15/05/2025 01:41

En la España actual las elecciones resultarán inútiles si previamente a su convocatoria no se ha modificado la mentalidad de los votantes ni se ha garantizado la limpieza de los resultados electorales. De nada sirven las urnas si quienes las manejan son las izquierdas resentidas y sus cómplices; y si quienes las llenan con sus votos son, en su inmensa mayoría, unos sectarios, unos esclavos voluntarios o unos ignorantes.

España, la España que debe amarse, será una patria de conciencia… o no será nada. Para ello, la batalla cultural tiene que aspirar a ser una revolución fecunda. Se precisa iniciar un nuevo camino para lograr la revitalización indispensable. Esta es la tarea que deben imponerse los espíritus libres. Y este camino es el de una imperativa «centralización» que transforme a la población española en un conjunto de ciudadanos libres e iguales. Lo cual conlleva, en síntesis, la desaparición de taifas centrífugas, el uso oficial obligatorio del español como lengua común, la separación inequívoca de los «tres poderes» y la creación -y cumplimiento- de leyes iguales para todos, lo mismo que la educación. Así como una filosofía nacional suprapartidista que reivindique la incuestionable reunificación territorial, la indiscutible soberanía sobre el propio territorio respecto a los sectores económicos, locales y foráneos, y la postura de neutralidad activa (arbitral) en nuestras relaciones exteriores.

España no será nunca suficientemente fuerte si no se suprimen los privilegios que algunas regiones ostentan respecto de las demás. En casi todas las naciones hay diversidad de identidades, de lenguas y de razas, pero ello no tiene por qué causar divisiones en el conjunto. Hay que erradicar por disolutivos y fraudulentos los llamados eufemísticamente «nacionalismos periféricos», junto con toda veleidad segregacionista, pues una nación que aspire a la sincera unidad no puede permitirse que unas minorías postizas, sin arraigo popular, creadas por intereses particulares o por fanatismos obsoletos se dediquen a desangrarla. En otros países de nuestro entorno cultural y político no existen regiones que se gasten el dinero de todos en embajadas en el extranjero, ni dilapiden la hacienda pública en desafueros separatistas, ni disfruten de conciertos económicos privilegiados. Las diferencias de trato entre los propios territorios son impensables, y las leyes, sin residuos medievales, sin distingos forales ni civiles, acogen por igual a la ciudadanía.

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Nuestras egoístas autonomías, con su aldeana arrogancia y su subsiguiente evolución centrifugadora, han supuesto, en la práctica, la herramienta ideal para el despedazamiento patrio, tal como lo urdieron los minadores que apadrinaron la actual Constitución. Con un carcinoma sociopolítico así, incrustado en las esencias de España, todo gran proyecto nacional es irrealizable. La falaz democracia instalada por sus enemigos ha llevado a España a una caída tan peligrosa que, si no se resuelve con urgencia, hará de la actual corrupción institucional y del desleal afán fraccionador unas dificultades irresolubles.

Y el mayor enemigo que se ha de erradicar, pues ha demostrado que no tiene escrúpulos en traicionar a la patria que gobierna, es ese bipartidismo exterminador que, apoyado por las fuerzas separatistas y disolventes, se ha instalado en nuestra convivencia con voluntad de perpetuarse. Mientras exista y siga detentando la gobernanza, España mantendrá su rumbo hacia el abismo, y cualquier convocatoria electoral se hallará condenada a profundizar más aún en su declive. Porque nunca hay viento favorable para la nave sin rumbo.

En resumen, la Farsa del 78 ha constituido un golpe de Estado paulatino que las izquierdas resentidas con la ayuda del resto de hispanófobos están intentando completar. Necesitan para ello instalarse en el poder con palmario refrendo, para desde él, desde la legalidad, acabar con nuestros valores y extender sus consignas y su ideología totalitaria a todos los ámbitos y comportamientos sociales. Y es ese refrendo el que les otorga las sucesivas convocatorias de elecciones, abducidas como están las masas electoras por doctrinas tramposas y hedonismos degradantes, e intoxicadas las instituciones con intereses e idearios partidistas, ajenas absolutamente ambas al bienestar común y a la grandeza de la patria. Acudir a las urnas, pues, en las actuales circunstancias, es alimentar al Sistema, adornar de licitud a la corrupción y otorgar vigencia al despotismo.

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VOX, que debiera ser hoy el único referente político para los españoles que se sienten libres y patriotas, tampoco parece, dadas sus ambigüedades, sus paradojas y sus silencios en muchos aspectos, estar a la altura de las necesidades y de la excelencia de la patria. Y en cuanto a las demás siglas políticas -parlamentarias o no- que viven del Estado o empeñadas en su destrucción, estamos obligados a verlas y tratarlas como lo que son: camarillas y facciones parásitas, corrompidas y desleales.

Conociendo esto, conociendo a los que de la vida y de su vida hacen un inmenso fraude, ¿puede extrañarle a alguien la opción -ante nuevas elecciones- de una continuidad gubernativa perversa o de un reiterado pucherazo electoral? De ahí que este golpe de Estado en ciernes, pausado, pero permanente durante décadas, sólo puede pararlo una revuelta nacional pacífica… solidaria, valiente, vigorosa y sensata. Sólo después de haber reconvertido a la muchedumbre, de haber desmantelado el Sistema y de modificar el derrotero hacia la clara inmensidad del mar abierto, serán convenientes y necesarias unas elecciones rehabilitadoras.

Autor

Jesús Aguilar Marina
Jesús Aguilar Marina
Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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