Si digo que la política española es un disparate, no descubro nada nuevo: nos lo muestra la televisión (así como la realidad) todos los días y a todas horas. Pero es que además, en mi tierra, Andalucía, la están convirtiendo en una charlotada.
Digo lo anterior porque en vísperas de la Navidad, después de aprobarse en un pleno del Parlamento los presupuestos para 2025, los diputados autonómicos del Partido Popular, algunos de Vox, junto con varios trabajadores, no tuvieron otra mejor idea que ponerse a cantar villancicos (muy manidos, por cierto), justo delante de la mesa del Parlamento. La oposición (PSOE y Adelante Andalucía), ha calificado la imagen de los diputados autonómicos cantando como “frívola”, y la oposición en este caso acierta de lleno (cuando los socialistas o los comunistas llevan razón, yo siempre se la doy, sin ningún tipo de problema), pero creo que la oposición se ha quedado corta, porque, bien pensado, lo que hicieron Juan Manuel Moreno Bonilla y su peculiar coro navideño, fue faltarnos el respeto a todos los andaluces, además de hacer el tonto de una forma cateta, pues a cualquier político que se precie se le exige, cuando menos, algo de seriedad. Voy a intentar explicarme.
Según el XIII informe de la Red Andaluza contra la pobreza y la exclusión social, Andalucía, mi tierra, tiene la tasa de pobreza más alta de España. Pero es que, además, por lo que se refiere a mi provincia, Jaén, a la que quiero con toda mi alma, el panorama es desolador, de una tristeza casi infinita: va perdiendo población de forma lenta, sin prisa, pero sin pausa, no hay perspectivas de futuro para nuestros jóvenes y, con una situación tan sombría, a los diputados autonómicos del Partido Popular, no se les ocurre nada mejor que hacer el tonto cantando villancicos en sede parlamentaria, intentando transmitirnos a los ciudadanos un panorama social halagüeño que, se lo aseguro a ustedes, sólo existe en su imaginación. Y eso lo digo yo, que conozco bien el paño.
Para ilustrar lo dicho anteriormente, me van a permitir que les cuente una experiencia personal, que es la siguiente: en el último año y medio he estado inmerso en un trabajo de investigación histórica (artística, para ser más exacto), para lo que he necesitado visitar bastantes pueblos de mi provincia (sus templos, concretamente). El momento elegido por mí para las visitas siempre era los domingos por la mañana, pues es cuando más posibilidades había de que las iglesias estuvieran abiertas. He visitado localidades relativamente grandes, así como pueblos pequeños e incluso algunas aldeas. Pues bien, el panorama que me he encontrado en todos los núcleos de población que he visitado era verdaderamente desolador: parecían pueblos “fantasma”, no había ni un alma por las calles, muchas casas estaban cerradas, bastantes de ellas con el cartel de “SE VENDE” colgado, encontrándome el caso concreto de un pueblo en el que, más que casas, se vendía una calle entera, pues el noventa por ciento de sus casas lucían el referido cartel que aludía a su venta, mientras que el diez por ciento de las restantes viviendas, eran casas que presentaban un estado ruinoso.
En misa, por lo general, sólo había unos cuantos niños de los que van a hacer la primera comunión, acompañados de unas cuantas beatas, todas ellas en fase terminal. Cuando yo entraba a algún bar a tomarme un café, apenas si me encontraba gente en el local, como mucho, unos pocos viejos, que me miraban con cara de extrañeza, como si no estuvieran acostumbrados a ver forasteros por el pueblo.
Por eso, de todos los pueblos yo me iba con el trabajo hecho, es decir, con el material gráfico que necesitaba ya en mi cámara, pero con el alma dolorida, al comprobar que mi tierra, Jaén, a la que tanto quiero, se muere, y que, dentro de unos años, si nadie lo remedia (y no parece que haya perspectivas de que alguien vaya a hacerlo), mi provincia será un geriátrico, una tierra hermosa pero llena de viejos abandonados, un páramo lleno de soledad y carente de futuro.
Y mientras todo esto sucede, a nuestros políticos sólo se les ocurren dos cosas, a saber: dar las migajas del paro (que es pan para hoy y hambre para mañana) y cantar villancicos (muy manidos, por cierto), en vísperas de la Navidad y en sede parlamentaria, intentando así transmitirnos un panorama social halagüeño que sólo existe en su imaginación. Se lo aseguro a ustedes yo, que conozco bien el paño.
Autor
- Blas Ruiz Carmona es de Jaén. Maestro de Educación Primaria y licenciado en Filosofía y Ciencias de la Educación. Tras haber ejercido la docencia durante casi cuarenta años, en diferentes niveles educativos, actualmente está jubilado. Es aficionado a la investigación histórica. Ha ejercido también el periodismo (sobre todo, el de opinión) en diversos medios.
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