21/11/2024 14:39
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Estado del bienestar, SÍ. Por Rafael López
 
Imagino que el juntaletras compañero de sección, el Sr. Coleto, tendrá que recurrir a bibliografía, o a Internet, para redactar su artículo sobre el Estado del bienestar. En mi caso, con más de siete lustros cotizados (ya me ganaba el pan, y cotizaba a la Seguridad Social, cuando el Sr. Coleto aún iba en pantalón corto), utilizaré mi experiencia vital y laboral para realizar el mio.
 
Porque el Estado del bienestar, en España, surge a raíz de la creación de la Seguridad Social, organismo que entronca con las más nobles iniciativas de prestaciones sociales surgidas en Europa a finales del siglo XIX, cuya principal finalidad eran la cobertura económica de los trabajadores que por accidentes laborales, o enfermedad, perdían la capacidad de ganarse su salario. Este tipo de políticas, y su desarrollo y universalidad, generó notables mejoras en la calidad de vida de la mayor parte de la población, al ofrecer unos recursos económicos estables ante las adversidades relacionadas con el trabajo. Esta evolución de la sociedad se proyectó hacia los países donde se desarrollaron este tipo de sistemas de protección creando sociedades más prósperas, igualitarias y redistributivas. 
 
En España la implantación de la Seguridad Social como sistema de protección universal, heredero de aquellas pretéritas instituciones europeas de ayuda social, tuvo lugar, hace 60 años, durante el régimen del general Franco. La finalidad vertebradora que ofrecía, al dotar de seguridad económica a los trabajadores era más que encomiable, pero, además, dotó de una atención sanitaria a los trabajadores de calidad que solo puede calificarse como un gran éxito. Hoy en día, creo que ningún español, que se vista por los pies, desea un escenario sin esas coberturas.
 
El sistema de la Seguridad Social se articula sobre dos ejes primarios: la atención sanitaria y servicios sociales por un lado y, por el otro, las prestaciones económicas para aquellos que por accidente, enfermedad, o lesión no pueden trabajar,  así como de aquellos otros que no consiguen encontrar un empleo o, por haber llegado a la edad de jubilación, han concluido su vida laboral. En la actualidad casi el 95 % de los gastos que realiza la Seguridad Social van destinados a las prestaciones de tipo económico, siendo la más importante de ellas las jubilaciones. 
 
Quien ponga objeciones a estos nobles fines de humanismo cristiano que posee la Seguridad Social demuestra un profundo desconocimiento de lo que significan las instituciones que mejoran la sociedad. 
 
La Seguridad Social funcionó como una bicicleta bien engrasada durante unos lustros, pero la llegada de la democracia ha ido pervirtiendo la institución hasta llevarla a la quiebra. Los sucesivos malgobiernos PSOE-PP, especialmente nefastos los tres últimos (Zapatones,  Rajoy y Sánchez el mentiroso), han socavado de tal manera el sistema de protección social, por sus espurios intereses partidistas, que una de las mejores iniciativas de la época franquista la han convertido en un lodazal.
 
El nefasto Pacto de Toledo, solo ha servido para certificar la «defunción» de esta noble institución. Si algún día se hacen las cosas como Dios manda en España, la sede donde se reúnen los miembros del Pacto de marras debería desinfectarse con Zotal para eliminar toda la inmundicia incrustada durante 40 años. 
 
El pago de prestaciones del sistema se diseñó para que los cotizantes aportarán, mediante sus cuotas, los recursos necesarios para poder atender las prestaciones percibidas por los beneficiarios. Cuando Franco, la ratio de personas que recibían una prestación, respecto de los cotizantes era, aproximadamente, de 1 por cada 15 (es decir que la prestación recibida por un beneficiario era aportada por 15 trabajadores). En la actualidad esa ratio es de 1 por cada 2 (2 trabajadores cotizan para que alguien reciba su prestación).  ¿Ha habido algún malgobierno democrático que haya hablado claro sobre esta cuestión y haya propuesto correcciones, y soluciones, a este severisimo desajuste? NO.
 
Pero, como siempre, las cosas siempre son susceptibles de ir a peor. Fruto de la mejora en la calidad sanitaria, ofrecida por la Seguridad Social, la vida media de los españoles no ha parado de crecer. Este incremento genera períodos más largos en cuanto a la percepción de prestaciones, llegándose, en la actualidad, a que quienes reciben una prestación por jubilación, el montante de las mismas es superior, en un 50 %, a las cotizaciones realizadas durante su vida laboral. 
 
Y, para poner la guinda del pastel, los malgobiernos democráticos han generado unas desastrosas políticas de empleo por las cuales los jóvenes empiezan más tarde a trabajar y lo hacen durante menos años, con lo cual las perspectivas de futuro de la institución son sencillamente fúnebres. 
 
Si todo lo anterior es tétrico, estos malditos políticos socialpodemitas están creando, mediante subsidios y pagas  a «sujetos» que no han cotizado 1 € a la Seguridad Social en toda su vida, una caterva de votos cautivos con la finalidad de perpetuarse en el poder, a costa de zaherir económicamente a los españoles que hemos mantenido el sistema, inicialmente a través de las cotizaciones y últimamente complementadas por nuestros impuestos.
 
Matemáticamente hablando no se puede esperar nada de un malgobierno, cuyo Cum Fraude no sabe hacer ni una regla de tres. No hay recursos económicos para los de casa, pero estos inútiles, que no saben ni sumar ni restar, malfurnen nuestros dineros para acontentar a la inmigración ilegal y un sin fin de botarates indocumentados. 
 
Nada de estas cruciales cuestiones son tratadas por los emasculados políticos democráticos que con la contingente colaboración de los vaselinizados medios de comunicación anestesian a la sociedad con bazofia, estupideces y mamarrachadas sobre las señales de tráfico «machistas». 
 
¡Cuántos minutos de televisión, y concienzudos artículos de prensa, dedicados a naderias, y lo importante durmiendo el sueño de los justos! 
 
Y para colmo, los fatuos políticos socialpodemitas arrogandose la creación y sostenimiento de la Seguridad Social, cuando lo único que han hecho por la institución es llevarla a la ruina. 
 
Desde luego que considero al Estado del bienestar como bueno y positivo al ser eje vertebrador de la cobertura social en España. Pero no se conseguirá ese objetivo con los políticos populares y socialpodemitas que lo han esguazao hasta convertirlo en inviable. Hacen falta profundisimas reformas para seguir ofreciendo la viabilidad y la cobertura social de su génesis,… en tiempos de Franco.
 
 

El Estado de Bienestar,  un Monstruo que te mata a besos. Por Luys Coleto

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Probablemente sea el Estado del Bienestar uno de las engañifas que mayor consenso suscita entre diferentes posturas ideológicas, parlamentarias o no. Desde lo más extremo del espectro ideológico hasta el otro, idéntico discurrir. Pero se lo aclaro desde el inicio. El Estado del Bienestar es una de las más eficaces herramientas de las que se sirve El Leviatán para legitimar su opresión y ser consentido y defendido por la inmensísima mayoría. Estado-Providencia, Estado-Director de la vida social, dispensador de la justicia y regulador del orden público. Amen. El Estado de Bienestar es – tan obvio-  Estado. Y el Estado es el gran avatar de Dios.

El Estado (de bienestar): embuste, veneno, envilecimiento

El Leviatán, sanguinario engendro mitológico, terriblemente poderoso, génesis veterotestamentaria (Job 41, 1-10) fue utilizado por Thomas Hobbes en el siglo XVII como metáfora de lo que es el Estado: un enorme ente de poder feroz y descomunal, que todo lo controla, que todo lo ve, que todo lo sabe. El filósofo inglés lo definió como el «rey de todos los soberbios”. Y desde hace varios decenios, consolidándose tras la II Guerra Mundial, nuevo antifaz: Estado de Bienestar. Misma toxicidad, amables ropajes. Lampedusianamente, todo mutado para que todo se inmortalice igual. El Estado, hoy como ayer, mata. Pero ahora, pareciera, que lo hace a besos (con permiso del Monstruo, que nos tiene prohibidos los ósculos por la falsa pandemia). Monstruo “amigable”, digamos.

El monstruo- hoy, ayer, siempre- deviene la hidra ( de Lerna) más embustera, más ponzoñosa, más envilecedora, que cabe disponer e imaginar para la justificación/legitimación de la “sanción” gubernamental y de la explotación social, para eternizar una vida que no es vida, para la inamovible prolongación de la castuza política y del canon de vida de los sectores más pudientes y  “aburguesados” (de un lado, y por definición, empresarios, banqueros, chusma funcionarial…; de otro, cuantos trabajadores, empleados o desempleados, se reconocen en la oscura disposición psicológica de la clase dominante, en su “perfil social”: el sector mayoritario de la población, tras los consuetudinarios estragos de la propaganda, ama a quien le somete, veja y humilla). E la nave va.

El Estado (de Bienestar) solo quiere domesticarte

De esta manera, con la plebe infinitamente domesticada, se hace más llevadera la función primordial del despótico Estado, la de sostener y nutrir, férrea e implacablemente, un injustísimo orden económico y social hecho trizas, una dominación de clase (obvio, las clases siguen existiendo, y siguen perdiendo los mismos), y, por supuesto, una modalidad específica – amansadora y embrutecedora, esencialmente- de la división del trabajo. Sólo hay Estado donde hay opresión, y los aparatos administrativos tienen por único – y unívoco- objeto la reproducción de la forma de injusticia social reinante.

En ese sentido, los «sabios» de la tribu, los expertuzos – médicos y sacerdotes, maderos y milicos, profesores y funcionarios parásitos…- se aplicarían, en turbia solidaridad, a la reinvención del ser humano, en una suerte de despotismo ilustrado/iletrado (como toda lectura teológica-estatal, se presupone nuestra «maldad», Primigenia Caída mediante, y debemos ser redimidos de nosotros mismos), en un proyecto rigurosamente «eugenésico», tutelado todo ello a través de la ética de la doma y de la cría agudamente denunciada por Nietzsche.

El objetivo del Estado es uno y siempre el mismo: la dictatorial adaptación del «material humano», perfectamente prescindible, a las perentorias exigencias de la trituradora económica (la industria, en general) y la máquina política (la «democracia» liberal), la forja del buen obrero y del buen ciudadano. Vamos, ejemplar, “sano” y saludable, del rebaño, para satisfacción de sus esquiladores, patronales y políticos. Bala, ovejita, hasta que tu querido dueño, cuando no le sirvas para nada, te taje el pescuezo. Y, mientras, tú, feliz, balando y chorreando sangre por el cuello.

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El Estado (de Bienestar): droga dura

El Estado de Bienestar jamás deja de ser Estado. Ergo, alta toxicidad. Lo desarrolle la Provisión Social franquista o lo continúe el narcorrégimen pedófilo del 78. Lo mismo da. Macabras continuidades. Apabullantes consensos. En España y más allá. Su yugo «bienhechor», gravísimos efectos infamantes, narcóticos y toxicológicos (adicción, dependencia, sumisión) de la de la «protección» estatal: el gran poro abierto.

Educación y sanidad, desvalijadas. Educación y sanidad, instancias domesticadoras. Educación: estupidización de la piara, adoctrinamiento en las (tornadizas) mentiras del timonel de turno y sometimiento al statu quo imperante. Sanidad, deliberada destrucción de tu salud (eso sí, «duras» más tiempo, de forma “artificial”, claro). Ambas, sanidad y educación, sórdidas burocracias del bienestar social, terminando con la capacidad de autoorganización del individuo y con la colaboración comunitaria, generando atroz impotencia psicológica entre los ciudadanos, en una suerte de auténtica toxicomanía de la asistencia estatal. «Papá Estado, dame mi dosis, yonquirulo soy y por un tirito soy capaz de arrastrarme hasta donde haga falta». ¿El Estado asistencialista? Quia. El Estado limosnero. Tras haberte saqueado – hacienda, conocimiento, salud…- te echa cuatro migajas como a los perros pordioseros. Verbigratia. Te manga tus nóminas y Él decide cómo te conviene gestionar el parné. Hasta que se acaban los despojos. Despejado asunto.

Estado (de Bienestar): contra tus sacrosantas libertad y privacidad

Nos lo advirtió el clarividente Kafka. «El animal le arranca el látigo a su amo y se flagela así mismo para transformarse en señor. No sabe que todo es una fantasía provocada por otro nudo en la correa de su dueño». Una pena. Lo observamos hoy a la perfección con la falsa pandemia. El hombre moderno está obsesionado con liberarse de la libertad. A la gran mayoría le mola la condición de esclavo. Aunque quiera creer que es el hombre más libre que jamás pisó la tierra. Y, entretanto, el Leviatán continúa su tenebrosa labor.

La aniquilación de la privacidad, la reducción del campo de desenvolvimiento humano autónomo, por la insidiosa y perenne intromisión de los aparatos burocráticos, en una suerte de progresiva desposesión del individuo y de la propia comunidad que nos rodea. Aspectos que ayer eran exclusivos de la persona, configuradores de su sacrosanta e inviolable intimidad, hoy son administrados por el Estado, con avasallador propósito monopolista. De modo que, tan majetón Él, el Leviatán se presenta como organizador y gerente imprescindible, garantía única del “bienestar” de todos nosotros. El totalitarismo “benefactor”, acarreando siempre infinitas y torrenciales cantidades de malestar.

El destino del Estado (de Bienestar): su aniquilación

Otra vez el radiante Walter Benjamin en sus Tesis sobre el concepto de historia. Tesis octava. La tradición de los oprimidos nos enseña que la regla es el “estado de excepción” en el que vivimos. Con la falsa pandemia, todo agravado y sin fingidores disfraces. Y recuerdo, desde luego, al más grande, Diógenes de Sinope. En su barril, con sus amados chuchos y su candil. Despojado, sobre todo mentalmente, de todo. Con un poco de pan de cebada y agua, se puede ser tan feliz como Júpiter, nos legó. Y repetía que » a nosotros, también nos gustan los pasteles; pero no estamos dispuestos a pagar su precio en servidumbre”. Así se expresa la austeridad quínica, que ya no cambia “libertad” por “comodidad” o “autonomía” por “bienestar”.

Y que cuando la representación del Poder  aparece en tu vida, tan solo queda recordarle una cosa. La única. Alejandro Magno, a la sazón, entablando amable plática con el entonces anciano, le preguntó si podía hacer algo para mejorar su situación. «Sí, apartarte, que me estás tapando el sol«, contestó el filósofo de malas maneras al que era ya el dueño de Grecia y, poco después, de casi todo el orbe conocido. Pero el final de la narración, mejor. No en vano, según la leyenda, el macedonio no solo aceptó la presunta insolencia sin enojarse, sino que le mostró su máxima y comprensible admiración. «De no ser Alejandro, yo habría deseado ser Diógenes». Y quién no. En fin.

 

Autor

Luys Coleto
Luys Coleto
Nacido en Bilbao, vive en Madrid, tierra de todos los transterrados de España. Escaqueado de la existencia, el periodismo, amor de juventud, representa para él lo contrario a las hodiernas hordas de amanuenses poseídos por el miedo y la ideología. Amante, también, de disquisiciones teológicas y filosóficas diversas, pluma y la espada le sirven para mitigar, entre otros menesteres, dentro de lo que cabe, la gramsciana y apabullante hegemonía cultural de los socialismos liberticidas, de derechas y de izquierdas.
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