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“¡Que se joda el espectador medio!”. Con esa sólida declaración del propio David Simon, autor de algunas de las mejores series de televisión de la Historia (The Wire o Treme) y de los últimos años (Show me a hero o The Deuce), ha resumido siempre su labor como showrunner. Quien fuera cronista en el periódico más importante de Baltimore, posteriormente reconvertido a novelista y finalmente derivado a escritor de televisión, ha vuelto ahora, tras el extravío que supuso la fallida adaptación de la novela de Philip Roth La conjura contra América (2020), a sus temas esenciales con su última serie hasta la fecha: La ciudad es nuestra (2022).
Exhibiendo un hondo conocimiento de lo que se retrata, unos inteligentes diálogos que deben mucho a la colaboración de George Pelecanos y la sólida dirección en cada capítulo de Reinaldo Marcus Green, La ciudad es nuestra trata de exorcizar una de las heridas abiertas más lacerantes de la sociedad norteamericana: la corrupción, el racismo y la violencia a manos de las autoridades que deberían dedicarse a servir y proteger a los ciudadanos. Basándose en el trabajo de investigación del periodista Justin Fenton, excompañero en el periódico de Simon, la serie ahonda desde dentro en la ley callejera impuesta por un Grupo Especial de Rastreo de Armas en Baltimore y la posterior investigación interna del propio Departamento de Policía cuando se destapó la realidad de dicho equipo.
Tomando un caso similar al de la trágica (y mediática) muerte de George Floyd (aquí llamado Freddie Gray) y mostrando el comportamiento al margen de la ley de quienes supuestamente deberían hacerla cumplir, la miniserie de HBO Max se sumerge en la intrincada red de la drogadicción y en la complejidad moral del abuso de poder sin por ello caer en maniqueísmos o en respuestas simplonas. Con un reparto coral pero protagonizada por un carismático y complejo Jon Bernthal, La ciudad es nuestra no alcanza la excelencia de los mejores trabajos de Simon pero sí que nos recuerda, gracias a la ambición del proyecto y al hábil manejo de los distintos tiempos narrativos puestos en juego, las principales razones por las que su nombre sigue constituyendo una de las marcas más respetables de la industria. Al fin y a la postre, es el mejor escritor vivo de la televisión.
Después de la cancelación de la estupenda serie sobre el mundo de las carreras de caballos Luck (2012) y del fracaso económico que supuso la infravalorada Amenaza en la red (2015), por fin Michael Mann, uno de los más brillantes y menos reconocidos directores de su generación (ahí están títulos tan extraordinarios como Heat, El último mohicano o Collateral para probarlo), ha vuelto a ponerse tras las cámaras. Lo ha hecho para grabar el episodio piloto de Tokyo Vice (2022), que sabe a poco teniendo en cuenta el contraste que supone comparar con los episodios dirigidos por otros directores igualmente competentes pero no tan brillantes. Sin embargo, hay que destacar en el resultado final de la serie la labor de J.T. Rogers para condensar una trama real que abarca varios años y se refiere a una cultura totalmente ajena al espectador en apenas 10 episodios que, en último término, incluso resultan excesivos para lo que se quiere contar.
Tokyo Vice (2022) cuenta la historia real de Jake Adelstein, un periodista norteamericano que fue amenazado por la mafia japonesa a causa de sus investigaciones en el intento por abrirse camino en el mundo de la prensa. Junto con un oscuro policía japonés (Ken Watanabe), el joven y ambicioso Adelstein (Ansel Elgort) deberá internarse en la cultura japonesa en general y en su mundo criminal en particular para poder resolver una serie de asesinatos aparentemente sin relación entre sí pero en realidad conectados con el mundo de los yakuzas, las bandas organizadas y su habitual modus operandi. Se trata de una serie que desmenuza el trabajo periodístico con un afán mitómano que recuerda al de títulos recientes como la oscarizada Spotlight (2016) sin perder a cambio el ritmo de thriller.
Tanto La ciudad es nuestra como Tokyo Vice tienen varios puntos en común más allá haber coincidido en el tiempo, de estructurar su guion sobre cambios temporales y de aparecer ofertadas en la misma plataforma; ambas miniseries son brillantes ejercicios noir y describen un oficio que, por necesidad, está en estrecho y constante contacto con el mal, de resultas que en muchas ocasiones puede acabar por traspasar la delgada línea de la ética. Policías y periodistas deben velar por el ciudadano asegurando, respectivamente, la integridad del orden y del esclarecimiento. Garantía de seguridad y afán de verdad, en definitiva, es lo que ofrecen. Y cuando dichas normas básicas de la civilización se transgreden, sólo queda la denuncia. A pesar de las consecuencias. Aquello que Fenton-Simon y Rogers-Adelstein han sabido traspasar a la pantalla a través de su valiente escritura.
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