09/10/2024 10:28

En la actualidad, la educación no educa, adoctrina. Los Gobiernos ven en las escuelas el lugar idóneo para degradar y amaestrar a sus gobernados, no para perfeccionarlos. Si las universidades se crearon antaño para enseñar y dignificar a la humanidad, ahora son utilizadas para convertirla en una piara. Durante el franquismo yo tuve la fortuna de experimentar en un instituto público, con medios precarios, una enseñanza encauzada a optimizar mi naturaleza.

Supe que las lenguas que allí aprendía eran necesarias para entender los libros antiguos; que la gracia y distinción de los cuentos y las fábulas despertaba mi espíritu; que las hazañas memorables que estudiaba en la Historia lo elevaban, y que, leídas con discreción y estimando el contexto en el que acaecían, ayudaban a formar mi juicio; que la lectura de los buenos libros es como una conversación con las gentes más nobles y prudentes, como así debieron ser sus autores; que la elocuencia, usada para el bien, es dueña de un vigor y de una belleza incomparables; que el esplendor de la poesía es un estado de ánimo reconfortante para el espíritu y por eso mismo enaltecedor; que en las matemáticas se encuentran sorprendentes hallazgos, capaces no sólo de asombrarnos por su sutileza, también de simplificar y agilizar nuestro trabajo creativo y nuestro progreso material; que las costumbres y tradiciones y los escritos que de ellas tratan contienen innumerables exhortaciones a la virtud y al respeto de nuestras raíces; que la filosofía ayuda a hablar con verosimilitud de asuntos diversos y a valorar nuestra existencia y el mundo natural, y la teología a inferir acerca de lo sobrenatural; que la jurisprudencia, la medicina, la arquitectura y las demás ciencias dan honor a quienes las cultivan con integridad y sabiduría.

No hay nada como el saber, salvo el querer saber. Y quien quiere, sabe; con más o menos limitaciones, pero sabe. Conviene intentar saber de todo, de los asuntos de antaño y de los de hogaño, examinar aun las cosas más irracionales, supersticiosas y falsas. Para conocer su justo valor y no dejarse engañar por ellas ni por sus difusores. Pero, en la actualidad, la inmensa mayoría de los dirigentes, bien sean los amos o bien sus sicarios, pretenden que el ciudadano sea un despreciable ignorante. Algo que dicho ciudadano parece aceptar sin inmutarse ni avergonzarse.

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Agobiado por la omnipresente violencia, por la imposición de las doctrinas globalistas y por el martilleo permanente de los nuevos ministerios de propaganda representados por los mass media, el hombre actual da la impresión de haberse entregado en brazos de la indiferencia o del desconocimiento. Sólo escapará de la bota de los tiranos y se rescatará a sí mismo si atiende al mensaje de su innata religiosidad, algo muy difícil hoy. Pero es misión y deber del hombre defender su dignidad y la de sus semejantes, además del inalienable derecho a pensar por cuenta propia. Tal es el sentido último del mensaje redentor para nuestros días.

Se necesitan hombres de una pieza, en general, y se necesitan líderes, en particular, pero que no sean sólo reformadores de lo sociopolítico, también que lo sean en el plano del pensamiento y de la ciencia. En nuestras habituales y abundantes tertulias mediáticas, por ejemplo, la manera de analizar sobre lo divino y lo humano es muy cómoda para quienes poseen un talento o una moral mediocre, pues la oscuridad de las diferenciaciones, argumentos y principios de que se sirven les permite hablar de todo con tanta audacia como si las entendieran, y sostener con desparpajo verdades según ellos definitivas que, o son inexistentes o duran tan sólo unos días.

Le obligan a uno a pensar que lo que en el fondo desean, incluidos algunos de los mejores entre ellos, no es esclarecer la verdad, sino oscurecerla más aún, pues si lo que quieren es hallarla, en vez de hablar de todas las cosas y adquirir reputación de versados, más fácilmente lo conseguirían contentándose con lo verosímil, es decir, con la realidad dura y cruda, que sin gran trabajo puede hallarse hoy en todos los asuntos, desde los concernientes a la Corona hasta los que afectan al carrito de la compra, porque a la gente común que sufre el despropósito que significa hoy la patria, le parece que nadie entre quienes tienen algún poder buscan auténticamente la verdad, y si por casualidad la descubren, la enturbian u ocultan para que finalmente no llegue la luz que desvelaría la farsa que el conjunto de todos ellos escenifica.

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La gente atenta y de a pie, como digo, los individuos de criterio, acaban por confesar que todos estos protagonistas o colaboradores de la comedia no les representan, pues prefieren la vanidad de parecer saberlo todo o la codicia de poseer prestigios o riquezas a solucionar las cosas, esto es, a acabar de una vez con las abominaciones que se han enquistado en el tejido social. Hemos llegado a un punto en que los gestos han de acompañarse con los hechos, en que a la enfermedad hay que enfrentarse con el bisturí y la lanceta, y en que al delito institucionalizado y al crimen hay que contrarrestarlos con la horca y la espada.

Ya uno se cansa de hablar de tanto trapacero, de tanto maula y de tanto bellaco, de tantos señores mastines de borregos que aún andan libres por campos y ciudades, que aún andan escupiendo sus engaños por conferencias, ruedas de prensa, asambleas y senados. Ya uno se cansa de tanta tertulia y de tanto tertuliano inútil, de tanta noticia supuestamente esperanzadora que finalmente se queda en pura filfa, porque lo que uno ya hace tiempo que ha descubierto es que todo forma parte del enredo, o del Sistema, como quieran ustedes llamarlo. Y que, para todos, del rey abajo, es válida la popular interpelación: «¿Tú tienes honra, vil conejo?

Aquí lo que faltan son, como digo, hombres de una pieza. Hombres con personalidad y distinción suficientes para limpiar tanta basura y acogotar a quienes la han acumulado y la cultivan. Y mientras no aparezcan esos hombres, vigorosos, virtuosos y adecuada y cabalmente organizados, así seguiremos.

Autor

Jesús Aguilar Marina
Jesús Aguilar Marina
Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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