
Requieren la “expulsión definitiva” de los cuatro agresores del alumno con parálisis cerebral en un instituto de Santander: lo postrer, antier no más. Bla, bla, bla, la inane y fútil y petarda cháchara de siempre. Inocua e inicua, inicua por impune. Dolor impune. Maldad impune, pues. Como siempre. Y dedico estas líneas a Jokin, Cristina, Mónica, Carla, Sara, Alan, Arancha, Alejandro, Diego, Ilan, Laura, Hugo, Óscar, Lucía, Alana, Andrés, Kira y tantos otros. Y un recuerdo a sus padres, víctimas rotas de un dolor y una maldad impunes. Y que otros padres no tengan que pasar ni remotamente por donde han pasado ellos.
Un día nos enteraremos de quién era Jokin Ceberio
Y el “eso son cosas de niños” para amparar a matones y mafiosos y mierdecillas. Y el mecanismo del chivo expiatorio para «justificar» a hijos de puta de todo signo y condición: perpetradores y espectadores (el resto de compañeros, profesores, padres y el resto de la sociedad, incluidos los mass mierda que se «debaten» estérilmente entre el efecto Werther – inspirándose en la novela de Goethe, y acuñado por el sociólogo David Phillips en 1974, concluyó que el número de suicidios en USA aumentaba al mes siguiente de que el diario New York Times publicara en portada alguna noticia sobre suicidio – y el efecto Papageno – toma su nombre del cordial personaje homónimo de La Flauta Mágica de Mozart, que fue disuadido de suicidarse después de que tres niños le mostraran las otras alternativas que le ofrecía la vida). Crueldad, terror, dolor, sufrimiento, miedo, pánico, espanto: todo admitido, todo permitido, todos – en alícuota parte – mirando hacia otro lado. Todos o casi todos participando en un linchamiento de infinita sevicia.
Efluvios y evocaciones y ecos ancestrales, telúricos, atávicos, en el bullying se revela lo peor de la condición humana: los «normales» (psicópatas narcisistas disfrazados de “populares”, machos y hembras alfa) destrozando – física, psicológica y moralmente – la vida a los «anormales». Golpes, insultos, vejaciones, un minúsculo, muy minúsculo suponer.
Poniendo en marcha los mecanismos psicológicos típicos de un mierdecilla envidioso y mediocre, exorcizando su miedo y su fracaso mediante la humillación ajena y el sufrimiento extremo, utilizando para ello el dolor más lacerante contra otro compañero como si fuese un trivial juego. Online y offline (más anonimato e impunidad, si cabe, para las ratas cobardes).
Y llega el punto de no retorno
El pavor se posesiona del chaval puteado. En la mente de un adolescente el futuro apenas no existe, solo se vive en presente. Y se habita un presente singularmente aterrador, un calvario de imposible inteligibilidad, sin salida alguna a semejante infierno: sólo el suicidio (un asesinato inducido por una sociedad cobarde, mejor expresado) deviene la única y «liberadora» salida del averno.
Suicidios (repito, asesinatos incitados) consumados o intentados, más dolor, más lágrimas y más frases de críos de esas que te rompen el corazón en pedazos (y si no hay suicidio, asesinato provocado pues, el padecimiento inmenso e insoportable condicionará completamente la personalidad mediante el desguace psíquico de por vida).
Y los repugnantes colegios, mientras y como siempre, mirando hacia otro lado. Los indignos padres (incluyo a madres y abuelos y la familia extensa que sea menester) prefiriendo ignorar o minimizar el maltrato que sus hijos ejercen sobre los hijos de otros. Los siniestros colegas y bros, callados como putas sin proteger y defender al que es masacrado, culpándolo frente a los que le agreden: brutal inversión entre verdugos y víctima, los hijos de perra, inocentes de toda inocencia, y la víctima deviniendo culpable: «algo habrá hecho». El mundo al revés, obvio.
En fin.
Autor

- Nacido en Bilbao, vive en Madrid, tierra de todos los transterrados de España. Escaqueado de la existencia, el periodismo, amor de juventud, representa para él lo contrario a las hodiernas hordas de amanuenses poseídos por el miedo y la ideología. Amante, también, de disquisiciones teológicas y filosóficas diversas, pluma y la espada le sirven para mitigar, entre otros menesteres, dentro de lo que cabe, la gramsciana y apabullante hegemonía cultural de los socialismos liberticidas, de derechas y de izquierdas.
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