21/11/2024 12:29
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El P. Hernán Urdaneta Fernández es administrador parroquial de Sant Genís de L’Ametlla del Vallès. Está cursando estudios en Derecho Canónico.

¿Considera que hoy en día se está abusando del hecho de buscar la nulidad matrimonial para poder volverse a casar?

Para responder correctamente a esta pregunta creo que haría falta una tesis doctoral, porque habría que analizar infinidad de datos y circunstancias. Sin embargo, me atrevo a decir alguna cosa. Cuando la Iglesia vive una gran crisis, también en cuanto a la moral matrimonial, es comprensible que surjan dudas bien intencionadas, pero no necesariamente bien informadas. En un tema tan delicado sería muy grave juzgar temerariamente.

Para hablar con propiedad, habría que tener las estadísticas del número de demandas de nulidad introducidas y comparar con el número de divorcios, analizar muy bien los datos en función de cada diócesis, todo un trabajo de investigación… Sin ser tan riguroso, mi percepción es que la secularización de la sociedad, tan generalizada en Cataluña, seguramente influye en que pocas personas se sometan al juicio de la Iglesia sobre la validez de su matrimonio, conscientes de que no se puede iniciar una relación amorosa con otra persona si se está ligado por un enlace matrimonial previo. La pérdida de la práctica religiosa seguramente influye en que ya muchas personas no vean la necesidad de casarse por la Iglesia antes de vivir con otra persona.

¿Qué lleva a una persona a pedir que se averigüe la posible nulidad de su matrimonio?

Los motivos son diversos. En algunos casos se llega a plantear el inicio del proceso de declaración de nulidad como consecuencia de un proceso de conversión, después de llevar años divorciados y alejados de la Iglesia, a veces habiendo comenzado a vivir con otra persona. Otros pueden decidirse al querer contraer matrimonio nuevamente, con otra persona, después de un fracaso matrimonial. También por motivos de conciencia, para saber la verdad sobre su situación personal.

Durante el tiempo que estuve trabajando en el Tribunal Eclesiástico de mi Diócesis, una de las tareas que debía hacer era atender a personas que pedían información sobre la declaración de nulidad de su matrimonio. En algunos casos pude percibir que había dificultada en comprender que no se trata de algo similar a un divorcio, sino que es un proceso que busca conocer la verdad sobre la validez o no de un matrimonio celebrado. La mentalidad divorcista ha calado mucho en nuestra sociedad. Muchas personas pensaban que se trataba de hacer una solicitud y obtener una especie de “divorcio por la Iglesia”, una especie de trámite administrativo con un resultado garantizado.

¿Cuál sería el “recorrido correcto” para llegar a plantearse la nulidad de un matrimonio?

Lo normal es que cuando un matrimonio tiene problemas en la convivencia, busque apoyo en la Iglesia para resolverlos y salir adelante. Y lo normal sería que familiares y amigos ayuden a los matrimonios a mantenerse unidos. La nulidad no es una solución pastoral a un problema de convivencia, es el posible resultado de una averiguación sobre la validez de un matrimonio y sólo se debe llegar allí cuando los intentos de salvar el matrimonio no lo hayan conseguido.

Es cierto que hay casos en los cuales la convivencia se hace imposible, independientemente de que el matrimonio sea válido o no. Para ese caso existe la separación.

Pero, entonces, ¿qué pasa con las dudas sobre la validez de un matrimonio?

Si se ha hecho todo lo posible por salvar el matrimonio y se ha llegado a la separación, considerándose imposible la reconciliación, entonces es cuando se puede plantear la posibilidad de averiguar si el matrimonio fue nulo, en caso de que haya algún elemento que permita plantearse esta duda. Pero en todo caso, lo mejor es no llegar a esta situación, sino conseguir la reconciliación, incluso cuando puede haber dudas muy fundadas sobre la invalidez del matrimonio. Una vez resueltos los problemas de convivencia y aquello que impidió la validez del matrimonio, la Iglesia tiene un mecanismo para que se vuelva a dar el consentimiento matrimonial, ahora sí, en condiciones y estemos ya ante un matrimonio válido. Lo que prefiere la Iglesia es eso: salvar el matrimonio, es lo mejor para los propios esposos, sus hijos – en caso que los haya -, y la sociedad en general.

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En realidad, la nulidad no es otra cosa que demostrar que no hubo realmente matrimonio.

Exactamente. La declaración de nulidad no anula nada, sino que es un proceso mediante el cual se investigan las circunstancias en las que se llevó a cabo el matrimonio, para determinar si hay motivos que permiten llegar a tener certeza moral de que no se daban todos los elementos necesarios para la validez del matrimonio. Por eso se piden testigos que puedan explicar lo ocurrido durante el noviazgo, la celebración y los primeros momentos del matrimonio, carácter de los contrayentes, etc. En ocasiones es necesario hacer una evaluación psicológica.

¿Cuáles son los motivos para que un matrimonio sea inválido?

El matrimonio es la alianza entre un hombre y una mujer para establecer una comunidad para toda la vida, ordenada al bien de los esposos y a la generación y educación de la prole. De manera que no hay matrimonio cuando falta un elemento esencial al consentimiento matrimonial, por ejemplo, cuando se actúa por un miedo insalvable, o cuando se niega una de las características esenciales del matrimonio: la indisolubilidad o la unidad, cuando se excluye la posibilidad de engendrar hijos, en algunos casos también cuando ha habido engaño sobre alguna cualidad de la persona. A partir de 1983, debido a los avances de la psicología también se admiten motivos en esta área, como la incapacidad para asumir las obligaciones esenciales del matrimonio, o lo que se llama grave defecto de discreción de juicio; es decir: incapacidad para consentir el matrimonio con una persona concreta, o para vivir aquello para lo cual se ha comprometido.

Pero hoy en día si la inmadurez se puede considerar causa de nulidad es un coladero, en donde cabe prácticamente cualquier caso.

En teoría, no. San Juan Pablo II insistía en que tiene que ser una circunstancia que impida, no sólo que dificulte, el matrimonio. Estamos hablando de situaciones bastante graves, no de una mera dificultad.

¿Qué ocurre en la realidad?

No me atrevo a aventurar una respuesta sobre la calidad de las sentencias de todos los tribunales del mundo, no tengo información suficiente para poder responder con honestidad. Las veces que he asistido a jornadas de canonistas mi percepción ha sido de profesionales que toman muy en serio un trabajo muy delicado, personas que estudian y se preparan bien, para poder conocer la verdad. Claro, tampoco seamos ingenuos, en un momento en que vemos cómo algunos obispos promueven activamente pecados que claman al cielo, sin que pase nada, es razonable pensar que habrá de todo en la viña del Señor…

¿Hay algún tipo de medidas de control en el proceso, para evitar excesos?

El proceso funciona como una demanda judicial, buscando precisamente el mayor rigor posible. Una de las personas que interviene en el proceso es el llamado “defensor del vínculo”, es decir, un canonista que tiene como oficio defender razonablemente la validez del matrimonio en cuestión. En caso de no estar conforme con la sentencia, puede apelar, para que la causa sea revisada por otro tribunal, que habitualmente está en una ciudad distinta. Durante varios siglos esta apelación era obligatoria, como medida que buscaba alcanzar una sentencia en la que no hubiera ninguna sospecha.

Hace pocos años el Papa Francisco modificó el proceso y ahora esta apelación no es obligatoria. Habrá que ver con el tiempo si esto afecta la calidad de las sentencias.

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Todo sistema en el que intervienen seres humanos puede fallar. Si bien, el proceso de declaración de nulidad tiene mecanismos para procurar que un tema tan delicado sea tratado con el mayor respeto por la verdad.

¿En qué porcentaje de casos se consigue la nulidad?

Sólo conozco estadísticas muy antiguas, de Estados Unidos, no tengo datos recientes, ni más cercanos geográficamente.

Se acusa a la Iglesia de que la gente que tiene dinero consigue la nulidad fácilmente. ¿Qué hay de verdad en ello?

Creo que es una acusación injusta. El proceso de declaración de nulidad lleva un tiempo y tiene unos gastos. Intervienen diversos profesionales que tienen derecho a percibir unos honorarios por su trabajo. Cuando el Papa Francisco hizo la modificación al proceso mencionada antes, también insistió en que cualquier persona pudiera acceder al mismo, aunque no tenga recursos. Esto ha movido a las diócesis a plantear mecanismos para asegurar que no sea un “lujo” que puedan permitirse algunos, sino que quienes no tengan dinero suficiente para costear el proceso también puedan realizarlo.

Si se determina que no hay motivos de nulidad, ¿se puede seguir recurriendo o ya es irrevocable?

El planteamiento del proceso es que el matrimonio tiene el beneficio del derecho, es decir, se asume que el matrimonio es válido y para declarar la nulidad se tiene que probar que no lo es. Cuando se inicia el proceso se establece lo que se llama la fórmula de dudas, donde se establece concretamente qué motivos de nulidad se estudiarán (estos motivos se llaman capítulos). Si no se consigue alcanzar una certeza de nulidad por esos motivos, la sentencia se puede apelar. También es posible, si aparecieran razones suficientes, volver a iniciar el proceso por otros motivos diferentes de los estudiados en un principio.

¿Quiere añadir algo?

Existe el peligro, por la mentalidad divorcista, de ver la nulidad como la solución a los problemas matrimoniales. Creo que el esfuerzo se debe poner en ayudar a los matrimonios a superar las crisis que se pueden presentar a lo largo de la vida. Es muy importante también la preparación al matrimonio. El matrimonio no es un lujo para superdotados, Dios da habitualmente la capacidad para vivirlo, pero requiere crecer en virtudes para estar a la altura de las necesidades, para vivir con gozo el hermoso plan de Dios para la familia. Y cuando hay problemas en un matrimonio vale la pena hacer el esfuerzo de rescatar la relación, es lo mejor para todos, aunque requiera trabajo y paciencia y sufrimiento, pero al final el resultado vale la pena.

Autor

Javier Navascués
Javier Navascués
Subdirector de Ñ TV España. Presentador de radio y TV, speaker y guionista.

Ha sido redactor deportivo de El Periódico de Aragón y Canal 44. Ha colaborado en medios como EWTN, Radio María, NSE, y Canal Sant Josep y Agnus Dei Prod. Actor en el documental del Cura de Ars y en otro trabajo contra el marxismo cultural, John Navasco. Tiene vídeos virales como El Master Plan o El Valle no se toca.

Tiene un blog en InfoCatólica y participa en medios como Somatemps, Tradición Viva, Ahora Información, Gloria TV, Español Digital y Radio Reconquista en Dallas, Texas. Colaboró con Javier Cárdenas en su podcast de OKDIARIO.
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1º Conforme a Mt 19, el Señor enseñó que el que repudia a su mujer (se entiende que recíprocamente, la que repudia a su marido), salvo en el caso de fonicación, comete adulterio contra ella. No es posible, por tanto, la separación fuera del adulterio por fonicación diga lo que diga el papa, los cardenales, los obispos o la congregación para la doctrina de la fe. Nadie puede contradecir a Dios Nuestro Señor. Y dentro de la Iglesia menos.
Los problemas de convivencia pueden tener origen en enfermedades mentales o discapacidades sobrevenidas después del enlace matrimonial, pero eso no debe ser sometido a tribunal alguno, pues cuando uno se casa debe aceptar el gozo y la cruz, la riqueza y la pobreza, la salud y la enfermedad. No es sincero el amor dependiendo de las circunstancias en la que viva el ser amado. Si uno ama a su mujer (idem respecto a su marido), la amará hasta la muerte aunque esté sufriendo cualquier tormento mental o esté tetrapléjica o le ocurra lo que le ocurra. La infidelidad no es propia del que ama de verdad, del verdadero cristiano católico. No se puede utilizar cualquier causa como subterfugio para autojustificarse en el pecado, como hacen judíos, protestantes, anglicanos y demás herejes y blasfemos. No es posible, bajo ninguna circunstancia, el divorcio. El divorcio es una puñalada en el Sacratísimo Corazón de Jesús y en el Inmaculado Corazón de María, santísimamente casada con el bueno de San José. Quien se separa por motivo distinto al señalado por Jesucristo Nuestro Señor, es decir, por fornicación, comete adulterio. Y el adúltero no heredará el Reino de los Cielos (1 Co 6, 9-10), es decir, arderá en el infierno entre los peores tormentos imaginables (hay que hacer constar esto a todo el que hace un curso pre matrimonial, que el matrimonio no es una broma, que nadie se lo puede tomar a la ligera abusando de la Infinita Misericordia de Dios, por la que tendremos que dar cuenta inminentemente, en nuestro juicio particular, que el que se casa, lo hace también con Dios, el matrimonio es cosa de tres, pues el matrimonio no es más que la Santísima Voluntad de Dios de que el hombre no camine solo hacia el Cielo).

2º Desgraciadamente, muchas personas ricas, insensatas en extremo, no se les ocurre otra locura de soberbios degenerados que llevar ante el altar (conscientes que no hay obispo o sacerdote que pueda discernir plenamente los corazones sabiendo quién miente y quien es noble, a pesar de los cursos pre matrimoniales en las parroquias y las entrevistas), por puro exhibicionismo en una boda que se toma como un acto de coronación de la princesa (especialmente para ellas) y de fiestón para él con sus colegas, aquella satanada que antes se conocía como «matrimonio de conveniencia», es decir, una unión demoníaca insincera, embustera y mentirosa con finalidades económicas o de otro tipo (obtener la nacionalidad española, por ejemplo). No se puede ultrajar más a Jesucristo, a la Santísima Virgen María y a san José y todos los demás santos y santas casados, como San Isidro Labrador, por poner solo un ejemplo. Como estas personas, insensatas y carentes de todo temor a Dios, acaban cada cual por su lado, lógico es que se les de la nulidad matrimonial con severa amonestación por haber procedido así. De hecho, ambos reconocen un pacto económico, y por lo tanto, la nulidad suele ser rápida. Y por eso, los enemigos de Dios y, por tanto, del matrimonio, suelen acusar a quien menos culpa tiene de la nulidad, la Iglesia y sus miembros.
En la mayoría de los demás casos, uno de los dos no reconoce la nulidad o bien sucede que quiere desprenderse del otro u otra como de una lavadora vieja. Y en tal caso no hay nulidad que valga, y mucho menos si hay hijos de por medio.
Todo estas desdichas se han venido fraguando como consecuencia lógica del alejamiento gradual del hombre de Dios, que no para de traer desgracias.

3º La experiencia vital nos muestra que la satánica intromisión del poder político de cualquier signo sobre los sagrados lazos matrimoniales, concediendo el divorcio, es decir, atentando contra Dios Nuestro Señor, no ha traído más que desgracias incontables y una actitud generalizada de egoísmo descarnado materialista (reductor del hombre y la mujer a mero capricho pasajero con posibilidad de devolución cuando el artículo se estima «defectuoso»), además de hipocresía sin tasa en los políticos, que no se les ocurre otra cosa que afirmar que el divorcio es otro de esos «derechos humanos». Cuando el demonio los descuartice en el infierno hora tras hora por toda la eternidad lo comprenderán, pero ya tarde.
Si el divorcio no se hubiese «legalizado» (no es competencia de un Estado, por muy soberbio y «omnipotente» que se crea, enmendarle la plana a Jesucristo Nuestro Señor, despreciándosele miserablemente. Toda transgresión de la Palabra de Dios trae consecuencias horrorosas, pero parece que no queremos aprender), los noviazgos serían mucho más profundos, castos y sinceros, se valorarían chicos y chicas mucho más de lo que lo hacen hoy, no se tomaría a la ligera al otro u otra autoengañándose con la posibilidad de romper el enlace «si algo no sale bien» o bien no habría tantos engaños entre hombres y mujeres, las personas serían mucho más maduras, es decir, dispuestas a sufrir por amor, a llevar la cruz juntos, a la hora de dar el paso a los altares, habiendo discernido bien si Dios nos quiere o no con esa persona, pues el matrimonio es una unión de Dios indisoluble, no un negocio de meretriz y cliente dinero o juerga por medio, y se producirían muchas menos desgracias que acarrean el divorcio, especialmente si hay hijos por medio (malcrianza por competencia en dádivas entre divorciados, odios, peleas, violencia, frustraciones, etc., además de un pésimo balance educativo para los pequeños, que seguramente copiarán el proceder de sus progenitores trayendo más y más desgracias).

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