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Iniciamos hoy, como aprendizaje de jóvenes periodistas, placer de lectura y «antídoto» de sanchistas subvencionados, la publicación de unas cuantas de las ACOTACIONES DE UN OYENTE que el gran Wenceslao Fernández Flores (el inmortal del «Bosque animado») hizo famosas en ABC entre 1931 y 193…y que el «agitpro» comunista tiene escondidas en la nevera de la libertad (en la de Stalin, claro).

        Así que no se las pierdan, si quieren saber cómo fueron aquellas Cortes Constituyentes de la II República, hombre sí, la legal, la legítima, la constitucional, la de los derechos humanos, que se cargaron los golpistas asesinos del 18 de julio del 36.

 

INDALECIO PRIETO EL DINERO NO ES MONÁRQUICO NI REPUBLICANO

 

16 septiembre 1931.

 

Hace mucho tiempo, desde que apareció en la Cámara con su palabra fogosa, su ingenio pronto y su inteligencia pulida, en la que afilaba sarcasmos chispeantes, conocemos y elogiamos la valía de Indalecio Prieto y sentimos hacia él una sincera estimación personal. Sus adversarios le temen aún. Es el hombre que contiene difícilmente su sinceridad y que puede reventar en verdades molestas, como una granada revienta en metralla dañina. Se procura evadir la fuerza de su punch oratorio, largamente ensayado en la oposición. El de hoy es el primer discurso gubernamental que le oímos. Ya no ataca: defiende; es el sitiado y no el sitiador; brazo de catapulta desmontado y apoyado detrás de la puerta que otros empujan para impedir que ceda; vocación súbitamente desviada. Súbita y angustiosamente, porque él, según de público afirma, continúa en el ministerio de Hacienda por sumisión a las órdenes de un partido que no le permite provocar una crisis. Ha declarado su incapacidad para resolver tanto y tan grave problema, ha gritado su afán de marcharse, y el partido, inconmovible, solemne, hierático, le sostiene en su puesto de tortura…

Confesemos que somos muchísimos los españoles que no podemos experimentar gratitud hacia esta conducta de algunos partidos que mantienen en el Gobierno a hombres sin eficacia suficiente, por evitar no sabemos qué pequeñitas marejadas de la politiquilla. Se repite demasiado esta frase, dicha en tono de vanagloria: «¡Hemos prometido estar juntos hasta el final, y juntos estaremos!» Ese propósito tiene poco más o menos la misma importancia que si hubiesen convenido usar toda la vida corbata negra o no volver a fumar, aunque esto sería más inocente. Nos ofrecen como una plausible muestra de formalidad lo que es una bagatela romántica. Aquí no se trata de lo que han acordado unos conspiradores antes de triunfar. Se trata de lo que conviene al país, al país, que -como reconocía Azaña en su discurso- fue él que dio el triunfo a esos conspiradores.

El miedo que el ministro de Hacienda confiesa haber sentido honradamente ante la magnitud de las cuestiones que plantea la situación es el que le ha sugerido la mayor parte de sus respuestas al señor Alba. Cuando un hombre culto quiere evitar los efectos del rayo coloca una barra de metal en lo alto de su vivienda y un cable que haga perderse en tierra la temible energía. Cuando un hombre primitivo, indefenso, inculto, teme al rayo y lo quiere evitar, sacrifica a sus dioses y coloca ídolos monstruosos a la puerta de su vivienda para alejar a los espíritus malignos. Allí donde no alcanza la ciencia nace la superstición. Indalecio Prieto acusó primeramente a los millares de españoles que han huido, algunos con su dinero y todos con su pesimismo depresivo y murmurador. Después, a las malas cosechas. Luego, a los especuladores… Pero no es así. El dinero no huye de donde cree hallar seguridades. El dinero no es republicano ni monárquico. El desorden inenarrable, el abandono extremadísimo en que se halla la agricultura española está fomentado por la falta de energía del Gobierno, por la desorientación de los propietarios, por la inexistencia de una verdadera y unánime autoridad. En cuanto a la especulación, el Sr. Alba ha dicho muy acertadamente que sigue siempre el camino de menor resistencia, y fomentaría el alza como ahora fomenta la baja si tuviese medios para ello.

Basta ya de dirigir nuestros puños cerrados hacia el brumoso Amsterdam cada vez que nuestra peseta pierde unos céntimos. Como en los cuentos de magia, en los que para curar el mal de la triste princesa hay que caminar muchas leguas y desatar el pelo de la barba de un hechicero, que impide desarrollar una flor, parece que todo lo tendríamos resuelto avanzando cautelosamente por esas calles del barrio judío de la capital holandesa, sembradas de restos de legumbres, orilladas por canales de aguas podridas y por casuchas donde se acumulan trapos y hierros viejos y muebles rotos, y sorprender en su covacha al hebreo de corva nariz que manipula sus maleficios sobre nuestra moneda.

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D. Indalecio Prieto

 

No más supersticiones. Ni más frases sonoras: «Fe en los destinos de España.» Si tenemos fe. ¿Por qué no tener fe? Sería estúpido no tener fe en los destinos de España, y en los de Francia, y en los de Noruega, y en los de Hotentocia. ¿Es que Hotentocia no tendrá con los siglos un destino mejor? La Humanidad progresa. Pero hay que ayudar al Destino y hay que aproximar el progreso con nuestro afán, sin esperar a la fatalidad de lo que está escrito. Como es imposible hacer desde el Gobierno esta afirmación: «En nuestra pobreza actual está la grandeza futura, porque, como la industria y el comercio y la agricultura no han alcanzado desarrollo, como aquí todo está por hacer, alguna vez comenzará a realizarse algo. Y entonces…»

No, querido y admirado Sr. Prieto; eso no se debe decir. Es mejor afirmar lealmente que ustedes han hecho todo cuanto está en la voluntad de un hombre, pero que existen cuestiones que no es precisamente la voluntad la que las resuelve, sino la capacidad, y que usted no puede ni aun contar con esas colaboraciones que le recomendaba el señor Alba para hacer una labor de conjunto, porque Albornoz y Nicolau no son ministros capaces de la gestión necesaria en Fomento y en Economía.

«Como no hemos hecho nada aún, algún día haremos algo en España.» Sin duda. También podía ofrecerse el consuelo de decir que estamos ahora mejor que cuando la libra subió a 62 pesetas. Algo así hizo aquel rabino del cuento alemán.

A aquel rabino le fue a visitar un judío paupérrimo cuando la crisis de la vivienda en Berlín.

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-No puedo vivir -le dijo-; dispongo de una sola habitación, y en ella hemos de estar mis siete hijos, mis dos cuñadas, mi madre, mi mujer y yo.

-¿Una sola habitación? -preguntó el rabino.

-Y un corral diminuto, donde tengo una gallina y una cabra.

-Mete la gallina en tu habitación -ordenó el rabino-, y, pasados siete días, vuelve a verme.

Cuando volvió el judío estaba desesperado.

-Aquello es insoportable -afirmó-; la gallina cacarea, se sube a las camas, picotea las narices de los chicos…; es imposible resistir más.

-Haz que la cabra pase a vivir con vosotros -dispuso el rabino-, y vuelve dentro de siete días.

A la semana siguiente el judío se presentó de nuevo, enloquecido.

-Mi casa es un infierno -clamó-; por si no eran bastantes las impertinencias de la gallina, ahora la cabra se come la paja de los colchones, embiste a las criaturas y salta sobre nosotros cuando dormimos. No puedo soportar esta vida…

El rabino aconsejó:

-Devuelve al corral la cabra y la gallina y ven a verme mañana.

Y al otro día el judío le besó las manos lleno de gratitud, mientras alababa:

-Gracias a Jehová, anoche hemos podido dormir tranquilamente. Mi pequeña habitación es ya un paraíso.

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.