: Yo confieso que la electricidad que carga la atmósfera presta a veces sentido erróneo a palabras pronunciadas sin la más leve maligna intención. (Protestas.)

Lamento que se haya alargado mi intervención por este último incidente y concluyo volviendo con toda serenidad y con toda reflexión a lo que quisiera que fuese capítulo final de mis palabras, y es que anteayer ha pronunciado el Sr. Largo Caballero un nuevo discurso y en él ha dicho que esta política, la política del Gobierno del Frente Popular,sólo es admisible para ellos en tanto en cuanto sirva el programa de la revolución de octubre, en tanto en cuanto se inspire en la revolución de octubre. Pues basta, Sr. presidente del Consejo; si es cierto eso, si es cierto que S.S., atado umbilicalmente a esos grupos, según dijo aquí en ocasión reciente, ha de inspirar su política en la revolución de octubre, sobran notas, sobran discursos, sobran planes, sobran propósitos, sobra todo; en España no puede haber más que una cosa: la anarquía. (Aplausos)

El Sr. PRESIDENTE: El Sr. presidente del Consejo de Ministros tiene la palabra.

El Sr. presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Casares Quiroga): Señores

diputados, yo tenía la decidida intención de esperar a que tomaran parte en este debate todos los oradores que habían pedido la palabra, e intervenir entonces, en nombre de! Gobierno; pero el Sr. Calvo Sotelo ha pronunciado esta tarde, aquí, palabras tan graves, que antes que el presidente del Consejo de Ministros, quien ha pedido la palabra, diré que, impulsivamente, ha sido el ministro de la Guerra…

El Sr. Calvo Sotelo, con una intención que ya no voy a analizar, aunque pudiera

hacerlo, ha venido esta tarde a locar puntos tan delicados y a poner los dedos, cruelmente, en llagas que, como español simplemente, debiera cuidad muy mucho de no presentar, que es obligado al ministro de la Guerra el intervenir inmediatamente para desmentir en su fundamento todas las afirmuaciones que ha hecho el Sr. Calvo Sotelo…

Yo no quiero incidir en la falta que cometería S.S, pero sí me es lícito decir que

después de lo que ha hecho S.S. hoy ante el Parlamento, de cualquier caso que pudiera ocurrir, que no ocurrirá, haré responsable ante el país a su señoría. (Fuertes aplausos.)

No basta por lo visto que determinadas personas, que yo no sé si son amigas de S. S., pero tengo ya derecho a empezar a suponerlo, vayan a procurar levantar el espíritu de aquellos que puede que serían fáciles a la subversión, recibiendo a veces por contestación el empellón que los arroja por la escalera; no basta que algunas personas amigas de S. S. vayan haciendo folletos, formulando indicaciones, realizando una propaganda para conseguir que el Ejército, que está al servicio de España y de la República, pese a todos vosotros y a todos vuestros manejos, se subleve.(Aplausos.); no basta que después de habernos hecho gozar las «dulzuras» de la Dictadura de los siete años, S. S. pretenda ahora apoyarse de nuevo en un Ejército, cuyo espíritu ya no es el mismo, para volvernos a hacer pasar por las mismas amarguras; es preciso que aquí, ante todos nosotros, en el Parlamento de la República, S. S., representación estricta de la antigua Dictadura, venga otra vez a poner las manos en la llaga, a hacer amargas las horas de aquellos que han sido sancionados, no por mí, sino por los Tribunales; es decir, a procurar que se provoque un espíritu subversivo. Gravísimo, Sr. Calvo Sotelo. Insisto: si algo pudiera ocurrir, S. S. sería el responsable con toda responsabilidad.(Muy bien.—Aplausos.)

Yo había agradecido a la discreción del señor Gil Robles que hubiese eludido en el debate de esta tarde tocar temas tan delicados. El Sr. Gil Robles, que tiene un cierto marcado sentido de la responsabilidad, se daba cuenta de que era perfectamente injustificado, y más que injustificado, censurable, el traer aquí tenas, algunos de los cuales en este momento aún están sometidos a la acción de los Tribunales; pero el Sr. Calvo Sotelo, sin sentido alguno de responsabilidad, sin más espíritu que el que le lleva a deshacer todo aquello que ha construido la República, todo aquello que pueda ser afección a la República, sea el Ejército, sea el Parlamento, viene aquí hoy con dos fines: el de buscar la perturbación parlamentaria, para acusar una vez más al Parlamento de que no sirve para nada, y el de buscar la perturbación en el Ejército, para, apoyándose, quizá, en alguna figura destacada, volver a gozar de las delicias de que antes hablábamos. No sueñe en conseguir éxito, Sr. Calvo Sotelo: ni el Parlamento, cualesquiera que sean los improperios de S. S., ha de rebajarse un ápice en su valía, en su actividad, en su fecundidad, ni el Ejército, no sólo mientras esté yo al frente de él, sino mientras esté persona de responsabilidad y con sentido de ella, hará en España otra cosa que cumplir con su deber, apoyar el régimen constituido y defenderlo en cualquier caso. Téngalo por seguro S. S., aunque la risa le retoce. Me pareció notar un gesto irónico en S. S. Quizá estemos bajo los auspicios de la suspicacia.

Ni el Ejército, ni mucho menos este Cuerpo de la Guardia civil, a quien S. S. quería traer también al palenque para erigirse en su único defensor, como si no estuviera aquí yo dos años defendiéndolo constantemente y haciendo lo que no habéis hecho vosotros ni con monarquía, ni con dictadura, ni con nada: darle algo más que palabras, apoyo moral y apoyo material. Inútil, señor Calvo Sotelo. Todos esos juegos no servirán más que para revelar una cosa: que algunas actividades van poniéndose al descubierto.(Muy bien.)

Y ahora, separado este asunto, dado el mentís que era preciso a las afirmaciones del señor Calvo Sotelo, voy a examinar, siquiera sea rápidamente, porque la hora avanza, las afirmaciones hechas, tanto por el Sr. Gil Robles como por el Sr. Calvo Sotelo, en orden a la proposición no de ley que se ha presentado a la deliberación del Parlamento. Estas afirmaciones se reducen estrictamente a esto: dada una estadística de hechos, todos ellos censurables, todos ellos reprobables, teniendo el Gobierno en su mano los poderes excepcionales que le confiere la ley de Orden público y habiendo hecho uso de ellos constantemente, la realidad es que estos hechos punibles no han desaparecido y, por consiguiente, el Gobierno está fracasado.

Es necesario tener siempre muy presente, para un temperamento como el mío, el puesto que desempeño y la responsabilidad que sobre mí pesa para no sentir, por lo menos, asombro al ver que quienes se levantan representando a las oposiciones para acusar al Gobierno punto menos que de tolerar actos subversivos y actos de exaltación son aquellos mismos que durante dos años, que a muchos de nosotros nos han parecido un poco largos, han vejado, perseguido, encarcelado, maltratado, torturado, llegando a límites como jamás se había llegado, creando un fondo de odio, de verdadero frenesí en las masas populares, y que vengan a reprocharnos las consecuencias de todo eso. ¡Pero si estáis examinando vuestra propia obra!(Muy bien.)¿Es que todo el furor contenido en las masas populares, cada una de las cuales, como se dijo aquí brillantemente, tenía en su espíritu, y a veces en sus carnes, huellas de vuestra política, es que esto iba a corregirse en dos días y a testarazos?

Porque así quisierais que esto se hiciera, señalaba el Sr. Gil Robles, para expresar su asombro ante la dejadez del Estado, un caso concreto: el de las minas en que se habían encerrado los obreros llevando consigo un ingeniero y extranjero —exacto, Sr. Gil Robles—, y reprochando al Gobierno como caso de vergüenza, el que inmediatamente no hubiera tomado medidas vigorosas para acabar con esa situación, que se ha terminado por vía suasoria. ¿Cuáles son las medidas que vosotros hubierais tomado? En una mina de carbón, con dinamita, con grisú, ¿hacer bajar un piquete de guardias de Asalto, disparar sobre los obreros y que volasen los obreros y el ingeniero extranjero y la mina y los guardias de Asalto y todo y erigir sobre un montón de cadáveres la estatua un poco triste de vuestra autoridad?(Muy bien.)

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No ha sido, naturalmente, una cosa satisfactoria para el Gobierno tener, día tras día, que hacer gestiones, no diré que amistosas, autoritarias, pero convincentes, para que estos hombres abandonaran la mima. Han tardado algunos días, pero la han abandonado por imperio de la autoridad. Si esto es mala política declaro que no me arrepiento de ella y estoy dispuesto a seguirla siempre.(Aplausos.)En otros casos la autoridad se ha impuesto, y en esa larga lista que he leído, casi tan impresionante como aquellas que el Sr. Calvo Sotelo daba en otras ocasiones para que figurasen en elDiario de Sesiones, el Sr. Gil Robles trataba de fundamentar el fracaso del Gobierno. En primer lugar, si examinásemos uno por uno los casos que figuran en las distintas listas quizá hubiera sorpresas, porque aquellos de los que deducía S. S. nuestra gran vergüenza en el extranjero son totalmente falsos, Sr. Gil Robles; es equivocada la información que ha recibido S. S., a pesar de merecerle tanta confianza. Creo que S. S. citaba el caso de Canarias diciendo que nuestra escuadra no pudo abastecerse. ¡Pero si tan pronto como llegó fue abastecida por un barco petrolero que había allí!(El Sr. Gil Robles:Pero no el abastecimiento ordinario, por la huelga de los obreros, lo cual no fue obstáculo para que se abasteciera un crucero alemán.—El Sr. Valle: Eso no es exacto.)

No tiene nada de particular que S. S. esté mal informado, Sr. Gil Robles. Su señoría, como el Sr. Ministro de la Gobernación, como yo a veces, recibimos telegramas de gentes que ven fantasmas, o que procuran verlos, y así se da el caso de que al Ministerio de la Gobernación y a la Presidencia llegan en muchas ocasiones telegramas advirtiendo ocupaciones de fincas o incendios de mieses o actos de sabotaje o de violencia de cualquier género y tan pronto como se encomienda a las autoridades locales o a las autoridades provinciales, o, sobre todo, como solemos hacer, a la Guardia civil, la investigación, se averigua que no ha habido semejantes invasiones, semejantes incendios o semejantes violencias. Esto no es que suceda siempre; pero sí con una frecuencia tal que resulte muy cómodo componer después estadísticas para, como dirían allende los Pirineos, «épater le bon bourgeois». Restos de mi señoritismo, Sr. Calvo Sotelo.(Risas.)

¡Que el Gobierno ha fracasado en cuanto a las medidas de orden público que haya tomado (y al hablar del Gobierno, hago, como S. S., cuenta desde el 16 de febrero, haciéndome totalmente solidario de la responsabilidad de la persona que ocupaba la cabecera del banco azul y de todos los demás que con él formaban parte del gobierno de la República), que ha fracasado en todas las manifestaciones de orden público! Vosotros sabéis bien que no. ¿Verdad, Sr. Calvo Sotelo? ¿Cuándo se ven ahora por las calles aquellas magníficas manifestaciones fascistas alargando las manos, injuriando a los Ministros, rodeando los Centros públicos, gritando, disparando tiros, etcétera? Pero, ¿dónde está todo eso? En algún sector parece que hemos impuesto un poco la serenidad. No es ahí, ciertamente, donde ha fracasado el orden público. ¿Se trata de actos, reprobables siempre, de otro tipo que producen una inquietud extraordinaria (no sé si era el Sr. Gil Robles o el Sr. Calvo Sotelo quien se refería a ello), causando una impresión increíble de inquietud? Yo declaro que esa inquietud, que no tendría justificación por los escasos actos de violencia que se han producido, no existe. Los espectáculos públicos abarrotados, las calles pletóricas, la gente por todas partes sin preocuparse de que pueda pasar nada extraordinario, y a pesar de esa inmensa fábrica de bulos que tenéis preparados para lanzar todas las noches, el Ministro de la Guerra y el Ministro de la Gobernación tan tranquilos, sabiendo que no ha de pasar nada. ¿En dónde están, pues, esos terribles límites de inquietud a que SS. SS. querían llevarnos, como presentando a todo el país en plena anarquía?

¡Ah! ¿Es que hay paz? No; sería insentato que yo viniera aquí a decir que existe una paz absoluta en toda España. No; hay la relativa paz, la suficiente para que algunas regiones españolas estos días hayan visto abarrotados sus hoteles con extranjeros que venían a buscar un poco de tranquilidad en España; hay la suficiente para que SS. SS. y todos nosotros podamos andar por ahí adelante sin que nadie nos perturbe, ni siquiera esos fantásticos, no sé si jinetes o simplemente peatones, del Socorro Rojo, de los cuales tanto se habla. Porque aquí, un día, y reciente, dieron la voz de alarma, e incluso se habló de un rapto, de un secuestro, de algo realizado por los emisarios del Socorro Rojo en las proximidades de Madrid, hasta conseguir que un matrimonio forastero aprontara la cantidad que se le exigía. Declaro que tanto por conducto del Ministerio de la Gobernación como por otros medios que tenemos a nuestro alcance se han hecho todas las investigaciones posibles para averiguar dónde, cuándo y cómo se habían realizado estos actos, y nadie ha dado cuenta de ellos, ni siquiera aquellos que sufrieron la vejación.

Sería insensato, digo, negar que se ha producido un estado de perturbación, que afirmo es inferior al que había hace cuatro meses, y precisamente porque el Gobierno está dispuesto a terminar con él, sin esperar a que termine lentamente, es por lo que se ha dado la nota que salió el otro día del Consejo de Ministros, nota que será, según vosotros, la confesión paladina de un fracaso, pero que, desde luego, es la intención y la realidad del anuncio de una determinación firme del Gobierno. ¿Determinación firme señalada solamente en ese telegrama circular que vio el Sr. Calvo Sotelo? No; señalada en una serie de telegramas, en una serie de órdenes concretas a cada provincia, en una serie de medidas que sería enojoso ir ahora exponiendo una por una, pero que se reducen a esto: que el Gobierno está dispuesto a usar la ley en la medida que le ha sido otorgada para acabar de una vez con todo acto de violencia y hacer que todo el mundo viva dentro de la ley.(Muy bien.)El Gobierno está dispuesto a hacerlo, y me atrevo a asegurar que encontrará los apoyos necesarios para que este deseo suyo lo sea del Frente Popular entero. Palabras de paz he oído esta tarde, dictadas por la sinceridad, al Sr. De Francisco, que lo demuestran.(El Sr. Ventosa pide la palabra.)

¿Actos violentos, actos de aquellos de que se acusaba a elementos del Socorro Rojo? Ésos ni son del Socorro Rojo, ni son del Frente Popular, ni tienen nada que ver con nosotros. Contra ellos, vosotros y nosotros, el Gobierno y el conjunto de las autoridades irán, pase lo que pase. ¿Que pudiera haber desbordamientos en ciertas organizaciones en virtud de las cuales se salieran estas organizaciones de la ley? Pues serán tratadas como organizaciones fuera de la ley. Cualquier acto de violencia que se realice o se piense realizar, tan pronto sea descubierto por la autoridad, en el momento será sancionado. Y será sancionado con arreglo a las normas de rapidez y de eficacia que nos facilitan los poderes que nos han concedido a través del otorgamiento de la prórroga del estado de alarma. Los poderes esos, no otros. Yo no sé si individualidades sueltas de los partidos, si personas un poco bamboleantes en sus sentimientos democráticos, habrán podido pensar en poderes excepcionales, en plenos poderes. Para mí, jefe de este Gobierno; para mí, republicano y demócrata; para mí, hombre que ha jurado cumplir y hacer cumplir la Constitución, no hay necesidad de más poderes que los que están dentro de las leyes aprobadas por las Cortes, y ni el partido a que pertenezco, ni ninguno de los que forman parte del Frente Popular, ha hablado como partido de semejantes poderes. Políticamente los rechazamos, porque son contrarios a nuestras doctrinas. Emplearlos sería, sencillamente, abrir el camino a la dictadura, y cualquiera que sea el placer que ello os cause a vosotros, sabed que yo, y todos mis compañeros de Gobierno, y estoy seguro de que todo el Frente Popular, siempre, cuantas veces se presente delante, iremos contra la dictadura.

Y desde el punto de vista constitucional, ¿para qué hablar de eso, si es algo totalmente imposible de alcanzar? Si alguna vez, para la rapidez en la ejecución de nuestro programa, que es el programa del Frente Popular, y no otro, necesitamos acudir a las facilidades que da el art. 61 de la Constitución, aquí vendremos a la Cámara a pedirlo, sencillamente. Y si alguna vez se hace preciso, como yo lo he creído, y por eso lo he hecho desde la cabecera del banco azul, dar más rapidez, mayor velocidad a las determinaciones de la Cámara, par que nadie pueda pedirnos que marchemos con un ritmo más acelerado cuando resulte que nuestras iniciativas aquí se detienen, entonces, aunque no se haya articulado de momento, propondremos una reforma del Reglamento de la Cámara.

Pero nosotros ni queremos, ni deseamos, ni solicitamos plenos poderes, ni sabemos de qué se trata cuando de ellos se habla. El Sr. Calvo Sotelo, marchando en este camino abierto por el Sr. Gil Robles, y aun el propio Sr. Gil Robles, en cuyos labios tenía más interés la declaración, señalaban que las perturbaciones de orden público que pueda haber en España, ni se cortarán por la constitución del Gobierno que deriva de un Frente Popular, el cual parece ser como un confeccionador especial de perturbaciones, ni, sobre todo, porque hay una enfermedad endémica en España desde hace varios años que determina que la democracia esté moribunda. En punto a opinar, naturalmente que mis contrincantes tienen plena libertad; pero por lo menos quienes formamos en las filas republicanas, que somos los que representamos en este momento al Frente Popular con todo su programa íntegro, puestos de acuerdo con los compañeros proletarios, tenemos una fe absoluta, terminante, incontestable, inconmovible en las virtudes de la democracia, y cualquiera que sea el espectáculo que se dé, siempre arreglable y siempre arreglado dentro de los cauces de la democracia; cualesquiera que sean los actos violentos, justificados, como es decía antes, por una pasión contenida durante dos años, la democracia encontrará medios hábiles de acorrer con la libertad a la curación de esos males. Es una cuestión de fe y no voy a pedir a SS. SS. que la compartan. ¿Cómo se lo voy a pedir al Sr. Calvo Sotelo que es el antípoda?

Importaba también señalar un caso que quizá no esté de más dejar bien marcado ante la atención de la Cámara. Se habla constantemente —vosotros os habéis hecho eco de ello— de que todas las perturbaciones que se producen hoy en las ciudades y en el campo españoles son causadas, cabalmente, por elementos integrantes del Frente Popular, y aun por otros que, no formando parte de él, son afines y pertenecen a la gran masa del proletariado. También habría que examinar esto muy de cerca, Sr. Gil Robles. También en esa larga lista de S. S. habría que ir estudiando caso por caso para ver cuáles son las actitudes de aquellas gentes, que no quiero llamar burgueses en contraposición de los proletarios, que por tener una cierta afinidad con vosotros, no digo que tengáis un control sobre ellas, pero sí que tenéis una bastante y consecuente comunicación. Me refiero concretamente a la clase patronal. ¿Es que estos patronos son siempre las víctimas? ¿No ponen nunca dificultad ninguna? ¿No son muchas veces los que encienden la yesca que ha de producir la llamarada de indignación en las clases populares? ¿Queréis un caso? El Sr. Gil Robles citaba un botón de muestra; ahí va otro: Almendralejo. Es éste uno de los términos municipales más ricos de la provincia a la que pertenece; es un sitio donde siempre ha habido trabajo; pues bien: este año, sistemáticamente, los patronos se niegan a darlo. Y tendrán que darlo, o nosotros estaremos de más en el banco azul.(Muy bien.— El Sr. Daza: Hace dos meses ha habido alojamientos forzosos de obreros.—Fuertes rumores y protestas.—La Sra. Nelken: Un determinado señor es el dueño de casi todo el término y no da trabajo.—El Sr. Presidente reclama orden.)

Si S. S. no lo sabe, yo voy a revelarle un secreto a este respecto. En Almendralejo la clase patronal, siguiendo en esto determinada táctica, que no apoyo, y copiándola de otros sectores, se ha reunido y ha constituido una especie de Sociedad, en la que se han adoptado acuerdos secretos. ¿Sabe S. S. cuál ha sido uno de ellos? Pues la ejecución de los que falten a sus decisiones. Es decir, que aquí tenemos el pistolerismo metido en la clase patronal.(Rumores.)Cuando se lo digo a S. S. es que lo sé. Y es que no se puede ir infiltrando en una clase, cualquiera que ella sea, el espíritu de odio y de lucha. Nos encontrábamos antes con un fenómeno existente: la lucha de clases. Esta lucha de clases era una realidad, no sólo por una parte, sino más especialmente por la otra. Ateneos a las consecuencias; pero el Gobierno, que no es responsable de que estas actitudes provoquen determinados actos, acude inmediatamente a corregirlos.

¿Y qué me decís de la Patronal madrileña? Yo no quiero traer aquí cosas minúsculas, pero esto lo estamos viviendo. Cuando el Gobierno, haciendo uso de esa autoridad que reclamáis y obedeciendo a dictados de su dignidad, establece ciertas bases, determinadas condiciones en el trabajo de los obreros, los patronos se niegan a cumplirlas. Hoy es el día en que no todos las han cumplido. Tengan la seguridad SS. SS. de que en este caso, como en otros, el Gobierno impondrá su autoridad, sin teatralidad, sin excesos de gesto ni de palabra, porque para atribuirme a mí excesos verbalistas ya hay que tener imaginación.(Risas.—El Sr. Gil Robles: Excesos no; exclusividades verbalistas; no acciones.—Rumores.)

La actitud que los patronos de algunas poblaciones y la clase patronal del campo han tomado con acritud determina una serie de luchas violentas. Yo no voy a defender a los que adoptan esas actitudes, sino que trato de explicar el fenómeno.

¿Qué tenemos en el campo? La mayor parte de las veces, como ocurrió en el pueblo que antes he citado, negativa sistemática de los patronos a dar trabajo. En otros sitios acuden los patronos, no siempre, a los organismos del Estado encargados de arbitrar estos conflictos, pero no acuden personalmente, sino que, por vivir ausentes desde siempre, mandan a unos representantes que en realidad no tienen representación alguna y que no saben qué hacer. Otras veces, como sucedió en la huelga del ferrocarril de Langreo, los representantes van sin instrucciones; simplemente para ver si pasa el tiempo y se excitan los ánimos. En suma, estamos en que no sólo por un lado, sino por el otro, se van agriando estos problemas y en que se está tratando de provocar convulsiones constantes a las que el Gobierno no puede asistir con los brazos cruzados. El Gobierno, en cada caso, acude con sus medios, intervienen los órganos de él a quienes competen estas cuestiones y, en resumen, está dispuesto a sancionar dura y rápidamente a todos aquellos que no acaten sus disposiciones, llámense patronos o llámense obreros. Sépanlo todos.(El Sr. Gil Robles pide la palabra.)

¿Que España no nos va a creer? ¿Cuál España? ¿La vuestra, ya que, por lo visto, estamos dividiendo a España en dos? ¿Qué España no nos va a creer? Señor Gil Robles y Sr. Calvo Sotelo, no quiero incurrir en palabras excesivas; a los hechos me remito. Ya veremos si España nos cree o no.(Prolongados aplausos de la mayoría.)

El Sr.PRESIDENTE: Distintos Sres. Diputados han pedido la palabra. He de considerar el acuerdo adoptado por la Cámara hace unos minutos en el sentido de que, haciendo un poco expansiva la interpretación del Reglamento en lo que se refiere a las proposiciones no del ley, pueden intervenir en el debate los Sres. Diputados que lo han solicitado.

La Sra. Ibárruri tiene la palabra.

La Sra.IBÁRRURI: Señores Diputados, por una vez, y aunque ello parezca extraño y paradójico, la minoría comunista está de acuerdo con la proposición no de ley presentada por el señor Gil Robles, proposición tendente a plantear la necesidad de que termine rápidamente la perturbación que existe en nuestro país; pero si en principio coincidimos en la existencia de esta necesidad, comenzamos a discrepar en seguida, porque para buscar la verdad, para hallar las conclusiones a que necesariamente tenemos que llegar, vamos por caminos distintos, contrarios y opuestos.

El Sr. Gil Robles ha hecho un bello discurso y yo me voy a referir concretamente a él, ya que al Sr. Calvo Sotelo le ha contestado cumplidamente el Sr. Casares, poniendo al descubierto los propósitos de perturbación que traía esta tarde al Parlamento, con el deseo, naturalmente, de que sus palabras tuvieran repercusiones fuera de aquí, aunque por necesidad me referiré también en algunos casos concretos a las actividades del Sr. Calvo Sotelo.

Decía que el Sr. Gil Robles había pronunciado un bello discurso, tan bello y tan ampuloso como los que el Sr. Gil Robles acostumbraba a pronunciar cuando en plan de jefe indiscutible —esto no se lo reprocho— iba por aldeas y ciudades predicando la buena nueva del socialismo cristiano, la buena nueva de la justicia distributiva, aunque esta justicia distributiva se tradujese en hechos de gobierno, cuando el Sr. Gil Robles participaba intensamente en él, tales como el establecimiento de los jornales católicos en el campo, de los jornales de 1.50 y de 2 pesetas.

El Sr. Gil Robles, hábil parlamentario y no menos hábil esgrimidor de recursos oratorios, retóricos, de frases de efecto, apelaba a argumentos no muy convincentes, no muy firmes, tan escasos de solidez como la afirmación de que hacía falta el apoyo por parte del Gobierno a los elementos patronales. Y al argüir con argumentos falsos, sacaba, naturalmente, falsas conclusiones; pero muy de acuerdo con la misión que quien puede le ha confiado en esta Cámara y que S. S., como los compañeros de minoría, sabe cumplir a la perfección, esgrimía una serie de hechos sucedidos en España, que todos lamentamos, para demostrar la ineficacia de las medidas del Gobierno, el fracaso del Frente Popular. Su señoría comenzaba a hacer la relación de hechos solamente desde el 16 de febrero y no obtenía una conclusión, como muy bien le han dicho los señores Diputados que han intervenido; no obtenía la conclusión de que es necesario averiguar quiénes son los que han realizado esos hechos, porque el Sr. Gil Robles no ignora, por ejemplo, que después de la quema de algunas iglesias, en casa de determinados sacerdotes se han encontrado los objetos del culto que en ocasiones normales no suelen estar allí.(Grandes rumores.)

No quiero hacer simplemente un discurso; quiero exponer hechos, porque los hechos son más convincentes que todas las frases retóricas, que todas las bellas palabras, ya que a través de los hechos se pueden sacar consecuencias justas y a través de los hechos se escribe la Historia. Y como yo supongo que el Sr. Gil Robles, como cristiano que es, ha de amar intensamente la verdad y ha de tener interés en que la Historia de España se escriba de una manera verídica, voy a darle algunos argumentos, voy a refrescarle la memoria y a demostrarle, frente a sus sofismas, la justeza de las conclusiones adonde yo voy a llegar con mi intervención.

Pero antes permítame S. S. poner al descubierto la dualidad del juego, es decir, las maniobras de las derechas, que mientras en las calles realizan la provocación, envían aquí unos hombres que, con cara de niños ingenuos(Risas.), vienen a preguntarle al Gobierno qué pasa y a dónde vamos.(Grandes aplausos.)Señores de las derechas, vosotros venís aquí a rasgar vuestras vestiduras escandalizados y a cubrir vuestras frentes de ceniza, mientras, como ha dicho el compañero De Francisco, alguien, que vosotros conocéis y que nosotros no desconocemos tampoco, manda elaborar uniformes de la Guardia civil con intenciones que vosotros sabéis y que nosotros no ignoramos, y mientras, también, por la frontera de Navarra, Sr. Calvo Sotelo, envueltas en la bandera española, entran armas y municiones con menos ruido, con menos escándalo que la provocación de Vera del Bidasoa, organizada por el miserable asesino Martínez Anido, con el que colaboró S. S.(Muy bien.—Grandes aplausos.), y para vergüenza de la República Española, no se ha hecho justicia ni con él ni con S. S., que con él colaboró(Prolongados aplausos.—El Sr. Calvo Sotelo: Protesto contra esos insultos dirigidos a un ausente.—El Sr Presidente agita la campanilla reclamando orden.)Como digo, los hechos son mucho más convincentes que las palabras. Yo he de referirme, no solamente a los ocurridos desde el 16 de febrero, sino un poco tiempo más atrás, porque las tempestades de hoy son consecuencia de los vientos de ayer.(Varios Sres. Diputados: Exacto.)

¿Qué ocurrió desde el momento en que abandonaron el Poder los elementos verdaderamente republicanos y los socialistas? ¿Qué ocurrió desde el momento en que hombres que, barnizados de un republicanismo embustero(Muy bien), pretextaban querer ampliar la base de la República, ligándoos a vosotros, que sois antirrepublicanos, al Gobierno de España? Pues ocurrió lo siguiente: Los desahucios en el campo se realizaban de manera colectiva; se perseguía a los Ayuntamientos vascos; se restringía el Estatuto de Cataluña; se machacaban y se aplastaban todas las libertades democráticas; no se cumplían las leyes de trabajo; se derogaba, como decía el compañero De Francisco, la ley de Términos municipales; se maltrataba a los trabajadores, y todo esto iba acumulando una cantidad enorme de odios, una cantidad enorme de descontento, que necesariamente tenía que culminar en algo, y ese algo fue el octubre glorioso, el octubre del cual nos enorgullecemos todos los ciudadanos españoles que tenemos sentido político, que tenemos dignidad, que tenemos noción de la responsabilidad de los destinos de España frente a los intentos del fascismo.(Muy bien.) ç

Y todos estos actos que en España se realizaban durante la etapa que certeramente se ha denominado del «bienio negro» se llevaban a cabo, Sr. Gil Robles, no sólo apoyándose en la fuerza pública, en el aparato coercitivo del Estado, sino buscando en los bajos estratos, en los bajos fondos que toda sociedad capitalista tiene en su seno, hombres desplazados, cruz del proletariado, a los que dándoles facilidades para la vida, entregándoles una pistola y la inmunidad para poder matar asesinaban a los trabajadores que se distinguían en la lucha y también a hombres de izquierda: Canales, socialista; Joaquín de Grado, Juanita Rico, Manuel Andrés y tantos otros, cayeron víctimas de estas hordas de pistoleros, dirigidas, Sr. Calvo Sotelo, por una señorita, cuyo nombre, al pronunciarlo, causa odio a los trabajadores españoles por lo que ha significado de ruina y de vergüenza para España(Muy bien.), y por señoritos cretinos que añoran las victorias y las glorias sangrientas de Hitler o Mussolini.(Grandes aplausos.)

Se produce, como decía antes, el estallido de octubre; octubre glorioso, que significó la defensa instintiva del pueblo frente al peligro fascista; porque el pueblo, con certero instinto de conservación, sabía lo que el fascismo significaba: sabía que le iba en ello, no solamente la vida, sino la libertad y la dignidad, que son siempre más preciadas que la misma vida.

Fueron, Sr. Gil Robles, tan miserables los hombres encargados de aplastar el movimiento, y llegaron a extremos de ferocidad tan terribles, que no son conocidos en la historia de la represión en ningún país. Millares de hombres encarcelados y torturados; hombres con los testículos extirpados; mujeres colgadas del trimotor por negarse a denunciar a sus deudos; niños fusilados; madres enloquecidas al ver torturar a sus hijos; Carbayin; San Esteban de las Cruces; Villafría; La Cabaña, San Pedro de los Arcos; Luis de Sirval.(Los señores Diputados de la mayoría, puestos en pie, aplauden durante largo rato.)Centenares y millares de hombres torturados dan fe de la justicia que saben hacer los hombres de derechas, los hombres que se llaman católicos y cristianos. Y todo ello, señor Gil Robles, cubriéndolo con una nube de infamias(El Sr. Marco Miranda: Y negándolo él.), con una nube de calumnias, porque los hombres que detentaban el Poder no ignoraban en aquellos momentos que la reacción del pueblo, si éste llegaba a saber lo que ocurría, especialmente en Asturias, sería tremenda.

Cultivasteis la mentira; pero la mentira horrenda, la mentira infame; cultivasteis la mentira de las violaciones de San Lázaro; cultivasteis la mentira de los niños con los ojos saltados; cultivasteis la mentira de la carne de cura vendida a peso; cultivasteis la mentira de los guardias de Asalto quemados vivos. Pero estas mentiras tan diferentes, tan horrendas todas, convergían a un mismo fin: el de hacer odiosa a todas las clases sociales de España la insurrección asturiana, aquella insurrección que, a pesar de algunos excesos lógicos, naturales en un movimiento revolucionario de tal envergadura, fue demasiado romántico, porque perdonó la vida a sus más acerbos enemigos, a aquellos que después no tuvieron la nobleza de recordar la grandeza de alma que con ellos se había demostrado.(Grandes aplausos.)

Voy a separar los cuatro motivos fundamentales de estas mentiras que, como decía antes, convergían en el mismo fin. La mentira de las violaciones, a pesar de que vosotros sabíais que no eran ciertas, porque las muchachas que vosotros dabais como muertas, y violadas antes de ser muertas por los revolucionarios, ellas mismas os volcaban a la cara vuestra infamia diciendo «Estamos vivas, y los revolucionarios no tuvieron para nosotras más que atenciones.» ¡Ah!, pero esta mentira tenía un fin; esta mentira de las violaciones, extendida por vuestra Prensa cuando a la Prensa de izquierdas se la hacía enmudecer, tendía a que el espíritu caballeroso de los hombres españoles se pronunciase en contra de la barbarie revolucionaria.

Pero necesitabais más; necesitabais que las mujeres mostrasen su odio a la revolución; necesitabais exaltar ese sentimiento maternal, ese sentimiento de afecto de las madres para los niños, y lanzasteis y explotasteis el bulo de los niños con los ojos saltados. Yo os he de decir que los revolucionarios hubieron, de la misma manera que los heroicos comunalistas de París, siguiendo su ejemplo, de proteger a los niños de la Guardia civil, de esperar a que los niños y las mujeres saliesen de los cuarteles para luchar contra los hombres como luchan los bravos: con armas inferiores, pero guiados por un ideal, cosa que vosotros no habéis sabido hacer nunca.(Aplausos.)

La mentira de la carne de cura vendida al peso. Vosotros sabéis bien —nosotros tampoco lo desconocemos— el sentimiento religioso que vive en amplias capas del pueblo español, y vosotros queríais con vuestra mentira infame ahogar todo lo que de misericordiosos, todo lo que de conmiseración pudiera haber en el sentimiento de estos hombres y de estas mujeres que tienen ideas religiosas hacia los revolucionarios.

Y viene la culminación de las mentiras: los guardias de Asalto quemados vivos. Vosotros necesitabais que las fuerzas que iban a Asturias a aplastar el movimiento fuesen, no dispuestas a cumplir con su deber, sino impregnadas de un espíritu de venganza, que tuviesen el espolique de saber que sus compañeros habían sido quemados vivos por los revolucionarios. Ahí convergían todas vuestras mentiras, como he dicho antes: a hacer odiosa la revolución, a hacer que los trabajadores españoles repudiasen, por todos estos motivos, el movimiento insurreccional de Asturias.

Pero todo se acaba, Sr. Gil Robles, y cuando en España comienza a saberse la verdad, el resultado no se hace esperar, y el 16 de febrero el pueblo, de manera unánime, demuestra su repulsa a los hombres que creyeron haber ahogado con el terror y con la sangre de la represión los anhelos de justicia que viven latentes en el pueblo. Y los derrotados de febrero, aquellos que se creían los amos de España, no se resignan con su derrota y por todos los medios a su alcance procuran obstaculizar, procuran entorpecer esta derrota, y de ahí su desesperación, porque saben que el Frente Popular no se quebrantará y que llegará a cumplir la finalidad que se ha trazado. Por eso precisamente es por lo que ellos en todos los momentos se niegan a cumplir os laudos y las disposiciones gubernamentales, se niegan sistemáticamente a dar satisfacción a todas las aspiraciones de los trabajadores, lanzándolos a la perturbación, a la que van, no por capricho ni por deseo de producirla, sino obligados por la necesidad, a pesar de que el Sr. Calvo Sotelo, acostumbrado a recibir las grandes pitanzas de la Dictadura, crea que los trabajadores viven como vivía él en aquella época. ¿Por qué se producen las huelgas? ¿Por el placer de no trabajar? ¿Por el deseo de producir perturbación? No. Las huelgas se producen porque los trabajadores no pueden vivir, porque es lógico y natural que los hombres que sufrieron las torturas y las persecuciones durante la etapa que las derechas detentaron el Poder quieran ahora —esto es lógico y natural— conquistar aquello que vosotros les negabais, aquello para lo cual vosotros les cerrabais el camino en todos los momentos. No tiene que tener miedo el Gobierno porque los trabajadores se declaren en huelga; no hay ningún propósito sedicioso contra el Gobierno en estas medidas de defensa de los intereses de los trabajadores, porque ellas no representan más que el deseo de mejorar su situación y de salir de la miseria en que viven.

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Hablaban algunos señores de la situación en el campo. Yo también quiero hablar de la situación en el campo, porque tiene una ligazón intensa con la situación de los trabajadores de la ciudad, porque pone una vez más al descubierto la ligazón que existe entre los dueños de las grandes propiedades, que en el campo se niegan sistemáticamente a dar trabajo a los campesinos y consienten que las cosechas se pierdan, y estas Empresas, que como la de calefacción y ascensores, como la de la construcción, como todas las que se hallan en conflicto con sus obreros, se niegan a atender las reivindicaciones planteadas por los trabajadores. Esto se liga a lo que yo decía antes: al doble juego de venir aquí a preguntar lo que ocurre y continuar perturbando la situación en la ciudad y en el campo.

Concretamente voy a referirme a la provincia de Toledo, y al hablar de la provincia de Toledo reflejo lo que ocurre en todas las provincias agrarias de España. En Quintanar de la Orden hay varios terratenientes (y esto es muy probable que lo ignore el Sr. Madariaga, atento siempre a defender los intereses de los grandes terratenientes) que deben a sus trabajadores los jornales de todas las faenas de trabajo del campo. ¿Qué diría el señor Madariaga si en un momento determinado estos trabajadores de Quintanar de la Orden, como los de Almendralejo, como los de tantos otros pueblos de España, se lanzasen a cobrar lo que es suyo en justicia? ¡Ah! Vendría aquí a hablar de perturbaciones, vendría aquí a decir que el Gobierno no tiene autoridad, vendría aquí, como van viniendo ya con excesiva tolerancia de estos hombres, a entorpecer constantemente la labor del Gobierno y la labor del Parlamento.

Y que por parte de los grandes terratenientes, como por parte de las Empresas, hay un propósito determinado de perturbar, lo demuestra este hecho concreto que os voy a exponer. En Villa de Don Fadrique, un pueblo de la provincia de Toledo, se han puesto en vigor las disposiciones de la Reforma Agraria, pero uno de los propietarios que se siente lastimado por lo que significa de justicia para el campesinado, que no ha conocido de la justicia más que el poder de los amos, de acuerdo con los otros terratenientes, había preparado una provocación en toda regla, una provocación habilísima, señores de las derechas, que vais a ver en lo que consistía y que demuestra la falsedad del argumento del señor Calvo Sotelo, cuando afirma que los terratenientes no pueden conceder a los trabajadores jornales superiores a 1.50(Rumores.— Un Sr. Diputado: ¿Quién ha dicho eso?) Estos señores terratenientes con fincas radicantes en Villa de Don Fadrique, cuya cosecha está valuada en 10.000 duros, tenían el propósito de repartirla entre los campesinos de los pueblos colindantes, como Lillo, Corral de Almaguer y Villacañas. Esto, que en principio podrá parecer un rasgo de altruismo, en el fondo era una infame provocación; era el deseo de lanzar, azuzados por el hambre, a los trabajadores de un pueblo contra los de otros pueblos. Y que esto no es un argumento sofístico esgrimido por mí lo demuestra la declaración terminante del hermano de uno de los terratenientes delante de D. Mariano Gimeno, del alcalde y de la Comisión del Sindicato de Agricultores, que dijo textualmente: «Si mi hermano hubiera hecho lo que se había acordado, es decir, el reparto de la cosecha, a estas horas se habría producido el choque y éste habría terminado». Y es ahí, Sr. Gil Robles, y no en los obreros y en los campesinos, donde está la causa de la perturbación, y es contra los causantes de la perturbación de la economía española, que apelan a maniobras «non sanctas» para sacar los capitales de España y llevárselos al extranjero; es contra los que propalan infames mentiras sobre la situación de España, con menoscabo de su crédito; es contra los patronos que se niegan a aceptar laudos y disposiciones; es contra los que constante y sistemáticamente se niegan a conceder a los trabajadores lo que les corresponde en justicia; es contra los que dejan perder las cosechas antes que pagar salarios a los campesinos contra los que hay que tomar medidas. Es a los que hacen posible que se produzcan hechos como los de Yeste y tantos pueblos de España a los que hay que hacerles sentir el peso del Poder, y no a los trabajadores hambrientos ni a los campesinos que tienen hambre y sed de pan y de justicia.

Señor Casares Quiroga, Sres. Ministros, ni los ataques de la reacción, ni las maniobras, más o menos encubiertas, de los enemigos de la democracia, bastarán a quebrantar ni a debilitar la fe que los trabajadores tienen en el Frente Popular y en el gobierno que lo representa.(Muy bien.)Pero, como decía el Sr. De Francisco, es necesario que el Gobierno no olvide la necesidad de haber sentir la ley, y que en este caso concreto no son los obreros ni los campesinos. Y si hay generalitos reaccionarios que, en un momento determinado, azuzados por elementos como el señor Calvo Sotelo, pueden levantarse contra el Poder del Estado, hay también soldados del pueblo, cabos heroicos, como el de Alcalá, que saben meterlos en cintura.(Muy bien.)Y cuando el Gobierno se decida a cumplir con ritmo acelerado el pacto del Frente Popular y, como decía no hace muchos días el Sr. Albornoz, inicie la ofensiva republicana, tendrá a su lado a todos los trabajadores, dispuestos, como el 16 de febrero, a aplastar a esas fuerzas y a hacer triunfar una vez más al Bloque Popular.

Conclusiones a las que yo llego: Para evitar las perturbaciones, para evitar el estado de desasosiego que existe en España, no solamente hay que hacer responsable de lo que pueda ocurrir a un Sr. Calvo Sotelo cualquiera, sino que hay que comenzar por encarcelar a los patronos que se niegan a aceptar los laudos del Gobierno.

Hay que comenzar por encarcelar a los terratenientes que hambrean a los campesinos; hay que encarcelar a los que con cinismo sin igual, llenos de sangre de la represión de octubre, vienen aquí a exigir responsabilidades por lo que no se ha hecho. Y cuando se comience por hacer esta obra de justicia, Sr. Casares Quiroga, señores Ministros, no habrá Gobierno que cuente con un apoyo más firme, más fuerte que el vuestro, porque las masas populares de España se levantarán, repito, como en el 16 de febrero, y aun quizá, para ir más allá, contra todas esas fuerzas que, por decoro, nosotros no debiéramos tolerar que se sentasen ahí.(Grandes aplausos.)

El Sr.PRESIDENTE: Voy a conceder la palabra, para rectificar, primero, al Sr. Gil Robles, y luego, al Sr. Calvo Sotelo, y aunque hay otros Sres. Diputados que han pedido la palabra, como ha sido presentada hace rato a la Mesa una proposición incidental, primeramente se dará lectura a dicha proposición.

El Sr. Gil Robles tiene la palabra, y lo mismo a S. S. que al Sr. Calvo Sotelo les ruego la mayor brevedad, en atención a que van a terminar las horas reglamentarias de sesión.

El Sr.GIL ROBLES: En atención a ese ruego de la Presidencia, voy a ser, Sres. Diputados, extraordinariamente breve en mi rectificación. No voy a descender a detalles del discurso del señor Presidente del Consejo de Ministros para rectificarlos uno a uno, porque mucho más que ello me interesa, en términos generales, el tono en que el Sr. Casares Quiroga se ha producido. Quizá por ello mis palabras de rectificación habrán de limitarse a recoger las muy elocuentes que pronunció el Sr. Ventosa al poner de relieve cómo tal vez las frases más demagógicas que hoy aquí se han escuchado han sido las del discurso del Sr. Casares Quiroga.

Su señoría concluía su discurso con una invocación a los hechos futuros; decía S. S. que la España que a S. S. le interesa le creerá cuando vea sus actos. Nosotros vamos a tener la satisfacción de ir recogiendo nuevamente día por día las muestras evidentes de la eficacia gubernamental, y un día tras otro, en debates generales sobre el orden público o concretamente en cualquiera que en la Cámara se presente, iremos demostrando ante la opinión pública que las medidas de S. S. no encierran en sí eficacia de ninguna clase. Una, sí, y bien triste, tienen siempre las palabras de S. S.; detrás de cada discurso, un recrudecimiento del espíritu demagógico; después de cada concesión a la mayoría, una mayor perturbación del orden público. Su señoría puede tener la satisfacción de que, mientras esta tarde buscaba el apoyo del Frente Popular y daba su señoría la sensación de que más que director era dirigido, en las calles de Madrid se estaban asaltando las tiendas, en demostración de la eficacia de la política del orden público del Gobierno.(Muy bien.)

Hablaba S. S. de que no era cierto que el Gobierno ni nadie del Frente Popular que no sintiera veleidades antidemocráticas había pedido plenos poderes. No voy a leer en estos momentos textos más o menos autorizados en gran número, sí uno de gran significación, del cual S. S. y la Cámara me van a permitir que lea cuatro renglones.

En «El Socialista» de 13 de junio de 1936, es decir, de hace tres días, se escribía en un editorial lo siguiente: «Preferiríamos, y lo declaramos sin dolor ni disimulo, que el régimen no tenga que apelar a extremos procedimientos políticos; pero si no existe otro remedio, sean las fuerzas de la coalición gobernante las que lo hagan». Yo no sé si estas palabras encontrarán hoy dentro de la Cámara un editor responsable; pero de lo que no cabe duda ninguna es de que reflejan el sentir de un núcleo de los que apoyan al Gobierno. ¿Que S. S. no quiere plenos poderes? No me extraña. ¿Qué mayores plenos poderes que los que la Constitución, la ley de Orden público y las leyes excepcionales ponen en mano de su señoría? No podrá citar S. S. el caso de ningún Estado político que ponga en manos de un Gobierno un cúmulo tal de poderes que le asemeja a una dictadura, aunque tenga el apoyo de una mayoría parlamentaria. ¿La mayoría no los quiere? Está en su derecho al no quererlos; al fin y al cabo todos sus alardes de autoridad han quebrado hoy por su base, cuando se ha sumado a las palabras más demagógicas que en este salón se han pronunciado esta tarde.

Yo pensaba poner aquí fin a esta brevísima rectificación; pero hay algo que me interesa recoger, porque día tras día se ha opuesto como una condenación a mis actuaciones, invocando ejemplos de actuaciones anteriores.

Es más, tema gravísimo y delicadísimo se ha planteado hoy, incidentalmente, como si no tuviera importancia bastante para dar motivo a un debate de fondo. Constantemente se ha estado diciendo que la justificación de los excesos actuales está en una política punto menos que criminal, que nosotros, y yo particularmente, hemos desarrollado en esta Cámara; con deciros que cuando esos acontecimientos ocurrieron yo no ocupaba puesto alguno en el Gobierno(Fuertes rumores y protestas.), probablemente adoptaría yo una posición cómoda para salir del paso; pero de la misma manera que desde el banco azul en cierta ocasión, respondiendo a la responsabilidad del cargo, me levanté a recoger aquellas acusaciones y estar dispuesto a contestarlas hoy, os digo que no puede quedar en una mera proposición o declaración incidental al margen de un debate de orden público; eso hay que tratarlo a fondo.(Grandes rumores, protestas y contraprotestas.—El Sr. Presidente agita la campanilla.)Hoy se han pronunciado aquí palabras, Sr. Presidente del Consejo de Ministros y Ministro de la Guerra, que, al no discriminar responsabilidad individual, tienen todo el valor de una condenación de instituciones fundamentales del Estado.(El Sr. Lorenzo: Eso es una habilidad; eso, a los gobernantes.) Yo, que sé cuáles son las responsabilidades de Gobierno y las que me corresponden como jefe de una minoría de oposición, he estado esperando todo este tiempo a que se levantara la voz del Sr. Presidente del Consejo, porque donde está el Presidente del Consejo y Ministro de la Guerra no tiene derecho Diputado ninguno a adoptar la defensa de las instituciones armadas; pero como no lo ha hecho S. S., yo le digo que esas palabras no pueden quedar como una condenación de los institutos armados.(Rumores y protestas.)Todas las responsabilidades hay que ponerlas en claro, como hay que poner en claro todas las actuaciones, todas, absolutamente todas: las que tuvieron los gobernantes y las que tuvieron los partidos que los apoyaron, los que estuvieron en los momentos de la represión de Asturias y los que estuvieron después; los que ordenaron la incoación de los procedimientos que está siguiendo este Gobierno y los que desde el primer momento se preocuparon de poner esto sobre todo orden de consideraciones. Eso es lo que hay que estudiar y traer aquí para que caiga la responsabilidad sobre quien caiga, pero nunca sobre una colectividad que estamos obligados todos a defender.(Aplausos.)Yo no rehuyo responsabilidad, ni discusiones de ningún género; por eso, ahora no quiero acudir a fáciles triunfos de mitin, a oponer crueldades frente a supuestas crueldades, y hechos frente a hechos. Vendré aquí con documentos, con resoluciones de los Tribunales, con algo que no ha sido impugnado por vosotros. Y ese día, repito, que caiga la responsabilidad sobre quien caiga, pero no es lícito, cualquiera que sea una posición revolucionaria, venir a lanzar discursos de mitin que pueden implicar una condenación de los principios mismos de la sociedad española.(Aplausos.)

El Sr.PRESIDENTE: El Sr. Calvo Sotelo tiene la palabra para rectificar.

El Sr.CALVO SOTELO: Antes de recoger, aunque brevísimamente, algunas directísimas alusiones y palabras del Sr. Presidente del Consejo de Ministros, quiero replicar a las que la señora Ibárruri dedicó a cierta señorita de ciertos apellidos. Estos no han sonado en el hemiciclo, pero era tan clara y transparente la alusión que todos hemos entendido perfectamente que la Sra. Ibárruri se dirigía…

El Sr.PRESIDENTE: Sr. Calvo Sotelo, no ponga S. S. nombres donde no se han puesto antes.

El Sr.CALVO SOTELO: Pero, Sr. Presidente…

El Sr.PRESIDENTE: Haga S. S. las alusiones en la misma forma en que las ha escuchado, pero no ponga nombres donde no se han pronunciado.

El Sr.CALVO SOTELO: Tan clara y tan transparente es la alusión que, efectivamente, no es preciso poner nombres y apellidos, porque todos los hemos percibido con claridad.

En aras de un deber de caballerosidad he de decir que esa señorita no acaudilla ninguna de las organizaciones de tipo delincuente…(La Sra. Ibárruri: El famoso coche con los impactos, desde el que se asesinó a Juanita Rico, es un testigo de mayor excepción.) Y, en segundo lugar, me permito indicar que los apellidos del padre de esta señorita no pueden suscitar el menor rescoldo de odio ni de pasión en ningún buen español, porque fue él quien pacificó Marruecos.(Rumores y protestas.—La Sra. Ibárruri: ¡Vamos!) ¿Cómo que vamos? ¿Es que cabe desconocer que muchos de los que se sientan ahí y allí(Señalando varios escaños de la mayoría.)colaboraron con el general Primo de Rivera?(Fuertes rumores.—Entre varios Sres. Diputados se cruzan palabras que no se perciben claramente.—El Sr. Presidentereclama orden.)

Rectificado esto, he de recoger algunas alusiones del mismo Sr. Diputado, diciendo que yo no he defendido, antes al contrario, he impugnado los salarios irrisorios de 1.50 pesetas. He impugnado éstos y otros que, aun siendo bastante superiores, resultan siempre inferiores al minimum vital de dignidad y de justicia reclamable.

Voy a contestar ahora, rapidísimamente, unas palabras y conceptos concretos del Sr. Casares Quiroga. Su señoría ha querido darme una lección de prudencia política, y yo, que soy modesto, jamás desdeño las lecciones que se me puedan dar por compatriotas míos, en quienes reconozco, por regla general y «a priori», una superioridad, y cuando no se la reconozca por sus dotes personales me basta con que desempeñen una función pública para que yo, disciplinado siempre, estime «a priori», repito, que tienen derecho a fulminarme un anatema, a señalarme un camino o a imponerme una rectificación.

Ahora bien, Sr. Casares Quiroga; para que S. S. dé lecciones de prudencia, es preciso que comience por practicarla, y el discurso de S. S. de hoy es la máxima imprudencia que en mucho tiempo haya podido fulminarse desde el banco azul. ¿Imprudente yo porque haya tocado el problema militar y hablado concretamente del desorden militar? Y esto lo dice un orador, un político que se vanagloria —lo ha declarado con reiterada solemnidad esta tarde— de demócrata y parlamentario. Se ha dicho del Parlamento, con referencia al inglés, que es tan soberano, que todo lo puede hacer menos cambiar un hombre en una mujer, y si un Parlamento lo puede hacer todo, ¿no va a poder servir para hablar de todo, siempre que la intención que guíe al orador sea(Rumores.)—y en este caso la mía lo era plenamente, y no admito dudas o torcidas interpretaciones sobre este punto— patriótica y responda a una preocupación nobilísima de orden público y de interés nacional?

Ésta es la deducción que obtengo de las palabras de S. S., Sr. Casares Quiroga, y por eso las comento y por eso las repudio. Yo he aludido al problema militar, al desorden militar en cumplimiento de un deber objetivo político y de un deber temperamental. Yo no me presto a faramallas, no me sumo a convencionalismos. Yo, que discrepo, honradamente lo digo, del sistema parlamentario democrático, como tengo una representación con que mis electores me han honrado en los tres Parlamentos de la República, vengo aquí en aras de esa representación, a decir honradamente lo que pienso y lo que siento, y sería un insensato insincero y faltaría a los más elementales deberes de veracidad, si en una especie de rapsodia panorámica sobre el problema del desorden público como la que he hecho esta tarde, fuera a omitir lo que dicen, piensan y sienten millones de españoles acerca del desorden en todas sus magnitudes y en especial en cuanto concierne a las instituciones militares. Para mí el Ejército (lo he dicho fuera de aquí y en estas palabras no hay nada que signifique adulación), para mí el Ejército —y discrepo en esto de amigos como el Sr. Gil Robles— no es en momentos culminantes para la vida de la patria un mero brazo, es la columna vertebral. Y yo agrego que en estos instantes en España se desata una furia antimilitarista que tiene sus arranques y orígenes en Rusia y que tiende a minar el prestigio y la eficiencia del Ejército español. ¿Que S. S. ama al Ejército? No lo he negado. ¿Que trata de servir al Ejército? No lo he puesto en duda; lo que sí he advertido a S. S. es la necesidad absoluta de que se evite que el Ejército pueda descomponerse, pueda disgregarse, pueda desmenuzarse a virtud de la acción envenenadora que en torno suyo se produce y a virtud también del abandono en que muchas veces se deja su prestigio corporativo, frente a la acción cerril de masas que, como antes explicaba, no son mayoría, sino minoría.

Hace unos momentos el Sr. Gil Robles se quejaba, con razón, del silencio que hasta ahora ha reinado en torno a manifestaciones vertidas aquí por la señora Ibárruri. En unión de otros muchos documentos, entre los cuales procuro andar siempre, que es buena compañía, tengo un recorte de un periódico ministerial, el «Mundo Obrero»(Risas y rumores.), en el cual se comenta el episodio de Oviedo a que yo aludía en mi intervención de esta tarde, y en ese recorte, la censura (que no hace ocho días ha prohibido que a un militar se le llame heroico y en cambio ha permitido que se pida su encarcelamiento en un periódico que se publicaba el mismo día en que tachaba el calificativo de heroico), en ese recorte la censura a consentido íntegramente, sin tocar una tilde, sin tachar una coma, estos dos párrafos:

«Han quedado en Asturias fuerzas del odio, fuerzas del crimen, fuerzas represivas que tienen el regusto de los crímenes impunes. Esas mismas fuerzas que, al margen y en contra de las órdenes que reciben, aún promueven conflictos y cometen atentados y provocaciones indignantes. Si no se pone remedio a lo que es mal, que hay que cortar de raíz, no podrá el Gobierno quejarse de la falta de asistencia de las masas.»

«El problema de Asturias es especialísimo. Debería comprenderlo el Gobierno. Allí se ha asesinado por centenares a hombres indefensos. Allí se ha torturado a la población. Allí se ha robado, se ha incendiado. Ni uno solo de los individuos que componían las fuerzas represivas está libre de culpa. Entonces, ¿por qué han de seguir en Asturias los que en cada momento —y la prueba es bien reciente— provocan y disparan contra el pueblo cuando se divierte pacíficamente en una verbena?»

Esto es lo que la censura del Gobierno de la República consiente que se publique sin tachar una tilde, sin suprimir una coma, y encuentro, por ello, muy acertadas y pertinentes las palabras del Sr. Gil Robles, que las echaba de menos en su señoría. Nada de adulación al Ejército; la defensa del Ejército ante la embestida que se le hace y se le dirige en nombre de una civilización contraria a la nuestra y de otro ejército, el rojo, es en mí obligada. De eso hablaba el Sr. Largo Caballero en el mitin de Oviedo, y por las calles de Oviedo, a las veinticuatro horas o a las cuarenta y ocho horas de la circular de S. S., que prohíbe ciertos desfiles y ciertas exhibiciones, han paseado tranquilamente uniformados y militarizados, cinco, seis, ocho o diez mil jóvenes milicianos rojos, que al pasar ante los cuarteles no hacían el saludo fascista, que a S. S. le parece tan vitando, pero sí hacían el saludo comunista, con el puño en alto y gritaban: ¡Viva el ejército rojo!; palabras que no tenían el valor…(Un Sr. Diputado:No es cierto.) Lo dice «Claridad».(El mismo Sr. Diputado: No han desfilado por delante de ningún cuartel.) Esos vivas al ejército rojo quieren ser, quizá, una añagaza para disimular ciertas perspectivas bien sombrías sobre lo que quedaría de las instituciones militares actuales en el supuesto de que triunfase vuestra doctrina comunista. Pero no caben despistes. De los jefes, oficiales y clases del Ejército zarista, ¿cuántos militan y figuran en las filas del Ejército Rojo? Muchos murieron pasados a cuchillo; otros murieron de hambre; otros pasean su melancolía condiciendo taxis en París o cantando canciones del Volga.(Risas.)no ha quedado ninguno en el Ejército rojo.

Yo tengo, Sr. Casares Quiroga, anchas espaldas. Su señoría es hombre fácil y pronto para el gesto de reto y para las palabras de amenaza. Le he oído tres o cuatro discursos en mi vida, los tres o cuatro desde ese banco azul, y en todos ha habido siempre la nota amenazadora. Bien, señor Casares Quiroga. Me doy por notificado de la amenaza de S. S. Me ha convertido S. S. en sujeto, y por tanto no sólo activo, sino pasivo, de las responsabilidades que puedan nacer de no sé qué hechos. Bien, Sr. Casares Quiroga. Lo repito, mis espaldas son anchas; yo acepto con gusto y no desdeño ninguna de las responsabilidades que se puedan derivar de actos que yo realice, y las responsabilidades ajenas, si son para bien de mi patria(Exclamaciones.)y para gloria de España, las acepto también. ¡Pues no faltaba más! Yo digo lo que Santo Domingo de Silos contestó a un rey castellano: «Señor, la vida podéis quitarme, pero más no podéis.» Y es preferible morir con gloria a vivir con vilipendio.(Rumores.)Pero a mi vez invito al Sr. Casares Quiroga a que mida sus responsabilidades estrechamente, si no ante Dios, puesto que es laico, ante su conciencia, puesto que es hombre de honor; estrechamente, día a día, hora a hora, por lo que hace, por lo que dice, por lo que calla. Piense que en sus manos están los destinos de España, y yo pido a Dios que no sean trágicos. Mida S. S. sus responsabilidades, repase la historia de los veinticinco últimos años y verá el resplandor doloroso y sangriento que acompaña a dos figuras que han tenido participación primerísima en la tragedia de dos pueblos: Rusia y Hungría, que fueron Kerensky y Karoly. Kerensky fue la inconsciencia; Karoly, la traición a toda una civilización milenaria. Su señoría no será Kerensky, porque no es inconsciente, tiene plena conciencia de lo que dice, de lo que calla y de lo que piensa. Quiera Dios que S. S. no pueda equipararse jamás a Karoly.(Aplausos.)

Señor Nuñez Feijoó, si usted y los suyos no han leído estos discursos deberían leerlos. Fueron estos discursos y lo más que se publicaron aquel día, los que a Chaves Nogales y “la tercera españa” les impulsaron a abandonar el barco. Lo curioso es que no fueron algunos los que se dieron cuenta que aquello era ya un desastre y por ello hay una cifra que delata lo que sucedió entonces y lo que puede suceder mañana: en julio del 36 solo había algunos más de 5.000 falangista, el 18 de julio ya había 50.000 y justo un año después, en julio del 37, más de un millón de “españolitos” ya llevaban la camisa azul. Les aseguro que soy un forofo defensor de Chaves Nogales, pero la pena que me da recordar como vivió en París y en Londres los últimos días de su vida es la que me promueve su actuación como Presidente del PP actual. Aquí ya no hay más cera de la que arde: un plebiscito. O yo o tú.

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.
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Felicia Porras

No nos sorprendería ver a Pedro Sánchez en esas circunstancias un día, como están las cosas.

Rafael F.

Con el Psoe en el poder TODO es posible.

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