16/06/2025 09:02
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Confieso que la Historia del Rey David me apasionó durante un momento de mi vida y durante muchas horas me pasé leyendo todo lo que encontraba sobre el padre de los “salmos” y figura principal en el árbol genealógico de Jesucristo… y además fue el padre del Rey Salomón. Pero hoy, me voy a adentrar en una parte de su vida que es menos conocida, la de sus amores y amoríos, la de sus mujeres oficiales (hasta 10) y su harén de Jerusalén.

Y además no voy a ser yo quien hable de esas 10 mujeres, va a ser el mismo David quien nos hable de cada una de ellas. Y la que hace de entrevistadora es la Reina Betsabé, el verdadero amor de su vida y la madre de Salomón.

Pero David, mi Rey ¿Qué pasó con Mical? ¿Cómo terminaron vuestras relaciones secretas?
¡Ay si, Mical!… Verás, cuando volví después de tres años largos de guerras, con el botín más grande que habían conseguido los hebreos y más naciones tributarias que nunca, el Rey ya no tuvo más remedio que entregarme a su hija, como había prometido tiempo atrás, aunque no a la mayor que era la indicada… O sea, la princesa Merab, ya que en mi ausencia Saúl la había casado con Adriel de Mesalia, uno de los Reyes arameos. Me entregó a Mical, su segunda hija, con quien me casé enseguida satisfaciendo nuestros deseos, el de ella y el mío… Sí, Betsabé, el mío también, porque yo ya la amaba y además, no había conocido otra mujer.
¡Ay, pero el Rey Saúl al verme ya como miembro de su familia, aclamado por el pueblo y ensalzado por los soldados, victorioso ante los enemigos perdió la cabeza y se puso en contra de mí! Hasta el punto de que esbirros suyos intentaron en varias ocasiones acabar con mi vida. Menos mal que a mi lado estuvieron siempre Mical y su hermano Jonatán, el heredero oficial. Este desde el desafío con Goliat se había rendido a mí y me amaba más que a la corona, y gracias a ellos supe siempre lo que disponía el Rey contra mí.

 

Y así pasamos algunos años. Yo era feliz, te lo confieso, y ella también. Sin embargo, todo cambió una tarde, pues Jonatán nos alertó que su padre había dispuesto que en el silencio de la noche sus “esbirros” asaltaran nuestro dormitorio y me matasen. Naturalmente, Mical se encendió contra su padre y lo maldijo.

¡David – casi gritó dirigiéndose a mí – tienes que escapar, mi padre es un asesino!
¿Y tú?… Mical, yo no me voy sin ti.
No, David, yo no puedo marcharme, yo pertenezco a la “Casa de Saúl” y aunque mi padre sea un asesino tengo que permanecer a su lado. Además pronto será Rey mi hermano Jonatán y él, como bien sabes, es una buena persona y me quiere.

Y ahí se cortó la conversación, porque de pronto oímos que alguien estaba intentando forzar la puerta y ya solo me quedó tiempo para escapar por la ventana aprovechando las ataduras que Mical había preparado con los ropajes de la cama.

 

 Los Jardines de Babilonia: una de las siete maravillas del mundo antiguo.

Otro día cuando David le enseñaba el misterio de las aguas saladas del “Mar Muerto”. “Estoy convencido que entre el Mar de Galilea y este tiene que haber minas de sal, porque sino no se explica que el Jordán salga de un mar con agua dulce y termine en otro con agua salada”.

Y amado mío -aprovechó Betsabé que David se había adormilado tras la comida y tumbados en la hierva contemplando el correr de las aguas- ¿me gustaría saber cómo y por qué te casaste con tantas mujeres?
Bien, empezaré por Ahinoam, porque de mi matrimonio con Mical no quiero ni acordarme, aunque también te contaré por qué años después volví a casarme con ella. Ahinoam, como te dije ayer, era la hija del Patriarca Isabal y cuando me casé con ella sólo tenía quince años y me casé porque mi padre se empeñó en darme mujer, porque según él, el hombre necesita tener siempre a su lado una mujer.
¿Y cómo era y cómo es, porque todavía vive a tu lado?
Ahinoam era una chica dulce y callada, yo diría que algo distante y fría, aunque luego en la cama era muy distinta. Ay, pero para Ahinoam sólo existen sus hijos, sus vestidos y las comidas. Nunca se preocupó por saber y entender cuáles son mis problemas y preocupaciones como Rey. Con ella tuve a Amnon, mi primer hijo y por tanto mi heredero. Luego tendría con ella otros hijos. Pero aquella boda tuvo una gran trascendencia, ya que cuando me casé no imaginaba lo que sucedió al poco de nacer Amnón. Su padre, el Patriarca Isabal, se presentó un día con algunos ancianos de la Tribu (la Tribu de Judá era y sigue siendo la más importante de las doce tribus de Israel) para proponerme, con gran sorpresa por mi parte, ser el Rey de Judea.
Luego te casaste con ¿Cómo la conociste y por qué te casaste con ella?
¡Ah, mi querida Betsabé, Abigail llegó a mis brazos por su inteligencia! Verás, un día cuando bajaba al desierto de Parán pasé cerca de Maón y allí me enteré que en el Monte Carmelo había un hombre muy rico que poseía 3.000 ovejas y 1.000 cabras y como mi ejército llevaba días sin comer apenas envié a diez de los míos a donde nos dijeron que estaba esquilando sus ovejas para pedirle en nombre de David algunas piezas para alimentarnos. El hombre, que se llamaba Nabal y era tosco y avaro, respondió de manera altanera:
¿Y quién es David? Yo no conozco a ningún David y hoy abundan siervos que andan huidos paseándose como señores. ¿Voy a tomar mi pan, mi agua y las reses que he sacrificado para los esquiladores, para dárselos a unos hombres que no sé de dónde son? Iros de mi casa.

Naturalmente, cuando mis muchachos volvieron y me dijeron la respuesta del rico Nabal no dudé en mandar cuatrocientos de los míos para que arrasaran la casa del ingrato y me trajeran su cabeza y las de sus hijos. Bueno, pues, al parecer, Abigail, la mujer del potentado, se enteró de lo que había pasado y de lo que yo había decidido y con la rapidez que pudo tomó doscientos panes y dos odres de vino, cinco carneros ya preparados, cinco arrobas de trigo tostado, cien racimos de uvas pasas y doscientos panes de higos secos y todo ello lo cargó sobre unos asnos y los envió a mi encuentro. Todo ello sin decirle nada a su marido. Y ella misma se montó en un asno y cuando bajábamos por la cubierta de la montaña salió a mi encuentro y nada más verme saltó de sus monturas y me dijo:

Caiga sobre mí la falta, Señor. Deja que tu sierva hable a tus oídos y escucha las palabras de una mujer angustiada. No hagas caso, mi Señor, del necio de Nabal, mi marido, porque casi siempre está bebido. Y no te tomes la justicia por tu mano contra inocentes, porque Yavé es justo y misericordioso.
¿Cómo te llamas mujer?
Abigail, mi Señor.
Pues, Abigail, tus palabras demuestran que eres una mujer sabia y que tu corazón es noble y tienes razón, el ungido de Yavé no puede tomarse la justicia por su mano. Vuelve a tu casa y que Yavé te bendiga, porque hoy has salvado a los tuyos exponiendo tu vida.

Y Abigail volvió con sus servidores a la casa de Nabal, a quien encontró celebrando un banquete y rodeado de esclavas y ya estaba completamente borracho. Por eso calló y no le dijo nada hasta la mañana siguiente. Pero, cuando le contó el peligro que habían corrido a Nabal se le paró el corazón y murió en el acto. David no se había tomado la justicia por su mano, pero Yavé lo hizo por él. La maldad de Nabal tuvo su justo castigo.

Sin embargo, el comportamiento de aquella mujer me conmovió y como era una mujer hermosa, prudente y sabia le propuse que se casara conmigo y ella lo aceptó.

Señor, mi Rey, para mí será un honor servirte y hasta lavar tus pies como una esclava.

Y Abigail entró en mi vida y con ella tuve a mi hijo Quilab. También con ella tuve después otros hijos.

 

¿Y quién fue la siguiente afortunada?
Eglá. Una jovencita de origen egipcio que me fue concedida por su padre, el Rey de Áqaba. Bueno, te explico, en unas de las campañas que hice siendo ya Rey de Judea, llegué con mi ejército hasta el océano que baña el Sinaí por el Sur y tras una gran batalla conquisté la ciudad y el Reino y cuando ya había dispuesto que le cortaran la cabeza al Rey vencido, un casi anciano que dijo llamarse Hassán, pidió verme y cuando estuvo ante mí dijo.
Rey de Judea, sé que habéis dispuesto mi muerte y lo creo justo. He sido vencido y para los vencidos sólo hay muerte o esclavitud. Pero, antes de morir me gustaría exponeros mis pensamientos. Señor, desde hace 33 años que heredé la corona de mi padre, el Rey Mohamed, he tenido 10 hijas, pero ningún varón y sabéis que por nuestras costumbres y nuestras leyes sólo un varón puede ostentar la corona. Quiere ello decir que cuando Alá me lleve a su lado no tendré a quien dejarle la corona y, por otra parte, si me quitáis la vida y os quedáis con mi Reino simplemente seréis un invasor y nunca tendréis el amor de mi pueblo… pero, si os casáis con una de mis hijas inmediatamente os transformáis en heredero y el día que yo falte seréis el legítimo rey. Así que podéis elegir entre cualquiera de mis 10 hijas y casaros con ella. También me comprometo a tributaros la cantidad que acordemos hasta el día que yo muera. En vuestras manos está, pues, el futuro de Áqaba y mi cabeza, pero también un Reino que podrá ser vuestro, con lo cual Judea será más grande y más poderosa.
Majestad, es muy sensato lo que decís y pienso que será lo mejor para Áqaba, para vos y para mí. Así que mostradme a vuestras hijas e indicadme con cuál de ellas debo casarme.

Entonces el Rey Hassan mandó llamar a sus 10 hijas y me las fue presentando. Eran diez jóvenes, a cual más bella, y la mayor sólo tenía 20. Naturalmente el Rey se volcó en elogios de cada una de ellas, pero a mí ya me había llamado la atención la que parecía más bella y más desenvuelta. Se llamaba Eglá y tenía 14 años. Era una chica de piel muy oscura, casi negra, de cabellos largos y pechos robustos. ¿Y por qué Eglá sí y las otras no? Tal vez porque el padre al presentarme a Eglá había dicho que era de todas ellas la más aventajada en las artes amatorias. Y eso me intrigó.

Majestad ¿hay algún inconveniente en que mi elegida sea la princesa Eglá?
No, Señor, Eglá es dulce como la miel, veloz como la pantera y fiel como un perro, pero además, como ya os he dicho, es una verdadera experta en las artes amatorias…
Así que con Eglá me casé, aunque además de Eglá tuve que hacerme cargo de las otras hermanas, “aunque sean para vuestro harén”-me dijo el Rey Hassan.
Señor, pero es que yo no tengo harén – le respondí yo.
¿Cómo que el Rey de Judea no tiene harén? –dijo el Rey con cierto asombro–. Un Rey sin harén es un Reino perdido. El harén es el mayor símbolo de poder y si no lo tienes para los demás reyes serás un hombre débil. Si algún día sois Rey de Áqaba, y lo seréis en cuanto Alá me reclame, además del Reino, heredaréis también mi harén.
Bueno, Betsabé, que con Eglá me casé y que con ella tuve a mis hijos Yitreán, Yibjar, Yafía, Elisamá y Elifetet.
Oye, David, espera un momento y aclárame que era eso de las artes amatorias.
Ja, ja, ja – y David no pudo evitar una gran carcajada.
No te rías, mi Rey, estoy hablando en serio, quiero saber, aunque sea para aprender, qué son esas artes amatorias.

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Pues no preguntes, son cosas muy raras que las mujeres árabes saben hacer con sus hombres.
¿Cosas raras? ¿Cómo cuales?
Por favor, Betsabé, no sigas, no quieras saber tanto… si tú eres la más bella de todas y la que ha sabido robarme el corazón… y no te preocupes por las artes amatorias. Ahora, me toca hablar de Macaá, y es tarde y tenemos que regresar antes de que se nos haga de noche.

Veras, Macaá era la hija del Rey de Guesur y cuando quise ampliar mi Reino de Judá por el Norte me di cuenta que para seguir adelante no tenía más remedio que enfrentarme al poderoso ejército del Rey Astarté y como no tenía ganas de iniciar otra guerra se me ocurrió algo más diabólico. Por los espías que había introducido en el Reino de Guesur sabía que el Rey Astarté tenía una hija bellísima y dominante, que mandaba más que el padre. Así que me fui a ver al Rey y le pedí la mano de su hija.

Majestad, rey de Judea, me parecen muy bien vuestros deseos y aceptaría gustoso ese matrimonio, pero mi hija es muy independiente y no aceptaría nunca un marido que no fuese elegido por ella. Así que es obligatorio que vos habléis con ella y le propongáis lo que me pedís a mí.
Y así se hizo. El Rey organizó un banquete y tuvo la gentileza de situar a la princesa a mi lado… y fue visto y no visto, porque la princesa Macaá, que así se llamaba la joven, en cuanto me vio quedó prendada de mi y ya aceptó encantada mi propuesta.
Y así me casé con ella y así pasó el Reino de Guesur a ser tributario de Israel, aunque eso sucedió años después, cuando ya era rey de Israel tras unirse los dos Reinos. Con Macaá tuve dos hijos, el príncipe Absalón y la princesa Talmar… Sí, sí, Macaá fue la madre de Absalón. Pero con Macaá aprendí que un Reino no sólo se hace grande por sus ejércitos y sus batallas ganadas sino también por bodas inteligentes. Cosa que me ayudó a hacer de Judá un gran Reino. Pero ya está bien, Betsabé, tenemos que volver. No quiero que nos coja la noche en el camino.
Te falta por hablarme de Haguit, la madre de Adonías, y Abital, la madre de Sefatías.
Bueno, esos dos matrimonios fueron ya fruto de mis objetivos como Rey de Judea. Los judíos llevaban años en guerra con los edomitas y nunca había habido vencedores ni vencidos. Así que para incorporar a Judea el Reino edomita preparé mi ejército para invadir Zoar, su capital, y cuando nos dirigíamos hacia el Sur salió a nuestro encuentro el Rey Hisen y me ofreció un pacto para evitar la guerra. Edom se haría tributario de Judea si yo, el Rey David, el ungido de Yavé, me casaba con su hija mayor, la princesa Haguit de Zoar e incluso me proclamaría Rey, con tal de evitar la muerte de los suyos y de su pueblo. Naturalmente, acepté su propuesta.
¿Pero sin conocerla, sin amor?
¡Ay, querida Betsabé!, ya te he dicho alguna vez que cuando me casé con Macaá aprendí que un Reino no sólo se hace grande ganando batallas y guerras sino haciendo bodas inteligentes. A pesar de eso encontré a una mujer joven, tenía la edad que tú tienes ahora, sencilla y, aunque no muy bella, digna de ser princesa. Con ella tuve a mi hijo Adonías.
¿Y cómo fue el casarte con Abital?
Pues con Abital sucedió algo parecido a lo de Haguit. Verás, por mis espías supe un día que el Rey de Moab, Kir-Hareset, había muerto sin heredero y que los moabitas no aceptaban que al frente del Reino se quedase su viuda, la Reina Abital. Entonces yo, adelantándome quizás a otros pretendientes, le envié mensajeros pidiéndole su mano y la respuesta fue positiva. Abital y yo nos casamos y el Reino moabita pasó a ser parte del Reino de Judea. Con Abital tuve un hijo: Sefatías… Pero, ya está bien de mujeres. Ahora, prepara tus cosas y recoge que nos vamos de viaje.

 

 Vista parcial del Harén de David.

Otro día, David me llevó a conocer el Palacio que había ocupado en Hebrón. Y cogidos de la mano me fue llevando a las habitaciones que habían ocupado Ahinoam, Abigail, Eglá, Macaá, Haguit, Abital, Sara y Rebeca. Eran como pequeñas casitas que rodeaban la parte central del Palacio y, curiosamente, estaban decoradas todas de mármol, pero cada una de ellas tenía un mármol de color diferente.

Por cierto, me has hablado de seis de ellas, pero no me has hablado de Sara y de Rebeca ¿Quiénes eran y cómo llegaron hasta ti?
Sara era hija del Rey Baal Hanán de Amalec y la conocí cuando con mis ejércitos me dirigía a la conquista de Áqaba, porque a mitad de camino estaba Petra, la capital del Reino de Amalec y de cuyo Rey Baal Hanán, no tuve más remedio que hacerme amigo, porque Petra es una ciudad tallada en la piedra en un montículo rocoso, inexpugnable, y a la que sólo se puede entrar si te abren las puertas desde dentro. Curiosamente el Rey Baal Hanán era un fiel creyente de Yavé y eso nos unió enseguida. Pues Sara era la hija mayor de Baal Hanán, una mujer bellísima, la más bella que había visto antes de conocerte a ti, amor, y con su imagen en la cabeza me fui hacia Áqaba.

Así bañaban las esclavas a la Reina Betsabé.

A mi vuelta de Áqaba, ya victorioso y con la corona del Reino, me detuve otra vez en Petra y el Rey me ofreció entonces a su hija si yo la aceptaba como mujer. Y claro que la acepté y con ella me casé y con ella tendría a mi hijo Nefeg.

¿Y Rebeca?
Lo de Rebeca fue otra boda política. Cuando me eligieron rey de Judea vinieron algunos Reyes de los Reinos cercanos a presentarme sus respetos y ofrecerme su amistad. Entre ellos vino Jiram, el Rey de Tiro y entre las personas que le acompañaban venían sus hijos Asael y Rebeca. Y el Rey Jiram me ofreció a su hija como mujer. Y yo la acepté, porque me interesaba la ciudad de Tiro como puerta de Beirut… Y ahora, querida, ven a un lugar para mi casi sagrado

Y me fue llevando hacia el Salón Real, esplendido, aunque no tan lujoso como el del Palacio de Jerusalén. También estaba decorado con mármoles, pero lo que más me llamó la atención fueron las enormes lámparas que colgaban de los techos de cedro, que según me dijo David estaban realizadas con la técnica del soplado de vidrio y los dos sillones reales.

Oye, amor ¿Y cómo que hay dos sillones? ¿Quién se sentaba a tu lado?
Es que entonces no había dos sillones, sólo había uno para el Rey… el otro que estás viendo ahora se puso anoche y será el que tu ocupes en lo sucesivo. ¿O es qué todavía no te has dado cuenta que tú serás mi Reina para siempre?
¡Oh, David, mi Rey, mi amor!
Bueno, pues aquí donde estamos me proclamaron rey de Israel… aunque eso tiene también su historia. Anda, pero siéntate en tu trono que quiero ver cómo te sienta eso de ser Reina.

Y en el sillón situado a la izquierda me senté. ¡Ay, si mis padres me viesen!

 

Y ahora, naturalmente, no hay más remedio que hablar de Betsabé, el verdadero amor del Rey David y la madre del gran Salomón.

Oh Dios, mi Señor, todo comenzó el mismo día que llegué a casa de Urías el hitita, cuando al atardecer entré en el baño del jardín y le vi allí en la terraza de su palacio. No estaba cerca, pero tampoco estaba lejos, la casa de mi esposo estaba en la zona de los quereteos y la separaba de la de los peleteos por un cuidadísimo jardín. Y me estremecí, ¡por Yavé, qué bello es! – me dije al mismo tiempo que mi cuerpo temblaba y el deseo inundaba mi cuerpo.

Señora – me dijo casi en un susurro Aixa, la nodriza que me servía desde que me casé con Urías y a la que ya consideraba como una hermana mayor – es el Rey David. Sale todos los días a esta hora a la terraza.

Yo no dije nada y me metí en el agua, pero mientras nadaba mis  ojos no se apartaban de aquella figura que parecía un dios. Lo que tenía delante era un hombre alto, fuerte y rubio como la arena del desierto… y estaba solo, paseando de un extremo a otro de la amplia terraza. Ya aquella noche apenas pude conciliar el sueño, pues mi cuerpo se removía con un oculto secreto que todavía no se atrevía a dar la cara. Tan solo llevaba siete meses casada y apenas había tenido sexo con Urías, que Urías no era hombre de mujeres, para él solo existían las armas y el ejército y con sus soldados y sus campañas de conquistas pasaba la mayor parte de su tiempo. Tampoco había significado ningún cambio mi perdida de la virginidad. En realidad no sabía lo que era el amor ni había sentido nunca el placer que dicen que sienten los hombres y las mujeres cuando unen sus cuerpos. ¡Mis deseos estaban más vírgenes que mi cuerpo!

A la tarde siguiente acudí al baño deseosa de verle, ¡ay pero aquella tarde no apareció! Y la noche se me hizo eterna, no pude dormir y sin querer hasta soñé que sus brazos me abrazaban y que su boca se unía con la mía.

Así pasaron varios días y por ello cuando le vi al quinto sentí una extraña alegría que me hizo temblar como cuando toqué por primera vez un corderito recién nacido al tiempo que sentía rabia, porque él no se dignaba ni a mirar donde yo me peleaba con el agua… y eso me sublevó. ¡Es que mi cuerpo no se merece ni una mirada! – me decía rebelde y con el deseo a flor de piel incluso me paseé desnuda exhibiendo mi cuerpo

Pero, nada. El Rey, ¡él!, seguía sin mirar a mi baño y mis deseos se fueron transformando en locura. Urías, había desaparecido de mi mente y ya sólo pensaba, dormía y soñaba con mi Rey, porque ya sabía que era mío, o que lo seria.

Mi niña, no os hagáis ilusiones – me dijo Aixa que ya se había dado cuenta de lo que pasaba en mi interior – el Rey tiene ya ocho mujeres y, según comentan personas de palacio, en su harén habitan mas de cien bellísimas jóvenes.

Yo no respondí, aunque un sentimiento desconocido para mí hasta entonces apareció sin pedir permiso: los celos. Sin conocer a sus mujeres ni a las jóvenes de su harén yo ya las odiaba. Y esos celos me llevaron al Señor… y comencé a ofrecerle mis sacrificios. Cada mañana, nada más levantarme y acompañada de Aixa, nos acercábamos a la Casa de Yavé y le ofrecíamos dos palomas.

“Mi Dios, ya no puedo más, tiene que ser mío, estoy loca por él y tú lo sabes. ¿Es esto amor? ¿Estoy enamorada?… dímelo tu, Señor, háblame, haz que sus ojos se fijen en mí, que en su corazón entre el nombre de Betsabé y me harás la mujer más feliz de este mundo”

Hasta que una tarde, cuando ya mi rabia era superior a mis fuerzas… lo vi allí y mirándome fijamente… ¡y juro por Yavé que empecé a temblar como un perrito asustado! Tampoco mis ojos pudieron apartase de aquella mirada que me estaba atravesando el alma y tuve que dominar mis ansias de salir corriendo en su busca. Aunque impulsivamente aparté de mí el manto de lino que Aixa me ofrecía para secar y cubrir mi cuerpo y me paseé desnuda de un lado a otro del estanque a sabiendas de que él me estaba mirando. Luego desapareció y creí que todo había sido un sueño.

Betsabé, no olvides que eres una mujer casada. Ten cuidado, corres un gran peligro – dijo Aixa
¡Y que me importa a mí estar casada, yo estoy loca por ese hombre y le amo como una loba ama a sus cachorros!

Y no habían pasado dos horas cuando se presentó en casa de Urías, el Servidor Real con cuatro soldados y sin miramientos exclamó:

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Mujer ¿quién eres tú?
Yo soy Betsabé, la mujer de Urías el hitita – casi grité yo.
Pues, arréglate rápidamente, que te vienes con nosotros ¡El Rey quiere verte!

Entonces les dejé y me dirigí a mis aposentos. Nada más entrar me miré en el espejo y me di cuenta que, ciertamente, era una mujer bella… y me peiné mis largos cabellos atados en una trenza, me vestí con un velo y una túnica roja de lino, me puse en la sien una moña de jazmines y me coloqué una cadena de oro en el cuello. Cuando salí hasta el pobre Isaías (así se llamaba el Servidor Real, que era tan joven que parecía un niño) no pudo contenerse y dijo:

Señora, sois aterradoramente hermosa.

Y sin mediar más palabras cuando me di cuenta ya estaba con el Rey David. El Rey estaba sentado, con los codos apoyados en sus rodillas y su cabeza apoyada en las manos. Vestía una túnica corta de color verde oscuro, que ataba con un cinturón a su cintura. Ni levantó la cabeza cuando entré ni respondió al Servidor Real cuando le alertó de mi presencia. Y así permaneció un tiempo que a mi pareció eterno y que consiguió ponerme nerviosa, que digo nerviosa, mis piernas me temblaban… y hasta mi respiración se hizo pesada y profunda

Isaías – dijo de pronto, levantando su cabeza – vete ahora mismo a la Casa de Dios y ofrece a Yavé cinco palomas

Luego, se quedó mirándome y aquellos ojos se clavaron en mi como dos puñales. ¡Qué guapo era! Después se puso de pié y con una voz templada, suave y hasta cariñosa me dijo:

¿Quién eres tú?
Yo… – y la voz se resistía a salir de mi garganta – yo, Señor, mi Rey, soy Betsabé, la mujer del Capitán Urías, el Hitita.
Tú eres del Sur. ¿verdad?
Sí, mi Señor
¿De dónde? ¿Dónde naciste?
En Gaza, Majestad
¿Sabes bailar?
Sí, creo que si – le respondí con timidez
Pues, entonces, baila para mí, yo te pondré la música – y sin más tomó el arpa que tenia al lado de su asiento y sus dedos comenzaron a tocar.

¡Oh, Dios, aquello fue como un castigo, porque cuando tras arrojar el velo inicié los primeros movimientos las piernas no me respondían y mi cuerpo temblaba.

Pero, aun así seguí bailando. Al principio, y siguiendo los compases de las notas melodiosas que salían del arpa, lentamente. Luego, el Rey mismo fue subiendo el ritmo y mi cuerpo se fue envalentonando y moviéndose hasta con furia… y más cuando nuestras miradas se cruzaban y yo veía en sus ojos fuego y deseo.

¡Vale! – dijo de pronto y detuvo sus dedos, después se acercó a mí y me desató el cinturón que reprimía mi cintura – ¡Desnúdate! – añadió.

Y yo, nerviosa y llena de vergüenza, hice lo que él me pedía. Luego, me ordenó que diese una vuelta a su alrededor y sentí que sus ojos me penetraban por todos los rincones de mi cuerpo. Mis pechos se irguieron como si quisieran escapar y mi sexo comenzó a arder. Era algo que nunca había vivido.

Betsabé, ¿amas a tu esposo? – dijo de pronto, mirándome fijo a mis ojos. Sólo entonces me di cuenta de que sus ojos eran como dos diamantes refulgentes, con el brillo de color rojizo del rubí
No, Majestad, no sé lo que es el amor.
Entonces ¿Por qué te casaste?
Porque me compraron y mi padre me vendió
Ponte el vestido y siéntate – dijo cortando lo que estábamos hablando, luego, con el tiempo me daría cuenta que eso era una costumbre muy suya, y no sólo conmigo, cortaba y cambiaba de tema inesperadamente con quien estuviera hablando.

Después, se acercó a donde me había sentado, se hincó de rodillas ante mí y con delicadeza  metió su cabeza entre mis piernas y comenzó a besarme los muslos. Yo, y no puedo negarlo, al sentir su lengua rozando mi piel, creí desfallecer. Y apreté su cabeza contra mi cuerpo, que ya ardía como el sol del desierto.

Y pasó todo lo que él tanto y también recuerda desde aquel día… y que tantas veces me pide que se lo recuerde.

«ERA LA MÁS BELLA DE LAS MUJERES…»

Dice la Biblia que era la más bella de las mujeres,  muy hermosa y muy bella debió ser, ciertamente, para que el Rey David se le rindiera de por vida. Ella tenía 18 y él 42 la tarde que se conocieron y se entregaron mutuamente por amor. Ella estaba casada con un Capitán del Ejército y David tenía ya 8 mujeres, un harén de más de 100 y 14 hijos… Pero, nada los detuvo y a pesar del adulterio que cometían (penado por las leyes de Moisés con la muerte por lapidación) se casaron. Aunque para ello él, ya Rey de Israel y de Judea, tuvieron que mandar matar al marido traicionado.

Aquella primera noche cuando los soldados de la Guardia Real la llevaron obligada a presencia del Rey, éste se limitó a decirle: «¿Quieres ser mía?… ¡si no quieres, VETE!» y ella le respondió: «Majestad, creí que los hombres eran tontos pero veo que los Reyes también lo son, ¿no os habéis dado cuenta qué yo lo deseo más que vos?»

¡Betsabé!… la mujer del Rey David y madre del Rey Salomón. ¡Betsabé!, la más bella de las mujeres, y la mujer inteligente que hizo grandes a los dos Reyes que hicieron Grande a Israel y Judea. Pues, ya lo saben, lean esta novela, mitad historia- mitad ficción, y se lo pasarán en grande.   

El Harén de Jerusalén

Tal vez por eso, por mi nueva imagen, acepté sin enfadarme, que David se fuese distanciando como hombre. Y pasarse parte de su tiempo en el harén. Allí sólo había jóvenes, y hasta muy jóvenes, y además, como me decía mi vieja nodriza Aixa, que David había hecho encargada y directora del mismo, bellísimas. Aixa me hablaba de ellas con frecuencia.

Betsabé tengo que hablarte de David.
Ya sé lo que me vas a decir, Aixa, que va todas las tardes por el harén y que a veces, incluso se queda a dormir allí.
Sí, eso es verdad, pero no es de eso de lo que yo quería hablarte.
¿Entonces?
Quiero que sepas que David te sigue amando como siempre, como desde que te conoció, y no me gustaría que por sus visitas al harén lo recrimines o te alejes de él.
¿Ah, sí?… O sea, que tu esposo se va a hacer el amor con otras mujeres y tu callas y no dices nada.
Vamos a ver, mi niña, es lógico que tú como mujer pienses así, pero no olvides que en la cuestión sexual el hombre y la mujer son distintos. Una mujer, si está enamorada de verdad, no piensa ni desea otros hombres, un hombre sí, aunque esté enamorado. Es más, una mujer nunca se cansa de hacer el amor con su hombre, el hombre sí y le hace más hombre ir cambiando continuamente.
Y si ellos lo hacen ¿por qué no podemos hacerlo nosotras?
Pues no lo sé, Betsabé, pero la vida me ha enseñado que es así, sobre todo cuando se van haciendo viejos. La rutina les resta actividad y deseo, en cambio les da fortaleza y juventud si hacen el amor con otras.
O sea, que tu justificas que David se pase las tardes en el harén.
No lo justifico, pero lo entiendo. Además, y esto quiero que te quede claro, desde que se inauguró el nuevo harén y llegaron las nuevas jóvenes me ha sorprendido que son muy distintas a las de antes. Estas jóvenes no son solo cuerpo o perfumándose, a casi todas le gustan otras cosas. Mira, a unas les gusta tejer y hasta se hacen sus propios vestidos, a otras les gusta pintar, otras leen y estudian, otras son aficionadas a la música y al canto, sí, no son sólo cuerpos.
¿Y por eso se pasa allí David todas las tardes? No me digas que David no hace el amor con ellas.
Sí, pero nunca con la misma… Cada día se encierra con una distinta. Eso te demuestra lo que te decía antes, que el hombre busca la variedad… Y otra cosa, la primera vez que vino David siendo yo la encargada me pidió, o me ordenó, que tomase las medidas necesarias para que ninguna de ellas se quedara en cinta “Aixa – me dijo – no quiero tener más hijos”
¿Te mandó David que las dejaras estériles?
No, estériles no, a ver si lo entiendes, que no pudieran tener hijos, sin dejar de ser fértiles.
¿Y se puede ser fértil, hacer el amor y no quedarse preñada?
Pues sí, niña mía, se puede. Verás, cuando me pidió David eso me fui a hablar con Natán, el Profeta, a pedirle consejo, y él, con los físicos que cuidan su salud medio un brebaje un brebaje que deben tomar cada día, exceptuando los días de la purificación mensual.
¿Y seguro que no ha preferido a ninguna de entre todas ellas?
No, a ninguna y eso te demuestra que sólo hace el amor para no perder la virilidad con el paso de los años, por lo que veo, no quiere ser viejo. Es más, si he observado algo es que cada vez las prefiere más jóvenes, aunque en realidad son todas como casi niñas, pues la más “vieja” sólo tiene 20 años.
Pues, ni así, Aixa… yo sería incapaz de hacer lo mismo.
Ya te he dicho, y te lo repito, que las mujeres somos distintas

 

Y así murió el rey David

Y no fue su mujer pero sí el “último soplo femenino” de su vida: la sumanita Abisag y, la diosa de fuego.

 La vida de David llegaba a su fin (a los 65 años de edad) cuando los médicos (les llamaban “sanadores” y “físicos”) se declararon impotentes para curar la enfermedad que aquejaba al Rey. Fue entonces cuando el sabio griego, Alcneón de Krotona, que había sido llamado a Jerusalén por ser una de las eminencias de su tiempo, sugirió como último recurso que se hiciera venir de Babilonia a una joven que se había hecho famosa en aquel mundo por sus “poderes” curativos sólo con el calor que transmitía su cuerpo desnudo. Se llamaba Abisag, aunque se la conocía como la “Diosa del Fuego”. Sólo tenía 16 años y, según la Biblia, era “extraordinariamente hermosa”. Y la joven sunamita, con el beneplácito de la esposa y Reina Betsabé, se metió en la cama con el enfermo para tratar de mitigar el intenso frío que sufría durante el día y durante la noche. Pero, ni los poderes de aquella bellísima joven pudieron con la enfermedad del Rey y la muerte le llegó en los brazos de la Reina Betsabé.

Y ya lo saben, yo ni quito ni pongo rey pero ayudo a mi señor, y mi señor serán siempre la verdad y la Historia…(o la intraHistoria).

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940 y nos dejó el 23 de enero del 2025.
Descanse en Paz.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.