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El odio al diferente es uno de los sentimientos negativos que con más facilidad pueden convertir al hombre en un lobo para sí mismo y para los demás. Y ese odio al diferente tiene su raíz psicológica en la debilidad propia, en la inseguridad o el miedo, y también en la maldad cuya semilla está presente en la naturaleza humana.
Cuando el líder socialista Largo Caballero proponía matar a la mitad de la España republicana que no era socialista en 1936, además de maldad intrínseca, la ideología marxista aportaba la deshumanización del otro, hasta el punto de no considerarlo humano. Pero hoy a Largo Caballero lo imita y reivindica el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, que ha heredado la misma visión utilitarista del hombre que tenía aquel: «Si no piensa como yo, lo mejor es que muera. Y si no se muere solo, lo mejor es matarlo».
Es la misma ecuación que aparece en la mente de la madre que decide abortar, o del hijo que aceptar aplicar la eutanasia a su padre demenciado «para que no sufra». Para que no sufra…el hijo, claro. Todo espíritu débil y maleable, todo corazón que no ama o no es amado, tiende al crimen cobarde de manera natural. Y cuanto mayor sea su poder para matar, probablemente más grande se haga su «necesidad» de hacerlo. Sólo así se explican los grandes genocidas de la Historia, como Stalin, Pol Pot o Santiago Carrillo.
Lo que ocurrió en Nigeria este pasado domingo, Festividad de Pentecostés, es también una forma de odio: el que propone una religión, la musulmana, que en su libro sagrado, el Corán, habla claramente de la obligación de combatir al no creyente. Aunque algunos papanatas occidentales (y españoles) se empeñen en blanquearla con medias verdades, el Islam es una religión de odio, no de paz. Primero, porque Alá no existe y Mahoma era un delincuente; y segundo, porque en sus páginas es imposible encontrar una sola idea que no se salga del sectarismo atroz que caracteriza el integrismo radical propio de las sectas.
El asesinato de 50 cristianos en la iglesia de San Francisco, en el estado nigeriano de Ondo, se suma a un goteo incesante de masacres del mismo signo en aquel país del África negra. Un país con 200 millones de habitantes, de los que casi la mitad son cristianos, si bien en la práctica viven su Fe como si fuesen una minoría, dada la salvaje y enloquecida sed de sangre de los musulmanes. Las autoridades mundiales han vuelto a hacer lo que suelen en estos casos: expresar por escrito su «condena». Y la población en general no tiene el menor interés por lo que pase en Nigeria, ni por 50 desconocidos que, incluso, a lo mejor «algo habrían hecho». Porque los hay así de miserables.
El cristianismo es una religión de paz basada en una Verdad revelada: la de un Dios real que se hizo Hombre, murió y resucitó para dar al mundo un testimonio que le sirviese para creer. El Islam es una religión falsa que propone el odio al que piensa y cree de manera distinta, como el marxismo y como todas las ideologías con raíz materialista, es decir, antihumana. Porque lo más humano que hay es el Dios real, el Dios de los cristianos. A Él nos queremos encomendar para pedirle con humildad que la sangre de estos mártires nigerianos sea la semilla de nuevos misioneros que siembren la verdad en África. Solamente llenando de Cristo todos los rincones de la Tierra lograremos asfixiar ese mal incontenible, inagotable, que nace del mismo corazón de los hombres.
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